Capítulo 46

Sábado, 10 de enero de 2010

Quizá, después de todo, aquello no hubiera sido tan buena idea, pensó Mandy, a la que de pronto le había abandonado el valor, en el momento que entregaba la ficha al hombre de la entrada a la atracción del Tren Fantasma.

– ¿Da miedo? -le preguntó.

Era un chico joven y atractivo, con acento extranjero. Quizás español, pensó.

– No, no mucho. ¡Solo un poco! -dijo él, sonriendo-. Está bien.

– ¿Sí?

El asintió.

Subida a sus tacones, se encaminó por la pasarela hasta el primer coche. Era como una bañera victoriana de madera sobre unas ruedas de goma. Se subió tambaleándose, con el corazón en la garganta, y se sentó. Dejó el bolso a su lado.

– Lo siento, no puedes llevar el bolso. Yo te lo cuido.

De mala gana accedió. Entonces él bajó la barra de seguridad y la ajustó. Ya no había vuelta atrás.

– ¡Sonríe! -dijo él-. ¡Diviértete! Está bien, de verdad.

«Mierda», pensó ella. Entonces llamó a sus amigas:

– ¡Char! ¡Karen!

Pero el viento se llevó sus palabras. El vagón avanzó con un traqueteo, dando un golpe contra una puerta doble y sumiéndose en la oscuridad. Las puertas se cerraron violentamente tras ella y la oscuridad se hizo completa. A diferencia del aire húmedo del exterior, allí era seco y olía un poco a circuitos eléctricos recalentados y a polvo.

La oscuridad la envolvió. Aguantó la respiración. Entonces el coche giró de golpe a la derecha, ganando velocidad. Oía el ruido de las ruedas que resonaba por las paredes; era como ir en el metro. A ambos lados aparecieron unos destellos de luz. Oyó una risa tenebrosa. Unos tentáculos le rozaron la frente y el cabello, y ella gritó de miedo, cerrando los ojos con fuerza.

«Esto es de idiotas -pensó-. Qué tonta he sido. ¿Por qué? ¿Por qué he hecho esto?»

Entonces el coche impactó contra otra puerta doble. Abrió los ojos y vio un viejo larguirucho y polvoriento que se levantaba tras un escritorio y que se lanzaba de cabeza hacia ella. Mandy se encogió, tapándose los ojos, con el corazón en un puño. Todo el valor que le había dado el alcohol la estaba abandonando de pronto.

Cayeron por una larga rampa. Se destapó los ojos y vio que la luz se hacía cada vez más tenue y que volvía a sumirse en una oscuridad total. Oyó un silbido de serpiente. Entonces apareció: un reptil asqueroso, luminoso y esquelético salió de la oscuridad, le escupió y le mojó la cara con agua fría. Entonces un esqueleto blanquísimo salió de la oscuridad balanceándose, y ella se encogió, aterrorizada, convencida de que la golpearía.

Dieron contra una nueva puerta doble. Oh, Dios mío, ¿cuánto tiempo más iba a durar aquello?

Iban muy rápido, de bajada, en plena oscuridad. Oyó un frenazo y luego una carcajada horrible, como un cacareo. Sintió de nuevo el contacto de unos tentáculos, como si una araña le trepara por el cabello. Se abrieron otras puertas, giraron bruscamente a la izquierda y de repente se detuvieron. Mandy se quedó allí sentada, en plena oscuridad, temblando. De pronto sintió un brazo alrededor del cuello.

Un brazo humano. Olió un aliento cálido en la mejilla. Entonces una voz le susurró al oído. Una voz que no había oído nunca.

Se quedó helada del pánico.

– Tengo algo extra para ti, cariño.

¿Sería alguna broma pesada de Char y Karen? ¿Estaban por ahí, haciendo de las suyas?

El cerebro le iba a toda velocidad. Algo le decía que aquello no formaba parte de la atracción. Que algo iba muy mal. Al momento oyó un sonido metálico y la barra de seguridad se subió. Luego, temblando de pánico, sintió que la sacaban del coche y la arrastraban hasta una superficie dura. Algo duro le golpeó la espalda y se vio empujada a través de unas cortinas a un espacio que olía a aceite, donde cayó de espaldas sobre el duro suelo. Entonces oyó la puerta que se cerraba y un clic, como un interruptor, seguido casi de inmediato por un chirrido de maquinaria pesada. A continuación una linterna le enfocó la cara y la cegó momentáneamente.

Ella levantó la vista, casi paralizada por el miedo y la confusión. ¿Quién era aquel tipo? ¿El encargado de la atracción que había visto fuera?

– Por favor, no me hagas daño -dijo.

A través del haz de luz vio la silueta de la cara de un hombre cubierta con algo parecido a una media de nailon con unas rajas.

Cuando intentó abrir la boca y gritar, algo blando y de sabor desagradable se le metió dentro. Oyó una especie de desgarro y al momento tenía una cinta adhesiva sobre los labios, de un lado al otro de la cara. Intentó gritar de nuevo, pero lo único que le salió fue un sonido ahogado que parecía resonarle dentro de la cabeza.

– Estás deseándolo, ¿verdad, chata? Vestida así… ¡Y con esos zapatos!

Ella intentó alcanzarle con los puños, aporrearlo, arañarlo. Entonces vio un brillo en la oscuridad. Era la cabeza de un gran martillo. Aquel tipo lo tenía en la mano, a su vez, enfundada en un guante.

– Estate quieta o te dejo tiesa.

Ella se quedó inmóvil, aterrorizada, con la mirada fija en el frío metal.

De pronto sintió un porrazo a un lado de la cabeza. El cerebro se le llenó de lucecitas.

Luego, el silencio.

No llegó a notar cómo la penetraba, ni supo que se llevaba sus zapatos.

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