Capítulo 91

Sábado, 17 de enero de 2010

Con la operación de vigilancia, Grace había tenido que cancelar la reunión de la noche anterior. Ahora, en la de las 8.30 de la mañana del sábado, tenían que ponerse al día tras veinticuatro horas de actividad del equipo.

Mucha actividad, pero pocos progresos.

Zoratti y su colega analista aún no habían conseguido resultados en su búsqueda de delitos sexuales a escala nacional que pudieran relacionarse con el Hombre del Zapato, y la Unidad de Delitos Tecnológicos todavía no había encontrado pistas útiles.

Los interrogatorios realizados del Equipo de Investigación a las encargadas y las trabajadoras de treinta y dos de los burdeles conocidos de la ciudad ya habían concluido y no habían dado ningún resultado tangible. Varios de sus clientes habituales eran fetichistas de los pies o de los zapatos, pero como ninguno de los establecimientos registraba los nombres y direcciones de sus clientes, lo único que podían hacer era comprometerse a llamar por teléfono la próxima vez que alguno de ellos pidiera un servicio.

Cada vez daba más la impresión de que, fuera lo que fuera lo que hubiera estado haciendo el Hombre del Zapato durante los últimos doce años, el muy cabrón había hecho un trabajo fantástico para mantenerlo en secreto.

La noche anterior había sido tranquila. Toda la ciudad parecía un cementerio. Después de tantas fiestas de Navidad, parecía como si sus habitantes, al menos esa noche, hubieran decidido recluirse en casita para recuperarse de tanto gasto. Y a pesar de la prolongada vigilancia de su equipo, no se había vuelto a ver al taxista John Kerridge -Yac- desde su breve aparición en la zona a primera hora de la noche.

Un dato positivo era que Grace ahora contaba con los treinta y cinco agentes de vigilancia que necesitaba para cubrir todo el vecindario de Eastern Road. Si el Hombre del Zapato aparecía, su equipo estaría esperándole.

El doctor Proudfoot seguía convencido de que lo haría.

Cuando la reunión estaba a punto de acabar, sonó un teléfono interno. Branson se dirigió hacia la puerta de la atestada sala de reuniones para llamar a Ari, porque no le había podido coger el teléfono durante la reunión. Sabía por qué llamaba, para pedirle que se quedara con los niños y pasara el día con ellos. No había ninguna posibilidad, aunque habría dado cualquier cosa por poder hacerlo.

Pero en el momento en que cruzaba el umbral de la puerta, Foreman le llamó:

– ¡Glenn! ¡Para ti!

Volvió a meterse en la sala, abriéndose paso entre la gente que salía, y cogió el aparato que Foreman había dejado sobre la mesa.

– Branson -respondió.

– Sí. Esto…, hola, agente Branson.

Frunció el ceño al reconocer aquella voz ronca.

– Es sargento Branson -le corrigió.

– Soy Darren Spicer. Nos vimos en el…

– Ya sé quién eres.

– Mire, tengo…, bueno…, lo que podríamos llamar una situación delicada.

– Qué suerte.

Branson estaba impaciente por deshacerse de él y llamar a Ari. Ella detestaba que le cortara las llamadas al móvil. Además, había encontrado otra carta del abogado de ella esperándole en casa de Roy al volver del trabajo por la noche, o más bien de madrugada, y quería hablar con ella del asunto.

Spicer soltó una risita poco convencida.

– Sí, bueno…, tengo un problema. Necesito hacerle una pregunta.

– Bueno. Pregunta.

– Sí, es que… tengo un problema.

– Eso me lo acabas de decir. ¿Cuál es la pregunta?

– Bueno es que…, si le dijera que yo…, bueno…, que he visto algo, ¿sabe? O que alguien que conozco ha visto algo…, al meterse en un sitio en el que no debería de haber estado… ¿Sí? Si él… le diera una información que para usted es muy necesaria… ¿Le detendría igualmente por haber estado donde no tenía que haber estado?

– ¿Estás intentando decirme que te has metido en algún sitio en el que no debías estar y que has visto algo?

– No es que haya violado la condicional, ni nada de eso. No es eso.

– ¿Quieres ir al grano?

Spicer se calló un momento; luego prosiguió:

– Si le dijera algo que podría ayudarles a coger a ese Hombre del Zapato, ¿eso me daría inmunidad? Quiero decir, ¿no me acusarían?

– Yo no tengo poder para eso. Llamas para pedir la recompensa, ¿no?

Al otro lado de la línea se produjo un silencio repentino.

– ¿Recompensa? -dijo entonces Spicer.

– Eso es lo que he dicho.

– ¿Recompensa por qué?

– La recompensa por cualquier información que conduzca a la detención del hombre que atacó a la señora Dee Burchmore el jueves por la tarde. La ofrece su marido. Cincuenta mil libras.

Otro silencio.

– No lo sabía.

– No lo sabe nadie, nos ha informado esta mañana. Estamos a punto de pasársela a los medios, así que tienes la primicia. ¿Hay algo que quieras contarme?

– No quiero volver a chirona. Quiero mantenerme limpio, ya sabe, empezar de nuevo -dijo Spicer.

– Si tienes una información, podrías llamar a Crimestoppers de forma anónima y dársela a ellos. Ellos nos la pasarán.

– Pero entonces no conseguiría la recompensa, si me mantengo en el anonimato.

– De hecho, creo que sí podrías. Pero eres consciente de que ocultar información es un delito, ¿no?

Al momento detectó en la voz de aquel tipo que el pánico iba en aumento.

– Sí, pero espere un momento… Yo le llamo para ayudar, ¿sabe?

– Muy altruista por tu parte.

– ¿Muy qué?

– Creo que más vale que me digas lo que sabes.

– ¿Qué tal si solo le doy una dirección? ¿Con eso optaría a la recompensa, si encuentran algo allí?

– ¿Por qué no dejas de tocar los cojones y me dices qué es lo que tienes?

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