Grace consultó su reloj. Las 23.07. Luego miró el indicador de velocidad. Iban a una velocidad constante de 217 kilómetros por hora. Las luces pasaban con rapidez y la oscuridad se precipitaba sobre ellos. Estaba concentrado en los automóviles de delante, intentando que Glenn no se metiera en líos. Cuando se acercaban a un coche, intentaba comprobar que no fuera la policía. Era complicado porque había muchos vehículos camuflados en este tramo de carretera, pero conocía algunas de las señales reveladoras que había que buscar -las mejores pistas eran dos figuras dentro, un coche limpio último modelo de cuatro plazas y antenas externas- y también sabía que no había muchos tan tarde por la noche, a esas horas se prefería utilizar coches patrulla, que suponían una presencia policial visible.
Tendría que mover algunos hilos -no era una tarea fácil cuando la ciudadanía analizaba a la policía cada vez más detenidamente- para evitar que Branson fuera multado y perdiera puntos del carné por las cuatro cámaras que les habían fotografiado cuando salían de Londres. Cuatro cámaras, tres puntos cada una -tal vez incluso más por la velocidad con la que se habían cruzado con un par de ellas-. Al menos doce puntos del carné. Retirada instantánea.
Sonrió al pensar en aquello, imaginando las protestas de su amigo.
– ¿Qué te hace tanta gracia? -preguntó Branson, que tuvo que levantar la voz por encima de la canción de rap de Bubba Sparxxx que sonaba a todo volumen en la radio-. ¿Por qué sonríes?
Grace toleraba el estruendo porque Glenn le había dicho que necesitaba la música para «ponerse en situación» y poder conducir deprisa.
– Mi vida -contestó.
Las 23.08. Habían pasado hacía rato la salida 8 y la 9 aparecería en cualquier momento. Escudriñó la carretera oscura en busca de las señales.
– ¿Tu vida? Creía que tu vida era triste, punto. No me había dado cuenta de que era una comedia.
– ¡Tú conduce! Estoy teniendo una de esas… ¿Cómo las llamas tú? «Experiencias cercanas a la muerte.» Cuando toda tu vida pasa en un segundo delante de tus ojos. Así ha sido desde que salimos de Notting Hill.
Ahora se aproximaba la señal grande azul y blanca que indicaba el desvío para el aeropuerto de Gatwick y también la de la salida 9. Pasaron volando. A poca distancia de allí, Grace vio la silueta del paso elevado que cruzaba la autopista.
Unos treinta segundos después, al pasar por debajo, los ojos de Grace se movieron de su reloj al cuentakilómetros del coche.
– De acuerdo, ¡ya puedes reducir!
– ¡Ni de coña!
Bubba Sparxxx terminó, para alivio de Grace. Se inclinó hacia delante para bajar el volumen, pero Branson protestó.
– La siguiente es Mobb Deep, tío. No es lo tuyo para nada, pero es mi música.
– Si no reduces, ¡voy a poner a Cliff Richard! -le amenazó Grace.
Branson aminoró, un poquito, meneando la cabeza con incredulidad.
Por un momento, Grace se desconectó de Branson y su música, y se concentró en algunos cálculos mentales. Habían recorrido poco más de cuarenta y cinco kilómetros desde el bloque de pisos de Bishop en Westbourne Grove, Notting Hill, algunos por zonas urbanas muy edificadas y otros por autovía y autopista.
Había varias rutas distintas que Bishop podría haber tomado; un análisis de todos los radares y cámaras de circuito cerrado que las cubrían podría revelar con el tiempo cuál había elegido. Habían encontrado bastante tráfico a la salida de Londres y Grace sabía que en días diferentes, a horas diferentes, se podía tener suerte o no.
Esta noche habían recorrido la distancia en treinta y seis minutos. A una velocidad legal, el trayecto habría durado cerca de una hora. Branson había conducido como el viento y era un milagro que no les hubieran parado en ningún sitio. Con menos tráfico, o por una ruta distinta, imaginó que era posible bajar cinco o diez minutos ese tiempo. Lo que significaba que Bishop podría haber tardado veintiséis minutos.
Había que contemplar diversos factores. El recibo del restaurante de Phil Taylor demostraba que la factura se había pagado a las 22.54 de la noche del jueves. El reloj del datáfono no tenía por qué ser preciso al cien por cien necesariamente -era fácil que estuviera unos minutos adelantado o atrasado-. Como prefería pecar de cauteloso para darle a Bishop el beneficio de la duda, imaginó por el momento que iba cinco minutos atrasado. De esta forma, supuso que Bishop se había marchado del restaurante más o menos a las once en punto de la noche. Contemplando que no hubiera encontrado ningún atasco, pudo realizar el trayecto en taxi en quince minutos. Había que añadir un par de minutos para que Bishop sacara el coche del aparcamiento subterráneo de su edificio.
Bishop pudo estar en su vehículo, en Westbourne Grove, hacia las 23.20. La cámara de reconocimiento de matrículas en el puente de la salida 9 en Gatwick lo había registrado a las 23.47.
Veintisiete minutos para hacer un trayecto que a ellos les había llevado treinta y seis.
Y Bishop tenía un coche mucho más potente. El turismo más rápido del mundo.
El reloj de la cámara de reconocimiento de matrículas tampoco tenía que ser necesariamente exacto. Había un baile de minutos en esta cronología de los hechos, pero ahora tenía la seguridad de que era posible.
Apagó la radio.
– ¡Eh! -protestó Branson.
– Y no empieces a poner esa cosa en mi casa o dormirás en el cobertizo.
– No tienes ningún cobertizo.
– Compraré uno mañana por la mañana.
– Pero si eres un desastre con el bricolaje. Nunca sabes montar nada.
– Pues tendrás que rezar para que no llueva -luego, algo serio, preguntó-: ¿Me das tu valoración de Phil Taylor como testigo?
– Es sincero. Muy fardón, con ese coche y todo el tema. Un creído.
– ¿Está tapando a su cliente? ¿Está conchabado con Bishop por el dinero de la póliza?
Branson negó con la cabeza.
– No me pareció de esa clase. ¿Un ex inspector especial de Hacienda? Nunca se puede decir que alguien no delinquirá en su vida, pero a mí me pareció sincero. Un tipo majo, me ha caído bien. Pero ese coche… ¡Cabrón! ¡Le odio!
– Yo también creo que es sincero. Y sería un testigo creíble en un tribunal.
– ¿Entonces?
– Tú has hecho el trayecto en treinta y seis minutos. Según mis cálculos, Bishop tendría que haberlo hecho en veintisiete, minuto arriba, minuto abajo.
– Podría haber corrido más.
Grace se estremeció al pensarlo.
– Lo has hecho perfecto.
– ¿Por?
– Vamos a presentar cargos contra él.
Grace sacó el móvil y marcó el número particular del fiscal Chris Binns, con quien había estado en contacto durante los últimos dos días y cuya autorización necesitaría para imputar formalmente a Bishop. Explicó al abogado los últimos descubrimientos de esta noche y las limitaciones de tiempo que tenían con la detención de Bishop.
Quedaron en reunirse a las seis y media de la mañana en Sussex House.