La reunión matinal conjunta para las operaciones Camaleón y Mistral terminó poco después de las nueve. Reinaba el optimismo ahora que habían detenido a un sospechoso, acentuado por el hecho de que tenían a un testigo, una anciana que vivía enfrente del piso de Sophie Harrington y que había visto a Brian Bishop delante de la casa sobre la hora del asesinato. Con suerte, esperó Grace, ese análisis de ADN del semen presente en la vagina de Sophie Harrington se correspondería con el de Bishop. Huntington estaba acelerando el proceso y deberían recibir los resultados a lo largo del día.
Ahora albergaban pocas dudas sobre la vinculación entre los dos asesinatos, pero todavía ocultaban los detalles exactos a la prensa.
Estaban comprobando los nombres de las personas y las horas que había proporcionado Bishop en su primer interrogatorio, y Grace tenía un interés particular por ver si los registros telefónicos de British Telecom confirmaban que Bishop había solicitado una llamada despertador después de regresar a su piso el jueves por la noche. Aunque, por supuesto, esa llamada podría haberla realizado un cómplice. Con tres millones de libras del seguro de vida de su mujer, había que explorar detenidamente la posibilidad de que Bishop tuviera un colaborador, o más de uno, en realidad.
Se marchó de la sala de reuniones, deseoso de dictar un par de cartas a Eleanor, su ayudante de apoyo a la gestión, una de las cuales era relativa a los preparativos del juicio del detestable personaje Carl Venner, que había sido detenido en el último caso de asesinato que había llevado Grace. Recorrió apresuradamente los pasillos y accedió a una zona grande parcialmente abierta con moqueta verde que albergaba todos los despachos de los jefes del Departamento de Investigación Criminal y su personal de apoyo.
Para su sorpresa, mientras cruzaba la puerta de seguridad que separaba esta área del centro de investigaciones, vio una gran multitud congregada alrededor de una mesa, incluido Gary Weston, que era el inspector jefe del Departamento de Investigación Criminal de Sussex y, técnicamente, su superior inmediato, aunque en realidad él respondía principalmente ante Alison Vosper.
Se preguntó por un momento si era una rifa o el cumpleaños de alguien. Entonces, a medida que se acercaba, vio que nadie estaba de celebración. Todo el mundo parecía como en estado de shock, incluida Eleanor, que casi siempre parecía estarlo.
– ¿Qué pasa? -le preguntó Grace.
– ¿No te has enterado?
– ¿De qué?
– ¿De lo de Janet McWhirter?
– ¿Nuestra Janet, del DDI?
Eleanor asintió alentadoramente, detrás de sus grandes gafas, como si le ayudara a encontrar la solución a una charada.
Janet McWhirter había tenido, hasta hacía cuatro meses, un puesto de responsabilidad en Sussex House como jefa del Departamento de Datos Informáticos de la Policía, una sección importante integrada por cuarenta personas. Una de sus funciones principales era recopilar información e inteligencia para los inspectores que trabajaban aquí.
Era una chica soltera y poco agraciada de unos treinta y cinco años, callada y estudiosa y con un aspecto un poco anticuado. Era popular porque siempre estaba dispuesta a ayudar, a trabajar las horas que hicieran falta y porque era siempre muy educada. A Grace le recordaba, tanto por su aspecto físico como por su comportamiento silenciosamente serio, a un lirón.
Janet había sorprendido a todo el mundo al dimitir en abril, tras anunciar que había decidido pasar un año viajando. Luego, con mucho secreto y timidez, había contado a sus dos mejores amigas del departamento que había conocido a un hombre y que se había enamorado. Ya estaban prometidos e iba a emigrar a Australia con él; allí se casarían.
Fue Brian Cook, el jefe del Departamento de Apoyo Científico y uno de los amigos que Grace tenía aquí, quien se volvió hacia él.
– La han encontrado muerta, Roy -dijo con su voz directa-. Apareció en la playa el sábado por la noche arrastrada por las olas. Llevaba en el mar bastante tiempo. Acaban de identificarla por su ficha dental. Y parece que ya estaba muerta antes de que su cuerpo llegara al agua.
Grace se quedó en silencio un momento. Atónito. Había tratado mucho con Janet a lo largo de los años y sentía un gran afecto por ella.
– Mierda -dijo.
Por un instante fue como si un nubarrón hubiera cubierto las ventanas y, de repente, sintió que un remolino frío se removía muy dentro de él. La gente moría, pero su instinto le decía que había algo raro en todo aquello.
– Parece que no consiguió llegar a Australia -añadió Cook irónicamente.
– ¿Ni al altar?
Cook se encogió de hombros.
– ¿Se han puesto en contacto con su prometido?
– Acabamos de enterarnos hace unos minutos. También podría estar muerto -luego añadió-: Tal vez quieras pasarte y decirle algo al equipo de su departamento. Imagino que estarán todos muy afectados.
– Lo haré cuando tenga un momento. ¿Quién va a llevar la investigación?
– Aún no lo sé.
Grace asintió, luego alejó del grupo a su ayudante horrorizada y la llevó a su despacho. Apenas tenía diez minutos para dictarle las cartas antes de volver al centro de detención para el segundo interrogatorio a Brian Bishop.
Pero no podía borrar la carita feúcha de Janet McWhirter de su cabeza. Era una persona de lo más agradable y servicial. ¿Por qué iba alguien a matarla? ¿Un atracador? ¿Un violador? ¿Algo relacionado con su trabajo?
Meditando sobre ello, pensó para sí: «Trabaja para la Policía de Sussex durante quince años, gran parte de ellos en el DDI, se enamora de un hombre y cambia de profesión, de estilo de vida. Se va. Luego muere».
Grace creía firmemente en examinar primero lo más obvio. Sabía por dónde comenzaría, si el investigador jefe del caso fuera él. Pero en estos momentos, la muerte de Janet McWhirter, aunque profundamente espantosa y triste, no era problema suyo.
O eso creía.