Capítulo 23

Cleo desplegó sus habilidades cuando, poco después de las cinco de la tarde, Nadiuska de Sancha terminó al fin la autopsia de Katie Bishop.

Utilizando un cucharón sopero grande, Cleo sacó la sangre que se había escurrido en el abdomen de Katie, cucharada a cucharada, y la vertió en el desagüe. La sangre se almacenaría en un tanque temporal debajo del edificio, donde las sustancias químicas la disolverían poco a poco, antes de filtrarse al alcantarillado principal de la ciudad.

Después, mientras Nadiuska se inclinaba sobre la encimera, para dictar su resumen y rellenar el informe de la autopsia, la hoja de histología y la de la causa de la muerte, Darren entregó a Cleo una bolsa blanca de plástico que contenía todos los órganos vitales que habían extraído del cadáver y que había pesado en la balanza. Grace observó -con la misma fascinación mórbida que lo embargaba cada vez- cómo Cleo introducía la bolsa en el abdomen de Katie, como si rellenara un pollo con menudillos.

Observaba con la sombra de la llamada acerca de Sandy planeando sobre él. Pensativo. Necesitaba volver a llamar a Dick Pope, hacerle más preguntas, sobre cuándo exactamente había visto a Sandy, a qué mesa estaba sentada, si había hablado o no con los camareros, si estaba sola o con alguien.

Munich. Esa ciudad siempre había tenido una resonancia especial para él, en parte por las conexiones familiares de Sandy y en parte porque era una ciudad que estaba constantemente, de un modo u otro, en la conciencia del mundo. La Oktoberfest, el estadio de fútbol del Mundial, la sede de BMW, y creía recordar que, antes de Berlín, Adolf Hitler había vivido allí. Lo único que quería hacer en estos momentos era subirse a un avión y volar a Munich. Y podía imaginarse exactamente cómo le sentaría aquello a su jefa, Alison Vosper, que buscaba cualquier ocasión, por pequeña que fuera, para hundirle más en la espalda el cuchillo que ya le había clavado y librarse de él.

Darren salió de la sala y regresó con una bolsa de basura negra llena de correspondencia hecha trizas de la contribución municipal del ayuntamiento de Brighton y Hove. Sacó un puñado y comenzó a rellenar con el papel la cavidad craneal vacía de la mujer muerta. Mientras tanto, utilizando un alfiler grueso e hilo, Cleo comenzó a coser diligentemente pero con oficio el abdomen de la mujer.

Cuando acabó, lavó con la manguera el cuerpo de Katie para eliminar todas las manchas de sangre y luego inició la parte más sensible del procedimiento. Con sumo cuidado, la maquilló, añadiendo algo de color a sus mejillas, y le arregló el pelo. Al terminar parecía que Katie estuviera echándose una siesta.

Al mismo tiempo, Darren comenzó a limpiar la sala de autopsias alrededor de la mesa de Katie Bishop. Roció el suelo con un desinfectante con olor a limón, lo fregó luego con lejía, con el desinfectante Trigene y, por último, pasó el autoclave.

Una hora después, debajo de una mortaja púrpura, con los brazos cruzados y un pequeño ramo de rosas blancas y rosas frescas en la mano, Daniel llevó a Katie Bishop a la sala de observación, un área pequeña y estrecha con una ventana grande y el espacio justo para que los seres queridos se colocaran alrededor del cuerpo. Parecía una especie de capilla, con bonitas cortinas azules; allí, en lugar de un altar, había un pequeño jarrón con flores de plástico.


Grace y Branson estaban al otro lado de la sala, observando por el cristal mientras Brian Bishop entraba acompañado por la agente de Relaciones Familiares Linda Buckley, una mujer rubia con el pelo corto, de aspecto agradable y vigilante y unos treinta y cinco años, que vestía un traje sobrio azul oscuro y blusa blanca.

Los policías observaron cómo Bishop miraba el rostro de la mujer muerta, luego cómo buscaba debajo de la mortaja, sacaba su mano y la besaba. Después la apretaba con fuerza. Las lágrimas rodaron por su cara. Entonces cayó de rodillas, absolutamente superado por el dolor.

Era en momentos como aquél, y Grace había vivido demasiados a lo largo de su carrera, cuando deseaba ser otra cosa que no fuera policía. Uno de sus compañeros del colegio se dedicaba a la banca y ahora era director de sucursal de una sociedad de crédito hipotecario en Worthing, disfrutando de un buen salario y una vida relajada. Otro organizaba excursiones de pesca desde Brighton y, aparentemente, no tenía ninguna preocupación.

Grace seguía observándolo, incapaz de desconectarse de sus emociones, incapaz de evitar sentir el dolor de aquel hombre en cada célula de su cuerpo. Apenas pudo contener sus propias lágrimas.

– Joder, está sufriendo -le dijo Glenn en voz baja.

Grace se encogió de hombros; habló el policía que llevaba dentro, no su corazón:

– Tal vez.

– Dios mío, eres un cabrón desalmado.

– Antes no lo era -dijo Grace-. No lo fui hasta que dejé que me llevaras en coche. Tengo que ser un cabrón desalmado para sobrevivir a eso.

– Muy gracioso.

– Bueno, ¿aprobaste el examen de conducción avanzada de la policía?

– Suspendí, ¿vale?

– ¿En serio?

– Sí. Por conducir demasiado despacio. ¿Te lo puedes creer?

– ¿Yo, creerlo?

– Dios santo, me sacas de quicio. Siempre haces igual. Cada vez que te hago una pregunta, contestas con otra. Maldita sea, ¿es que no puedes dejar nunca de ser policía?

Grace sonrió.

– No tiene gracia. ¿Vale? Te he hecho una pregunta sencilla, ¿puedes creerte que me suspendieran por conducir demasiado despacio?

– Qué va.

¡Y realmente no se lo creía! Grace recordaba la última vez que Glenn le había llevado en coche, un día que su amigo practicaba la conducción a gran velocidad para el examen. Cuando Grace se bajó del coche con las extremidades intactas -más por suerte que por las aptitudes de Glenn para la conducción- decidió que antes prefería que le sacaran la vesícula sin anestesia que permitir que volviera a llevarle en coche.

– Pues es verdad, tío -dijo Branson.

– Es bueno saber que aún queda gente cuerda en el mundo.

– ¿Sabes cuál es tu problema, inspector Roy Grace?

– ¿Mi problema con qué?

– El que tienes con mi manera de conducir.

– Dime.

– No tienes fe.

– ¿En ti o en Dios?

– Dios evitó que esa bala me causara daños graves.

– Realmente lo crees, ¿verdad?

– ¿Tienes una teoría mejor?

Grace se quedó callado, pensativo. Siempre le resultaba más fácil aparcar sus preguntas sobre Dios en un lugar seguro y pensar en ellas sólo cuando le convenía. No era ateo, ni siquiera agnóstico, en realidad. Creía en algo -o al menos quería creer-, pero nunca sabía definir exactamente en qué. Nunca lograba aceptar abiertamente el concepto de Dios. Y luego, justo después, se sentía culpable. Pero después de que Sandy desapareciera, y ninguna de sus plegarias fuera atendida, perdió casi toda la fe.

Cosas que pasan.

Como policía, gran parte de su deber consistía en establecer la verdad. Los hechos. Igual que sucedía con todos sus colegas policías, sus creencias eran un asunto privado. Miró a Brian Bishop, al otro lado de la ventana. El hombre estaba totalmente abatido por el dolor.

O hacía puro teatro.

Pronto lo sabría.

Aunque en esos momentos, y aunque no fuera correcto pensar en un tema personal, Sandy ocupaba un lugar prioritario en su mente.

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