La cámara recorrió despacio, y con alguna sacudida, el dormitorio de los Bishop en el 97 de Dyke Road Avenue. Se detuvo unos momentos en el cuerpo desnudo de Katie Bishop, que tenía los brazos y las piernas abiertos, las muñecas atadas a los elegantes barrotes de la cama, la marca de la atadura en el cuello y la máscara antigás a su lado.
– Tenía la máscara antigás sobre la cara cuando la encontraron -dijo Roy Grace a su equipo, que ahora había aumentado a veinte miembros, concentrado en la sala de reuniones del centro de investigaciones viendo el vídeo que el SOCO había grabado de la escena del crimen.
La sala podía albergar a veinticinco personas corno máximo, sentadas en las duras sillas rojas dispuestas alrededor de la mesa rectangular, y otras treinta, si fuera necesario, de pie. Se empleaba a veces para celebrar ruedas de prensa para informar sobre delitos graves; por esta razón, al fondo, enfrente de la pantalla, había un tablón cóncavo de color azul, y de un metro ochenta de alto por tres de ancho, con la dirección de la página web de la Policía de Sussex, más la leyenda y el número de teléfono de Crimestoppers. Todas las declaraciones a los medios de comunicación tenían lugar en aquel escenario.
– ¿Quién se la quitó, Roy? -preguntó la inspectora Kim Murphy, con una voz afable pero muy directa.
Grace ya había trabajado antes con Kim, cuando llevaron a un terrateniente a juicio por conspiración de asesinato, caso que había concluido satisfactoriamente hacía poco, y la experiencia había sido buena. La había requerido para esta investigación como su ayudante. Era una policía alegre, asombrosamente inteligente, de unos treinta y cinco años; le caía muy bien. Además era una mujer atractiva, rubia con mechas, llevaba el pelo arreglado y corto por los hombros; su cara ancha y honesta con una sonrisa casi constante y cautivadora ocultaba, con mucha eficacia -para sorpresa y pesar de muchos delincuentes-, un carácter sorprendentemente duro, avispado y chulesco. A pesar de la importancia de su rango, había algo poco femenino en ella. Esta noche esa característica se hizo más evidente porque iba vestida con una chaqueta deportiva color beis con charreteras, bastante masculina, que llevaba encima de una camiseta blanca y con pantalones. La mayoría de los días llegaba al trabajo montada en una Harley-Davidson, de cuyo mantenimiento se ocupaba ella misma.
– La mujer de la limpieza -dijo-. Y sabe Dios qué pruebas más pisoteó.
Esa tarde Grace estaba esforzándose. Estaba esforzándose mucho. Se suponía que era el investigador jefe de un caso de asesinato, con todas las responsabilidades que eso conllevaba. Pero por mucho que intentara concentrarse, una parte de él estaba en otro lugar, en otra ciudad, en una investigación totalmente distinta: Sandy. Y acababa de darse cuenta de que se había olvidado por completo de llamar a Cleo para decirle a qué hora creía que estaría libre, intentaría enviarle un mensaje a escondidas durante la reunión.
De repente se sentía confuso acerca de su relación con Cleo. ¿Y si Sandy estaba realmente en Munich? ¿Qué pasaría si la encontraba?
Había demasiados imponderables. Aquí, en estos momentos, sentado en el área de trabajo en el mundo real de la MIR Uno, rostros expectantes lo observaban. ¿Eran imaginaciones suyas o lo miraban de un modo extraño?
«¡Vamos, cálmate!»
– Hora: seis y media, viernes 4 de agosto -leyó en sus notas. Se había sacado la chaqueta del traje, aflojado la corbata y desabrochado los dos botones superiores de la camisa por el calor sofocante-. Ésta es nuestra primera reunión informativa de la Operación Camaleón -prosiguió-. La investigación del asesinato de una mujer de treinta y cinco años identificada como Katherine Margaret Bishop, y conocida como Katie, en el 97 de Dyke Road Avenue, Hove, East Sussex. La reunión tiene lugar el día 1 tras hallarse su cadáver a las ocho y media de esta mañana. Ahora procederé a resumir los hechos.
Durante unos minutos, Grace repasó los acontecimientos que habían conducido al descubrimiento del cadáver de Katie. Cuando mencionó lo de la máscara antigás, Norman Potting le interrumpió, como era de esperar.
– Tal vez el tipo tenía gases crónicos, Roy. Y le dio la máscara antigás por consideración. -Potting miró a su alrededor con una sonrisa burlona. Pero nadie se la devolvió.
Por dentro, Grace gruñó.
– Gracias, Norman -dijo-. Tenemos mucho trabajo. Podemos prescindir de las bromas.
Potting siguió mirando a su alrededor, sonriendo inconteniblemente a su público, sin inmutarse al ver la perplejidad en los rostros de sus compañeros.
– También podemos prescindir de que alguien filtre este detalle de la máscara antigás -añadió Grace-. Quiero un silencio total al respecto. ¿Todo el mundo lo ha entendido?
No revelar a los ciudadanos información clave descubierta en una escena del crimen era una práctica habitual. De este modo, si alguien llamaba y mencionaba una máscara antigás, el equipo investigador sabría de inmediato que la persona decía la verdad casi al cien por cien.
Grace comenzó a repasar las tareas para cada miembro del equipo. Había que establecer el árbol genealógico de Katie Bishop, el nombre de todas las personas con las que se relacionaba, además de los historiales de éstas. Los agentes de Relaciones Familiares ya estaban ocupándose de ello, y aquel día, muy temprano, había asignado a Bella Moy la supervisión de este trabajo.
Bella leyó un listado de notas que tenía delante.
– De momento no tengo demasiado -dijo-. Katie Bishop; nombre completo de soltera: Katherine Margaret Denton, hija única, sus padres viven en Brighton. Se casó con Brian Bishop hace cinco años. Para ella fue su tercer matrimonio, para él, el segundo. No tiene hijos.
– ¿Alguna idea de por qué no? -preguntó Grace.
– No. -Bella pareció un poco sorprendida por la pregunta-. Bishop tiene dos de su primer matrimonio.
Grace anotó algo en su bloc.
– De acuerdo.
– Pasaba casi toda la semana en Brighton, normalmente iba a Londres una noche por semana. Brian Bishop tiene un piso allí, donde se aloja de lunes a viernes.
– ¿Su picadero? -aventuró Norman Potting.
Grace no respondió, pero Potting tenía razón. Ningún hijo después de cinco años de matrimonio y vidas prácticamente separadas no indicaban una relación especialmente estrecha. Aunque él y Sandy habían estado casados nueve años y no habían tenido hijos, pero había otras razones. Médicas. El comisario anotó algo más.
Alfonso Zafferone, que mascaba chicle y mostraba la habitual expresión de insolencia en su rostro, había recibido la orden de trabajar con el analista del sistema Holmes para determinar la secuencia de los hechos y elaborar una lista de sospechosos, en este caso y por el momento uno: su marido. Necesitaban una cronología completa sobre Brian Bishop para establecer si pudo estar presente durante el período de tiempo en que fue asesinada Katie. ¿Había habido homicidios similares en este condado, o en otros, últimamente? ¿Algo relacionado con una máscara antigás? Zafferone se reclinó en su silla; tenía los hombros muy grandes, por lo que Grace pensó que debía de hacer pesas. Y como todos los hombres de la sala, se había quitado la chaqueta. En las mangas de su elegante camisa negra lucía unos gemelos de strass y brazaletes de oro ostentosos.
Otra misión que Grace había asignado a Norman Potting era obtener los planos de la casa de los Bishop, una fotografía aérea de la propiedad y alrededores y la supervisión del registro detenido de todas las rutas de salida de la vivienda. También quería que Potting, y luego por separado el jefe forense de la Escena del Crimen, realizaran una evaluación detallada de la escena, incluyendo informes de los interrogatorios casa por casa que se habían llevado a cabo en el barrio y que habían comenzado a primera hora de la tarde.
Potting comunicó que los dos ordenadores de la casa ya estaban en la Unidad de Delitos Tecnológicos para su análisis; habían solicitado a British Telecom el registro de los últimos doce meses de la línea fija de la vivienda, al igual que los de los teléfonos móviles de los Bishop.
– Roy, he encargado a la Unidad de Telecomunicaciones que comprobara el móvil hallado en el coche de la señora Bishop -dijo Potting-. Había un mensaje de las once y diez de la mañana de ayer, una voz de hombre. -Potting miró su bloc de notas-. Decía: «Nos vemos luego».
– ¿Es todo? -preguntó Grace.
– Hemos intentado llamar, pero era un número oculto.
– Hay que averiguar quién era.
– He hablado con la compañía telefónica -contestó Potting-, pero no tengo manera de conseguir los registros hasta el lunes, cuando empiece el horario laboral.
Los viernes, sábados y domingos eran los peores días para iniciar una investigación de asesinato, pensó Grace. Los laboratorios estaban cerrados y también las oficinas de la administración. Eran momentos en que se necesitaba información urgente y se podían perder dos o tres días vitales para el caso.
– Graba el mensaje en una cinta. Le preguntaremos a Brian Bishop si reconoce la voz. Podría ser la suya.
– No, ya lo he comprobado -dijo Potting-. Apareció el jardinero, así que se la puse a él.
– ¿Figura en tu lista de sospechosos?
– Tendrá unos ochenta años y está un poco delicado de salud. Yo le pondría abajo del todo.
El comentario arrancó una sonrisa a todo el mundo.
– Según mis cálculos -dijo Grace-, esto le sitúa al final de una lista de dos.
Hizo una pausa para beber café, y luego tomó un sorbo de agua.
– Bien, en cuanto a los recursos. En estos momentos, todas las divisiones están relativamente tranquilas. Quiero que cada uno de vosotros calcule aproximadamente cuánta ayuda necesita para completar nuestro equipo. En ausencia de otras noticias importantes, es probable que tengamos el placer de recibir toda la atención de la prensa, así que quiero que quedemos bien y obtengamos un resultado rápido. Queremos un despliegue de medios total.
Grace sabía que la intención no era sólo contentar a los ciudadanos, pero no lo dijo. Se trataba, otra vez, de demostrar su credibilidad a su acerba jefa, la subdirectora Alison Vosper, que anhelaba que volviera a meter la pata.
Cualquier día de éstos, el hombre que ella había reclutado de la Met y que había ascendido al mismo rango que Grace, el canalla del comisario Cassian Pewe -su nuevo niño mimado-, finalizaría su período de convalecencia tras un accidente de tráfico y tomaría posesión de su cargo en Sussex House, con el objetivo tácito de robarle el puesto a Roy Grace y conseguir que lo trasladaran quién sabe dónde.
Al abordar las cuestiones forenses, Grace percibió que todo el mundo se concentraba un poco más. Haciendo caso omiso a las páginas repletas de detalles minuciosos y técnicos de Nadiuska de Sancha, fue al grano.
– Katie Bishop murió estrangulada con algún tipo de atadura alrededor del cuello, bien una cuerda delgada o bien un alambre. Se ha mandado tejido del cuello al laboratorio para practicar más análisis, lo que podría revelar cuál fue el arma del crimen -anunció, y bebió otro trago de café-. Se halló una cantidad importante de semen en la vagina, por lo que sabemos que mantuvo relaciones sexuales en algún momento próximo a su muerte.
– Tenía un buen polvo, la tía -farfulló Norman Potting.
Bella Moy se volvió para mirarle.
– ¡Qué ordinario eres!
– Norman -dijo Grace-, ya basta. Quiero hablar contigo después de la reunión. Ninguno de nosotros está de humor para tus chistes de mal gusto. ¿Comprendido?
Potting bajó la mirada como un colegial reprendido.
– No pretendía ofender, Roy.
Fulminándolo con la mirada, Grace prosiguió:
– Se ha enviado el semen al laboratorio para un análisis rápido.
– ¿Para cuándo se esperan los resultados? -preguntó Nick Nicholl.
– El lunes como muy pronto.
– Necesitaremos una muestra de Brian Bishop -dijo Zafferone.
– La hemos obtenido esta tarde -dijo Grace con petulancia por haberse adelantado al agente en este tema.
Miró a Glenn Branson en busca de confirmación. El sargento asintió con expresión triste y a Grace se le encogió el corazón de repente. El pobre Glenn estaba al borde de las lágrimas. Tal vez había sido un error obligarle a volver a trabajar tan pronto. En pleno trauma por su ruptura matrimonial, además de no sentirse físicamente en su mejor momento y con una resaca que aun no había remitido, éste no era un buen lugar para él. Pero ahora ya era demasiado tarde para lamentaciones.
Potting levantó la mano.
– Mmm, Roy… La presencia de semen… ¿Podemos suponer que existe un elemento sexual en la muerte de la víctima? ¿Que fue violada?
– Norman -dijo bruscamente-, las suposiciones son la madre de todas las cagadas. ¿De acuerdo? -Grace bebió agua, luego continuó-: Se han designado dos policías de Relaciones Familiares -dijo-. Las agentes Linda Buckley y Maggie Campbell…
El tono del móvil de Nick Nicholl lo interrumpió. Con una mirada de disculpa a Roy Grace, el joven agente se levantó, se dobló casi por la mitad, como si reducir su estatura fuera a bajar de algún modo el volumen del timbre del teléfono, y se alejó unos pasos de su área de trabajo.
– Inspector Nicholl -dijo.
Aprovechando la interrupción, Zafferone miró la cara de Potting.
– Has estado fuera, ¿verdad, Norman?
– En Tailandia -contestó Potting.
Sonrió a las señoras, como si creyera que las impresionaría que fuera un viajero tan exótico,
– Has vuelto con un bonito bronceado, ¿eh?
– He vuelto con mucho más que eso -dijo Potting, ahora con una sonrisa radiante. Levantó la mano y luego alzó el tercer dedo, en el que lucía una alianza de oro sencilla.
– Maldita sea -dijo Zafferone-. ¿Una mujer?
Bella se metió un Malteser medio derretido en la boca. A Grace le gustaba mucho su voz. Era suave, pero siempre muy directa. Pese a que debajo de la melena tenía una expresión que a veces parecía de otro mundo, Bella era muy perspicaz. Nunca se le escapaba nada.
– Ya vas por la cuarta esposa, ¿no?
– Así es -respondió él todavía sonriendo, como si fuera un logro del que debía estar orgulloso.
– Creía que no volverías a casarte, Norman -dijo Grace.
– Bueno, ya sabes lo que dicen, Roy: una mujer tiene la facultad de hacer cambiar de opinión a un hombre.
Bella le sonrió con más compasión que humor, como si Potting fuera un animal curioso y ligeramente grotesco de un zoo.
– ¿Y dónde la conociste? -preguntó Zafferone-. ¿En un bar? ¿En una discoteca? ¿En un salón de masajes?
Con expresión repentinamente tímida, Potting contestó:
– A través de una agencia, en realidad.
Y por un momento, Grace vio un destello poco común de humildad en el rostro del hombre. Una sombra de tristeza. De soledad.
– De acuerdo -dijo Nick Nicholl, se sentó de nuevo y se guardó el teléfono en el bolsillo-. Tenemos algo interesante.
Colocó su bloc de notas en la mesa, delante de él.
Todo el mundo lo miró con intensidad.
– El aeropuerto de Gatwick está en alerta de seguridad. Se han instalado cámaras de RAM en los puentes de acceso a ambos lados de la M23. Un Bentley Continental, registrado a nombre de Brian Bishop, fue grabado a las 23.47 de anoche. Iba por el carril sur, en dirección a Brighton. Hubo un problema con la cámara que enfoca al carril norte, así que no quedó registrado que regresara a Londres, en caso de que lo hiciera.
El RAM era el sistema de reconocimiento automático de matrículas que la policía y los servicios de seguridad utilizaban con más frecuencia para examinar los vehículos que entraban en una zona concreta.
Glenn Branson miró a Grace.
– Parece que suspendió tu test del parpadeo, Roy. Nos contó una trola. Dice que estaba acostadito en su cama de Londres a esa hora.
Pero aquello no disgustó a Grace. De repente se animó. Si podían obligar a Brian Bishop a confesar, tal vez esta noche, con un poco de suerte, la investigación concluiría casi antes de que hubiera comenzado. Y podría irse directamente a Munich, tal vez mañana incluso. Otra opción sería dejar a Kim Murphy al frente del caso, pero ésa no era su forma de trabajar. Le gustaba dedicarse por completo, estar al mando de todo, supervisar todos los detalles. Cuando tenías a alguien trabajando contigo, casi a tu nivel, aparecían los errores. Era fácil que se perdieran cosas importantes por el camino.
– Vamos a hablar con las agentes de Relaciones Familiares -dijo-. A ver si averiguamos algo más sobre el coche de Bishop. Quizá podamos refrescarle la memoria.