He leído que las noticias devastadoras tienen un impacto extraño en el cerebro humano. Funden el tiempo y el espacio, indeleblemente.
Tal vez forme parte del modo en que están programados los seres humanos, para darnos una señal de advertencia que marque un lugar peligroso en nuestras vidas o en el mundo.
Yo aún no había nacido, o sea que no puedo dar fe de ello, pero la gente dice que recuerda exactamente dónde estaba y qué hacía cuando escucharon la noticia, el 22 de noviembre de 1963, del magnicidio del presidente John E Kennedy a manos de un francotirador en Dallas.
Yo recuerdo dónde estaba y qué hacía cuando escuché la noticia, el 8 de diciembre de 1980, del asesinato de John Lennon. También recuerdo, muy claramente, que estaba sentado a la mesa de mi estudio, buscando en internet el cableado para un Jaguar Mark II 3.8 del 62, la mañana del domingo 31 de agosto de 1997, cuando escuché la noticia de que Diana, princesa de Gales, había muerto en un accidente de coche en un túnel de París.
En especial recuerdo dónde estaba y qué hacía exactamente la mañana de julio, once meses después, en la que recibí la carta que me destrozó la vida.