Por ahora nadie había dicho ni una palabra sobre su vestido. Ni Suzanne-Marie, ni Mandy, ni Cat, ni una sola de las amigas con las que se había tropezado en la fiesta esta noche parecía haberse fijado, lo cual era muy insólito. Cuatrocientas cincuenta libras y ni un solo comentario. Quizás estuvieran celosas.
O quizá le quedara fatal.
A la mierda con ellas. ¡Zorras!
Holly entró en otra habitación, donde parpadeaban las luces de colores, la gente se apiñaba, la música sonaba a todo volumen y el hachís impregnaba el aire con un olor penetrante, a goma. Apuró los últimos sorbos de su tercer martini de melocotón y se dio cuenta de que comenzaba a estar bastante alegre.
Al menos los hombres sí se fijaban en ella.
El vestido negro ribeteado de strass aún parecía más corto esta noche que en la tienda. Era tan escotado por delante que no cabía la posibilidad de llevar sujetador -y, joder, tenía unas tetas estupendas, así que ¿por qué no lucirlas?-. Del mismo modo, el vestido (o mejor dicho, su ausencia) le permitía lucir las piernas, casi cada centímetro de ellas, casi hasta el ombligo. Y se sentía muy bien con él, ¡malvadamente bien!
– Vaya veshtido. ¿De dónde eresh?
El hombre, que arrastraba las palabras a través de unos dientes pequeños afilados y puntiagudos que le recordaron a los de una piraña, se balanceó delante de ella y el humo de su cigarrillo le entró en el ojo.
Vestía pantalones negros de cuero, una camiseta negra ajustadísima, un cinturón de strass, y lucía un gran pendiente de oro. Llevaba uno de los peinados más estúpidos que había visto en su vida.
– De Marte -contestó ella y le esquivó, mirando a su alrededor, cada vez más preocupada por Sophie.
– ¿Norte o shur? -dijo el tipo, pero ella apenas le oyó.
Sophie no le había devuelto los dos mensajes que le había dejado para quedar con ella y tomar una copa antes de ir a la fiesta y compartir luego un taxi. Ahora eran las diez y media. Ya tendría que haber llegado, ¿no?
Abriéndose paso entre la multitud, buscando por todas partes a su amiga, llegó a las cristaleras abiertas y salió a la terraza relativamente tranquila. Una pareja estaba sentada en un banco, comiéndose la boca apasionadamente. Un hombre rubio de pelo largo, muy colocado, miraba a la playa y se sorbía la nariz repetidamente. Holly sacó el móvil de su bolso y comprobó si le había llegado algún mensaje, pero no tenía ninguno. Entonces marcó el número del móvil de Sophie.
De nuevo, saltó directamente el buzón de voz.
Probó con el número de su casa. También saltó el contestador.
– Ah, ¡aquí eshtásh! ¡Te había perdido de vishta! -Sus incisivos afilados brillaron demoníacamente con el destello de una luz estroboscópica-. ¿Hash shalido a tomar el aire?
– Y ahora voy a volver a entrar -dijo Holly, y regresó al tumulto de dentro.
Estaba preocupada, porque Sophie era una persona formal. Esto no era nada propio de ella.
Pero no estaba tan preocupada como para no divertirse esa noche.