Después de que el fiscal se marchara, Grace realizó una llamada interna a su amigo y compañero Brian Cook, el jefe del Departamento de Apoyo Científico, y le preguntó qué sabía sobre el MG quemado que había llegado al depósito de la policía la noche anterior.
– Aún no hemos asignado el caso a nadie del SOCO, Roy -dijo-. Hay mucha gente de vacaciones y todos los que están aquí trabajan sin parar en los dos casos de asesinato. ¿Por qué? ¿Crees que está relacionado?
– No, sólo siento curiosidad por qué ocurrió.
Pese a las indiscreciones de Glenn Branson, su relación con Cleo Morey aún no era de dominio público, y Grace se alegraba de que así fuera, pues le preocupaba que algunas personas, por la razón que fuese, lo consideraran poco profesional.
– Tengo entendido que es el coche de Cleo Morey, del depósito de cadáveres -dijo Cook.
Grace no estaba seguro de si había una insinuación intencionada en la voz del hombre o no.
Luego, disipando cualquier duda, Cook añadió, con una indirecta clara:
– Es amiga tuya, ¿no?
– Somos amigos, sí.
– Eso he oído. ¡Felicidades! Mira, te mantendré informado. Tenemos un agente en el hospital y parece que un hombre relacionado con el asunto está en soporte vital, así que tendré que redactar un informe completo. ¡Tú sólo dóblame el presupuesto y dame diez agentes del SOCO más!
Grace le dio las gracias, luego comprobó las notas de las reuniones que Eleanor había pasado a limpio. Cuando acabó, abrió la agenda de su Blackberry y repasó meticulosamente el programa del día. Al menos tenían buenas noticias para la rueda de prensa de esta mañana. A las dos de la tarde tenía que acudir a la vista para la fianza de Bishop, por si surgía algún problema. Luego tenía la reunión informativa de las seis y media. Y quizá terminaría pronto esta noche si no se producían avances importantes nuevos. Necesitaba desesperadamente recuperar horas de sueño, antes de que estuviera tan cansado que comenzara a cometer errores. Se sentía peligrosamente cerca de ese punto.
Tres jueces -dos mujeres y un hombre- estaban sentados en el juzgado número 3 de Edward Street. Era una sala pequeña y sencilla, con hileras escalonadas de asientos de madera y una zona pequeña para el público y la prensa en un lateral. Con la excepción del emblema Dieu et Mon Droit expuesto solemnemente en la pared del fondo, el lugar tenía más el ambiente de un aula que el aire inquisitorial de uno de los tribunales más espléndidos de esta zona de Sussex.
Brian Bishop, que ahora ya llevaba su ropa, una chaqueta beis encima de un polo y pantalones anchos azul marino, estaba de pie en el banquillo de los acusados, todavía con un estado de desolación absoluta.
Frente al tribunal estaban el fiscal, Chris Binns, el abogado de Bishop, Leighton Lloyd, y Grace y Branson, así como unos treinta periodistas, que abarrotaban la galería lateral.
Para su desgracia, Grace vio que hoy presidía el tribunal la rubia de bote Hermione Quentin, que lucía un vestido caro. Era la única juez de la ciudad que le caía realmente mal, pues había tenido un roce con ella este año, en este mismo juzgado, por un sospechoso que él quería retener; ella, de un modo totalmente ilógico -y peligrosamente, a su parecer-, rechazó su petición. ¿Haría hoy lo mismo?
La comparecencia fue breve.
Leighton Lloyd expuso sus argumentos apasionados y convincentes sobre por qué había que dejar en libertad bajo fianza a Bishop. Chris Binns lo destrozó demoledoramente. Los jueces sólo deliberaron unos momentos antes de que Hermione Quentin hablara.
– Fianza denegada -dijo con altivez, enunciando cada palabra con la precisión de una profesora de dicción, dirigiéndose alternativamente a Bishop y a su abogado-. La razón no es otra que la gravedad del delito. Creemos que existe riesgo de fuga por parte del señor Bishop. Somos conscientes de que la policía está investigando un segundo delito grave y el hecho de que el señor Bishop permanezca detenido evitará que pueda interferir con los testigos. Tenemos la sensación de que es importante proteger a los ciudadanos -luego, como si le hiciera un favor enorme a Bishop, dijo-: Como tiene su residencia aquí, creemos que será bueno para usted estar retenido en la cárcel de Lewes hasta el día del juicio. Permanecerá allí hasta el próximo lunes, cuando deberá volver a comparecer ante este tribunal.
Entonces cogió un bolígrafo y procedió a escribir algo.
La sala comenzó a vaciarse.
Grace salió de detrás de su banco, satisfecho. Pero mientras pasaba por delante del banquillo de los acusados, Bishop le habló.
– ¿Podría hablar un momento con usted, comisario?
Lloyd saltó de su asiento y se colocó entre los dos.
– Creo que no es aconsejable -le dijo a su cliente.
– Tampoco has hecho un gran trabajo que digamos -le contestó Bishop. Luego se volvió hacia Roy Grace-. Por favor, yo no lo hice. Por favor, créame -le imploró-. Ahí fuera hay alguien que ha matado a dos mujeres. A mi querida esposa y a una buena amiga mía. No deje de buscar a esa persona sólo porque yo esté encerrado. ¡Por favor!
– ¡Señor Bishop! -le reprendió Leighton Lloyd-. No diga nada más.
Grace salió de la sala con las palabras de Bishop resonando en sus oídos. Ya había escuchado antes este tipo de súplica desesperada de última hora, a criminales que eran totalmente culpables.
Pero, aun así, una profunda inquietud se apoderó de él de repente.