¿Qué estaba ocurriendo? ¿De verdad todo estaba cambiando? Tonio había vivido tanto tiempo aterrado por la idea de que nunca iba a suceder nada que, en esos momentos, se sentía totalmente desorientado.
Su padre llevaba dos días entrando y saliendo de la habitación de su madre. Habían llamado a un médico. Cada mañana, Angelo cerraba las puertas de la biblioteca y le ordenaba:
– Estudia.
Ya no salían a pasear por la piazza, y por la noche juraría que oía llorar a su madre. Alessandro fue a la casa, Tonio lo vio unos breves instantes. También oyó la voz de su prima Catrina Lisani. Idas y venidas continuas, y aún así su padre no lo mandaba llamar. No le pedía explicaciones. Y cuando se acercaba a la puerta de su madre le impedían el paso, como antes hicieran con su padre, y Angelo lo llevaba de vuelta a la biblioteca.
Entonces llegó la noticia de que Andrea se había caído en el muelle cuando subía a la góndola. Ni un solo día había dejado de asistir a las asambleas del Senado o del Consejo de los Diez, pero aquella mañana faltó a su cita. Aunque sólo se trataba de un esguince, no podría aparecer detrás del dux en la Senza.
Pero ¿por qué dicen eso, cuando él es tan indestructible y poderoso como la propia Venecia?, se preguntaba Tonio, cuyos únicos pensamientos estaban dedicados a Marianna.
Lo peor de todo era que, durante aquellas horas de espera, sentía un irrefrenable entusiasmo. Había experimentado ya antes esa sensación aquel mismo año: ¡algo iba a ocurrir! Y cuando recordaba la imagen de Marianna, gritando y pegándole ante el cuadro, se sentía como un traidor.
Había querido ponerla a prueba para que su padre entendiera el auténtico alcance de su enfermedad. Apartarla de la bebida, conseguir que la dejara, sacarla de aquellas tinieblas entre las que languidecía como la bella durmiente de un cuento de hadas francés.
¡Pero no la había conducido hasta el comedor para que sucediera aquello! No pretendía traicionarla. ¿Por qué no se habían enfadado con él? ¿Cómo se le había ocurrido llevarla al comedor? Cuando pensaba en ella, sola, rodeada de médicos y de parientes que no eran de su misma sangre, no podía soportarlo. Notaba el rostro caliente y las lágrimas que se le agolpaban en los ojos. Eso era lo peor.
Sin embargo, todo aquello encerraba un misterio que se extendía más allá de su comprensión, y que explicaría el cambio radical experimentado por su madre, su grito desgarrador. ¿Quién era en realidad aquel misterioso hermano de Istanbul?
La segunda noche después del incidente tuvo la respuesta a todas sus preguntas.
Mientras cenaba solo en su habitación, nada le hacía sospecharlo.
El cielo era de un hermoso azul intenso, inundado de luz de luna y brisa primaveral, y a ambos extremos del canal los gondoleros no cesaban de cantar. Una estrofa que se elevaba para ser respondida en otra parte, bajos profundos, altos tenores, y a lo lejos, los violines y la flautas de los músicos callejeros.
Mientras yacía en la cama, completamente vestido y demasiado cansado para llamar a su paje, le pareció oír a su madre cantando en el laberinto de aquella casa. Cuando ya había rechazado aquel pensamiento por estúpido, le llegó la modulada y extraordinariamente poderosa voz de Alessandro.
Luego cerró los ojos, contuvo el aliento, y percibió las notas diminutas y rápidas del clavicémbalo.
El sonido ya se había adueñado de su mente cuando alguien llamó a la puerta, y Giuseppe, el viejo criado de su padre, le indicó que lo acompañara: su padre quería verle.
Distinguió a su padre entre el grupo allí reunido. Se hallaba en la cama y, pese a encontrarse recostado en los almohadones, su figura era regia. Llevaba una bata muy amplia de terciopelo verde oscuro que recordaba las túnicas de los patricios.
Pero había en él tanta fragilidad, tanta lejanía…
El pequeño grupo de la habitación se encontraba apartado de Andrea, y cuando Tonio entró, su madre se levantó del clavicémbalo. Llevaba un vestido de seda rosa que acentuaba la fragilidad de su cintura y la palidez de su rostro. Sin embargo, se la veía rejuvenecida y sus ojos aparecían serenos como si cobijaran algún secreto prodigioso. Al darle un beso en la mejilla, sintió sus labios cálidos y pareció ansiosa de hablarle, aunque se contuvo, consciente de que debía esperar.
Cuando se inclinó para besar la mano de su padre, ella se puso a su lado.
– Siéntate aquí, hijo mío -le pidió Andrea. De repente, empezó a hablar, y su voz tenía algo de aquella atemporalidad que caracterizaba su enérgica expresión y hacia que la certeza de su edad pareciera algo injusta-. Los que aman la verdad más que a mi persona a menudo afirman que no pertenezco a este siglo.
– Signore -se apresuró a decir Lemmo-, de ser así, este siglo estaría perdido.
– Lisonjas y tonterías -replicó Andrea-. Me temo que es cierto y que el siglo está perdido, aunque no por esta causa. Y como decía antes de que mi secretario acudiera a ofrecerme un innecesario consuelo, no pertenezco a esta época y nunca me he inclinado con complacencia ante ella.
»Pero no voy a aburrirte con una letanía de mis errores, creo que resultarían más aburridos que instructivos. He llegado a la conclusión de que tu madre tiene que conocer más este mundo, y tú lo harás con ella. Alessandro, que desde hace tiempo desea dejar la Capilla Ducal, ha aceptado un cargo en esta casa. A partir de hoy, te dará clases de música, hijo mío, ya que tienes un gran talento, y la perfección en ese arte, si tú lo permites, puede darte un gran conocimiento de la vida. Además escoltará a tu madre siempre que salga y es mi deseo que organices el horario de tus estudios para poder acompañarlos. La palidez de tu madre se debe a la reclusión a que ha estado sometida, pero tú no padeces de esa timidez incurable. Tienes que procurar que este año disfrute del carnaval, que acuda a la Ópera. Tienes que convencerla de que acepte todas esas invitaciones que muy pronto recibirá. Consigue que permita a Alessandro acompañaros.
Tonio fijó la vista en su madre, no pudo evitarlo, y al cabo de un instante percibió su inmensa felicidad. Alessandro observaba a Andrea con admiración.
– Será una nueva vida para ti -prosiguió Andrea- y espero que aceptes tus obligaciones con agrado. Empezarás pasado mañana, durante la Senza. Yo no puedo ir; tú asistirás en representación de la familia.
Tonio intentó disimular su entusiasmo. Trataba de no mostrarse demasiado contento, aunque su rostro empezaba a esbozar una sonrisa por más que se mordiera el labio, inclinara la cabeza y murmurase un respetuoso asentimiento dirigido a su padre.
Cuando alzó la vista, su padre sonreía. Durante un instante prolongado pareció que su padre se encontraba en algún lugar privilegiado, lejos de aquella habitación y sus ocupantes. O tal vez vagaba perdido en un recuerdo. De pronto el placer se disipó en su rostro y con un gesto de resignación, despidió a los allí reunidos.
– Ahora tengo que quedarme a solas con mi hijo -dijo y tomó la mano de Alessandro-. Terminaremos tarde, será conveniente que duerma hasta avanzada la mañana. Oh, sí, antes de que se me olvide. Busca alguna pregunta importante que formular a sus antiguos preceptores, hazles sentir que son necesarios, asegúrales con delicadeza que nunca serán despedidos.
Había una apacible bondad en la sonrisa de Alessandro, en su manera de acatar aquella orden sin la más mínima extrañeza.
– Lleva velas a mi estudio -pidió Andrea a su secretario.
Se levantó de la cama con dificultad. Las puertas estaban cerradas, las habitaciones casi vacías.
– Por favor, excelencia, quedaos aquí -le pidió el signore Lemmo.
– Vete -dijo Andrea con una sonrisa-. Cuando me muera, no le cuentes a nadie lo mal que te he tratado.
– ¡Excelencia!
– Buenas noches -dijo Andrea.
El signore Lemmo los dejó.
Andrea avanzó hacia las puertas abiertas pero, con una seña, le indicó a Tonio que esperarse. Tonio lo vio entrar en una estancia rectangular que no conocía. Tampoco había estado nunca en la que ahora se encontraba, aunque la otra ejercía sobre él mayor fascinación. Había libros hasta el techo, entre las ventanas de maineles que daban al canal, y mapas en las paredes que mostraban los inmensos dominios del imperio veneciano. E incluso desde ahí, advirtió que se trataba de una Venecia de mucho tiempo atrás. ¿No se habían perdido todas esas posesiones? Sin embargo, en la pared, el Véneto seguía abarcando un vasto territorio. Se dio cuenta de que su padre se hallaba al otro lado del umbral, mirándolo con un ensimismamiento casi íntimo.
Tonio empezó a caminar hacia él.
– No, espera -dijo Andrea. Fue un murmullo tan leve que parecía estar hablando consigo mismo-. No tengas tanta prisa por entrar. En este momento todavía eres un muchacho, pero debes estar preparado para convertirte en amo y señor de esta casa cuando yo me vaya. Ahora reflexiona unos instantes más sobre tu ilusión por la vida. Saborea tu inocencia. Nunca se aprecia de veras hasta que se ha perdido. Reúnete conmigo cuando estés listo.
Tonio permaneció en silencio. Bajó la vista y fue consciente de que aquella deliberada obediencia a su orden le permitía pasar revista a su vida. En su imaginación, se encontró en el viejo archivo de la planta baja, oyó las ratas, el murmullo del agua. Hasta la casa misma anclada desde hacía dos siglos en las marismas, parecía moverse. Cuando alzó de nuevo los ojos, se apresuró a decir, en voz baja:
– Padre, estoy dispuesto.
Su padre lo llamó con una seña.