Capítulo2

Tonio permaneció dos horas con Carlo en la habitación.

El cuerpo de Carlo se enfrió y la luz acabó extinguiéndose, las velas se consumieron y los carbones quedaron reducidos a cenizas en el hogar. Tonio pensó en tapar a Carlo con su tabarro, en cruzarle las manos sobre el pecho, pero no lo hizo, y cuando la habitación estuvo por completo a oscuras, se puso en pie y se marchó de la casa en silencio.

Tonio no advirtió si alguien lo veía salir por la puerta lateral. No oyó pasos siguiéndole por aquellas calles que tan bien conocía. Ninguna sombra lo acechó mientras cruzaba la inmensa plaza vacía.

Cuando llegó a las puertas de San Marco y las encontró cerradas, se quedó como aturdido, incapaz de comprender durante unos momentos por qué no podía entrar. Al final se apoyó en las columnas del pórtico y miró hacia el cielo negro, más allá de la vaga silueta del Campanile.

En los Oficios del Estado sólo ardían unas pocas luces aisladas. De vez en cuando, los cafés de la piazza abrían sus puertas a la lluvia. Y los que corrían contra el viento no reparaban en él. Pronto se le helaron las manos y el rostro. Sin embargo, no se movió, y la lluvia racheada fue empapándole la ropa.

La noche avanzaba. El reloj daba la hora una y otra vez. Los cafés apagaron las luces, y hasta los mendigos abandonaron las arcadas. A su alrededor, la ciudad se disponía a dormir.

Los únicos indicios de civilización eran el tañido de la campana y el brillo incierto de unas antorchas distantes.

Le parecía que la aflicción y el frío eran una sola sensación. Y no creía en la rectitud de una única acción. Se esforzó en imaginar a los que amaba, en sentir su presencia. No bastaba con decir sus nombres como si fueran una plegaria. Se imaginó con el cardenal Calvino en un lugar tranquilo y seguro en el que intentaba explicarle lo que había ocurrido.

Pero sólo eran sueños.

Estaba solo y había matado a su padre.

Si podía seguir adelante, sería sólo para soportar aquella carga toda la vida. Nunca le contaría a nadie lo que había sucedido. Nunca pediría a nadie la absolución o el perdón.

Y finalmente, cuando el alba despuntó, se puso la capucha para ocultar su cara y se alejó de la piazza.

Miró por última vez aquellos edificios monumentales que antaño le parecieran el límite del mundo, y volvió la espalda a Venecia para siempre.

Загрузка...