Capítulo 13

Jueves, 3 de marzo de 2005

4:40 p.m.


Stacy levantó la mirada y vio que los detectives Malone y Sciame se dirigían hacia ella, cruzando la cafetería. Malone parecía furioso.

Había averiguado lo de su visita a Leonardo Noble.

“Lo siento, colegas. Éste es un país libre”.

– Hola, detectives -dijo cuando se acercaron a la mesa-. ¿Habéis venido a tomar un café? ¿O a hacerme una visita de cortesía?

– Suplantar a un agente de policía es un delito, Killian -comenzó a decir Spencer.

Ella sonrió dulcemente y cerró su ordenador portátil.

– Lo sé. Pero ¿qué tiene eso que ver conmigo?

– No te hagas la lista conmigo. Hemos hablado con Noble.

– ¿Leonardo Noble?

– Claro que Leonardo Noble, quién si no. El creador de Conejo Blanco, ése al que sus fans llaman el Conejo Blando Supremo.

– Me alegra ver que has prestado atención.

Detrás de Spencer, Tony se aclaró la garganta. Stacy vio que intentaba no reírse y decidió que le gustaba Tony Sciame. Era bueno tener sentido del humor en aquella profesión.

– Aun así -prosiguió-, sigo sin entender qué tiene ver eso conmigo.

– Le dijiste que eras detective del Departamento de Policía de Nueva Orleans.

– No -puntualizó ella-, él dio por sentado que lo era. O más bien su asistenta, en realidad.

– Que era exactamente lo que tú querías.

Ella no lo negó.

– Que yo sepa, eso no va contra la ley. A menos que aquí, en Luisiana, las leyes sean muy distintas a las de Texas.

– Podría detenerte por obstrucción.

– Pero no lo harás. Mira… -se levantó para quedar frente a frente con él-, podrías llevarme a comisaría, retenerme un par de horas, hacerme pasar un mal rato. Pero al final no podrías detenerme por falta de pruebas.

– Tiene razón, Niño Bonito -dijo Tony, y fijó su atención en ella-. Hagamos un trato, Stacy. No puedes ir por ahí interrogando a posibles sospechosos antes que nosotros. Necesitamos pillarlos por sorpresa, para evaluar sus reacciones. Pero eso ya lo sabes, fuiste policía. Sabes que no podemos permitir que pongas sobre aviso a los testigos. Que les des ideas. Eso empaña su testimonio. Yo diría que eso es obstrucción.

– Puedo ayudaros -dijo ella-. Y lo sabéis.

– No tienes placa. Estás fuera. Lo siento.

Ella no quería dar su brazo a torcer. Al menos, hasta que estuviera segura de que la investigación se hallaba en terreno sólido. Pero eso no pensaba decírselo a ellos.

– Entonces, consideradme una fuente. Una especie de soplona.

Tony asintió con expresión complacida.

– Bien. Si consigues alguna pista, pásanosla. Con eso no tengo ningún problema. ¿Y tú, Niño Bonito?

Stacy clavó los ojos en el más joven de los dos. Malone no se estaba dejando engañar por su aparente docilidad. Era más listo que la media, a fin de cuentas.

– No, ningún problema -dijo él sin mirar a su compañero.

– Me alegra que estemos de acuerdo. -Tony se frotó las manos-. Bueno, ¿qué tienen de bueno por aquí?

– A mí me gustan los capuchinos, pero todo está bueno.

– Creo que voy a probar uno de esos granizados que beben los adolescentes. ¿Tú quieres algo?

Spencer sacudió la cabeza sin apartar la mirada de Stacy.

– ¿Qué? -preguntó ella cuando Tony se alejó.

– ¿Por qué haces esto?

– Ya te lo dije. En el funeral.

– Meterte en la investigación es una locura, Stacy. Ya no eres policía. Fuiste la primera en llegar a la escena del crimen. Es muy posible que fueras la última persona que vio con vida a Cassie Finch.

– La última no, eso seguro. O sería su asesina. Y los dos sabemos que no lo soy.

– Yo no sé nada.

Ella resopló, llena de frustración.

– Dame un respiro, Malone.

– Ya te lo he dado, Killian. Pero el juego se acabó -se inclinó un poco hacia ella-. El hecho es que yo soy la ley y tú no. Ésta es la última vez que te lo pido civilizadamente. Apártate de mi camino.

Stacy lo miró alejarse y reunirse con su compañero, que acababa de dar el primer sorbo a la mezcla de chocolate y café granizado que había pedido. Sonrió para sí misma.

“Que gane el mejor, colegas”.

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