Capítulo 36

Lunes, 14 de marzo de 2005

Mediodía


Finalmente, Stacy aceptó trasladarse a la mansión de los Noble. No porque creyera que podía proteger a la familia. Ni porque sintiera que estaría más segura en compañía de otros.

Sino porque, cuanto más cerca estaba de los Noble, más cerca estaba de la investigación. Estando allí, Malone no podría dejarla de lado.

Había insistido, no obstante, en que Leo instalara un sistema de cámaras de vigilancia y había recomendado enérgicamente que Alicia y Kay se mudaran de la casa de invitados a la residencia principal. Aunque Kay se había negado, había obligado a Alicia a trasladarse. Ese mismo día habían llevado la cama de Alicia a la habitación que le servía de cuarto de estudio.

Equipada con su ordenador, una conexión a Internet de alta velocidad y televisión por cable, la chica apenas tenía motivos para salir de la habitación. O de la guarida, como Stacy la llamaba ya para sus adentros.

La reacción de Alicia ante aquel cambio mostraba el cinismo típico de los adolescentes. La muchacha asustada a la que Stacy había vislumbrado se había convertido de pronto en una malhumorada adolescente. Stacy empezaba a descubrir que convivir con una joven de esa edad se asemejaba a vivir con alguien que sufriera un trastorno de personalidad múltiple.

Stacy recogió los libros que necesitaba para su clase de esa tarde, salió y cerró con llave la puerta de su cuarto.

– Eso es un poco paranoico, ¿no crees?

Stacy miró hacia atrás. Alicia estaba junto a la puerta de su cuarto de estudio. Parecía aburrida.

Stacy sonrió.

– Más vale prevenir que curar.

– Bonito tópico.

– Pero cierto. ¿Qué tal te va?

– De fábula -hizo una mueca-. Hablando de tópicos…

Stacy acusó el sarcasmo de la joven.

– No pienso ponerme en tu camino.

– Lo que tú digas.

– El otro día estabas asustada. ¿Ya no?

– No -levantó un hombro-. Ya sé qué está pasando. Has organizado todo esto para acercarte a mi padre.

Stacy sofocó una exclamación de sorpresa.

– ¿Y por qué habría de hacer eso?

– Por la atracción de las estrellas.

Clark llamó a la niña para que volviera a sus estudios. El tutor miró a Stacy y levantó los ojos al cielo. Ella sonrió. Estaba claro que Clark había oído la conversación.

El resto del día pasó volando. Stacy estuvo enfrascada en un trabajo que tenía que presentar en clase la tarde siguiente. En lugar de trabajar en su cuarto, se instaló en la cocina para controlar quién entraba y salía de la mansión.

A la señora Maitlin no pareció entusiasmarle la idea.

– ¿Quiere que le traiga algo? -le preguntó la asistenta mientras se preparaba una taza de café.

– No tiene que servirme -Stacy sonrió-. Pero gracias por el ofrecimiento.

La asistenta estaba parada junto a la encimera con su café y parecía incómoda.

– Siéntese -Stacy le indicó la silla que había frente a ella.

– No quiero molestar.

– Ésta es su cocina -Stacy cerró su ordenador portátil, se levantó y se sirvió una taza de café.

La señora Maitlin se sentó, pero no sin antes sacar una lata de finas pastas de chocolate.

Stacy tomó una y volvió a su sitio.

– ¿Cuánto tiempo hace que trabaja para los Noble?

– Algo más de diecisiete años.

– Debe de gustarle su trabajo.

Ella no contestó, y Stacy tuvo la impresión de que había sobrepasado algún límite. O de que quizá la señora Maitlin no se fiaba de ella lo suficiente como para contestar a su pregunta.

– No soy una espía -le dijo con suavidad-. Sólo quería conversar.

– Sí, me gusta.

– Se vino a vivir con ellos. Supongo que fue una decisión difícil.

Ella levantó un hombro.

– No tanto. No tengo familia.

Stacy pensó en Jane.

– ¿Ni siquiera hermanos?

– No, ni siquiera.

Los Noble eran su familia.

La señora Maitlin miró su café un momento y luego volvió a fijar los ojos en Stacy.

– ¿Por qué está aquí? No es asesora técnica.

– No.

– Tiene algo que ver con esas tarjetas. Y con ese extraño mensaje.

– Sí.

– ¿Debería tener miedo?

Stacy se quedó pensando un momento. Quería ser sincera con ella, pero la línea que separaba una respuesta prudente de una respuesta alarmante era fina como el filo de una navaja.

– Tenga cuidado. Esté atenta.

Ella asintió con la cabeza con expresión de alivio, se llevó una galleta a la boca y luego volvió a dejarla sin haberla probado.

– Esto ha cambiado. No es como… -se interrumpió. Stacy no quiso presionarla-. Llevo con la familia desde antes de que naciera Alicia. Era un bebé precioso. Y una niña muy dulce. Tan lista. Ella… -se interrumpió de nuevo. Stacy percibía en ella una profunda tristeza-. Antes la casa estaba llena de risas. No reconocería al señor y la señora Noble. Y a Alicia. Ella… -la señora Maitlin miró su reloj y se levantó-. Será mejor que vuelva al trabajo.

Stacy estiró el brazo y le tocó la mano.

– Alicia es una adolescente. Es una época difícil. Para ellos. Y para todos los que los quieren.

La señora Maitlin pareció sobresaltada. Sacudió la cabeza.

– No es lo que piensa. Cuando ellos dejaron de reír, también dejó de reír Alicia.

Inquieta, recogió su taza y la llevó al fregadero. Vertió su contenido, aclaró la taza y la puso en el lavavajillas.

– Señora Maitlin…

Ella miró hacia atrás.

– ¿Puedo llamarla por su nombre de pila?

Ella sonrió.

– Me gustaría que lo hiciera. Me llano Valerie.

Stacy la miró alejarse mientras le daba vueltas a lo que le acababa de decir. ¿Cómo habían sido los Noble diecisiete años antes? ¿Por qué se habían divorciado? Se querían mucho, eso era evidente. Estaban comprometidos el uno con el otro y con Alicia, eso también saltaba a la vista. En esencia, seguían viviendo juntos.

Cuando ellos dejaron de reír, también dejó de reír Alicia.

Stacy miró su ordenador, luego se levantó y salió a la calle. Hacía un día radiante. La idea de seguir redactando su trabajo no la atraía, y le sentaba bien dar un rápido paseo por el jardín cada una o dos horas.

Levantó la cara hacia el cielo. En el horizonte iban acumulándose negros nubarrones. Daba la impresión de que la tarde soleada daría paso a una noche de tormenta.

Los del servicio de seguridad estaban instalando el nuevo sistema de vigilancia. Troy charlaba con uno de ellos mientras fumaba un cigarrillo. Antes había estado tomando el sol en una hamaca de la pradera de césped. Había colgado su polo amarillo en el respaldo de la tumbona. Stacy cayó en la cuenta de que sólo le había visto completamente vestido un par de veces.

Se sonrió. Hasta donde ella había visto, Troy tenía el trabajo menos estresante de la tierra. Rondaba por allí, esperando a que Leo le necesitara para algo: para hacer un recado o para llevarlo a alguna parte en coche. Tomaba el sol, lavaba los coches, fumaba.

Una vida dura. Stacy se preguntó cuánto cobraba y si ella podría solicitar el puesto.

El instalador apagó su cigarrillo y volvió al trabajo. Troy vio a Stacy y sonrió. Sus dientes resultaban casi sorprendentemente blancos en contraste con su rostro moreno.

– Hola, Stacy -dijo.

Ella se detuvo.

– Hola, Troy. ¿Trabajando un rato?

– Ya sabes, el típico día -señaló al instalador-. Están instalando un sistema de alta tecnología. Ese tío estaba intentando explicármelo -se encogió de hombros como diciendo que no había entendido nada-. El señor Noble, cuando compra algo, tiene que ser lo último. Sólo lo mejor -se rascó el pecho casi distraídamente-. Pero no entiendo por qué lo hace. Yo ando siempre por aquí. Vigilando.

– Puede que sea para cuando no estás.

Él asintió con la cabeza y frunció el ceño. Algo en su semblante sugería que él también, al igual que ella, estaba pensando en el sábado y en el mensaje que le habían dejado a Leo.

Quienquiera que hubiera escrito aquel mensaje había entrado y salido de la casa durante la hora que Troy y la señora Maitlin habían estado fuera.

El chofer guardó silencio, pensativo. Al cabo de un momento volvió a mirarla.

– ¿Qué está pasando? El sistema nuevo. Alicia mudándose a la casa grande. Tú. ¿Alguien ha amenazado a Leo o a Alicia?

– Alguien está jugando a un juego enfermizo -contestó ella-. Leo sólo está tomando precauciones.

Troy se quedó mirándola un momento. Los dos sabían que no estaba siendo del todo sincera. Pero él no se lo reprochó.

Se encogió de hombros y echó a andar hacia su tumbona.

– Si necesitas algo, estoy aquí.

Ella lo vio acomodarse y después levantó la vista hacia las ventanas del primer piso.

Y descubrió a Alicia observándola.

Levantó una mano para saludar a la muchacha. Pero, en lugar de devolverle el saludo, Alicia se apartó de la ventana bruscamente.

Stacy sacudió la cabeza, divertida en parte. Al parecer, no tenía que hacer nada de particular para ofender a la joven señorita Noble. Empezaba a sospechar que bastaba con que respirara.

“Lo siento, pequeña. Tendrás que aguantarte conmigo”.

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