Capítulo 63

Martes, 12 de abril de 2005

3:00 p.m.


Stacy detuvo el coche delante de la mansión de los Noble. Vio que Kay no había perdido el tiempo: un letrero de Se vende colgaba de la verja de hierro. En el camino de entrada había aparcado un monovolumen con el logotipo de una empresa de mudanzas.

Stacy aparcó, salió del coche y echó a andar hacia la casa. Cuando llegó al porche, Kay salía de la casa con un hombre al que Stacy no reconoció. Por cómo iba vestido y por el portafolios que llevaba en la mano dedujo que era de la empresa de mudanzas.

Kay y él se dieron la mano; él le dijo que se mantendrían en contacto y se marchó.

– Stacy -dijo Kay calurosamente, volviéndose hacia ella-, qué agradable sorpresa.

– Quería saber cómo estabais Alicia y tú. Ver cómo os va.

– Vamos tirando. Nos mudamos.

– Ya lo veo.

– Demasiados recuerdos -soltó un triste suspiro-. Ha sido especialmente duro para Alicia. Está muy callada.

“Apuesto a que sí. Seguramente tiene tanto miedo que no se atreve a hablar”.

Stacy chasqueó la lengua, esperando parecer convincente.

– Es lógico. Ha perdido a su padre de un modo traumático. Se vio expuesta a una situación tan horrenda que habría escapado a la comprensión de la mayoría de las chicas de su edad.

– La he llevado al psicólogo. Su médico dice que tardará algún tiempo en mejorar.

Kay Noble era la viva imagen del amor y la preocupación maternales. Una actuación digna de un premio, pensó Stacy. Digna de un Óscar.

– Sólo espero que algún día pueda olvidarlo.

– ¿Puedo verla?

– Claro. Pasa.

Stacy la siguió al interior de la casa. Vio que ya habían empezado a reunir las cosas para empezar a embalarlas. Miró a su alrededor.

– ¿Está Valerie? Me gustaría saludarla, si anda por aquí.

– Valerie se ha ido. Nos ha dejado.

– ¿De veras? Qué extraño.

– La había contratado Leo, y ahora que él no está… supongo que no se sentía a gusto.

La señora Maitlin se consideraba a sí misma mucho más que una simple “contratada”. Se consideraba un miembro más de la familia. Eso era evidente.

Stacy sintió lástima por aquella mujer. Pero sólo por un momento: dadas las circunstancias, estaba mejor fuera de allí.

Kay se acercó al pie de la escalera.

– ¡Alicia! -gritó-. ¡Stacy ha venido a verte! -esperó un momento y luego volvió a llamar a su hija.

Al no recibir respuesta, miró a Stacy.

– Ésa es otra: apenas sale de su cuarto.

Seguramente tenía miedo de salir. Posiblemente no soportaba ver a su madre.

Kay comenzó a subir las escaleras.

– Te debemos la vida, Stacy. Y quiero que sepas cuánto te agradezco lo que hiciste por nosotras. Los riesgos que corriste.

Sus ojos negros se llenaron de lágrimas y Stacy la felicitó de nuevo para sus adentros por su actuación.

– Si no hubieras aparecido en nuestras vidas… No quiero ni pensarlo. Nunca te olvidaremos.

– Yo tampoco a vosotros, Kay.

Llegaron al cuarto de Alicia; Kay llamó a la puerta, que estaba cerrada.

– ¿Alicia? Stacy ha venido a verte.

La chica salió a la puerta. Al ver a Stacy, sus labios se curvaron en una leve sonrisa.

– Hola, Stacy.

– Hola -dijo ella suavemente-. ¿Cómo estás?

La chica miró a su madre.

– Bien, supongo.

– Kay -dijo Stacy-, ve a hacer lo que tengas que hacer. Yo me quedo con Alicia un rato.

Kay vaciló un momento y luego asintió con la cabeza.

– Estaré abajo.

Stacy la vio salir de la habitación y luego condujo a Alicia al asiento de la ventana. Deseó poder cerrar la puerta, pero no quería despertar las sospechas de Kay.

Una vez sentadas, Stacy no perdió tiempo. Comenzó a decir en voz baja:

– Hoy recibí un paquete muy interesante -la chica no dijo nada y Stacy prosiguió-. Un ordenador portátil. Un Apple. ¿Sabes algo de eso?

Alicia miró hacia la puerta abierta, visiblemente atemorizada. Tragó saliva como si intentara hablar y no pudiera.

Stacy la agarró de la mano.

– Yo cuidaré de ti, te lo prometo. ¿Me has mandado tú el ordenador?

Ella asintió con la cabeza. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

– ¿De dónde lo has sacado?

– Me lo encontré -susurró Alicia-. En una caja de cosas que mamá separó para el camión de la basura.

El camión de la basura. Stacy flexionó los dedos, intentando contener la ira. Aquel ordenador había pertenecido a Cassie, era su más preciada posesión. El modo en que Kay se había deshecho de él era una metáfora perfecta del modo en que se había deshecho de la vida de Cassie.

– ¿Por qué miraste en la caja? -preguntó.

– La vi meter en ella algunas cosas de papá. Cosas que yo quería. Lo hace sin parar. Ella… -su garganta pareció cerrarse sobre aquellas palabras, y carraspeó-. Sabía que discutiríamos, que diría que todo lo que yo quería no eran más que porquerías, así que, cuando se fue a dar un masaje, rebusqué en la caja.

– ¿Y fue entonces cuando encontraste el ordenador?

– Sí. En una bolsa de basura negra. No sé por qué miré en la bolsa, pero en cuanto lo vi comprendí que había algo raro. Mamá nunca ha usado un Apple. Ninguno de nosotros tenía uno.

– ¿Qué pasó luego?

– Yo… lo abrí. Y lo encendí -se le quebró la voz y se le saltaron las lágrimas-. Reconocí a tu amiga. Y me di cuenta de lo que pasaba.

Sonó el teléfono de la casa. Stacy oyó el timbre en el recibidor. Una, dos veces. El ruido cesó, seguido por el leve murmullo de Kay contestando.

– ¿Por qué no avisaste a la policía?

– Porque yo… confío en ti. Sabía que no dejarías que se saliera con la suya -se miró las manos, que tenía unidas con fuerza sobre el regazo-. Me daba tanto miedo que descubriera lo que… había hecho. Lo que había encontrado. Creo que piensa…

– ¿Qué, Alicia?

– Creo que piensa matarme a mí también.

Stacy también lo creía.

– Voy a llamar a Malone -dijo suavemente, y echó mano de la funda de su teléfono, pero descubrió que estaba vacía.

Se lo había dejado en el coche.

– ¿Qué pasa? -preguntó Alicia.

– Me he dejado el móvil en el coche. Quédate aquí, enseguida vuelvo.

Ella la agarró de la mano y se la apretó con fuerza.

– ¡No me dejes!

– Sólo voy al coche un momento. Te prometo que…

– Usa el teléfono de casa.

Stacy sacudió la cabeza.

– Demasiado riesgo.

– Entonces yo también voy.

Stacy le soltó la mano.

– Quédate aquí. No debemos despertar las sospechas de tu madre.

– Por favor, Stacy -le tembló la voz-. Tengo miedo.

Y no era de extrañar, pobre criatura. Su madre era una asesina a sangre fría.

Stacy miró por la ventana del cuarto de Alicia. Su coche estaba aparcado junto a la acera. Podía recoger el teléfono y volver en cinco minutos. O menos.

– Llevo la Glock en el bolso. ¿Sabes disparar?

Ella sacudió la cabeza.

– No.

– Apunta y aprieta el gatillo. ¿Crees que podrás? -la chica asintió con la cabeza-. Te dejo la pistola, pero no la toques a menos que no te quede más remedio, ¿entendido?

Ella dijo que sí y Stacy abrió la ventana.

– Llámame si me necesitas. Puedo volver en cuestión de segundos.

Miró un momento más a la muchacha antes de salir de la habitación. Alicia estaba acurrucada en el asiento de la ventana, con el bolso abrazado contra el pecho.

Pobre chiquilla. ¿Cómo iba a superar todo aquello?

Stacy bajó las escaleras, obligándose a avanzar despacio por si aparecía Kay.

Llegó a su coche, sacó el teléfono y marcó el número de Malone.

El contestó. Parecía tenso.

– No puedo hablar.

La DIP

– Entonces limítate a escuchar. Ven a casa de los Noble. Trae a Tony y a un par de agentes contigo.

– No tengo tiempo para juegos ahora…

– A decir verdad, te llamo por el juego. Todavía está en marcha.

– ¿Estás…?

– ¿Segura? Absolutamente.

– ¡Stacy! ¡Ayuda!

Ella levantó la mirada; la silueta de las dos mujeres apareció en la ventana. Estaban forcejeando. Daba la impresión de que Kay intentaba reducir a su hija.

– ¡Apártate de mí! Te odio

Stacy masculló una maldición.

– ¡Tengo que colgar! Ven para acá.

– ¿Qué está…?

– Ven para acá. ¡Enseguida!

Colgó y corrió hacia la casa.

– ¡Asesina! -gritó Alicia-. ¡Tú mataste a papá!

Stacy llegó a los escalones, los subió a toda velocidad y cruzó el porche. El disparo sonó cuando llegaba a la puerta. A continuación se oyó un grito agudo.

“Dios, no. Por favor, que la chica esté a salvo”.

Stacy subió las escaleras de dos en dos y alcanzó el rellano en cuestión de segundos. Llegó al cuarto de Alicia. La muchacha estaba de cara a la ventana abierta. Stacy vio que la mosquitera estaba arrancada.

– Alicia…

La chica se giró. La pistola cayó de sus dedos.

– La he matado.

– ¿Dónde…?

Entonces lo comprendió. Corrió a la ventana y miró fuera. Kay yacía boca arriba en un cantero del jardín, con los ojos abiertos. Vacíos.

Alicia comenzó a llorar. El estrépito de las sirenas se mezcló con sus sollozos.

– Vamos -dijo Stacy suavemente y, rodeándola con el brazo, la condujo hacia la puerta-. Van a tener que hacerte algunas preguntas. Todo saldrá bien. Te doy mi palabra.

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