Capítulo 23

Miércoles, 9 de marzo de 2005

10:40 a.m.


– Habéis llegado muy tarde esta mañana -les espetó la comisaría O'Shay al tiempo que sacaba un pañuelo de papel de la caja que había sobre su mesa.

– No hemos podido evitarlo, comisaria -dijo Spencer-. Hemos estado entrevistando a media docena de conocidos de la víctima desde las ocho de la mañana.

– ¿Cuál es la situación?

– Una mujer muerta en la bañera. Una tal Rosie Allen. Tenía en su casa un taller de arreglos de ropa. Parece que murió ahogada. El informe del forense debería llegar esta tarde.

– No hay indicios de lucha -agregó Tony-. Ni heridas defensivas. Tenía las manos limpias. Suponemos que el asesino la drogó, quizá con una pistola de dardos.

– Iba a meterse en la cama -prosiguió Spencer-. Llevaba puesto el pijama y una bata. Pero de todos modos abrió la puerta.

La comisaria soltó un bufido y a continuación se sonó la nariz.

– Conocía a quien llamó a la puerta.

– Eso creemos. Pero aquí es donde la cosa se pone interesante. El asesino nos dejó un bonito mensaje. “Pobre Ratoncito, ahogado en un charco de lágrimas”.

– Escrito en la pared del cuarto de baño, detrás de la bañera -dijo Tony-. Con lápiz de labios.

– ¿El lápiz de labios? -preguntó O'Shay.

– Horrendo, un color naranja de vieja -Tony hizo una mueca de desagrado.

La comisaria lo miró con irritación.

– ¿Dónde está?

– Ha desaparecido. El asesino se lo llevó como trofeo o para cubrirse las espaldas.

– ¿Están seguros de que era de la víctima?

Tony se inclinó hacia delante.

– Afirmativo, comisaria. Todos sus conocidos han confirmado que se pintaba los labios de naranja.

Spencer puso a su jefa al corriente de la relación que unía a Rosie Allen y a los Noble y la informó sobre las tarjetas que había recibido Leonardo Noble, así como de la teoría de éste acerca de que un fanático había comenzado a jugar en la vida real.

Cuando acabó, ella se quedó mirándolo con ojos vidriosos.

– No tiene buena cara, comisaria -dijo él.

– Es la condenada alergia -contestó ella-. Está todo en flor.

– Incluyendo su nariz -Tony sonrió-. Si no le importa que se lo diga.

Ella sacó otro pañuelo de la caja.

– En absoluto. Si a usted no le importa trabajar en Tráfico.

– Me retracto, comisaria. Soy demasiado viejo y demasiado gordo para eso.

Un esbozo de sonrisa asomó a la boca de O'Shay.

– Háblenme de ese juego.

– ¿Ha oído hablar de Dragones y Mazmorras? Tuvo mucha repercusión en los medios hace unos años.

Ella asintió con la cabeza.

– En 1985 trabajé en un caso relacionado con un par de críos, un chico y una chica, que estaban muy metidos en el juego. Estaban enamorados, hicieron un pacto de suicidio y se mataron. La prensa hizo su agosto con el caso. Decían que el juego lavaba el cerebro a los chicos. Que los empujaba a cometer asesinatos y suicidios. Pero no era más que un bulo. La chica había sido diagnosticada clínicamente como depresiva, y los padres habían amenazado con separar a la pareja. El enfoque del juego complicó las cosas, nos hizo más difícil el trabajo.

Típico de los medios.

– Este juego es más oscuro que Dragones y Mazmorras. Por lo que he averiguado, es el más violento de todos. Está basado en la novela Alicia en el País de las Maravillas.

O'Shay masculló algo acerca de que nada era sagrado y volvió a sonarse la nariz.

– El juego consiste en matar o morir. El Conejo Blanco es el principal asesino.

– Y ahora ha cobrado vida -dijo O'Shay, mirándolos a ambos.

– Esa es la teoría de Noble -convino Spencer.

– Por el amor de Dios, que no se entere la prensa -la comisaría hizo una mueca-. Lo que nos hacía falta, una repetición del circo de 1985.

– Los Noble aseguran que ni siquiera sabían cómo se llamaba la víctima -dijo Tony-. Él no la reconoció cuando le enseñamos la foto.

– Era una de sus muchas sirvientas -dijo Spencer con sorna-. Según su ex mujer, Allen trataba sobre todo con la asistenta, la señora Maitlin.

– ¿Han hablado con ella?

– Sí. Pero no aportó gran cosa -comprobó sus notas-. Apenas la conocía. La encontró a través de un anuncio. Allen quedó en pasarse por la casa para tomar las medidas, lo cual por lo visto no era muy corriente. La asistenta la describió como una mujer ratonil. Literalmente.

Patti O'Shay frunció el ceño.

– Qué interesante.

– Eso pensamos nosotros -añadió Tony-. Estamos comprobando la base de datos del Centro Nacional de Información Criminal en busca de antecedentes. Sobre Maitlin. Y sobre el resto del servicio.

– Ninguno de ellos recordaba haberla visto. Pero podrían estar mintiendo, claro.

– ¿Algo más?

– Una buena noticia. Un respiro en los asesinatos de Finch y Wagner. Una de las huellas encontradas en la escena del crimen encaja.

– ¿Gautreaux?

– Bingo. También tenemos un pelo de Finch sacado de su chaqueta. Y uno de la camiseta de la víctima que podría encajar con el de él. No es suficiente para presentar cargos, debido a su relación anterior, pero…

– Es suficiente para que un juez ordene un análisis de ADN. Si ese pelo resulta ser de Gautreaux, es nuestro -O'Shay se llevó un pañuelo a la nariz-. Llamen al juez…

– Ya lo hemos hecho. Tendremos el mandamiento dentro de una hora.

– Buen trabajo, detectives. Manténganme informada.

Sonó su teléfono; ella lo descolgó y les indicó con un gesto que la reunión había acabado.

Spencer y Tony se levantaron y se dirigieron a la puerta. Allí Spencer se detuvo, se volvió hacia su tía y esperó a que acabara de hablar.

Ella colgó y lo miró inquisitivamente.

Sus ojeras preocupaban a Spencer. Así se lo dijo.

Ella sonrió con desgana.

– No te preocupes. Cuesta dormir cuando no puedes respirar. La alergia me está pasando factura.

– ¿Seguro que no es nada más?

– Absolutamente -ella se irguió y adoptó una expresión profesional-. Esta mañana oí algo que no me gustó nada.

Spencer se envaró ligeramente.

– ¿De quién?

– La pregunta pertinente no es de quién. Qué sería más apropiado.

– Está bien. ¿Qué has oído?

– Que estuviste de juerga en el Shannon hasta que cerraron. La noche anterior a una operación de vigilancia importante.

Spencer sintió agitarse su rabia y procuró dominarse.

– No estaba de servicio.

– No, no estabas de servicio. Pero tres horas después, sí -se levantó para mirarlo directamente a los ojos-. Con resaca, en tiempo.

– Hice mi trabajo -contestó él poniéndose a la defensiva.

– Usa la cabeza, Spencer. Piensa en lo que te hizo vulnerable para el teniente Moran.

Spencer sintió el impulso de protestar. Estaba enfadado. Cabreado con quien le había ido con el cuento a su tía.

Pero, sobre todo, estaba cabreado consigo mismo.

Ella apoyó las manos sobre la mesa y se inclinó hacia él.

– No vas a cagarla bajo mi mando. Antes te traslado. ¿Entendido?

De vuelta a la Unidad de Investigación Criminal. O peor aún. Su tía tenía mano en el Departamento. Sin duda se hallaba bajo el microscopio, presionada por los mismos sujetos que habían intentado aplacarlo a él asignándolo a la DAI.

Querían echarle. Imaginaban que no duraría.

Por eso le habían ofrecido aquella perita en dulce. Así el Departamento se ahorraba complicaciones legales… y sin ningún coste.

Spencer se irguió. Furioso. Sintiéndose traicionado por aquéllos en los que había confiado.

– Entendido, comisarla O'Shay. No se preocupe por mí, tengo los ojos bien abiertos.

Загрузка...