Capítulo 50

Viernes, 18 de marzo de 2005

8:10 p.m.


Stacy se quedó con Alicia e hizo cuanto pudo por consolarla mientras iban pasando los minutos. Le decía una y otra vez que su padre no había hecho nada malo y que, siendo inocente como era, no tenía nada que temer.

Al cabo de un rato, le pareció que la chica ni siquiera la escuchaba. Era como si se hubiera escapado a un lugar donde Stacy no podía alcanzarla. Si había notado que hacía más de una hora que su padre se había ido, no dijo nada.

Stacy también se quedó callada. Se aseguró de que se comieran la cena que les había dejado la señora Maitlin y luego recogió la cocina. Mientras tanto, repasó de nuevos los hechos, consciente de que pasaba el tiempo.

El e-mail del Conejo Blanco había llegado a las tres de la tarde, lo cual significaba que tenían hasta la misma hora del día siguiente para atraparlo.

¿Por qué perdía Malone el tiempo interrogando a Leo? Danson estaba detrás de todo aquello. Se lo decían las tripas.

Pero necesitaba pruebas.

Miró su reloj, sabiendo que era la enésima vez que lo hacía en el espacio de unos pocos minutos. ¿Por qué no había llamado Billie? Tenía la esperanza de que su amiga hiciera algún hallazgo rápidamente.

La llamó al móvil, dejó un mensaje y luego empezó a pasearse de un lado a otro.

– Ya lo he descubierto -dijo Alicia de pronto.

Stacy se quedó parada y la miró. La muchacha estaba sentada a la mesa de la cocina, con un bolígrafo en las manos, mirando fijamente lo que parecían unos garabatos dibujados en su servilleta de papel.

– ¿Qué has descubierto?

– Lo que está tramando el Conejo Blanco -señaló la servilleta-. El País de las Maravillas es un laberinto con forma de espiral.

Stacy se acercó a ella y vio que los garabatos eran en realidad una suerte de diagrama.

– Continúa -dijo.

– Yo estaba jugando la partida, avanzando por el País de las Maravillas. Cada víctima ha sido un paso que nos acercaba al epicentro del País de las Maravillas. El Rey y la Reina de Corazones -hizo una pausa-. Mis padres. Y yo.

A Stacy la asombró la serenidad de la muchacha.

– Pero ya habéis llegado a la Reina. Si está en el epicentro…

– El Conejo me dejó hacer el primer movimiento. Yo me salté el bosque gótico y llegué hasta ella. La incapacité y volví hacia atrás porque el bosque era un callejón sin salida. Desde allí no hay camino para llegar al Rey.

– ¿Y el Gato de Cheshire? El e-mail decía que iba a hacer un movimiento.

– Es lógico. El Gato de Cheshire cambia de forma. Y es un luchador feroz.

– Con largas garras y dientes afilados.

Ella asintió con la cabeza.

– He intentado ponerme en el lugar del antiguo socio de mi padre. Si es él, busca venganza. Quiere castigar a mi padre. Y a mi madre. ¿Y qué mejor modo de hacerlo que utilizar el juego que papá le robó?

– ¿Que le robó? No es eso lo que tengo entendido que ocurrió.

– Intento meterme en su cabeza, pensar como él. Está furioso. Resentido. Su vida fue un fracaso. Papá, en cambio, tuvo mucho éxito.

– Entonces, no está loco -murmuró Stacy-. Sólo quiere aparentar que lo está.

– No está loco -dijo Leo detrás de ellas-. Es brillante.

– ¡Papá! -exclamó Alicia, y corrió hacia él-. ¿Estás bien?

Leo la tomó en sus brazos y la estrechó con fuerza.

– Estoy bien, tesoro.

Pero no lo estaba, pensó Stacy. Parecía haber envejecido diez años en las últimas diez horas. Las arrugas que rodeaban sus ojos y su boca eran más profundas, y la luz de sus ojos parecía haberse extinguido.

Los detectives le habían apretado las tuercas.

– ¿Cómo ha ido? -preguntó ella quedamente.

– Estoy en casa -su sencilla respuesta hablaba por sí sola.

Alicia le apretó la mano.

– ¿Tienes hambre? -al ver que él negaba con la cabeza, la muchacha frunció los labios-. Voy a hacerte un sándwich. Y queda un poco del gumbo de pollo que dejó la señora Maitlin.

– Un sándwich.

Alicia no le preguntó de qué lo quería. Stacy la observó mientras le preparaba a su padre un sándwich de mantequilla de cacahuete, miel y plátano. También le sirvió un vaso de leche.

Mientras los miraba, Stacy sintió un nudo en la garganta. Era una escena extrañamente dulce, la muchacha ocupándose del padre. A pesar de su jactancia de adolescente, Alicia adoraba a Leo.

La muchacha la miró.

– Papá y yo solíamos desayunar esto todos los sábados por la mañana.

– Mientras veíamos los dibujos animados -él tomó un bocado y se lo tragó con un sorbo de leche.

– Su favorito era el Correcaminos.

– Por el Coyote -dijo él.

– ¿Cuál era el tuyo? -le preguntó Stacy a Alicia.

– No me acuerdo. Puede que el mismo -sus ojos se empañaron-. ¿Alguna noticia de mamá?

– No me han dicho nada -Leo dejó el resto del sándwich en el plato-. Estoy seguro de que la están buscando, Alicia.

El color inundó las mejillas de la muchacha.

– ¡No, no la están buscando! Están perdiendo el tiempo interrogándote a ti.

Stacy estaba de acuerdo. Pero mantuvo la boca cerrada.

– Me han hecho muchas preguntas -murmuró Leo-. Sobre mi relación con Kay. Sobre nuestro acuerdo financiero, sobre mis últimos contratos de licencia. Sobre lo que hice anoche.

– ¿El registro dio algún resultado?

– Claro que no.

– A veces, una cosa en apariencia insignificante puede cobrar importancia. Esas cosas suceden, Leo.

Él se removió, incómodo, y fijó la mirada en un punto por detrás de ella.

Stacy entornó los ojos ligeramente. ¿Había algo que Leo no quería decirle?

Él volvió a mirarla y sacudió muy levemente la cabeza. Como si dijera “aquí no”.

Stacy comprendió. Además, su hija y él necesitaban estar solos.

Y ella tenía que hablar con Malone. Estaba empeñada en convencerle de que tenía razón.

Se disculpó, agarró su bolso y las llaves de su coche y salió. Al montarse en el coche llamó a Malone desde el móvil.

– ¿Dónde estás? -le preguntó.

– En casa -parecía tan cansado como Leo.

– ¿Dónde vives?

– ¿Por qué?

– Tenemos que hablar.

Él se quedó callado un momento.

– Estoy harto de hablar, Killian.

– Alicia me ha contado algo más sobre el juego -una pequeña exageración, pero podría sobrellevarla-. Y no tengo muy buena memoria a corto plazo.

Él le dio apresuradamente su dirección y colgó.

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