Capítulo 52

Sábado, 19 de marzo de 2005

7:15 a.m.


Stacy se despertó temprano. Gimió, se desperezó y se sobresaltó al darse cuenta de dónde estaba. Y de lo que había hecho.

Mierda. Mierda. Joder. Joder.

¿Qué le pasaba?

Abrió los ojos un poco. Spencer estaba tumbado a su lado, durmiendo. Había apartado a puntapiés la manta y Stacy vio que estaba desnudo. Gloriosa, fabulosamente desnudo.

Cerró los ojos con fuerza. Él no había exagerado acerca de sus habilidades en la cama. Aquel hombre era tan ardiente que podía derretirse mantequilla sobre su espalda.

¿Qué habría pensado de ella?

No. No le importaba lo que pensara. Lo de esa noche había sido un tremendo error, un error estúpido. Otro que añadir a su cada vez más larga lista de meteduras de pata.

En otro tiempo, había sido una mujer muy lista. Muy capaz.

Apenas podía recordar qué se sentía siéndolo.

Se deslizó cuidadosamente hacia el borde de la cama para no despertarlo. Pensó en levantarse, recoger sus cosas y marcharse antes de que se despertara.

Así tendría tiempo para preparar su discurso del "olvidemos que esto ha pasado".

Se desplazó hacia el borde de la cama. El ángulo en que estaba tumbada le facilitaba una escapada de cabeza. Apoyó las manos en el suelo; deslizó el torso por el filo de la cama.

Cuando se disponía a hacer el descenso final, él la agarró del tobillo.

Mierda. Mierda. Joder. Joder.

Estaba despierto. Y allí estaba ella, colgando a medias de la cama. Desnuda. Y con el culo en pompa.

– ¿Te importaría soltarme, por favor? -logró decir.

– ¿Tengo que hacerlo? -Stacy advirtió su tono divertido e hizo una mueca-. La vista es espectacular.

– Gracias. Pero sí, tienes que hacerlo.

– ¿Por favor?

Ella gruñó y él la soltó. Stacy se deslizó fuera de la cama y aterrizó en el suelo con escasa elegancia.

Spencer se inclinó sobre el borde y le sonrió.

– Te mueves con mucho sigilo esta mañana, Killian. ¿Estás cansada? ¿Demasiado dolorida para ponerte de pie?

Ella enrojeció.

– Sólo estaba… iba a…

– Al baño.

– A casa.

– ¿Pensabas largarte sin decirme adiós? ¿O gracias por un buen rato? Qué cutre, Killian.

Ella arrancó la sábana de un tirón, se envolvió en ella y se levantó.

– No hagas esto más difícil de lo que ya es.

Spencer se apoyó en un codo.

– ¿Es difícil?

– Ya sabes lo que quiero decir. Es violento. Y embarazoso.

– Ah, claro -apartó el lado de la manta que aún lo cubría y salió de la cama. Y se quedó parado, completamente desnudo, delante de ella-. Sé lo que quieres decir. Muy embarazoso.

Se merecía morir, pensó ella. Por desgracia, se había dejado la Glock en casa de los Noble.

Por fin se decidió por lo que tenía más a mano: una almohada. Se la tiró mientras él se dirigía al cuarto de baño. Falló, y la almohada golpeó el marco de la puerta del baño y cayó al suelo.

Con la risa de Spencer resonándole en los oídos, recogió sus bragas y se las puso sin soltar la sábana. Encontró su sujetador, se aseguró de que la puerta del baño seguía cerrada y dejó caer la sábana. Después fue por sus pantalones.

Estaban tirados sobre la cómoda. Los recogió y se puso colorada al recordar cómo se los había quitado y los había arrojado luego a su espalda.

Su teléfono móvil, enganchado a la cinturilla, estaba vibrando. Recordó que le había quitado el volumen. Lo desenganchó y vio que tenía un mensaje de texto.

El juego es emocionante, ¿verdad? Lo será aún más para ti.

Pronto, Stacy. Muy pronto.

Volvió a leer el mensaje con la sangre zumbándole en los oídos. Sabía que era del Conejo Blanco. Una advertencia.

Ella era la siguiente.

Miró su reloj. Eran las 7:20 de la mañana. El reloj de la partida seguía en marcha. Faltaban poco más de siete horas para que Alicia tuviera que hacer su siguiente movimiento. Contra el Gato de Cheshire.

¿Quién le había mandado el mensaje? ¿Leo? ¿Danson?

¿O ninguno de los dos?

La puerta del baño se abrió y Spencer salió. Se había atado una toalla alrededor de la cintura. Apenas le cubría, pero Stacy le agradeció el esfuerzo.

– Bonito conjunto -dijo él, refiriéndose a su sujetador y sus bragas.

– Ha contactado.

– ¿Cómo dices?

– Un mensaje de texto, en mi móvil. Echa un vistazo.

Se acercó a ella, se quedó de pie a su espalda y leyó el mensaje por encima de su hombro. Cuando acabó, la miró a los ojos.

– ¿Quieres devolverle la llamada?

– Me encantaría.

Ella apretó el botón de rellamada. El pitido de la línea sonó una vez y un instante después saltó un buzón de voz. Stacy ladeó el teléfono para que Spencer también lo oyera.

– Hola. Ha llamado a Kay Noble, de Creaciones País de las Maravillas. Deje su mensaje y me pondré en contacto con usted.

Stacy puso fin a la llamada.

– Esto no tiene buena pinta.

– No, maldita sea -Spencer se acercó a la cama, recogió su móvil y marco un número-. Arriba, Gordinflón. Tenemos trabajo.

Mientras hablaba con su compañero, Stacy recogió el resto de su ropa y entró en el cuarto de baño para acabar de vestirse. Cuando regresó a la habitación, Spencer estaba completamente vestido y se estaba poniendo la sobaquera.

Ella se acordó del tiempo en que llevaba sobaquera. Recordó su peso, cómo se le ceñía al costado. Cómo se sentía cuando la llevaba.

– Tony está intentando que localicen desde dónde se ha hecho la llamada. La compañía telefónica podrá darnos una posición aproximada en el peor de los casos. En el mejor, con tecnología GPS, podrá establecer la localización exacta. Intuyo que eso será lo que ocurra. Dudo que Kay Noble no llevara un móvil último modelo.

– Crees que está muerta, ¿verdad?

Él se quedó parado y la miró.

– Espero que no.

Pero aquello no tenía buena pinta. Ni para Kay Noble. Ni para ella.

Seis horas, cuarenta y cinco minutos. Y contando.

– Necesito que me hagas un favor -dijo.

El arqueó una ceja inquisitivamente.

– Quiero hablar con Bobby.

– Eso va a ser difícil. Está en la prisión de Old Parish. Dudo que te haya incluido en su lista de visitas.

– Tú podrías conseguirme acceso.

– ¿Y por qué iba a hacerlo?

– ¿Porque me debes una?

– Después de lo de anoche, yo creía que era al revés.

Tenía razón, pensó Stacy esbozando una sonrisa. Pero se mantuvo en sus trece, de todos modos.

– Si yo no hubiera herido al señor Gautreaux, tú no tendrías la sangre que lo relaciona conmigo y con esas tres estudiantes violadas.

Spencer cruzó los brazos.

– Cierto.

– Mira, sólo quiero hablar con él. Quiero oír de sus propios labios que no mató a Cassie y a Beth.

Él se quedó callado un momento y luego suspiró.

– Está bien, veré qué puedo hacer. Pero tienes hasta las dos de la tarde.

– Y luego ¿qué? ¿Me transformo en calabaza?

– Luego pondré a una docena de hombres a seguirte los pasos. Si ese tipo intenta acercarse a ti, estaremos esperándolo.

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