Capítulo 49

Viernes, 18 de marzo de 2005

6:30 p.m.


Stacy lo siguió con la mirada sintiendo un nudo en la boca del estómago. El pasado la inundó de pronto, tan denso y amargo que estuvo a punto de ahogarla. No sería aquella la primera vez que se equivocaba. No sería la primera vez que la engañaban. Que alguien se aprovechaba de sus buenas intenciones.

Luchó por respirar con normalidad. Por dominar sus emociones.

El pasado no iba a repetirse. Ella ya no era la misma.

– ¿Stacy?

Se volvió. Alicia estaba junto a la puerta de su habitación. Todo en sus ademanes sugería que podía derrumbarse en cualquier momento.

La muchacha se llevó un dedo a los labios, señaló la habitación que estaban registrando los detectives y le hizo señas de que se acercara.

Stacy miró a los policías, pasó después delante de la puerta abierta y se introdujo tranquilamente en el cuarto de Alicia.

Alicia la condujo al otro lado de la habitación. Tenía las manos trémulas y pegajosas. Se detuvo ante la mesa y encendió el ordenador. El aparato cobró vida y empezó a cargarse rápidamente.

Stacy miró a la muchacha, extrañada, y vio que estaba al borde de las lágrimas.

– Sé lo que cree la policía. Los he oído hablar. Pero no es cierto. Mi padre no le ha hecho nada a mi madre. Ni a nadie más. Lo sé.

– ¿Cómo, Alicia? ¿Cómo lo sabes?

Ella inclinó la cabeza y giró la pantalla del ordenador. Tocando unas cuantas teclas, hizo aparecer una pantalla en la que se veían varias entradas con sus respectivas fechas. Pulsó la más reciente, fechada ese mismo día a las tres de la tarde. Era un correo electrónico.


El Ratón, el Cinco y el Siete han sido eliminados. La Reina está comprometida. El Gato de Cheshire está a punto de hacer su movimiento. Sus garras son largas, sus dientes afilados.

– ¿Qué contestas?


Stacy sabía qué estaba mirando: una partida en Conejo Blanco.

Pero no cualquier partida. La partida.

– He pensado que lo mejor sería… Quería que vieras esto primero. Por mi madre. Y por mi padre.

Su madre. La Reina de Corazones.

Stacy refrenó su excitación, el impulso de sacarle información a la muchacha a la fuerza.

– ¿Quién es el Conejo Blanco, Alicia?

– No lo sé. Lo conocí en un chat sobre juegos de rol. Pero es amigo mío, no me haría daño ni a mí ni a nadie.

– ¿Amigo tuyo? -Stacy intentó no levantar la voz-. Está muriendo gente, Alicia.

– Sé lo que parece, pero no puede… juntó las manos-. Es sólo un juego. ¿Verdad?

La muchacha ansiaba que la convencieran, que la reconfortaran. Por desgracia, Stacy no podía hacerlo.

– Rosie Allen está muerta. Su asesino dejó un mensaje junto al cuerpo: “pobre ratoncito, ahogado en un charco de lágrimas”. August Wright y Roberto Zapeda también han muerto. El asesino dejó un mensaje junto a sus cuerpos: “las rosas ya son rojas”. A juzgar por las tarjetas y el mensaje que apareció en el despacho de tu padre, esa pareja representaba al Cinco y al Siete de Espadas -hizo una pausa para que sus palabras hicieran mella en la muchacha-. Ahora tu madre ha desaparecido. Y da la casualidad de que en vuestra partida la Reina de Corazones “está comprometida”. ¿Es sólo un juego, Alicia? Dímelo tú.

La chica se derrumbó.

– Yo no… no lo sabía -logró decir entre sollozos-. Hasta que… mamá… entonces yo… comprendí que el Conejo Blanco me estaba… utilizando… y decidí…

– Vamos a resolver todo esto -dijo Stacy suavemente-. Lo haremos juntas. Descubriremos quién es y le detendremos.

Alicia se enjugó las lágrimas y la miró a los ojos.

– ¿Cómo? Dime qué tengo que hacer.

Stacy asintió con la cabeza, sintiéndose orgullosa de la muchacha.

– Primero, la Reina está comprometida. ¿Qué significa eso?

– Es una estrategia de juego. Incapacitar a uno de los jugadores y pasar a otro. Regresar luego para… para matar.

Regresar para matar. Claro.

Kay todavía estaba viva.

– Tú sabes lo que eso significa, Alicia. Tu madre todavía está viva.

Los ojos de la muchacha se agradaron y volvieron a llenarse de lágrimas. Esta vez de alivio, supuso Stacy.

– ¿Quién es? -preguntó de nuevo-. Debes de tener alguna idea.

– No. De verdad -se retorció las manos-. Nos conocimos en un chat. Nos hicimos… amigos. Me preguntó si quería jugar.

– ¿Desde cuándo lo conoces?

– Desde hace unos ocho meses. Puede que un año.

– ¿Te sugirió alguna vez un encuentro?

– No -levantó la barbilla-. Y, de todos modos, yo no habría ido. No soy tan estúpida.

Se sonrojó al darse cuenta de que tal vez lo era, teniendo en cuenta el cariz que habían tomado las cosas.

– Sé que es muy listo. Hablamos de todo tipo de cosas. De antropología, de psicología, de arte… Sabe de todo.

Un verdadero hombre del Renacimiento.

Stacy levantó la mirada hacia la estantería que había encinta del ordenador. Se fijó en la ecléctica mezcolanza de títulos, desde ciencia ficción a textos jurídicos, pasando por manuales de juego. Alicia tenía incluso un ejemplar del DSM-IV, el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, la guía clínica de la enfermedad mental. El psiquiatra del Departamento de Policía de Dallas tenía un ejemplar en su despacho.

– ¿Qué me dices de su edad? -preguntó Stacy.

Alicia contrajo la cara, pensativa.

– Es más mayor que yo, estoy segura. Parecía maduro.

Parecía maduro. Lo cual ejemplificaba uno de los peligros de conocer gente en la red, pensó Stacy: la imposibilidad de hacerse una idea clara de la edad o el carácter de esas personas. La dependencia de la versión de la realidad del otro.

– ¿Más mayor? ¿Tanto como tu padre?

Alicia sacudió la cabeza.

– No tanto. Nos gustaba la misma música y esas cosas. Cuando le hablaba de mis padres, lo entendía todo perfectamente.

– De tus padres -repitió ella-. ¿Qué les contabas de ellos?

Alicia pareció avergonzada, entristecida.

– Me quejaba de que me trataban como a un bebé. De que no me dejaban ir a la universidad, cosas así -se le llenaron los ojos de lágrimas-. Teniendo en cuenta las circunstancias, ojalá pudiera retirar todo eso.

Stacy continuó insistiendo.

– ¿Cómo se juega online?

– Es un cuerpo a cuerpo. Yo estoy luchando contra los monstruos del País de las Maravillas.

– El Ratón, el Cinco y el Siete de Espadas y así sucesivamente.

– Exacto. El argumento es el mismo, pero yo soy la única esperanza del futuro.

– Depende de ti matar al Conejo Blanco y a sus secuaces y salvar de ese modo el mundo.

Ella asintió con la cabeza.

– El Conejo Blanco controla absolutamente el juego. Crea las trampas, los monstruos, todo. Antes de iniciar la partida, se me informa de los monstruos a los que me tendré que enfrentar. Pero no de cuándo ni de cómo tendrá lugar la confrontación. También se me informa de sus poderes, de su fuerza y sus armas. Así la lucha es más igualada. Intentas desarrollar el poder o el arma necesarios para derrotar al oponerte, y de ese modo se elimina la tentación de improvisar sobre la marcha.

– ¿El juego lo determinan los dados, como en la versión en vivo?

– Sí. Los dados electrónicos. El Conejo Blanco me envía el resultado de todos los movimientos que se hacen contra mí. Y también el resultado de mis movimientos contra los otros jugadores.

– ¿Cómo sabes que te está diciendo la verdad? Él tiene los dados.

– ¿Qué sentido tendría mentir?

En una partida normal, con un maestro de juego normal, ninguno.

Pero ¿con un chiflado como aquél?

– Mi amiga Cassie, ¿podía formar parte de esta partida?

– No estoy del todo segura, pero creo que no.

– ¿Hablaste con ella del Conejo Blanco o de esta partida en el Café Noir?

– No.

– Me estás diciendo la verdad, ¿no? Es muy importante.

– No hablé con ella de esto, te lo juro. Hablábamos de los juegos en general, pero no del Conejo Blanco. Eso no se hace, y menos aún con un extraño.

Stacy la creyó.

– ¿Quién sabía que estabas jugando?

– Nadie.

Aquello le resultaba difícil de creer. Así se lo dijo.

– ¡Es cierto! El Conejo Blanco es así. Supongo que papá lo sospechaba. Sabía que jugaba. No es raro que un jugador online juegue distintas partidas al mismo tiempo.

– ¿Sabes qué monstruos quedan por delante?

Alicia tecleó un código para acceder a la partida. Leyó en voz alta.

– El Sombrerero Loco y la Liebre de Marzo. El Rey de Corazones. El Gato de Cheshire. Y el Conejo Blanco.

– ¿Cuándo tienes que mover?

– Pronto.

– ¿No puedes darle largas? ¿Retrasar tu movimiento?

– No más de veinticuatro horas. Si no, quedo automáticamente eliminada.

Y en aquella partida quedar eliminada resultaba fatal.

– Creo saber quién es, Alicia.

– ¿Quién? Papá, no.

– No, no es tu padre. Es Dick Danson.

– ¿El socio de mi padre? Pero si está…

– ¿Muerto? Puede que no -Stacy le habló de su viaje a California y de lo que allí había averiguado-. Aún no tengo pruebas, pero las tendré.

– ¿Pronto?

– Voy a intentarlo. Lo primero que tenemos que hacer es hacer venir a Malone y Sciame. Tenemos que mostrarles lo que me acabas de enseñar.

Una expresión de pánico cruzó su semblante.

– ¿Y si no me creen? ¿Y si creen que…?

– No lo harán -dijo Stacy, apretándole suavemente la mano-. Yo estaré contigo.

– ¿Me lo prometes?

Stacy se lo prometió y después se acercó a la puerta y llamó a Spencer y a Tony. Malone asomó la cabeza por la puerta del dormitorio de al lado.

– Creo que deberíais echarle un vistazo a esto -dijo ella, haciéndole una seña.

Se acercaron al ordenador. Stacy giró el monitor hacia ellos y, mientras observaba el rostro de Spencer, advirtió el momento justo en el que él entendía qué estaba mirando.

Spencer miró a Alicia.

– Creo que tiene algo que explicarnos, señorita Noble.

Stacy se apresuró a informarlos de cuanto Alicia acababa de decirle: cómo se había introducido en el juego, dónde había conocido al Conejo Blanco, cómo se jugaba online. Y que, si tenían razón, Kay estaba todavía viva.

– Alicia no se dio cuenta de que estaba metida en esto hasta que desapareció su madre -concluyó-. Entonces hizo lo que debía y habló.

Spencer le lanzó una mirada qué denotaba claramente que eso le correspondía juzgarlo a él.

– ¿No tienes ni idea de quién puede ser el Conejo Blanco?

– No -ella miró a Stacy como si buscara su confirmación.

Stacy notó que le temblaban los labios.

– Tendremos que confiscarte el ordenador -dijo él-. Podemos seguirle la pista y…

Stacy le interrumpió.

– ¿Podemos hablar en el pasillo? Ahora mismo.

Él asintió con la cabeza, a pesar de que parecía irritado. La siguió al pasillo y la miró de frente, con los brazos en jarras.

– ¿Qué pasa?

– No podéis llevaros el ordenador.

Spencer arqueó inquisitivamente una ceja.

– ¿Y eso por qué?

– Alicia tiene que responder al Conejo Blanco en un plazo de veinticuatro horas o su personaje quedará eliminado. Y, en este juego, quedar eliminado significa el final.

– Mierda -Spencer desvió los ojos y luego volvió a fijarlos en ella-. ¿Alguna sugerencia, Killian?

– Copiad todos sus archivos. Apuesto a que el ordenador tiene una copiadora de CD incorporada, así que no llevará mucho tiempo. Lleváoslos a la central.

– ¿Y dejar abierta la comunicación entre ella y ese cabrón?

– Cerrarla podría ser más peligroso para ella. Además, le haría sospechar que andamos tras él. Entre tanto, puedes conseguir una orden judicial para que su servidor de correo electrónico os entregue el nombre y la dirección del titular de la cuenta de correo del Conejo Blanco.

Spencer se quedó mirándola un momento con los ojos entornados y luego asintió con la cabeza.

Unos instantes después, Tony estaba colgado del teléfono móvil, poniendo en marcha su plan. Alicia se había dejado caer al borde de la cama, con los brazos cruzados sobre la tripa. Stacy estaba sentada a su lado, escuchando a Tony.

– ¿Qué está pasando, Stacy?

Antes de que ella pudiera contestar, Alicia vio a Leo.

– ¡Papá! -gritó.

Corrió hacia su padre y se arrojó en sus brazos.

– ¡Yo no quería que esto pasara! ¡No lo sabía, te lo prometo!

– Nena., ¿qué…?

– Señor Noble -le interrumpió Spencer-, tiene que acompañarnos a comisaría para proseguir con el interrogatorio.

– ¡No! -gritó Alicia. Se giró bruscamente hacia Spencer-. ¡Él no ha hecho nada! ¿Es que no ven que…?

– No pasa nada, tesoro -Leo se apartó de ella-. Sólo van a hacerme unas preguntas. Volveré dentro de una hora.

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