Sábado, 19 de marzo de 2005
8:45 p.m.
Spencer hizo algo mejor que llamar a Stacy: fue a verla. Llamó al timbre.
Stacy contestó a la puerta tras un par de timbrazos. Spencer no estaba seguro, pero tenía la impresión de que había estado llorando.
– ¿No te has enterado? El juego ha acabado. Leo ha muerto.
El levantó una bolsa de comida para llevar.
– Me he pasado por el Subway. ¿Has comido?
– No tengo hambre.
– ¿Te apetece tener compañía?
– ¿Por qué no? -ella dio media vuelta y entró en la casa.
Spencer cerró la puerta a su espalda y la siguió.
Acabaron en la cocina. Él vio una botella de cerveza sobre la mesa. A su lado estaba la Glock.
Stacy se acercó a la nevera, sacó otra cerveza y se la dio.
– Gracias -Spencer quitó el tapón y dio un largo trago mientras veía a Stacy volver a la mesa y agarrar su botella-. Nada de esto es culpa tuya -dijo suavemente.
– ¿No? ¿Estás seguro? -en su voz vibraba una mezcla de dolor y rabia-. Leo ha muerto. Lo más probable es que Kay también esté muerta. Me contrataron para protegerlos. Y, si es así, Alicia… -se le quebró la voz-… ahora es huérfana. He hecho un buen trabajo, ¿no crees?
– Lo has hecho lo mejor que has podido.
– ¿Se supone que eso debe hacer que me sienta mejor? -cerró los puños-. Estaba justo delante de mis narices. Todo el tiempo estuvo…
Spencer se acercó a ella, la hizo levantarse y tomó su cara entre las manos.
– Estuvo todo el tiempo delante de las narices de todos. Tú eres la única que descubrió lo que estaba pasando.
Los ojos de Stacy se llenaron de lágrimas.
– Para lo que ha servido…
Intentaba con todas sus fuerzas dominarse. Concentrarse en su furia. Fingir que no sufría. Que no se sentía impotente.
Spencer le acarició las mejillas con los pulgares.
– Lo siento.
– Déjalo. Deja de mirarme así.
– Lo siento, Killian, no puedo.
Se inclinó y la besó. A ella le temblaron los labios. Spencer sintió el sabor salobre de sus lágrimas.
Ella apoyó las manos abiertas sobre su pecho.
– Déjalo -dijo otra vez-. No hagas que me sienta débil.
– Porque tienes que ser fuerte.
Ella levantó la barbilla.
– Sí.
– Para poder enfrentarte a los malos. Darles una patada en el culo, quizás incluso salvar el mundo.
Stacy se apartó de él.
– Creo que deberías irte.
– ¿Para que te quedes a solas con el señor Glock?
– Sí.
– Como quieras, Stacy. Si cambias de idea, tienes mi número.
Apuró su cerveza, recogió la bolsa de la comida y se fue. Se acercó al coche patrulla de la policía de Nueva Orleans que había aparcado enfrente del dúplex. Se inclinó y saludó a los agentes que había dentro.
– No le quiten ojo a la casa. Yo voy a dormir un par de horas y luego vuelvo.