Capítulo 3

Lunes, 28 de febrero de 2005

2:20 a.m.


Stacy se estremeció y volvió a colocar a César contra su pecho. El cachorro, apenas destetado, protestó con un gemido. Debería haberlo dejado en su cesta, pensó Stacy. Le dolían los brazos; y en cualquier momento el perrillo se despertaría y querría jugar.

Pero se había resistido a separarse de él. Aún no se sentía con fuerzas.

Frotó la mejilla contra su cabeza suave como la seda. En el tiempo transcurrido entre su llamada y la llegada de los primeros policías, había vuelto a su apartamento, guardado su Glock y recogido una chaqueta. Tenía permiso de armas, pero sabía por experiencia que un civil armado en la escena de un crimen era, en el peor de los casos, sospechoso y, en el mejor, una distracción.

Nunca antes se había hallado a aquel lado de los acontecimientos (la espectadora impotente, amiga de una de las fallecidas), aunque el año anterior había estado aterradoramente cerca. Su hermana Jane había escapado por poco de las garras de un asesino. En aquellos momentos, cuando había creído perderla, Stacy había decidido que estaba harta. De la insignia. De lo que la acompañaba. De la sangre. De la crueldad y la muerte.

De pronto se le había hecho patente que ansiaba una vida normal, una relación sana. Con el tiempo, una familia propia. Y eso no sucedería mientras siguiera en aquella profesión. El trabajo policial la había marcado de un modo que hacía imposible lo “normal” y lo “sano”. Como si llevara una M invisible. Una M de mierda. Lo peor que la vida podía ofrecer. La más espantosa degradación humana.

Se había dado cuenta de que nadie podía cambiarle la vida, salvo ella.

Y allí estaba otra vez. La muerte la había seguido. Sólo que esta vez había encontrado a Cassie. Y a Beth.

Un súbito arrebato de ira se apoderó de ella. ¿Dónde demonios estaban los detectives? ¿Por qué tardaban tanto? A aquel paso, el asesino estaría en Misisipi antes de que aquellos dos acabaran de examinar la escena del crimen.

– ¿Stacy Killian?

Ella se volvió. El más joven de los dos detectives se hallaba tras ella. Le enseñó su insignia.

– Soy el detective Malone. Tengo entendido que fue usted quien nos llamó.

– Sí.

– ¿Se encuentra bien? ¿Necesita sentarse?

– No, estoy bien.

El señaló a César.

– Bonito cachorro. ¿Es un labrador?

Ella asintió con la cabeza.

– Pero no es… era… de Cassie -detestaba el modo en que se adensaba su voz y luchó por controlarla-. Mire, ¿podríamos empezar de una vez?

El levantó las cejas ligeramente, como si lo sorprendiera su brusca respuesta. Seguramente le parecía fría e indiferente. No podía saber lo lejos que estaba de la verdad: aquello la afectaba tanto que apenas podía respirar.

Malone sacó su cuaderno de notas, una libreta de espiral de tamaño bolsillo, idéntica a las que antes usaba ella.

– ¿Por qué no me cuenta exactamente qué ha pasado?

– Estaba durmiendo. Me pareció oír disparos y fui a ver cómo estaban mis amigas.

Algo cruzó el semblante del detective y se esfumó.

– ¿Vive aquí? -indicó su apartamento.

– ¿Sola?

– No sé si eso importa, pero sí, vivo sola.

– ¿Desde hace cuánto tiempo?

– Me mudé la primera semana de enero.

– ¿Y antes dónde vivía?

– En Dallas. Me mudé a Nueva Orleans para estudiar en la universidad.

– ¿Conocía bien a las víctimas?

Las víctimas. Stacy hizo una mueca al oír aquella expresión.

– Cassie y yo éramos amigas. Beth llegó hará cosa de una semana. La antigua compañera de piso de Cassie dejó los estudios y volvió a casa.

– ¿Diría que eran buenas amigas? Sólo se conocían desde hace… ¿cuánto? ¿Un par de meses?

– Supongo que no deberíamos serlo. Pero sencillamente… conectamos.

Él no parecía muy convencido.

– ¿Dice que se despertó al oír disparos y que fue a ver a sus amigas? ¿Por qué estaba tan segura? ¿No podían haber sido petardos? ¿O el tubo de escape de un coche?

– Sabía que eran disparos, detective -apartó la mirada y luego volvió a clavarla en él-. Fui policía diez años. En Dallas.

El levantó un poco las cejas otra vez; obviamente, aquel dato alteraba sustancialmente la opinión que se había formado de ella.

– ¿Qué pasó luego?

Stacy le explicó que salió al porche, rodeó la casa y vio la luz de Cassie encendida.

– Entonces me di cuenta de que el ruido… procedía de la casa de al lado.

El otro detective apareció en la puerta. Malone siguió la mirada de Stacy y se giró. Ella aprovechó la oportunidad para observarlos a ambos. El policía veterano emparejado con el novato engreído, un dúo inmortalizado en multitud de películas de Hollywood.

Stacy sabía por experiencia que la pareja de ficción resultaba mucho más efectiva que su modelo en la vida real. Con excesiva frecuencia, el más mayor estaba quemado o era un vago, y el más joven un fanfarrón.

El otro se acercó a ellos.

– Detective Sciame -dijo.

Al oír su voz, César abrió los ojos y movió la cola. Stacy lo dejó en el suelo y le tendió la mano al detective.

– Stacy Killian.

– La señorita Killian fue policía.

El inspector Sciame volvió a mirarla. Sus ojos castaños tenían una expresión cálida y amistosa. Y también inteligente. Tal vez fuera un vago, pensó ella, pero era listo.

– ¿Ah, sí? -dijo él mientras le estrechaba la mano.

– Detective de primer grado. Homicidios, Departamento de Policía de Dallas. Llámenme Stacy.

– Yo soy Tony. ¿Qué haces en nuestra hermosa ciudad?

– Estudio en la universidad. Literatura inglesa.

Él asintió con la cabeza.

– Te hartaste del trabajo, ¿eh? Yo también he pensado en dejarlo unas cuantas veces. Pero ahora que estoy a punto de jubilarme no tiene sentido cambiar de aires.

– ¿Por qué decidiste ponerte a estudiar? -preguntó Malone.

– ¿Y por qué no?

El frunció el ceño.

– La literatura inglesa está muy lejos de la investigación policial.

– Exacto.

Tony señaló la mitad de la casa en la que vivía Stacy.

– ¿Echaste un vistazo a la escena del crimen?

– Sí.

– ¿Qué opinas?

– A Cassie la mataron primero. A Beth, cuando se levantó a ver qué pasaba. El robo no es el móvil. Ni la violación, aunque eso tendrá que decidirlo el patólogo. Creo que el asesino era un amigo o un conocido de Cassie. Ella lo dejó entrar y encerró a César.

– Tú eras amiga suya -dijo Malone.

– Cierto. Pero yo no la he matado.

– Eso dices tú. La primera persona en llegar a la escena…

– Es siempre sospechosa. El procedimiento estándar, ya lo sé.

Tony asintió con la cabeza.

– ¿Tienes armas, Stacy?

A ella no le sorprendió la pregunta. En realidad, la agradecía. Le hacía concebir esperanzas de que el crimen se resolviera.

– Una Glock calibre 40.

– La misma que llevamos nosotros. ¿Tienes permiso?

– Claro. ¿Queréis ver las dos cosas?

Él dijo que sí y ella tomó de nuevo al cachorro en brazos y entró. Los detectives la siguieron. Stacy no protestó. El procedimiento policial estándar, otra vez. Dado que era la primera persona que había llegado al lugar de los hechos, era sospechosa, aunque fuera sólo momentáneamente. Ningún detective que se mereciera su salario permitía que un posible sospechoso entrara en su casa en busca de un arma. O de cualquier otra cosa, para el caso. Nueve de cada diez veces, dicho sospechoso desaparecía por la puerta de atrás. O volvía a salir con la pistola en alto.

Tras dejar a César en su dormitorio, sacó la pistola y el permiso. Los detectives examinaron ambas cosas. Saltaba a la vista que la Glock no se había disparado recientemente y Tony se la devolvió.

– ¿Cassie tenía novio?

– No.

– ¿Algún enemigo?

– No, que yo sepa.

– ¿Solía salir por ahí de marcha?

Ella sacudió la cabeza.

– Iba a la facultad y le gustaban los juegos de rol. Nada más.

Malone frunció el ceño.

– ¿Los juegos de rol?

– Sí. Sus favoritos eran Dragones y Mazmorras y Vampiro: la Mascarada, aunque también jugaba a otros.

– Perdón por mi ignorancia -dijo Tony-, ¿son juegos de mesa? ¿Videojuegos?

– Ninguna de las dos cosas. Cada juego tiene unos personajes y un escenario fijos que decide el maestro de juego. Los participantes interpretan el papel de sus personajes.

Tony se rascó la cabeza.

– ¿Es un juego de acción?

– No, qué va -ella sonrió-. Yo no juego, pero, por lo que me contó Cassie, se juega con la imaginación. El jugador es como un actor interpretando un papel, sigue un guión que se va desarrollando sin vestuario, ni efectos especiales, ni decorados. Las partidas pueden jugarse en persona o por correo electrónico.

– ¿Tú no juegas? -preguntó Malone.

Stacy se quedó callada un momento.

– Cassie me invitó a unirme a su grupo, pero lo que me contó sobre el juego no me pareció atractivo. Peligros a cada paso, sobrevivir confiando sólo en tu propio ingenio… No me apetecía jugar a eso. Ya lo he vivido. Cada día que pasé en el cuerpo.

– ¿Conoces a alguno de sus compañeros de juego?

– En realidad, no.

Malone levantó una ceja.

– En realidad, no. ¿Qué significa eso?

– Me presentó a varios. A veces los veo por la universidad. Suelen jugar en el Café Noir.

– ¿El Café Noir? -preguntó Tony.

– Una cafetería en Esplanade. Cassie pasaba mucho tiempo allí. Y yo también. Estudiando.

– ¿Cuándo viste por última vez a la señorita Finch?

– El viernes por la tarde… en la facul…

Se le erizó el vello de la nuca. El recuerdo de su último encuentro la asaltó súbitamente. Cassie estaba muy contenta, había conocido a alguien que jugaba a un juego llamado Conejo Blanco. Esa persona había prometido ponerla en contacto con lo que ella llamaba el “Conejo Blanco Supremo”. Iba a organizarle un encuentro a solas con él.

– ¿Killian? ¿Has recordado algo?

Ella se lo contó, pero no parecieron impresionados.

– ¿El Conejo Blanco Supremo? -preguntó Tony-. ¿Qué rayos es eso?

– Como os decía, yo no juego. Pero tengo entendido que en los juegos de rol hay algo llamado el maestro de juego. En Dragones y Mazmorras, es el Maestro de la Mazmorra, que básicamente controla el juego.

– Y, en ese otro juego, a esa persona se la llama el Conejo Blanco Supremo -dedujo Tony.

– Sí -continuó ella-. Me dio mala espina que fuera a encontrarse con ese tipo. Cassie era muy confiada. Demasiado. Le recordé que no conocía a ese tipo e insistí en que eligiera un sitio público para encontrarse con él.

– ¿Qué respondió ella a tus advertencias?

¿Qué crees, que algún chiflado va a cabrearse y a pegarme un tiro?

– Se rió -dijo Stacy-. Me dijo que no me tomara las cosas tan a pecho.

– Entonces, ¿el encuentro tuvo lugar?

– No lo sé.

– ¿Te dio algún nombre?

– No, pero tampoco le pregunté.

– La persona que había prometido hacer las presentaciones ¿dónde la conoció?

– No me lo dijo y yo tampoco se lo pregunté -Stacy notó una nota de frustración en su propia voz-. Creo que era un hombre, aunque ni siquiera estoy segura de eso.

– ¿Algo más?

– Tengo una corazonada.

– ¿Intuición femenina? -preguntó Malone.

Ella achicó los ojos, irritada.

– La intuición de una detective con mucha experiencia.

Vio que el otro torcía la boca, como si le hiciera gracia.

– ¿Qué hay de su compañera de piso? -preguntó Tony-. Beth. ¿Ella también jugaba a eso?

– No.

– ¿Tu amiga tenía ordenador? -preguntó Malone.

Stacy fijó la vista en él.

– Un portátil. ¿Por qué?

Él no contestó.

– ¿Jugaba a esos juegos por ordenador?

– A veces sí, creo. Pero casi siempre jugaba en grupo de juego.

– Entonces, se puede jugar online.

– Creo que sí -los miró a ambos-. ¿Por qué?

– Gracias, Killian. Has sido de gran ayuda.

– Esperad -agarró del brazo al mayor de los dos-. Su ordenador ha desaparecido, ¿verdad?

– Lo siento, Stacy -murmuró Tony con aparente sinceridad-. No podemos decirte nada más.

Ella habría hecho lo mismo, pero aun así se molestó.

– Os sugiero que investiguéis ese juego, el Conejo Blanco. Preguntad por ahí, a ver quién juega. De qué va el juego.

– Lo haremos, Killian -Malone cerró su libreta-. Gracias por tu ayuda.

Ella abrió la boca para añadir algo, para preguntar si la mantendrían al corriente de sus avances, y volvió a cerrarla sin decir nada. Porque sabía que no lo harían. Aunque aceptaran, no sería más que una promesa vacía.

Ella no tenía derecho a aquella información, se dijo mientras los miraba alejarse. Era una ciudadana de a pie. Ni siquiera era familia de las víctimas. Ellos no estaban en la obligación de ofrecerle nada, salvo cortesía.

Por primera vez desde que había abandonado el cuerpo, comprendió las implicaciones de lo que había hecho. De lo que era.

Una civil. Fuera del círculo azul.

Sola.

Stacy Killian ya no era una poli.

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