Capítulo 6

Lunes, 28 de febrero de 2005

11:10 a.m.


Stacy entró enfurecida en el Café Noir. “Estúpido, fanfarrón, engreído”. Según su experiencia, los malos policías podían dividirse en tres categorías. El primero de la lista se hallaba el policía corrupto, lo cual no requería explicación. Luego iba el vago: policías que se contentaban con hacer lo mínimo con cualquier excusa. Por último estaban los fanfarrones. Para aquel grupo, el trabajo era un modo de exhibirse. Ponían en peligro a sus compañeros para pavonearse; arriesgaban las investigaciones negándose a ver todo lo que no redundara en su propio lucimiento.

O negándose a seguir la corazonada de otra persona.

Cierto, sólo era eso. Una corazonada. Basada en una coincidencia y en un instinto visceral.

Pero con el paso de los años Stacy había aprendido a confiar en sus corazonadas. Y no iba a permitir que aquel pistolero engreído y recién salido del cascarón echara a perder el caso. No pensaba quedarse de brazos cruzados mientras el asesino de Cassie seguía libre.

Respiró hondo, intentando calmarse, y procuró olvidarse de su reciente encuentro y concentrarse en el que la aguardaba. Billie. Estaría deshecha.

Su amiga estaba en el mostrador. Con su metro ochenta, su melena rubia y su belleza, la gente volvía la cabeza para mirarla allá donde iba. Stacy había descubierto que era además excepcionalmente lista… y también excepcionalmente divertida, de un modo un tanto seco y socarrón.

Billie levantó la vista y se encontró con sus ojos. Había estado llorando.

Stacy se acercó a ella y le tendió la mano.

– Yo también estoy destrozada.

Billie le apretó la mano con fuerza.

– La policía ha estado aquí. No puedo creerlo.

– Yo tampoco.

– Me preguntaron por ti, Stacy. ¿Por qué…?

– Fui yo quien la encontró. Y a Beth también. Yo di el aviso.

– Oh, Stacy… Es espantoso.

Las lágrimas inundaron los ojos de Stacy.

– Dímelo a mí.

Billie le hizo señas a su empleada para que se acercara.

– Paula, estoy en la oficina. Llámame si me necesitas.

La joven las miró, pálida y llorosa. Sin duda Malone la había interrogado también a ella.

– Adelante -dijo con voz densa y temblorosa-. No te preocupes, yo me ocupo de la barra.

Billie condujo a Stacy a través del almacén, hasta su oficina. Cuando entraron entornó la puerta.

– ¿Qué tal estás?

– Genial -Stacy notó el filo de su voz, pero sabía que era inútil intentar suavizarlo. Sufría. Ansiaba descargar su ira y su dolor contra alguien.

Cassie era una de las mejores personas que había conocido. Su muerte no era únicamente una pérdida sin sentido. El modo en que había muerto era una afrenta contra la vida.

Stacy miró a Billie.

– Podría haberla salvado.

– ¿Qué? Tú no podías…

– Estaba en la puerta de al lado. Tengo una pistola, fui policía. ¿Por qué no me di cuenta?

– Porque no eres adivina -dijo Billie suavemente.

Stacy cerró los puños. Sabía que Billie tenía razón, pero la reconfortaba más la culpa que la inocencia.

– Me habló de ese tal Conejo Blanco. Tuve un mal presentimiento. Le advertí que tuviera cuidado.

Billie despejó la única silla que había en el pequeño despacho.

– Siéntate. Recapitula. Cuéntamelo todo.

Stacy le relató la historia. Billie la escuchaba con los ojos cada vez más húmedos. Cuando acabó, Stacy vio que su amiga luchaba por sobreponerse para hablar. Cuando lo hizo, le tembló la voz.

– Es horrible. Es… ¿Quién ha podido hacer esto? ¿Por qué? Cassie es… ella…

“Era”.

En pasado.

Billie no pudo acabar la frase. Stacy sabía que era demasiado doloroso decirlo en voz alta. Se hizo cargo de la situación.

– Ese juego, Conejo Blanco, ¿has oído hablar de él?

Billie sacudió la cabeza.

– ¿Estás segura?

– Absolutamente.

– Cassie estaba muy emocionada -prosiguió Stacy-. Dijo que esa persona aceptó organizar un encuentro entre ella y el experto en el juego.

– ¿Cuándo?

– No lo sé. Llegaba tarde a clase y pensé que nos veríamos… -se le quebró la voz; no pudo acabar.

Más tarde. Había pensado que se verían más tarde.

Esta vez fue Billie la que intervino.

– ¿Y crees que se vieron y que tal vez esa persona tenga algo que ver con su muerte?

– Es posible. Cassie era tan confiada… No me extrañaría que hubiera invitado a un desconocido a su casa.

Billie asintió con la cabeza.

– Puede que ese asunto del Conejo Blanco fuera una trampa. Esa persona, sea quien sea, quizá supiera que le gustaba jugar y lo usara como un señuelo para entrar en su casa.

– Pero ¿por qué? -Stacy se levantó y comenzó a pasearse de un lado a otro, demasiado agitada para estarse quieta-. Creo que a Cassie la mataron primero. Beth murió simplemente porque estaba allí. No parece que robaran nada, ni que las violaran -se detuvo y miró a Billie-. La policía me preguntó si tenía ordenador.

– A mí también.

– ¿Qué más te han preguntado?

– Con quién salía Cassie. Por su grupo de juego. Si tenía enemigos. Si tenía problemas con alguien.

Lo de siempre.

– ¿Te preguntaron por Conejo Blanco?

– No.

Stacy se llevó las manos a los ojos. Le dolía la cabeza.

– Creo que preguntaron por el ordenador porque no aparece.

– Cassie se lo llevaba a todas partes. Una vez le pregunté si dormía con él -a Billie se le llenaron los ojos de lágrimas-. Se rió. Dijo que sí.

– Exacto. Lo que significa que el asesino se lo llevó. La pregunta es por qué.

– ¿Porque no quería que la policía viera algo que contenía? -dijo Billie-. Algo que pudiera conducirles a él. O a ella.

– Eso es lo que sospecho. Lo cual me conduce de nuevo a la persona con la que Cassie iba a encontrarse.

– ¿Qué vas a hacer?

– Preguntar por ahí. Hablar con los amigos de Cassie. Ver si saben algo de ese Conejo Blanco. Descubrir si se juega por ordenador o en vivo. Puede que ella les hablara de esa persona.

– Yo también preguntaré. Por aquí vienen muchos jugadores. Alguno tiene que saber algo.

Stacy tomó a su amiga de la mano.

– Ten cuidado, Billie. Si captas alguna vibración negativa, llámame a mí o al detective Malone enseguida. Intentamos descubrir a alguien que ya ha matado a dos personas, dos personas a las que conocíamos. Créeme, no dudará en volver a matar para protegerse.

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