Capítulo 47

Viernes, 18 de marzo de 2005

3:30 p.m.


Spencer dejó el auricular del teléfono sobre su soporte y sonrió. Al conocer la desaparición de Kay Noble, el juez había accedido a dictar una orden de registro de la casa, la oficina, los vehículos y los archivos financieros y laborales de Leo.

Se levantó, se estiró y echó a andar hacia la mesa de Tony. Entre los dos habían interrogado a todos los moradores de la casa de los Noble. Las respuestas de todos ellos reflejaban como un espejo las de Leo, con una sola excepción. Sólo la asistenta recordaba que Kay tuviera dolor de cabeza.

– Hola, Gordinflón -Tony estaba sentado a su mesa, mirando una pequeña libreta-. ¿Qué tal?

En lugar de contestar, su compañero profirió un gruñido.

Spencer frunció el ceño y señaló la libreta.

– ¿Qué es eso?

– Es para anotar los puntos.

– ¿Cómo dices?

– Los Vigilantes del Peso. Mi mujer me ha apuntado -suspiró-. Cada comida tiene asignado un valor. Apuntas todo lo que comes y el resultado se lo restas al límite de puntos diarios que tienes asignado.

– ¿Y cuál es el problema?

– Que ya me he comido todos mis puntos.

– ¿Del día y de la noche?

– Sí. Y algunos de mis puntos-comodín de esta semana.

– ¿Puntos-como…? -se interrumpió-. Olvídalo. Vamos a dar una vuelta.

– ¿Adónde?

– A casa de los Noble. Pasando antes por el juzgado.

– Bingo, baby.

Al final, tras recoger la orden de registro, aprovecharon que estaban en el centro para ir a hacerle una visita al abogado de Noble. Winston Coppola era socio de Smith, Grooms, Mack & Coppola, un bufete enclavado en el edificio Place St. Charles.

Aparcaron en un vado (en el distrito financiero de la ciudad, los sitios para aparcar eran escasos y dispersos) y bajaron el parasol para que se viera su identificación policial. Mientras cruzaban la acera hacia la entrada principal del edificio, pasó traqueteando el tranvía de St. Charles Avenue.

Buscaron el bufete en el directorio del edificio, tomaron el ascensor y se encaminaron al décimo piso.

En la recepción había una joven bonita que les sonrió cuando se acercaron a su mesa.

– Spencer Malone, eso sí que es una sorpresa.

El le devolvió la sonrisa a pesar de que no tenía ni idea de quién era. Por suerte, vio su nombre en el letrero de la mesa.

– ¿Trish? ¿Eres tú?

– Sí.

– Vaya, qué coincidencia. ¿Cuánto tiempo hacía?

– Demasiado. He cambiado de peinado.

– Ya lo veo. Me gusta.

– Gracias -la joven hizo un mohín-. Nunca me llamaste. Nos lo pasamos tan bien esa noche en el Shannon que estaba segura de que me llamarías.

En el Shannon. Cómo no.

Debió de ser en unos de sus grandes días de borrachera.

– Creía que no te volvería a ver -dijo con lo que esperaba fuera la nota justa de sinceridad. Se imaginó a Tony a su lado volviendo los ojos al cielo-. Perdí tu número.

– Eso tiene remedio.

Le agarró la mano y le dio la vuelta. Escribió el número sobre su palma y luego le cerró los dedos.

– Llámame.

Tony carraspeó.

– Queríamos ver a Winston Coppola. ¿Está aquí?

– ¿El señor Coppola? ¿Tenéis cita?

– Se trata de un asunto oficial.

– Ah… comprendo -dijo ella, visiblemente azorada-. Enseguida le aviso.

Así lo hizo y, un momento después, colgó el teléfono y les indicó el despacho de Coppola. Mientras se dirigían a él, Tony inclinó hacia Spencer.

– Te has salido bien por la tangente, Niño Bonito.

– Gracias.

– Menudo bombón. ¿Vas a llamarla?

A decir verdad, llamar a la linda Trish era lo más alejado de sus intenciones en ese momento. Bueno, quizá no lo más alejado, pero no era una necesidad urgente.

– Sería una locura no hacerlo, ¿no crees?

Tony no contestó porque habían llegado ante el despacho del abogado.

Coppola los estaba esperando en la puerta. Guapo, bien vestido e impecablemente peinado pero con un bronceado ligeramente exagerado, a lo George Hamilton, el abogado parecía un casanova.

Spencer lo saludó.

– Los detectives Malone y Sciame. Tenemos que hacerle unas preguntas sobre Kay Noble.

Coppola frunció el ceño.

– ¿Sobre Kay? ¿Les importaría enseñarme sus credenciales, detectives?

Tras inspeccionarlas, los hizo pasar al despacho. Ninguno de ellos se sentó.

Spencer se fijó en los diplomas enmarcados. Había fotografías sobre la mesa, en el aparador y las paredes. Vio que en una de ellas aparecía el abogado esquiando y en otra en la playa. Con razón estaba tan bronceado.

Tony miró a su alrededor con evidente admiración.

– Bonito despacho.

– Gracias.

– Tiene usted un nombre interesante, señor Coppola.

– Madre inglesa, padre italiano. Soy un poco mestizo, en realidad.

– ¿Alguna relación con Francis Ford?

– Por desgracia, no. Ahora, en cuanto a la señora Noble…

– Ha desaparecido. Tenemos motivos para creer que pueda estar en peligro.

– Dios mío, ¿cuándo…?

– Anoche.

– ¿Cómo puedo serles de ayuda?

– ¿Cuándo la vio por última vez?

– A principios de esta semana.

– ¿Puedo preguntarle cuál fue el motivo de la reunión?

– Un contrato de licencia.

– ¿Cómo van los negocios? ¿Los de los Noble?

– Muy bien -deslizó las manos en los bolsillos de sus pantalones-. Estoy seguro de que entenderán que no puedo proporcionarles información confidencial.

– La verdad es que puede. Tenemos una orden -Spencer sacó el documento; el abogado le echó un vistazo y se lo devolvió.

– En primer lugar, este documento no me desvincula de mis deberes hacia mi cliente. Les permite acceder a la casa y el vehículo de Leo Noble y a los archivos financieros y laborales que encuentren allí. En segundo lugar, como abogado, entiendo el significado de la orden y de los motivos por los que ha sido dictada -se inclinó hacia ellos-. Pero están errando el tiro. Si le ha pasado algo a Kay, Leo no tiene nada que ver.

– ¿Está seguro?

– Absolutamente.

– ¿Y eso por qué?

– Se adoran mutuamente.

– Están divorciados, señor Coppola.

– Olvídense de sus prejuicios acerca de lo que eso significa. Leo y Kay los han solventado. Son amigos. Comparten la educación de su hija y sus negocios.

– ¿Y cómo les van los negocios? -insistió Leo.

– Muy bien, a decir verdad. Acaban de firmar varios contratos de licencia francamente ventajosos.

– ¿Hay mucho dinero de por medio? -preguntó Tony.

Coppola vaciló y luego asintió con la cabeza.

– Sí.

– ¿Cuánto? -insistió Spencer-. ¿Hablamos de millones?

– Sí, de millones.

– ¿Quién paga su minuta, señor Coppola?

– ¿Cómo dice?

– Su minuta, ¿quién la paga? ¿Leo o Kay?

El abogado enrojeció.

– Esa pregunta me ofende, detective.

– Pero estoy seguro de que el dinero no.

– Noble no es sólo un cliente, es también un amigo. Mi minuta no tiene nada que ver con eso. Ni con cómo conteste a sus preguntas. Lo siento, pero tengo prisa.

Spencer le tendió la mano.

– Gracias por recibirnos. Estaremos en contacto.

Tony le dio una tarjeta.

– Si se le ocurre algo, avísenos.

El abogado les mostró la salida. Trish seguía sentada a su mesa, pero estaba tan ocupada que apenas levantó la mirada y sonrió cuando pasaron a su lado.

En cuando la puerta del ascensor se cerró con un susurro, Tony miró a Spencer.

– Es curioso que los ricos siempre digan que el dinero no tiene importancia. Si no tiene importancia, ¿por qué se esfuerzan tanto por aferrarse a él?

Spencer asintió con la cabeza, recordando lo que Leo Noble le había dicho acerca de que el dinero no significaba gran cosa para él.

– Creo que Coppola piensa que Leo es quien maneja los hilos. ¿Te ha dado esa impresión?

– Sí. ¿Crees que eso ha influido en sus respuestas?

– Puede ser. A fin de cuentas, es abogado.

Los policías no solían tener en gran estima a los abogados. Salvo a los fiscales, como Quentin, el hermano de Spencer.

El ascensor llegó al piso bajo; las puertas se abrieron y salieron.

– Tú estás casado, Gordinflón, dame tu opinión.

– Dispara.

– Estoy hecho un lío con todo ese rollo de que todavía se quieren y se respetan. Ese blablablá de que “se lo debo todo a ella, así que le doy la mitad”. Supongamos que tu parienta se divorcia de ti. ¿Cómo te sentirías?

Llegaron al coche. Spencer, lo abrió y se montaron. Tony se abrochó el cinturón y miró a Spencer.

– Llevo casado treinta y dos años y yo tampoco me lo explico. Nosotros nos queremos y nos respetamos, tenemos nuestros más y nuestros menos, pero seguimos juntos. Es el hecho de habernos comprometido el uno con el otro lo que nos mantiene juntos, lo que hace que nos esforcemos por salir adelante. Si ella me pidiera el divorcio, me cabrearía muchísimo.

– Y si, después de divorciarse de ti, se quedara con la mitad de todo lo que tuvieras…, lo pasado y lo futuro, ¿cómo te sentaría eso? ¿Podríais seguir siendo amigos?

– Imposible, colega.

– ¿Por qué no?

– Después de acostarte con una mujer, no puedes ser su amigo.

– Eres un Neandertal.

– ¿Cuántas amigas de ésas tienes tú?

Spencer frunció las cejas, pensativo. Exactamente… ninguna.

Miró a Tony y luego se apartó de la acera.

– Todos los que los conocen nos vienen con la misma cantinela. Sus amigos. Sus empleados. Hasta su hija.

– Y crees que es una farsa.

No era una pregunta. En lugar de contestar, Spencer formuló otra pregunta.

– ¿Quién sale ganando con la muerte de Kay Noble?

– Leo Noble.

– Exacto. Avisa para que un par de agentes uniformados se reúnan con nosotros en casa de Leo. Es hora de que comience la función.

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