Capítulo 55

Sábado, 19 de marzo de 2005

5:20 p.m.


El distrito financiero del centro de Nueva Orleans, a las cinco de la tarde de un sábado, parecía un decorado de película más que un bullicioso barrio comercial. El crepúsculo había comenzado a aposentarse sobre las cumbres de los rascacielos, a pesar de que llamarlos “rascacielos” era un poco como llamar “donut” a una beignet, uno de los esponjosos bollos típicos de la ciudad. Ambos tenían elementos en común, pero al donut le faltaba el factor ¡Ah! de la beignet.

Spencer estaba de pie en la acera, al otro lado del perímetro acordonado, un estrecho callejón enfrente del International House Hotel. Tony paró su Ford y aparcó detrás del Camaro.

Habían encontrado a Leo. Tony y Spencer habían recibido el aviso nada más concluir el registro de las habitaciones y el guardamuebles de Danson. El registro preliminar había dado escaso fruto, aparte de procurar pruebas de que Clark era, en efecto, Dick Danson. Spencer confiaba en que allí tuvieran más suerte. Leo había recibido un solo disparo. Justo entre los ojos.

– ¿Cómo está la chica? -preguntó Spencer, refiriéndose a Alicia.

– Asustada -contestó Tony-. Carly la ha tomado bajo su protección.

– ¿Hay noticias de su tía?

– Aún no. Le dejé un mensaje.

Alicia no sabía aún lo de su padre. Spencer rezaba porque su madre estuviera viva todavía pero no se hacía muchas ilusiones.

Se acercaron al agente de guardia, firmaron y pasaron bajo la cinta policial. Los chicos del laboratorio de criminalística y el fotógrafo estaban haciendo su trabajo; les dedicaron apenas una mirada y una inclinación de cabeza al verlos llegar.

Spencer se acercó al cuerpo, que se hallaba a unos metros de la entrada del callejón.

Noble estaba tumbado de espaldas, con los ojos abiertos, mirando inexpresivamente hacia arriba. A juzgar por el orificio de entrada, le habían disparado a bocajarro, seguramente con una pistola de pequeño calibre. Junto al cuerpo se hallaban su teléfono móvil y su maletín.

Tony se arrodilló al lado de Noble.

– Todavía lleva el Rolex. Y el maletín parece intacto.

Spencer se puso unos guantes de látex y buscó a tientas la cartera de Noble. La encontró, la sacó y le echó un vistazo.

– Trescientos pavos. Tarjetas de crédito. Está claro que el móvil no ha sido el robo.

– ¿Y eso te sorprende?

Spencer sonrió agriamente.

– ¿Parezco sorprendido?

– Oh, sí. El muy hijo de puta, qué sangre fría. Lo ha hecho a plena luz del día. Y en pleno centro, al lado de Camp Street.

Spencer inspeccionó visualmente los alrededores del cuerpo y luego dirigió la mirada más allá.

– ¿Dónde está su tarjeta de visita?

En ese preciso momento uno de los técnicos los llamó.

– Eh, chicos, echadle una ojeada a esto.

Se acercaron a él. Estaba apuntando con la linterna hacia un portal, en un rincón del cual había algunas basuras que el viento había arrastrado hasta allí.

Spencer vio inmediatamente lo que había llamado la atención del técnico: una bolsa de plástico Ziploc.

Se inclinó y recogió cuidadosamente la bolsa. El asesino había dibujado sobre ella una cara sonriente. Dentro había puesto una sola cosa. La carta del Rey de Corazones.

Tony se frotó distraídamente la barba que, a esa hora, comenzaba a asomarle.

– Me gustan los psicópatas que te dejan claro que han sido ellos. Así nos dejamos de adivinanzas.

– Métela en una bolsa y etiquétala -le dijo Spencer al técnico.

– Si es Dunbar, sabe que vamos tras él. Está claro que quiere acabar el trabajito, aunque eso signifique que lo atrapemos.

– Supongo que cree que ya lo tiene todo perdido -Spencer entornó los ojos-. Me alegro de que la chica esté en tu casa. Hasta que detengamos a ese cabrón, seguirá en peligro.

– Puede que ese tipo sólo quisiera cargarse a los peces gordos.

– No. Acuérdate de ese dibujo de Pogo en el que aparecía Alicia colgada del cuello, obviamente muerta.

– Sí. Pero el Rey de Corazones no estaba, y se lo ha cargado.

Spencer miró el cielo, que se iba oscureciendo rápidamente, y volvió a fijar la mirada en su compañero.

– Stacy tiene una teoría al respecto. Al dibujante sencillamente no le dio tiempo a llegar a esa ilustración. Entonces no me lo creí. Ahora, sí.

– Una chica lista. Quizá deberías decirle lo que ha pasado.

– Eso no sería precisamente ceñirse al reglamento.

– Que le den por saco al reglamento. Ella es de los nuestros -Tony señaló al agente de guardia-.Voy a decirle que empiecen a interrogar a la gente de por aquí. Puede que alguien de las oficinas viera algo.

Spencer asintió con la cabeza y miró alejarse a su compañero. Stacy era uno de los suyos.

Pero no era por eso por lo que quería llamarla. Agarró su móvil y marcó el número.

– Hola -dijo cuando ella contestó-. ¿Estás bien?

– Sí. ¿Leo ha…?

– Sí. Ha muerto. Le dispararon entre los ojos.

– ¿El Conejo Blanco?

– Sí, si el naipe que hemos encontrado en la escena del crimen quiere decir algo.

– Mierda. Pobre Alicia. Tenéis que encontrar a Kay.

– Estamos haciendo todo lo posible -miró hacia atrás; el forense y su chofer acababan de llegar-. Tengo que colgar, Killian. Luego te llamo.

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