Capítulo 22

Miércoles, 9 de marzo de 2005

2:55 a.m.


Quince minutos después, Stacy paró delante de la casa de Leo. Se había puesto unos vaqueros y una sudadera fina y apenas se había tomado el tiempo de recogerse el pelo en una coleta.

Salió del coche y subió corriendo por la acera. La casa estaba a oscuras, salvo por las lámparas del porche. Leo estaba sentado en el escalón de arriba, esperándola.

Se levantó cuando Stacy llegó a su lado.

– Ha habido otro asesinato -dijo ella sin preámbulos-. Parece estar relacionado con Alicia en el País de las Maravillas. Y con una de las tarjetas que recibiste.

Leo palideció.

– ¿Con cuál?

Stacy le explicó en pocas palabras la llamada de Spencer y le contó todo lo que sabía.

– Creo que aparecerán en cualquier momento. He pensado que debíamos hablar primero.

Él asintió con la cabeza.

– Vamos dentro.

Leo la condujo a la cocina. Tal y como ella le había pedido, había preparado café. Aguardó mientras ella le ponía leche y azúcar. Estaba claro que comprendía el poderoso atractivo de la cafeína.

– ¿Qué significa todo esto? -preguntó cuando ella hubo bebido un sorbo.

– Puede que entre ese asesinato y tú haya algún vínculo.

– El juego. El Conejo Blanco.

– He dicho que puede que lo haya. Tienes que enseñarle las tarjetas a la policía.

– ¿Le has dicho a Malone…?

– ¿Lo de las tarjetas? No. Pensé que debías hacerlo tú.

– ¿Cuándo vendrán?

– En cualquier momento, creo. Aunque puede que esperen a mañana. Depende de lo que tengan y de la prisa que les corra.

El timbre sonó como a propósito.

Leo la miró; ella le indicó con una seña que fuera a abrir y que esperaría en la cocina.

Un momento después, él regresó acompañado de los dos detectives.

– Suponía que estarías aquí -dijo Spencer al verla.

Ella sonrió levemente.

– Lo mismo digo.

– ¿Café? -preguntó Leo.

Los dos rechazaron la invitación, aunque Tony lo hizo a regañadientes.

Spencer comenzó a hablar.

– Evidentemente, la señorita Killian le ha puesto al corriente de la situación.

– Sí -Leo la miró y volvió a fijar la vista en Malone-. Pero, antes de que prosigamos, hay algo que deben saber.

– No me diga -repuso Spencer, mirando a Stacy.

Ella ignoró su sarcasmo. Leo prosiguió.

– Durante el último mes, he recibido tres postales de alguien que dice ser el Conejo Blanco. En una hay un dibujo de un ratón ahogado en un mar de lágrimas. Las tarjetas llevan la firma Conejo Blanco.

Spencer frunció el ceño.

– ¿El del juego?

– Sí -Leo les explicó rápidamente qué papel desempeñaba el Conejo Blanco en su juego y su temor de que alguien hubiera comenzado a representar aquel papel en la vida real-. He recibido muchos mensajes amenazantes a lo largo de los años -concluyó-, pero éstos… Hay algo en ellos que me pone nervioso.

– Por eso me contrató -agregó Stacy-. Para averiguar quién se los mandó. Y si esa persona es peligrosa.

– Me gustaría ver las tarjetas.

– Voy por ellas.

– Le acompaño -dijo Tony, y echó a andar a su lado.

Stacy los miró marcharse y luego se volvió hacia Malone.

– ¿Qué pasa?

– ¿Ahora te has metido a detective privado?

– Sólo estoy ayudando a un amigo.

– ¿A Noble?

– A Cassie. Y a Beth.

– Crees que las tarjetas son del asesino.

No era una pregunta, pero Stacy contestó de todos modos.

– Podría ser.

– O no.

Leo y Tony regresaron. Tony le entregó a Spencer las tarjetas e intercambió con su compañero una mirada reveladora.

Stacy comprendió por su expresión que estaba convencido de que tenían entre manos algo importante.

Spencer estudió las tres tarjetas. Levantó la mirada hacia Leo.

– ¿Por qué no nos avisó?

– ¿Y qué iba a decirles? No me han amenazado abiertamente. Y cuando las recibí no había muerto nadie.

– Ahora sí -repuso Spencer-. Ahogada en un mar de lágrimas -sacó una foto y se la entregó a Leo-. Se llamaba Rosie Allen. ¿La conoce?

Leo observó la fotografía, negó con la cabeza y se la devolvió.

– ¿Qué pasa aquí?

Ellos se volvieron. Kay estaba en la puerta. Parecía muy fresca para ser tan tarde.

– Ha habido un asesinato -contestó Leo-. Una mujer llamada Rosie Allen.

Kay frunció el ceño.

– No entiendo. ¿Qué tiene que ver esa Rosie con nosotros?

Spencer tomó la palabra.

– Ha sido asesinada de un modo muy parecido a la ilustración de la postal que recibió su ex marido.

– El ratón en un charco de lágrimas -dijo Leo.

Spencer le tendió la fotografía.

– ¿Ha visto alguna vez a esta mujer?

Kay se quedó mirando la fotografía y de pronto palideció.

– Es la costurera -musitó.

– ¿La conoce?

– No… sí -se llevó una mano a la boca. Stacy notó que le temblaba-. Nos ha hecho algunos… arreglos.

Spencer y Tony se miraron.

Stacy comprendió lo que significaba aquella mirada: no había coincidencia posible. Era un vínculo directo.

Leo se acercó a la mesa de la cocina, retiró una silla y se dejó caer en ella.

– Es lo que nos temíamos, Kay. Es cierto. Alguien está jugando de verdad.

Los detectives no hicieron caso.

– ¿Cuándo fue la última vez que vio a Rosie Allen?

Kay miró a Spencer con perplejidad. Él repitió la pregunta. Antes de contestar, ella imitó a Leo y se sentó.

– El otro día. Un traje mío necesitaba unos arreglos.

– ¿Y ella le tomó medidas?

– Sí.

– ¿Pero no sabía usted cómo se llamaba?

– La señora Maitlin… ella se encarga de esas cosas.

Tony frunció el ceño.

– ¿De qué cosas?

– De la gente que trabaja para nosotros. De fijar las citas. De pagarles por sus servicios.

– Habrá que interrogarla. Y al resto del personal de la casa también.

– Claro. Los demás llegan a las ocho. ¿Le parece bien a esa hora?

Los detectives miraron sus relojes y asintieron con la cabeza. Stacy, que se había visto en aquella situación, era capaz de seguir todos sus procesos mentales. Eran las cinco y media. Irían a casa a darse una ducha rápida, luego se encontrarían en alguna parte para comer un bocado. De ese modo estarían de vuelta en casa de los Noble a la hora en que llegara el servicio.

Tras decirle a Leo que llamaría más tarde, Stacy salió detrás de los detectives, apretando el paso para alcanzarlos. Tony ya se había ido, pero alcanzó a Malone cuando estaba abriendo la puerta del coche.

– ¡Spencer! -llamó.

El se dio la vuelta y esperó.

Stacy llegó a su lado.

– El asesinato de esta noche, ¿tiene algún parecido con el de Cassie?

– Ninguno que yo haya visto -contestó él.

Ella intentó reprimir su desilusión. Y su frustración.

– Me lo dirías si lo hubiera, ¿verdad?

– Serás la primera en saberlo cuando detengamos a alguien.

– Bonita evasiva.

– Bastante decente, en mi opinión. No creas que te debo nada más.

– Haré un trato contigo, Malone. Cooperación mutua. Te contaré todo lo que averigüe, si tú haces lo mismo conmigo.

– ¿Y por qué iba a hacer eso, Killian? Tú no eres poli. Yo sí.

– Sería lo más inteligente. Trabajo para Noble. Podría ayudarte.

– La conexión entre Noble y Cassie es fina como papel. Si no te das cuenta…

– Créeme, me doy cuenta. Pero es la única pista que tengo, así que voy a seguir adelante -le tendió la mano derecha-. ¿Cooperación mutua?

El se quedó mirando un momento su mano tendida y luego sacudió la cabeza.

– Buen intento. Pero la policía de Nueva Orleans no hace ese tipo de tratos.

– Pues ellos se lo pierden. Y tú también.

Spencer montó en su coche y se alejó.

Stacy lo siguió con la mirada y luego se acercó a su coche. Lo abrió y se metió dentro. Spencer cambiaría de opinión. Era arrogante, pero no estúpido.

Lo importante era resolver el caso. Y para eso la necesitaba a ella.

Sólo que no se daba cuenta. Aún.

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