Capítulo 4

Lunes, 28 de febrero de 2005

9:20 a.m.


Spencer y Tony entraron en el cuartel general de la policía. Situado en el Centro Municipal, en el 1300 de Perdido Street, el edificio acristalado albergaba no sólo la sede del Departamento de Policía, sino también la oficina del alcalde, el cuartel general del Departamento de Bomberos de Nueva Orleans y el Concejo Municipal, entre otras cosas. La División de Integridad Pública, la versión de Asuntos Internos del Departamento de Policía de Nueva Orleans, tenía su sede fuera del cuartel general, al igual que el laboratorio de criminalística.

Ficharon y tomaron el ascensor hasta la DAI. Cuando las puertas se abrieron con un suave susurro, Tony se fue derecho a la caja de pastas de desayuno, y Spencer fue a ver si tenía mensajes.

– Hola, Dora -le dijo a la recepcionista. Aunque era una empleada municipal, llevaba uniforme. Su opulenta figura, muy ancha de pecho, estiraba los confines de la tela azul, dejando al descubierto atisbos de encaje rosa-. ¿Algún mensaje?

La mujer le dio las hojitas amarillas donde se anotaban los mensajes al tiempo que lo miraba de arriba abajo con admiración.

Él no hizo caso.

– ¿Está la comisaria?

– Te está esperando, semental -él la miró levantando una ceja y ella se echó a reír-. Vosotros los blancos no tenéis sentido del humor.

– Ni sentido del estilo, tampoco -dijo Rupert, otro detective que pasaba por allí.

– Tiene razón -dijo Dora-. Rupert sí que sabe vestir.

Spencer miró al otro y se fijó en su elegante traje italiano, en su corbata de colores y en su luminosa camisa blanca. Luego se miró a sí mismo. Vaqueros, camiseta de cambray, chaqueta de tweed.

– ¿Qué?

Ella soltó un bufido.

– Ahora trabajas en la DAI, lo mejor de lo mejor, cariño. Tienes que vestirte como es debido.

– Eh, Niño Bonito, ¿estás listo?

Spencer se giró y sonrió a su compañero.

– Ahora no puedo. Estoy en plena lección de moda. Tony le devolvió la sonrisa.

– En pleno sermón, querrás decir.

– No empieces -Dora lo miró sacudiendo el dedo-. Tú no tienes remedio. Eres un desastre.

– ¿Quién? ¿Yo? -él estiró los brazos. La barriga le sobresalía por encima de los pantalones Sansabelt, cuya tela estaba tan repasada que brillaba, y tensaba los botones de la camisa de cuadros sin mangas.

Dora soltó un soplido de fastidio mientras le daba sus mensajes. Volviéndose hacia Spencer, dijo:

– Tú ven a ver a Dora, cariño, que yo te dejaré como nuevo.

– Lo tendré en cuenta.

– Hazlo, corazón -dijo ella a su espalda-. A las mujeres nos gustan los hombres con estilo.

Spencer se echó a reír.

– Tiene razón, corazón -bromeó Tony-. Te lo digo yo.

Spencer se echó a reír.

– ¿Y tú cómo lo sabes? ¿Por cómo huyen en estampida?

– Exacto.

Doblaron la esquina y se encaminaron a la puerta abierta del despacho de la comisarla.

Spencer tocó en el marco.

– ¿Comisarla O'Shay? ¿Tiene un minuto?

La comisarla Patti O'Shay levantó la vista y les indicó que entraran.

– Buenos días, detectives. Tengo entendido que la mañana está siendo muy ajetreada.

– Tenemos un homicidio doble -dijo Tony, dejándose caer en una de las sillas que había frente a ella.

Patti O'Shay, una mujer elegante y sobria, era una de las tres únicas comisarlas que había en el Departamento de Policía de Nueva Orleans. Era lista y dura, pero también ecuánime. Se había dejado la piel para llegar donde estaba, había tenido que trabajar con el doble de ahínco que un hombre y superar dudas, prejuicios machistas y una tupida red de rancio corporativismo masculino. Había ascendido a la División de Apoyo a la Investigación el año anterior y algunos creían que algún día llegaría a jefa del Departamento.

Se daba también el caso de que era la hermana de la madre de Spencer.

A Spencer le costaba reconciliar a aquella mujer con la que de pequeño lo llamaba “Boo”. La que le daba galletas a escondidas cuando su madre no miraba. La tía Patti era su madrina, y para los católicos eso significaba un vínculo especial. Un vínculo que ella se tomaba muy en serio.

Sin embargo, el día que Spencer entró a trabajar en la unidad, le dejó bien claro que allí era su jefa. Y nada más.

Ella fijó en Spencer una mirada que no pasaba nada por alto.

– ¿Creéis que los de la UIC se han precipitado al llamarnos?

Él se irguió y carraspeó.

– En absoluto. No se trata de un homicidio involuntario.

Ella desvió su mirada hacia Tony.

– ¿Detective Sciame?

– Estoy de acuerdo. Será mejor que nos hagamos cargo enseguida, antes de que las pistas se enfríen.

– Las dos víctimas murieron por arma de fuego -prosiguió Spencer.

– ¿Nombres?

– Cassie Finch y Beth Wagner. Estudiantes en la Universidad de Nueva Orleans.

– Wagner se había mudado hacía una semana -añadió Tony-. Pobre chiquilla, menuda putada.

O'Shay no pareció molestarse por su forma de hablar, pero Spencer hizo una mueca.

– No parece que el móvil fuera el robo -dijo-, aunque falta el ordenador de una de las víctimas. Tampoco fueron violadas.

– Entonces, ¿cuál es el móvil?

Tony estiró las piernas.

– Esta mañana no nos funciona la bola de cristal, comisaria.

– Muy gracioso -dijo ella en un tono que afirmaba a las claras lo contrario-. ¿Cuál es su hipótesis, entonces? ¿O es pedirle demasiado después de haber comido sólo un par de donuts?

Spencer se apresuró a intervenir.

– Parece que a Finch la mataron primero. Suponemos que conocía a su asesino, que lo dejó pasar. Seguramente mató a Wagner porque estaba allí. Naturalmente, de momento sólo son conjeturas.

– ¿Alguna pista?

– Unas cuantas. Vamos a pasarnos por la universidad, por los sitios por donde solían salir. Hablaremos con sus amigos, con sus profesores… Con sus novios, si tenían alguno.

– Bien. ¿Algo más?

– Hemos interrogado a los vecinos -continuó Spencer-. Con la excepción de la mujer que nos llamó, nadie oyó nada.

– ¿Su historia cuadra?

– Parece auténtica. Es una ex policía. Del Departamento de Policía de Dallas. De Homicidios.

Ella frunció un poco el ceño.

– ¿Ah, sí?

– Voy a ver qué tenemos sobre ella en la base de datos. Llamaré a la policía de Dallas.

– Hazlo. ¿Los de la oficina del forense han avisado a los familiares?

– Sí.

O'Shay echó mano del teléfono y les indicó que la reunión había acabado.

– No me gustan los homicidios dobles en mi jurisdicción. Y menos aún sin resolver. ¿Entendido?

Ellos dijeron que sí, se levantaron y se acercaron a la puerta. O'Shay llamó a Spencer antes de que la alcanzara.

– Detective Malone… -él miró hacia atrás-. Vigile su temperamento.

Él le lanzó una sonrisa.

– Lo tengo bajo control, tía Patti. Palabra de monaguillo.

Mientras se alejaba la oyó reír. Seguramente porque recordaba que como monaguillo había sido un completo desastre.

Загрузка...