Capítulo 27

Jueves, 10 de marzo de 2005

8:15 p.m.


Spencer cruzó a toda velocidad Metairie Road, City Park Avenue y el cruce de la I-10 y tomó el desvío de City Park. La luz roja de la sirena rebotaba enloquecida contra las paredes del paso subterráneo. La primera llamada de Stacy había llegado mientras Tony y él estaban en el despacho de la comisaria O'Shay. La segunda, cuando iba de camino a casa. Había dado media vuelta y regresado de inmediato al centro de la ciudad, antes incluso de que acabara la llamada.

Agarraba con fuerza el volante mientras sorteaba los vehículos que no se apartaban de su camino a tiempo. Stacy no había dicho gran cosa aparte de “Ven cuanto antes”. Pero Spencer había percibido la crispación de su voz (un asomo de temblor), y había reaccionado sin hacer preguntas.

Había resuelto acudir solo al aviso. Ver qué había pasado y qué hacía falta. Sabía por experiencia que interponerse entre el Gordinflón y su cena no resultaba una experiencia agradable.

Llegó al edificio de Stacy. Ella estaba sentada en el escalón del porche, esperando. Spencer aparcó en el vado de la boca de riego, salió del vehículo y echó a andar hacia ella.

Al acercarse, vio que tenía la Glock sobre las rodillas.

Se detuvo ante ella. Stacy levantó la cara.

– Siento haberte llamado así. Recuerdo cómo era.

– No importa -escudriñó su semblante con preocupación-. ¿Te encuentras bien?

Ella asintió con la cabeza y se levantó.

– ¿Va a venir Tony?

– No. He pensado que era mejor dejarle cenar en paz. El Gordinflón se pone hecho una fiera si no le dejas comer tranquilo. ¿Qué ha pasado?

Ella se acercó a la puerta y la abrió.

– Puedes verlo tú mismo.

A su voz le faltaba inflexión. Spencer ignoraba si se debía a la impresión o al esfuerzo de mantener a raya sus emociones.

Entró tras ella. Stacy lo condujo al cuarto de baño, situado al fondo de la casa.

Él vio enseguida el animal. Se paró en seco. No había duda de lo que tenía ante sus ojos.

El Gato de Cheshire, su cabeza sanguinolenta flotando sobre su cuerpo.

El dibujo de Pogo hecho realidad.

– ¿Cómo entró? -preguntó, y su voz le sonó ronca incluso a él.

– Por la puerta de la cocina. Rompió uno de los cristales de la puerta, metió la mano y descorrió el cerrojo. Se cortó. Hay un poco de sangre.

– ¿Has tocado algo?

– Sólo eso -señaló la bolsa de plástico ensangrentada y la tarjeta que había en el suelo.

Junto a ambas cosas había un par de guantes amarillos de plástico, de los que Spencer había visto usar a su madre para fregar los platos.

Como si le leyera el pensamiento, Stacy dijo:

– Para no contaminar nada. Por si te preocupa, eran nuevos.

– No me preocupaba.

Ella frunció el ceño, pensativa.

– Estaba calentando el agua para darme una ducha. Metí la mano sin mirar. Puede que el agua se haya llevado alguna prueba.

Spencer miró a un lado y a otro. Vio el pantalón tobillero de color caqui y el jersey blanco de manga corta que ella se había puesto esa tarde. Había también un sujetador de encaje de un delicado color violeta.

Apartó la mirada rápidamente, sintiéndose como un mirón.

– Perdona -masculló ella, y recogió apresuradamente la ropa-. Estaba aturdida. Me puse una bata y…

Sus palabras se apagaron. Spencer movió la cabeza.

– No hace falta que te disculpes. Estás en tu casa, no debería haber mirado.

Ella se echó a reír de repente. Una risa perfectamente modulada y contagiosa.

– Eres detective. Me parece que en eso consiste tu trabajo.

Aquello disipó la tensión. Spencer se echó a reír.

– Tienes razón. Intentaré recordarlo.

Se puso un par de guantes, se acercó a la tarjeta y la recogió. El mensaje era tan sencillo como escalofriante.

Bienvenida al juego.

Iba firmado por el Conejo Blanco.

Spencer miró a Stacy. Ella le sostuvo la mirada sin vacilar. Fijamente.

– He hecho demasiadas preguntas -dijo-. Le he tocado las narices a alguien. Ahora estoy metida en el juego.

Spencer deseó poder tranquilizarla. Pero no podía.

– El Gato de Cheshire -prosiguió ella-. Un personaje con largas garras y montones de dientes. En la novela, la reina intenta decapitarlo, pero el gato desaparece antes de que pueda hacerlo -comprimió los labios un momento como si intentara ganar tiempo para dominarse-. Éste no tuvo tanta suerte.

– El gato aparece y desaparece a lo largo de la novela -dijo Spencer, pensando en las Notas de Cliff que había leído la noche anterior-. Otro indicio más de un mundo en el que la realidad ha quedado distorsionada.

– ¿Soy yo el gato? -preguntó ella-. ¿Es eso lo que significa? ¿Que soy el gato y que ese sujeto piensa matarme así?

Spencer frunció el ceño.

– Tú no vas a morir, Stacy.

– Eso no puedes asegurarlo -juntó las cejas-. No puedes decirme que no voy a morir. Es la naturaleza de la bestia.

La bestia.

El hombre con voluntad de matar.

Spencer se acercó a la bañera, examinó la cabeza del animal y a continuación salió y registró por entero el apartamento. Se tomó su tiempo, haciendo anotaciones mientras avanzaba. Tras dejar la ropa en el cesto de la colada, Stacy lo siguió en silencio. Dejándole espacio, permitiendo que llegara a sus propias conclusiones.

Spencer miró su reloj. Tony ya se habría saciado. Tenía que avisar al equipo de recogida de pruebas. A los expertos en dactiloscópia. Si tenían suerte, aquel malnacido habría dejado una huella dactilar que acompañara la sangre de la ventana rota.

– Adelante -dijo ella-. Llama -sonrió ligeramente al ver su cara-. No sé leer el pensamiento, por desgracia. Es sólo el siguiente paso del proceso.

Spencer abrió su móvil y marcó primero el número de Tony. Mientras hablaba con su compañero, que no parecía muy contento, se dio cuenta de que Stacy recogía una chaqueta y salía al porche delantero.

Acabó de hacer sus llamadas y la siguió fuera. Ella estaba de pie al borde del porche, junto a los peldaños. Parecía helada. Spencer levantó la mirada hacia el cielo oscuro y sin nubes y pensó que la temperatura había caído por debajo de veinte grados. Se arrebujó en su chaqueta y se acercó a ella.

– Vienen de camino -dijo.

– Estupendo.

– ¿Estás bien? -preguntó por segunda vez esa noche.

Ella se frotó los brazos.

– Tengo frío.

Spencer sospechó que su frío no se debía a la temperatura. Deseó poder estrecharla contra su pecho, reconfortarla y darle calor.

Pero no cruzaría esa línea.

Aunque pudiera, ella no se lo permitiría.

– Tenemos que hablar. Enseguida. Antes de que lleguen los demás.

Ella se volvió. Lo miró a los ojos inquisitivamente.

– Es Pogo -dijo él-. Encontramos los bocetos de las tarjetas que recibió Leo. Y de otras.

La mirada de Stacy se aguzó, llena de interés. Se tornó intensa. Spencer casi podía seguir los movimientos de su intelecto digiriendo datos, catalogándolos, poniéndolos en orden.

– Háblame de esas otras -dijo ella.

– La Liebre de Marzo. Los dos naipes, el Cinco y el Siete de Espadas. La Reina de Corazones y Alicia. Todos muertos. Unas muertes espantosas.

– ¿Y el Gato de Cheshire? ¿Estaba allí?

Spencer se quedó callado un momento y luego asintió con la cabeza.

– Decapitado, la cabeza flotando sobre el cuerpo.

Ella frunció los labios.

– Si el asesinato de Rosie Allen es el primero de una serie, entonces las personas que representan las cartas serán las víctimas.

– Sí.

– Incluyéndome a mí.

– Eso no lo sabemos, Stacy. Leo recibió las primeras tarjetas, y sin embargo no era el blanco del asesino.

Ella estuvo de acuerdo, aunque no parecía muy convencida.

Llegó el equipo. Tony primero. La furgoneta de criminalística inmediatamente después. Spencer echó a andar hacia su compañero. Stacy lo detuvo agarrándolo del brazo.

– ¿Por qué me lo has contado?

– Ahora estás metida en el juego, Stacy. Tenías que saberlo.

Загрузка...