Capítulo 28

Jueves, 10 de marzo de 2005

11:30 p.m.


Stacy inspeccionó su apartamento habitación por habitación. Los técnicos habían acabado hacía un momento. Spencer se había ido tras ellos. No le había dicho adiós.

Ella tragó saliva. Sabía qué podía esperar, por supuesto. El polvillo negro dejado por los técnicos encargados de buscar huellas dactilares, el suelo recién aspirado para recoger cualquier evidencia material, la sensación general de caos.

Pero no esperaba sentirse así. Desnuda. Violentada. De nuevo se hallaba al otro lado. Y, de nuevo, aquella sensación la desagradaba.

Llegó a la puerta del cuarto de baño. Vio que se habían llevado la cortina de la ducha, y cruzó los brazos sobre la cintura. Había algo en aquella bañera desnuda que la golpeó como un mazazo. Sabía el aspecto que presentaba el fondo de la bañera. Manchado de rojo, el color cada vez más oscuro a medida que avanzaba el proceso de desoxidación.

La policía recogía las pruebas de un crimen.

No limpiaba después.

Se acercó a la bañera, ajustó la cabeza de la ducha y abrió el grifo. El chorro de agua se mezcló con la sangre, tiñéndose de rosa.

Llevándosela.

Stacy contempló el remolino del desagüe.

– Lo siento, Stacy.

Ella miró hacia atrás. Spencer no se había ido. Estaba en la puerta, mirándola fijamente.

– ¿El qué?

– Todo este lío. Que sea tan tarde. Que media docena de extraños haya revuelto tu casa. Que un chiflado haya entrado y te haya dejado ese asqueroso regalo.

– Nada de eso es culpa tuya.

– Aun así lo siento.

Stacy sintió el escozor de las lágrimas y se volvió rápidamente hacia la bañera. Cerró la ducha y secó luego el agua que había caído al suelo. Miró a Spencer por encima del hombro. Él no se había movido.

– Puedes irte -le dijo-. Estoy bien.

– ¿No puedes quedarte esta noche con algún amigo?

– No es necesario.

– La puerta…

– Clavaré un tablón encima. Servirá por esta noche -sonrió agriamente al percibir su preocupación-. Además, tengo a mi viejo amigo el señor Glock para defenderme.

– ¿Siempre has sido tan borde, Killian?

– Pues sí -escurrió la toalla y la puso sobre el borde de la bañera-. Era muy popular en la policía de Texas. Killian la rompepelotas, me llamaban.

El no se rió de su intento de hacer una broma. Stacy soltó un bufido de exasperación.

– No va a volver, Malone. Puede que piense matarme, pero no esta noche.

– Y eres infalible, ¿no?

– No, pero estoy empezando a entender cómo funciona la mente de ese tipo. Esto es un juego. Acaba de introducirme en una batalla de ingenio. En una lucha de voluntades. Un gato y un ratón. Si hubiera querido matarme rápidamente, lo habría hecho.

– Si no quieres irte, me quedo yo.

– No, no te quedas.

– Sí me quedo.

Stacy se sentía en parte conmovida por su preocupación. Aquello la reconfortaba. Pero esa sensación le recordaba a Mac. Su compañero y amigo. Su amante.

Un mentiroso. Un traidor.

Le había roto el corazón. Y algo peor.

El modo en que la había hecho daño.

Se acorazó contra aquel recuerdo y se acercó a Spencer. Lo miró a los ojos.

– ¿Qué crees, que voy a derrumbarme y que necesitaré un hombre que me consuele? ¿Crees que vas a tener esa suerte? -levantó la barbilla-. Voy a ahorrarte la decepción, Malone. No te hagas ilusiones.

Mientras pasaba a su lado él la detuvo agarrándola del brazo.

– Buen intento. Pero me quedo -ella abrió la boca para protestar, pero Spencer la atajó-. Me vale con el sofá. No quiero sexo, ni lo espero, ni, francamente, lo deseo.

Las mejillas de Stacy se cubrieron de rubor. Sabía que él lo notaría.

– No puedo obligarte a que dejes que me quede, pero dormir en el coche es condenadamente incómodo, así que te suplico que te apiades de mí. ¿Qué me dices, Killian?

Ella cruzó los brazos sobre el pecho. Sabía que Spencer cumpliría su promesa. Era incluso más testarudo que ella. Ella también había cumplido labores de vigilancia, y pasar la noche en un coche estaba a la misma altura que darse una ducha helada o pisar una mierda con los pies descalzos.

– Está bien -dijo-. Voy a enseñarte el cuarto de invitados.

Sacó una manta, un cepillo de dientes nuevo y un tubo de dentífrico de tamaño viaje.

– Vaya, hasta cepillo de dientes -dijo él cuando le dio las cosas-. Me siento abrumado.

– No quiero que me lo dejes todo hecho un asco.

– Eres toda corazón.

– Sólo para que lo sepas, voy a echar el cerrojo de mi habitación.

Él se quitó la sobaquera y comenzó a desabrocharse la camisa.

– Como quieras, cariño. Espero que tú y el señor Glock paséis una buena noche.

– Engreído -masculló ella-. Cabezota, testarudo, sabeloto…

Se mordió la lengua al darse cuenta de que todos aquellos epítetos también podían servir para describirla a ella. Al cerrar la puerta de su dormitorio, oyó reír a Spencer.

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