Capítulo 7

Martes, 1 de marzo de 2005

9:00 a m.


La Universidad de Nueva Orleans se levantaba en una finca de gran valor frente al lago Portchartrain y ocupaba exactamente una superficie de ochenta y siete hectáreas. Construida en 1956 corno antigua base de la aviación naval de Estados Unidos, daba servicio principalmente al área metropolitana de la mayor ciudad de Luisiana.

El campus no podía compararse con la Universidad Estatal de Luisiana en Baton Rouge, buque insignia de las universidades del estado, ni con el prestigioso colegio universitario de Tulane, situado en la parte alta de Nueva Orleans, pero había logrado afianzar una sólida reputación de calidad para ser una universidad de mediano tamaño. Las facultades de Ingeniería Naval, Gestión de Hostelería y Restauración, y Cinematografía eran particularmente apreciadas.

Stacy dejó el coche en el aparcamiento de estudiantes, cerca del Centro Universitario. El CU era el eje de la vida social del campus, debido a que la mayoría de los estudiantes vivía fuera de éste y tenía que desplazarse diariamente hasta allí. Si no estaban en clase o en la biblioteca, los estudiantes estaban de palique en el Centro Universitario.

Era allí, Stacy estaba segura, donde encontraría a los amigos de Cassie.

Entró en el edificio, buscó una mesa y dejó la mochila antes de recorrer con la mirada la enorme sala. No esperaba que hubiera mucha gente a hora tan temprana, y, en efecto, no la había. Aquello se convertiría en un hervidero en cuanto acabaran las primeras clases del día, y a mediodía, cuando los estudiantes se pasaran por allí para almorzar, el salón alcanzaría el máximo de su capacidad.

Pidió un café y una magdalena y se los llevó a la mesa. Se sentó y sacó el Frankenstein de Mary Shelley, la novela que estaba leyendo para la clase de Romanticismo Tardío, pero no la abrió.

Le puso azúcar al café y bebió un sorbo mientras sus pensamientos se precipitaban en tropel hacia la meta que se había trazado para ese día. Establecer contacto con los amigos de Cassie. Preguntarles por Conejo Blanco y la noche de la muerte de Cassie. Conseguir un indicio sólido a partir del cual seguir adelante.

La noche anterior había hablado con la madre de Cassie. La había llamado para darle el pésame y hablar de César. La señora Finch se hallaba en estado de shock y había respondido a sus preguntas como un autómata. Le había dicho que, en cuanto la oficina del forense les entregara el cuerpo, pensaba trasladar a su hija a casa, a Picayune, Misisipi, para enterrarla. Le había preguntado a Stacy si podía ayudarla a organizar el funeral. Le parecía mejor celebrarlo en el Centro Religioso Newman, en el campus.

Stacy había estado de acuerdo. Cassie tenía muchos amigos que agradecerían la oportunidad de despedirse de ella.

Y la policía agradecería la oportunidad de ver quién asistía a la ceremonia.

Era cosa sabida que los asesinos, y especialmente aquéllos que mataban por placer, solían asistir a los funerales de sus víctimas. Eran además proclives a frecuentar las tumbas de sus víctimas y a visitar la escena del crimen. De ese modo revivían la perversa gratificación que les deparaba el acto criminal.

¿Respondían las muertes de Cassie y Beth a un asesinato por placer? Stacy no lo creía. El uso de un arma de fuego carecía de los aspectos rituales de la mayoría de los asesinatos por placer, pero eso no excluía tal posibilidad. Stacy sabía muy bien que toda norma tenía su excepción. Sobre todo, en lo tocante al comportamiento humano.

Vio a dos miembros del grupo de juego de Cassie. Recordaba sus nombres: Ella y Magda. Iban caminando desde la cola del bar a una mesa, riendo con despreocupación.

Aún no se habían enterado.

Stacy se levantó y se acercó a su mesa. Ellas levantaron la vista y sonrieron al reconocerla.

– Hola, Stacy, ¿qué tal?

– ¿Puedo sentarme? Tengo que preguntaros una cosa.

Al ver su semblante, sus sonrisas se borraron. Le indicaron una silla vacía y ella se sentó. Decidió indagar primero sobre el juego. En cuanto les dijera lo de Cassie, la ocasión de obtener una respuesta coherente sería remota.

– ¿Habéis oído hablar de un juego de rol llamado Conejo Blanco?

Las otras dos se miraron. La primera en hablar fue Ella.

– Tú no juegas, Stacy. ¿Por qué te interesa tanto?

– Así que lo conocéis -al ver que no respondía, añadió-: Es muy importante. Tiene que ver con Cassie.

– ¿Con Cassie? -la otra frunció el ceño y miró su reloj-. Creía que ya estaría aquí. Nos mandó un e-mail a las dos el domingo por la noche. Dijo que estuviéramos aquí hoy a las nueve, que tenía una sorpresa.

Una sorpresa.

El Conejo Blanco.

Stacy se inclinó hacia ellas.

– ¿A qué hora os mandó el e-mail?

Se quedaron pensando un momento.

– A eso de las ocho de la tarde -contestó Ella-. ¿Y a ti, Magda?

– A la misma hora, creo.

– ¿Habéis oído hablar de ese juego?

Se miraron de nuevo y asintieron con la cabeza.

– Pero nunca hemos jugado -añadió Magda.

Ella tomó la palabra.

– Conejo Blanco es muy… radical. Es totalmente secreto. Pasa de un jugador a otro. Para aprender a jugar, tienes que conocer a alguien que juegue. Como grupo forman una especie de clan.

– Un clan muy misterioso -añadió Magda.

– ¿Qué me decís de Internet? Se podrá encontrar información sobre el juego, supongo.

– Información -murmuró Ella-, claro. Pero yo nunca he visto la Biblia del jugador. ¿Y tú, Mag? -miró a la otra, que negó con la cabeza.

No era de extrañar que Cassie estuviera tan emocionada. Menudo golpe de efecto.

– ¿Se juega online? ¿O en vivo?

– Las dos cosas, creo. Como la mayoría -Ella frunció un poco el ceño-. A Cassie le gusta jugar en tiempo real. A todos nosotros nos gusta reunirnos para jugar en grupo.

– Así te relacionas más -añadió Magda-. Jugar con el ordenador es para gente que no encuentra grupo o que no tiene tiempo para dedicarse al juego.

– O que simplemente se mete en esto por la emoción del juego.

– ¿Y cuál es?

– Manipular y vencer a los oponentes mediante el ingenio y la estrategia.

– ¿Os dijo Cassie que había conocido a alguien que jugaba a Conejo Blanco?

– A mí no -Ella miró a Magda-. ¿Y a ti?

La otra sacudió la cabeza una vez más.

– ¿Qué más podéis contarme sobre ese juego?

– No mucho -Ella miró de nuevo su reloj-. Qué raro que no haya venido Cassie -miró a su amiga-. Mira tu mó…

Justo en ese momento, otra amiga del grupo, Amy, las llamó. Al volverse vieron que se acercaba a ellas. A juzgar por su expresión, ya sabía lo de Cassie. Stacy se preparó para la escena que se avecinaba.

– ¡Dios mío! -exclamó al llegar a la mesa-. Acabo de enterarme de algo horrible. Cassie está… no puedo… está… -se llevó una mano a la boca y sus ojos se llenaron de lágrimas.

– ¿Qué? -preguntó Magda-. ¿Qué le ha pasado a Cassie?

Amy empezó a llorar.

– Está… muerta.

Ella se levantó de un salto, volcando la silla. La gente de alrededor las miró.

– Eso no puede ser. ¡Hablé con ella hace nada!

– ¡Yo también! -gritó Magda-. ¿Cómo…?

– La policía se pasó por la residencia esta mañana. También quieren hablar con vosotras.

– ¿La policía? -dijo Magda, que parecía aterrorizada-. No entiendo.

Amy se dejó caer en la silla y se deshizo de nuevo en lágrimas.

– Cassie fue asesinada -dijo Stacy con calma-. El domingo por la noche.

Magda la miró con estupor. Ella se acercó a ella con el rostro contraído por la ira y el dolor.

– ¡Eso es mentira! ¿Quién iba a hacerle daño a Cassie?

– Eso es lo que intento averiguar.

Se quedaron las tres en silencio un momento. La miraban anonadadas. De pronto Ella pareció comprender.

– Por eso nos has hecho todas esas preguntas sobre Conejo Blanco. ¿Crees…?

– ¿El juego? -preguntó Amy entre lágrimas.

– Vi a Cassie el viernes -explicó Stacy-. Me dijo que había conocido a alguien que jugaba. Iba a presentarle al Conejo Blanco Supremo. ¿A ti te dijo algo, Amy?

– No. Hablé con ella el domingo por la noche. Me dijo que esta mañana tenía una sorpresa para nosotras. Parecía muy contenta.

– A nosotras nos mandó un e-mail diciendo lo mismo -añadió Magda.

– ¿Algo más?

– Tuvo que colgar. Me dijo que había alguien en la puerta.

A Stacy se le aceleró el corazón. Alguien. ¿Su asesino?

– ¿Mencionó algún nombre?

– No.

– ¿Te dijo si esa persona era un hombre o una mujer?

Amy negó con la cabeza con expresión abatida.

– ¿Qué hora era?

– Ya se lo dije a la policía, no me acuerdo exactamente, pero creo que eran sobre las nueve y media.

A las nueve y media, Stacy estaba enfrascada en su trabajo de literatura. Su hermana Jane la había llamado; habían estado charlando unos veinte minutos acerca del bebé, la asombrosa Apple Annie. Stacy no había oído ni visto nada.

– ¿Estás segura de que no dijo nada más? ¿Nada en absoluto?

– No. Ojalá… si lo hubiera… -a Amy se le quebró la voz en un sollozo.

Ella se volvió hacia Stacy con la cara sofocada.

– ¿Cómo es que sabes tantas cosas?

Stacy les explicó que se había despertado creyendo oír disparos y que había ido a investigar.

– La encontré. A ella y a Beth.

– Antes eras policía, ¿no?

– Sí, antes.

– ¿Y ahora juegas a serlo? ¿Para revivir tus días de gloria?

El tono de reproche de la otra sorprendió a Stacy.

– Nada de eso. Para la policía, Cassie no es más que otra víctima. Para mí era mucho más que eso. Quiero asegurarme de que quien la mató no se salga con la suya.

– ¡Su muerte no tiene nada que ver con los juegos de rol!

– ¿Cómo lo sabes?

– Siempre nos están señalando con el dedo -a Ella le tembló la voz-. Como si los juegos de rol convirtieran a la gente en zombis o en máquinas de matar. Es absurdo. Harías mejor hablando con ese tarado de Bobby Gautreaux.

Stacy frunció el ceño.

– ¿Lo conozco?

– Seguramente no -Magda se abrazaba y se mecía adelante y atrás-. Estuvo saliendo con Cassie el año pasado. Fue ella quien lo dejó. Y él no se lo tomó muy bien.

Ella miró a Magda.

– ¿Que no se lo tomó muy bien? Al principio amenazó con matarse. ¡Y luego amenazó con matarla a ella!

– Pero eso fue el año pasado -musitó Amy-. Seguro que eso lo dijo en el calor del momento.

– ¿No te acuerdas de lo que nos dijo Cassie hace un par de semanas? -preguntó Ella-. Creía que la había estado siguiendo.

A Amy se le dilataron los ojos.

– Dios mío, lo había olvidado.

– Yo también -reconoció Magda-. ¿Y ahora qué hacemos?

Se volvieron hacia ella, tres jóvenes cuyas vidas acababan de dar un giro irrevocable. Un giro precipitado por una espantosa dosis de realismo.

– ¿Tú qué crees? -preguntó Magda con voz temblorosa.

“Que esto lo cambia todo”.

– Tenéis que llamar a la policía y contarles exactamente lo que me habéis dicho. Enseguida.

– Pero Bobby la quería de verdad -dijo Amy-. Él no le haría daño. Lloró cuando Cassie lo dejó. Él…

Stacy la cortó con la mayor delicadeza posible.

– Lo creas o no, hay tantos asesinatos motivados por el amor como por el odio. Quizá más. Según las estadísticas, los hombres matan más que las mujeres, y en casos de violencia doméstica, las mujeres son casi siempre las víctimas. Además, hay más hombres que acosan a sus antiguas parejas y muchas más órdenes de alejamiento contra ellos.

– ¿Crees que Bobby estaba acosándola? Pero ¿por qué iba a esperar un año antes de…? -se quedó callada. Saltaba a la vista que no se sentía con fuerzas de acabar la frase.

Pero de todos modos las palabras quedaron suspendidas pesadamente en el aire.

Antes de matarla.

– Algunos de esos tíos son bestias sin cerebro que atacan inmediatamente. Otros se lo piensan más y acechan esperando el momento oportuno. Se resisten a deshacerse de su ira. Si estaba siguiéndola, Bobby Gautreaux encajaría en esa última categoría.

– Me encuentro mal -gimió Magda, apoyando la cabeza entre las manos.

Amy se inclinó hacia ella y le frotó suavemente la espalda.

– No te preocupes, todo va a salir bien.

Pero, naturalmente, no era cierto. Y todas lo sabían.

– ¿Dónde puedo encontrar a ese tal Bobby Gautreaux? -preguntó Stacy.

– Estudia ingeniería -respondió Ella.

– Creo que vive en una residencia -dijo Amy-. Al menos, vivía allí el año pasado.

– ¿Estáis seguras de que todavía estudia aquí? -preguntó Stacy.

– Yo lo he visto por el campus este año -respondió Amy-. Lo vi el otro día, de hecho. Aquí, en el Centro Universitario.

Stacy se levantó y empezó a recoger sus cosas.

– Llamad al detective Malone. Decidle lo que me habéis contado.

– ¿Qué vas a hacer? -preguntó Magda.

– Voy a ver si encuentro a Bobby Gautreaux. Quiero hacerle unas preguntas antes de que se las haga la policía.

– ¿Sobre Conejo Blanco? -preguntó Ella con cierta aspereza.

– Entre otras cosas -Stacy se echó la mochila al hombro.

Ella se levantó.

– Olvídate de lo del juego. Es un callejón sin salida.

A Stacy le pareció extraño que una de las supuestas amigas de Cassie pareciera más preocupada por la reputación de un juego de rol que por atrapar al asesino. La miró fijamente a los ojos.

– Puede ser. Pero Cassie está muerta. Y no voy a descartar ninguna hipótesis hasta que sepamos quién la mató.

La expresión desafiante de Ella pareció esfumarse. Se dejó caer en la silla, apesadumbrada.

Stacy la miró un momento y luego dio media vuelta. Magda la detuvo. Stacy miró hacia atrás.

– No lo dejes en manos de la policía, ¿vale? Te ayudaremos en todo lo que podamos. Nosotras la queríamos.

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