Sábado, 11 de marzo de 2005
2:00 p.m.
Leo se había resistido a jugar; decía que lo había dejado hacía años. Kay, por su parte, se había negado en redondo. Conejo Blanco pertenecía a una época de sus vidas que prefería no recordar.
Stacy había intentado vencer la desgana de Leo explicándole que Alicia tenía razón al decir que pensaban utilizar el juego para comprender a quién se enfrentaban. Introducirse en la cabeza de un asesino era una técnica tan vieja como el crimen y la investigación, una técnica que el FBI había perfeccionado durante los años ochenta.
Los federales le habían dado el nombre de “elaboración de perfiles criminales”, y a los investigadores que se especializaban en ella se los conocía como “perfiladores”. Aquello era lo más excitante que podía ofrecer el trabajo policial: mucha atención mediática, el respeto y la admiración de la ciudadanía y de las fuerzas de orden público, y espectaculares estadísticas de éxitos.
Aun así, al final había sido Alicia quien había convencido a su padre. Se lo había suplicado. Ella organizaría el juego. Lo único que Leo tenía que hacer era aparecer. Sería divertido.
Así que allí estaba Stacy. Alicia salió a recibirla a la puerta. Llevaba un chaleco de retales de colores parecido al del conejo en el relato de Carroll.
– Date prisa -dijo la chica-. Llegamos tarde. Muy, muy tarde.
Stacy se disponía a contradecirla (en realidad llegaba puntual), pero enseguida se dio cuenta de que Alicia ya se había metido en su papel.
– Sígueme… sígueme…
La muchacha se dio la vuelta y corrió dentro, conduciéndola a la cocina. Daba la impresión de que un camión de aperitivos había estallado dentro de la habitación. La isleta central estaba cubierta de bolsas y cuencos llenos de aperitivos variados. Entre las patatas, las cortezas y los M &M's había una pequeña nevera.
Stacy se acercó a ella y vio que estaba llena de refrescos y de bebidas de café.
Sonó el timbre de la puerta y Alicia se apresuró a responder sin dejar de rezongar sobre la hora.
Un instante después volvió a entrar seguida de Spencer, Tony y Leo. Entre tanto, daba golpecitos con el pie con impaciencia, refunfuñaba y miraba una y otra vez su reloj de bolsillo.
– No es que quiera ser grosera -explicó Leo-. Es que está metida en el personaje.
Alicia le sonrió.
– Exacto. Y ahora mismo estoy fuera del personaje.
– ¿Y todas estas guarrerías? -preguntó Tony, acercándose a la isleta.
– Son para los jugadores. Bebidas energéticas, cortezas, patatas fritas, cuanto más grasiento mejor.
– Estos juegos son los que a mí me gustan -dijo él, y metió la mano en el cuenco de las cortezas a la barbacoa.
– ¿Bebidas energéticas? -preguntó Stacy-. ¿Como Mountain Dew?
– Montones de cafeína. Y por insistencia de papá, también tenemos cafés dobles de Starbucks.
Allí estaban, en efecto. Stacy tomó un bote, le quitó la tapa y sirvió la bebida en un vaso lleno de hielo. Cuando todos se hubieron servido un refresco, se sentaron.
– Como sois todos novatos -comenzó Alicia-, he pensado que lo mejor sería jugar a una versión muy básica del juego.
Leo carraspeó.
– ¿Novatos, dices?
Ella se echó a reír.
– Excepto mi padre, claro -prosiguió-. Entre los diversos personajes y el Conejo Blanco se dan por separado situaciones distintas. La historia básica es ésta: el Conejo Blanco se ha apoderado del País de las Maravillas. En otro tiempo, el País de las Maravillas era un lugar donde el tiempo se había detenido, un lugar de enloquecedora pero benigna belleza que él ha convertido en el reino de la muerte. Y de la maldad. La naturaleza vuelta del revés. Usando la magia negra, domina a las criaturas que moran en el País de las Maravillas. Alicia y su banda de héroes deben destruir al Conejo Blanco, salvando de ese modo no sólo el País de las Maravillas y a sus reyes, sino también el mundo de arriba. Porque el Conejo Blanco está a punto de adaptar su magia negra a nuestro universo.
– Como en cualquier buen libro o en cualquier película interesante -intervino Leo-, los mejores juegos de rol narran una historia y sus héroes desempeñan una gran misión. Las apuestas son muy altas, y el reloj avanza.
– Vaya -dijo Tony mientras mascaba unas cortezas-. Y yo que pensaba que sólo tendría que darle una patada en el culo a algún chiflado imaginario.
Leo se echó a reír.
– Lo hará, detective. Pero Conejo Blanco es algo más que un juego de hachas y cuchillos.
– ¿Un juego de hachas y cuchillos? -preguntó Spencer.
– Así se llama a los juegos que consisten en poco más que una matanza infinita de personajes malvados… y de cualquier otra cosa que se ponga en el camino de los jugadores. A mí me parecen aburridos, pero algunos jugadores y maestros de juego no quieren otra cosa -Leo miró a su hija-. ¿Alicia?
Ella prosiguió.
– He elegido un personaje para cada uno de vosotros, cosa que suele hacer cada uno de los jugadores. La banda de héroes incluye a Alicia, claro. Ella es la líder. Los otros miembros del equipo de hoy son Da Vinci, Nerón y Ángel.
Recogió una bolsa de Crown Royal que había en el suelo, a su lado, la abrió, metió la mano dentro y sacó una figurita en miniatura. Hecha de cartón y pintada a mano, representaba a una niña.
– Es Alicia -dijo, y la deslizó hacia Stacy-. Tú eres la líder del grupo. Eres lista y valiente, y tienes una fuerza sobrehumana. Además de tu fortaleza física, vas armada con una ballesta. Alicia tiene corazón de guerrera y espíritu aventurero.
La muchacha sacó otra figura de la. bolsa.
– DaVinci -dijo, sosteniendo una réplica del famoso hombre vitruviano de Leonardo da Vinci. La puso sobre un soporte de plástico y se la pasó a Spencer-. DaVinci es un genio, un maestro en hechizos y pociones. También posee la habilidad de leer la mente, aunque se le puede engañar. Sin embargo, es todo cerebro y nada de músculo.
Spencer torció la boca.
– Qué sexy
Alicia sacó otra figurita: un hombre vestido con camiseta y vaqueros negros y gafas del mismo color.
– Nerón -dijo.
Algo en su tono picó la curiosidad de Stacy.
– Cuéntame su historia
– Nerón es el personaje más impredecible de todos. El más peligroso.
– ¿Por qué? Tony bufó un poco, dando por sentado que se trataba de su personaje.
– Es un nigromante.
– ¿Un qué?
– Un hechicero especializado en magia negra. Es difícil de controlar y a menudo de poco fiar. Me preocupaba introducirlo en una banda con tan poca experiencia como la vuestra.
Stacy miró a Spencer. Sospechaba que estaba pensando lo mismo que ella: que era extraño que Alicia describiera a los personajes como si fueran reales y pudieran pensar por si mismos.
– Siempre hay un traidor -añadió Leo-. La figura de judas.
– ¿Y soy yo? -preguntó Tony, algo menos molesto.
– No -Alicia puso la figurita en su soporte y la empujó hacia su padre.
El. levantó una ceja.
– Qué interesante.
Tony frunció el ceño.
– ¿Y yo qué?
A ti te he reservado un personaje muy especial: Ángel -dijo ella, y sacó la miniatura de la bolsa y la dejó sobre la mesa. Representaba a una mujer de pelo negro, vestida con un traje de superheroína pegado a la piel.
Tony miró la figura con fastidio.
– ¿Soy una tía?
Spencer soltó una carcajada. Stacy se echó a reír y Alicia sonrió. Estaba claro que la adolescente disfrutaba ejerciendo su papel de Dios.
– Pero no una tía cualquiera -dijo la muchacha-. Una poderosa ilusionista que utiliza sus poderes para derrotar a sus enemigos.
Tony parecía enfadado.
– Una tía. ¿Por qué yo?
– Consuélate, Gordinflón -dijo Spencer. Come más cortezas.
– Cuatro personajes, cuatro figuritas -murmuró Stacy-. Los héroes representan a personajes reales, ¿no?
– Menos Alicia. Lewis, a quien he decidido no usar hoy, representa a Lewis Carroll, el creador original del País de las Maravillas. Da Vinci es papá, y Nerón es su antiguo socio, con el que creó el juego. Angel es mamá. Así es como la llamaba papá en aquellos tiempos.
Spencer frunció el ceño.
– Si esos son los personajes, ¿qué pintan el Lirón, la Liebre de Marzo y el Gato de Cheshire en la historia?
– En todos los juegos de rol -respondió Leo-, los héroes deben tener oponentes contra los que luchar. En Dragones y Mazmorras son monstruos. En nuestro juego, son los personajes originales del País de las Maravillas. Se han vuelto malvados y se hallan bajo el dominio del Conejo Blanco.
Stacy frunció el ceño.
– Pero yo creía que el juega consistía en que el asesino era el vencedor absoluto. Si somos un grupo de héroes, eso significa que debemos traicionarnos los unos a los otros.
Leo asintió con la cabeza.
– Todos los personajes pueden cambiar en cualquier momento. El más susceptible de cambiar es Nerón. Angel es famosa por crear una sensación ilusoria de seguridad en sus camaradas cuando los espera una trampa.
– Y algunos -intervino Alicia- se sacrifican por el éxito de la misión. O por la salvación de un amigo.
– O -añadió Leo- han sacrificado a un compañero para salvar el mundo.
– Así que, recordad, al final de la partida sólo quedará uno vivo Alicia se detuvo para dar énfasis a sus palabras mientras los recorría con la mirada-. ¿Cuál será?
Stacy se sintió atraída por el juego. Miró a cada uno de sus compañeros y se preguntó cuál de ellos salvaría el mundo. Ansiaba ser ella, pero estaba decidida a anteponer la seguridad de todos a su inmortalidad heroica.
– Vuestro éxito o vuestra derrota -continuó Alicia- dependen de vuestras decisiones y vuestras habilidades, y también de los dados.
– Explícate -dijo Spencer.
– Se juega con un dado de veinte caras. Si sacas veinte, es una puntuación critica. Si sacas uno, también.
– ¿Qué quieres decir?
– -Si sacas veinte significa que tu hechizo, tu movimiento o lo que sea ha sido demasiado efectivo. Por ejemplo, si quieres detener el avance de un monstruo y sacas la puntuación máxima, no sólo detienes al monstruo, sino que lo destrozas. Y si te sale uno, al contrario. El monstruo no sólo te hiere, sino que te hace pedazos, te devora y luego se pasa media hora eructando.
– Bonita imagen -murmuró Spencer.
– ¿Y una puntuación intermedia? -preguntó Stacy-. Digamos, un ocho.
– El maestro de juego es Dios, ¿recordáis? El decide si tu acción tiene éxito o no y hasta qué punto. ¿Alguna otra pregunta?
No había, ninguna y la muchacha los miró a todos con expresión muy seria.
– Una última advertencia. Escoged sabiamente. Colaborad entre vosotros. El Conejo Blanco es muy listo. ¿Listos?
– Sí. Es hora de empezar.
Los minutos pasaron rápidamente y Stacy comprobó que no tardaban mucho en acostumbrarse al funcionamiento del juego. Tenía que admitir que era divertido. Y emocionante. Se sentía absorbida por el juego. Ya no pensaba en sus compañeros como seres reales, sino como personajes. La atracción psicológica del juego era grande, y Stacy comprendió al fin por qué los juegos de rol asustaban a tantos padres. Y por qué Billie le había dicho que eran demasiado absorbentes para personas cuya percepción de la realidad fuera demasiado frágil.
Se enfrentaron al Sombrerero Loco, que hirió gravemente a Da Vinci antes de que Alicia lograra matarlo con su ballesta. Nerón quedó atrapado en la casa menguante del Conejo Blanco, y se vieron obligados a dejarlo atrás.
Ahora se enfrentaban al más formidable enemigo de cuantos les hablan salido al paso: una oruga más grande que todos ellos juntos. Fumaba en una pipa cuyo bucle de humo verde resultaba mortalmente venenoso para cuanto entrara en contacto con él.
Da Vinci ofreció un antídoto en forma de poción. Debilitado como estaba, si no sacaba la máxima puntuación, moriría.
El maestro de juego preparó la tirada. Kay apareció en la puerta de la cocina.
– Disculpadme. ¿Leo?
Le temblaba la voz. Leo levantó la vista y la sonrisa murió en sus labios. Stacy se dio la vuelta. Kay estaba pálida como un fantasma. Parecía aferrarse al marco de la puerta para no caerse.
Leo se levantó.
– Dios mío, Kay, ¿qué ocurre?
Los demás adultos se levantaron tras él. Stacy miró a Alicia. La muchacha estaba paralizada y tenía la mirada fija en su madre.
– Venid a ver… Es… -se llevó una mano a la boca. Stacy notó que le temblaba-.Tu despacho…
– ¿Mi despacho? -dijo Leo-. ¿Qué…?
– La señora Maitlin lo encontró… y me llamó.
– Leo -dijo Stacy en voz baja, tocándole el brazo-, tu hija.
Él miró a Alicia como si acabara de percatarse de su presencia.
– Quédate aquí le ordenó.
– Pero papá…
– Ni una palabra. Quédate aquí.
Stacy frunció el ceño. Ella no era madre, pero tenía la impresión de que la situación requería un poco más de tacto. Era evidente que Alicia estaba asustada.
Salieron de la cocina. La asistenta merodeaba junto a la puerta del despacho de Leo. Parecía tan impresionada como Kay.
Stacy miró hacia el vestíbulo. Parecía haber cundido la noticia de que había pasado algo en la casa, porque Troy estaba en la puerta.
El chofer la miró. Llevaba gafas de sol de espejo, lo cual a Stacy siempre le resultaba desconcertante. Le desagradaba no verles los ojos a los demás y verse a si misma reflejada en el cristal.
Freud se lo habría pasado en grande con eso.
– Stacy, ¿vienes? -preguntó Leo.
Ella apartó la mirada de Troy.
– Sí.
Stacy siguió a Spencer y a su compañero hasta el despacho. Leo entró tras ella.
Sobre el reluciente suelo de madera alguien había dibujado un corazón. Dentro había dos grandes naipes de los que usaban a veces los magos y los payasos en las fiestas de cumpleaños infantiles: el Cinco y el Siete de Espadas. Los dos estaban partido- s por la mitad. Dentro del corazón, el intruso había escrito un mensaje.
Las rosas ya son rojas.