Lucie estaba asombrada por la belleza del paisaje que la rodeaba. Al pie del chalet de Marc Castel, en lo alto de Val-Thorens, disfrutaba de una vista panorámica del parque nacional de la Vanoise. Cumbres nevadas hasta donde alcanzaba la vista. Unas cimas puntiagudas, hieráticas, al asalto de un cielo de cristal. Más cerca, como si pudiera tocarlas, unas pequeñas montañas rojizas, verdes, amarillas, que jugaban con las sombras de la luz. A primera hora de aquella mañana, la naturaleza ofrecía lo más bello que tenía y también lo más fresco: cubierta con su fina chaqueta a más de dos mil metros de altitud, con sus guantes negros de lana, Lucie estaba helada.
El hombre que le abrió la puerta no tenía nada que envidiar al paisaje. Unos ojos de un verde perturbador, cabello corto y moreno y una carita de ángel que le daba un aire de Indiana Jones. Le sacaba una cabeza a Lucie y bajo su camiseta ceñida se dibujaba la fina musculatura de los escaladores. Sin duda, la mujer del Norte lo había pillado al salir de la cama.
– Discúlpeme si le molesto, pero… el propietario de Las Diez Marmotas me sugirió que viniera a verle aquí antes de que se marchara a la montaña.
La miró de arriba abajo, como si aterrizara de otro planeta.
– Pero ¿sabe qué hora es? ¡No son ni las siete! ¿Quién es usted?
Lucie volvió a utilizar la foto, que tendió ante ella. Habló con tono autoritario. En vista de la agresividad de aquel tipo, se habían acabado las buenas maneras.
– Soy Amélie Courtois, de la policía criminal de París. Necesito saber qué quería esta chica.
Él cogió la foto maquinalmente, sin dejar de mirar a Lucie.
– Entre un momento. Me estoy muriendo de frío.
Lucie entró en la casa, toda de madera, y cerró la puerta tras de sí. Adoraba el ambiente del interior de aquellos grandes chalets de montaña. Los tonos color miel, la suavidad de los suelos de madera, la fuerza bruta de las vigas. En el salón, un gran ventanal acristalado ofrecía una vista de postal. Debía de ser muy agradable despertarse allí, cada mañana, como si uno estuviera en las nubes, lejos de la negrura de las grandes ciudades, de la contaminación, de los bocinazos.
El hombre la miró inquisitivamente.
– ¿Policía criminal? ¿Qué quiere de Marc?
– ¿Qué? ¿No es usted Marc?
– Sólo un amigo.
Lucie apretó los dientes, ¿aquel borde no se lo habría podido decir antes? Con un suspiro, observó las grandes fotos colgadas de las paredes. Primeros planos de marmotas, de muflones, coreografías de montañas perdidas entre las nubes. Todo el esplendor de otro mundo, compartido por un puñado de privilegiados.
– Simplemente querría hacerle unas preguntas, acerca de una de sus clientes. ¿Dónde está?
El hombre señaló con el mentón hacia las cimas, a través del ventanal.
– Allá arriba… ¿No ha visto helicópteros al venir hacia aquí?
– Sí. Parece como si hicieran viajes de ida y vuelta hacia las cumbres transportando unos grandes rollos.
– En efecto, vuelan desde las seis y media de la mañana. Desde hace unos días, participa en el cubrimiento de las partes más sensibles del glaciar de Gébroulaz, en previsión del próximo verano. Los helicópteros transportan regularmente a los hombres y el material.
– ¿Ahora se embalan los glaciares?
– Una pequeña parte. Con el cambio climático de los últimos años, todos los glaciares del planeta han comenzado a transpirar, y en particular los de los Alpes. Desde hace un siglo, algunos de ellos han perdido el 80 por ciento de su volumen. Este año se está llevando a cabo un proyecto piloto para tratar de evitar que el Gébroulaz se funda, como se hizo el año pasado en Suiza, en Andermatt. Seis mil metros cuadrados de hielo que hay que cubrir con dos films diferentes de cuatros milímetros de grosor para protegerlo de los rayos U, del calor y de la lluvia.
Sandeces, pensó Lucie. El hombre era responsable de esas catástrofes y en lugar de extraer lecciones de las mismas, de hacer todo lo posible para evitar esas hecatombes, se dedicaba a poner simples cataplasmas. Señaló la foto.
– ¿Y la chica?
– No tiene que preguntármelo a mí. Llegué aquí hace sólo unos días.
– ¿Cuándo volverá Marc?
– No volverá hasta la tarde. Y a mediodía come en el glaciar.
Lucie se guardó la foto y pensó. Tenía ante ella dos soluciones: esperar sensatamente o bien…
– Lléveme a los helicópteros.