En el umbral de la puerta de la cámara fría se hallaba una mujer. Alta, plantada sobre unas sólidas piernas. Gafas de montura cuadrada. Sólo llevaba la mascarilla y los guantes. Miró fijamente a Arnaud Fécamp, que había entrelazado las manos sobre su vientre.
– Cuando hay visitas, me gustaría que por lo menos se me informara.
Fécamp apretó las mandíbulas.
– Pensé que estaría reunida hasta tarde y…
– Tú no tienes que pensar, Arnaud.
El investigador se quedó inmóvil unos segundos. Una venilla latía en su frente. «Lo trata como a un perro», pensó Lucie. Él miró a su interlocutora una vez más, con los labios apretados, y acabó por marcharse. Frente a la alta mujer morena, Lucie trató de conservar su aplomo.
– ¿Quién es usted?
– Ludivine Tassin, la responsable de este laboratorio. Pero creo que es a mí a quien corresponde hacer esta pregunta. ¿Quién es usted?
– Amélie Courtois. Brigada Criminal de París.
Tassin se bajó la mascarilla. Esperaba, con las manos en las caderas. Tenía todos los rasgos de una mujer antipática y autoritaria. Rasgos adustos, grandes ojos marrones, perfectamente redondos, pómulos prominentes, que le daban un aspecto de caimán. Lucie sacó adrede su pistola del bolsillo y luego su teléfono móvil, e hizo aparecer sus contactos en la pantalla, pulsando las teclas con sus dedos cubiertos por los guantes.
– Mi carnet de policía está en el hotel, pero puede llamar al 36 del Quai des Orfèvres, si lo desea. Pregunte por el comisario Franck Sharko.
El momento de la verdad. Lucie sentía que su corazón latía con fuerza. La imponente mujer acabó por claudicar.
– Está bien. Guarde el arma, por favor. ¿Qué desea, exactamente?
Lucie expuso el motivo de su visita y, tras una breve conversación, llevó de nuevo el agua a su molino.
– Quisiera saber qué sucedió en esa gruta hace treinta mil años, porque creo que puede estar relacionado con mi investigación actual.
– Muy bien, pero salgamos de aquí antes de acabar congeladas.
Ludivine Tassin invitó a Lucie a seguirla. Caminaba con paso firme, una jefa en todo su esplendor. Arnaud Fécamp estaba instalado frente a una enorme máquina, con los hombros caídos. Lucie lo observó en silencio y pudo percibir, gracias al reflejo de un cristal, que la había estado mirando una vez que ella pasó ante él. Una mirada extraña que puso los sentidos de la ex policía en alerta.
Las dos mujeres cruzaron la compuerta y se dirigieron al despacho de la científica.
– Su auxiliar de laboratorio me ha mostrado la cicatriz…
Lucie hizo una pausa, súbitamente intrigada. A fin de cuentas, ¿por qué Fécamp había hecho aquello? Curiosa reacción. Como si tuviera que demostrar algo. Lucie precisó:
– … Parece que fue brutalmente agredido, la noche del robo.
– No se anduvieron con chiquitas, la verdad.
– ¿Fue él quien llamó a la policía?
– Desde el laboratorio. Esa historia nos ha ocasionado una pérdida inestimable. Jamás volveremos a tener la ocasión de hallar un espécimen semejante de cromañón, tan bien conservado. Cuando me enteré de la noticia, fue como si hubiera perdido un brazo. No puede imaginar lo que se siente.
En el despacho, la responsable sacó un paquete de fotos de un armario.
– Estuve sobre el terreno el día del descubrimiento en el glaciar. Dada nuestra condición de centro responsable de un proyecto nacional, se pusieron en contacto con nosotros al cabo de unas horas del hallazgo.
Miró aquellas fotografías que debía de haber visto ya cientos de veces y se las tendió a Lucie. Sus ojos brillaban, como los de un pirata ante un tesoro.
– ¡Qué sublime descubrimiento! El Grial para cualquier investigador que consagra su vida al estudio de la vida. Una familia completa de neandertales y un Homo sapiens, en un estado de conservación que ni en sueños podíamos imaginar. Era tan increíble que al principio creímos que se trataba de un montaje, pero los procedimientos de datación y diversos análisis no dejaron lugar a dudas, eran auténticos. Mire…
Lucie extendió las fotos, tomadas durante las primeras horas del descubrimiento. Un plano general mostraba a los tres neandertales a un lado, sobre el suelo, curvados, con las mandíbulas abiertas como si gritaran. En otro rincón, el cromañón reposaba sentado contra la roca, justo debajo del fresco invertido de los uros. A pesar de la desecación de los tejidos, las diferencias morfológicas entre los individuos eran evidentes. El cromañón tenía una frente prominente pero su nariz era larga y estrecha, el rostro achatado y un arco superciliar reducido: las típicas características del hombre moderno.
– Sapiens y neandertales cohabitaron durante ocho mil años, y el período en el que vivieron estos individuos en concreto corresponde a los últimos años de existencia del neandertal. Esos que ve ahí son, en cierta forma, los últimos representantes de la especie. Diversos elementos y unos análisis meticulosos nos han permitido reconstruir las últimas horas de esos individuos…
Lucie escuchaba atentamente, casi incrédula. Iba a oír el análisis de una escena del crimen que se remontaba a treinta mil años atrás. La policía científica moderna no lo hubiera hecho mejor.
– De entrada, los análisis de ADN fósil probaron que se trataba en efecto de una familia de neandertales. Padre, madre e hijo. El ADN de este último entrañaba el bagaje genético de los dos seres que lo acompañaban. El hombre tenía unos treinta y tres años, que en aquella época era casi la edad límite.
– ¿Treinta y tres años? Morían muy jóvenes.
– Y se reproducían muy pronto, en consecuencia, entre los quince y los veinte años. La Evolución biológica se caracteriza por…
– … perpetuar los genes y asegurar la supervivencia del más apto, si lo he entendido bien. Tenían que reproducirse imperiosamente antes de morir.
– En efecto. En aquella época, sin embargo, pocos eran los individuos que vivían más de siete años. Las condiciones de vida eran muy duras y cualquier enfermedad o herida a menudo eran fatales. Nunca la selección natural ha sido tan intransigente. En todos los miembros de esa familia hemos descubierto rastros de raquitismo, artritis, abscesos dentales y numerosas fracturas, cosa que, sin embargo, no les impidió sobrevivir. Eran fuertes. El análisis de los fósiles de polen hallados en sus intestinos reveló que era polen de haya. Al combinar este resultado con el análisis de los isótopos, pudimos reconstruir el lugar donde esa familia pasó buena parte de su vida: en los Alpes del Sur, en la frontera italiana. Creemos que estaban migrando, tal vez a causa del frío. En esa época, los avatares climáticos redujeron sobremanera la población humana de Europa y dispersaron a las tribus. Esa familia probablemente quería llegar a una región que tuviera un clima más favorable, el norte de los Alpes en un primer momento y luego los llanos, si tenían fuerzas y coraje suficientes. Disponían de armas, alimentos, contenedores utilizados para las largas marchas y ropas de piel de animal. Probablemente vivieron en esa gruta durante varios días, como lo testimonian los restos de fuego, los excrementos y los huesos de animales. El hombre aprovechó para tallar instrumentos y cazar. Aguardaban a que amainara para seguir su camino… Y en ésas llegó el intruso.
– El cromañón.
– En efecto. Nuestro futuro hombre moderno y civilizado. Homo sapiens sapiens…
Su tono se había teñido de amargura.
– Ignoramos el porqué de la presencia de ese individuo aislado en ese lugar. ¿Había descubierto huellas de pasos en la nieve y las había seguido? ¿Estaba migrando a su vez o bien huía? ¿Había sido expulsado de su pueblo, condenado al destierro? La verdad es que disponía de poco material, al contrario que los neandertales. Era simplemente un vagabundo. Un marginado.
El tono había cambiado. Dassin hablaba ahora con pasión, vivía su relato. A Lucie no le costaba visualizar la escena en la época en que sucedió: unas condiciones climáticas atroces, unos seres curvados luchando contra el viento y la nieve. Unos cazadores que a menudo morían de hambre o de frío, si no los mataban antes las heridas o las infecciones. Unos tiempos que debieron de ser un auténtico infierno. Sin embargo, aquellos seres habían salido adelante, impulsados por una inquebrantable fuerza reproductora, y esto nos ha permitido existir hoy.
– El fuego, el olor de carne seca o de peces de río lo atrajeron. Cuando entró en la gruta, el macho neandertal se puso en pie y cogió un arma. Temía por los suyos. ¿Quién penetraba en su territorio? Las recientes investigaciones de la paleontología y la paleoantropología han demostrado que el neandertal no era un ser retrasado, grotesco y objeto de burlas. Enterraba a sus muertos, tocaba música y cultivaba cierta forma de arte primitivo. Tampoco era forzosamente agresivo y violento. No creemos que iniciara las hostilidades. Debió de producirse un intercambio de signos, sonidos y articulaciones que indicaran claramente al cromañón que siguiera su camino.
Dassin señaló los diversos primeros planos de los cuerpos inmóviles.
– Los tres neandertales, incluido el niño, presentaban marcas defensivas en sus antebrazos, no fueron sorprendidos sino atacados de frente por el cromañón. Fueron literalmente masacrados, sin medias tintas. Golpeados una y otra vez con el arpón en los brazos, los costados y las piernas. Por todas partes.
Lucie frunció el ceño, y se llevó una mano a la cabeza. Imaginaba perfectamente la escena. Una familia reunida alrededor de un fuego. Una sombra que se aproxima, con un arma en la mano. Luego la masacre. Un instante breve, de una violencia explosiva. Primero matan al hombre, luego a la mujer. El niño, aterrorizado, se ha acurrucado en un rincón. La sombra se aproxima, cubierta de sangre y de pieles de animales, blande su arma y golpea, golpea y golpea sin piedad.
Azorada, Lucie cerró los ojos. En aquel momento, acudieron a su mente las imágenes de sus pesadillas recurrentes, idénticas. La sala de autopsias gigante… Los centenares de cuerpos carbonizados…
Dassin percibió su turbación y se inclinó hacia ella.
– ¿Se encuentra bien, señorita?
Lucie abrió los ojos y asintió. Sus manos temblaban y las deslizó entre sus piernas. Habría bebido un vaso de agua, respirado profundamente y contemplado el pequeño medallón transparente que llevaba en su bolsillo.
– Sí, sí. Prosiga, por favor.
– El cromañón, a su vez, presentaba pocas marcas de heridas. Dominó ampliamente el combate. Sin embargo, el neandertal no era enclenque. Metro sesenta, ochenta kilos de músculos, pues se trataba de un cazador excepcional, poderoso, de extremidades robustas y con mucha fuerza, asesinado por un individuo más alto y a buen seguro más feroz que él. Acto seguido tuvo lugar un episodio que no acabamos de entender. Es el fresco rupestre de los uros invertidos.
– ¿Lo pintó el cromañón?
– Probablemente, tras la matanza. Utilizó pigmentos y llevó a cabo su obra tranquilamente, mientras los cadáveres yacían a sus pies. En mi vida había visto una pintura parecida a ésa. Una pura curiosidad científica que suscita grandes debates. Y hasta ahora nadie tiene realmente la respuesta.
– Pintada por un zurdo, también en ese caso.
Dassin inclinó la cabeza.
– Éva Louts también hizo ese comentario. Parece tener usted las mismas reacciones que ella.
– Trato de ponerme en su lugar y de realizar mi investigación lo mejor posible.
– Lo confirmo, se trataba de un zurdo, como lo prueban las manos en negativo que también pintó en la caverna. Es probable que el cromañón quisiera apropiarse de esa gruta. Luego creemos que se produjo un gran alud de nieve que atrapó al sapiens en el interior de la gruta y congeló inmediatamente su cuerpo, evitando la degradación del ADN. Las capas de hielo que obstruían la entrada tienen exactamente la misma edad que las momias. El cromañón murió congelado o de hambre, en la oscuridad, en medio de la carnicería que había llevado a cabo por una razón que probablemente nunca conoceremos y que demuestra que no era un ser apacible y poco belicoso como siguen afirmando algunos. Eso pone en cuestión numerosas ideas al uso y vuelve a suscitar la teoría sobre la posibilidad de la extinción del neandertal por un dominio de los sapiens.
Suspiró y apiló unos papeles.
– Al menos sabemos a quién hemos salido. Si hay muchas cosas que han evolucionado, la violencia permanece intacta, a través de los milenios. Como si se propagara de manera vertical.
– Al decir de manera vertical, ¿se refiere a genética? ¿El famoso gen de la violencia, transmitido de padres a hijos?
La científica reaccionó como si hubiera oído una blasfemia.
– He dicho «como si». El gen de la violencia no es más que un artificio, creado por el delirio de algunos. No existe.
Lucie ya había oído hablar de aquella historia del gen de la violencia, como el síndrome XYY, por ejemplo: en los años cincuenta, algunos investigadores habían lanzado la hipótesis de que numerosos criminales, autores de crímenes atroces, tenían un cromosoma Y suplementario. Evidentemente, no era más que una mera especulación que se apoyaba en una tara genética y que quedó desprestigiada por otras investigaciones. Desde entonces, todas las teorías que habían sostenido la hipótesis de la existencia de un gen de la violencia habían sido desmentidas.
Lucie siguió observando atentamente las fotos. Una escena del crimen de extraordinaria violencia. Un asesino ancestral, que no había perdonado la vida ni a la mujer ni al niño indefenso. Una masacre sin motivo aparente. Una extraña pintura realizada al revés. Lucie no conseguía apartar del fondo de su mente la imagen de Grégory Carnot. Sus ojos negros, su mechón sobre la frente, su mirada de loco. Tampoco el hecho de que fuera zurdo y fornido. Tantos puntos en común con el horror que se había producido hacía tanto tiempo. Alzó sus ojos azules hacia su interlocutora.
– ¿Le dijo Éva Louts que había visto un dibujo invertido en la celda de una cárcel?
– Me habló de ello, en efecto. Por lo que parece, ésa fue la razón que la trajo hasta nuestro laboratorio. También ella requirió las explicaciones que le acabo de dar. Ante todo, lo que la subyugaba era la violencia y lo extraño de esa escena. Una escena que no tenía lógica.
Lucie volvió a pensar en la celda de Carnot. En el terror que había sentido al ver el dibujo al revés.
– Cuando se trata de crímenes, las cosas nunca son lógicas. Y… Su empleado, Arnaud Fécamp, ¿estaba presente cuando ella le habló de ese dibujo invertido?
– Por supuesto. La recibimos los dos. Louts era muy curiosa. Quería saberlo todo sobre este hallazgo, e incluso nos grabó con un magnetófono. Un verdadero trabajo de investigadora. Como el suyo hoy.
Lucie se acomodó en su asiento. Fécamp le había mentido en varias cosas. Primero respecto a los dibujos invertidos, de los que dijo que no había oído hablar, y luego acerca del interés de Louts por esa historia. ¿Por qué? ¿Qué pretendía ocultar? Lucie recordó los acontecimientos desde su llegada al centro. El investigador se las había arreglado para recibirla, hacerle visitar rápidamente el lugar, darle algunas explicaciones puramente científicas para liarla y por fin había tratado de echarla lo antes posible sin ni siquiera mostrarle las momias. Tal vez no esperaba que un policía se presentara en su laboratorio diez días después de la visita de Louts.
– Arnaud Fécamp me ha dicho que los resultados relativos al cromañón fueron robados justo antes de que pudieran comenzar a sacarles partido, ¿es así?
– Exactamente. Poco antes de la secuenciación de su genoma.
– Los ladrones llegaron en el momento adecuado, por así decirlo.
– Más bien diría en el peor momento.
Lucie no añadió nada, pero tenía una idea que le daba vueltas en la cabeza. Se puso en pie y saludó a la responsable del laboratorio. Antes de salir, hizo una última pregunta:
– ¿A qué hora terminan de trabajar sus empleados?
– No tienen horario pero, por lo general, hacia las siete o siete y media. ¿Por qué?
– Por saberlo.
Aún tendría que esperar una hora, en su coche… Si Fécamp tenía algo que ocultar, probablemente reaccionaría.
– Una última cosa: ¿podría fotocopiarme esas fotos de la escena del crimen, si puedo llamarla así? Me gustaría conservarlas.
La mujer asintió y obedeció.
Cuando, unos minutos más tarde, Lucie se halló en el pasillo, comprendió que ni siquiera tendría que esperar a las siete.
Vestido de calle, al otro extremo del pasillo, el pelirrojo bajito y mofletudo acababa de desaparecer precipitadamente en el ascensor.
Parecía que lo persiguiera el mismísimo diablo.