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Había un hombre acurrucado junto a la pared de una cabaña. Iba bastante abrigado para aquella época del año, pero de todos modos tenía frío: le castañeteaban los dientes, de modo que intentó cubrirse mejor con la chaqueta. No tenía idea de dónde estaba. Los árboles rodeaban un claro frente al pequeño edificio destartalado. No era difícil entrar, incluso era posible que la cabaña no estuviese cerrada con llave. Una tenue luz rosa iluminaba el cielo por el este. El hombre tenía que encontrar un sitio donde esconderse, pero en realidad las cabañas de campo no eran lo más inteligente. A las cabañas podía llegar gente, aunque ésta en particular daba la impresión de estar deshabitada. Olía a alquitrán viejo y a urinario.

El hombre intentó levantarse, pero las piernas no le respondían. Se tambaleó y comprendió que iba a tener que encontrar pronto algo de comer.

– Comer -murmuró-. Comer.

La puerta parecía estar ahí de adorno; no consistía más que en unas cuantas tablas mal unidas que colgaban de un gozne. Casi se desprendió del quicio cuando él entró.

Estaba oscuro, aún más oscuro que fuera. Alguien había clavado las contraventanas a las ventanas. El hombre avanzó palpando la pared, y su mano dio con un armario. Por suerte tenía un encendedor, aunque hacía mucho que se le había acabado el tabaco y ya estaba notando el síndrome de abstinencia como un fuerte dolor bajo las costillas. Tabaco y comida. Necesitaba tabaco y comida y no tenía la menor idea de cómo lo iba a conseguir. A la luz del mechero consiguió abrir el armario. Estaba vacío, al igual que el siguiente. No había más que telarañas y una radio destrozada.

La cabaña constaba de una sola habitación. Sobre una mesa había una especie de maceta, un cenicero enorme con cuatro colillas. Al agarrar una de ellas le temblaron los dedos. El tabaco estaba tan seco que se salió del papel, y él tuvo que volver a introducir con cuidado las fibras, cosa que le llevó su tiempo porque no le resultaba fácil mantener abierto el hueco. Cuando por fin encendió el cigarro, se relajó. Después de fumarse cuatro colillas se le había pasado un poco el hambre, pero se había mareado. Así estaba mejor. Se hizo un ovillo debajo de la mesa y se quedó dormido.

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