Por fin había encontrado comida. Laffen había forzado ya la puerta de tres casas pero no había tenido suerte. En esta cabaña, en cambio, había latas de conservas en varios armarios. No podía haber pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien había estado allí porque en la panera quedaba algo de pan. Cuando le quitó la capa blanquecina y azul que lo recubría, no quedó gran cosa. Se quedó un rato mirando la pequeña bola correosa antes de metérsela en la boca. Sabía a oscuridad.
Había leña almacenada junto a la chimenea, y no le costó mucho encender un buen fuego. Desde la ventana del salón se veía bien el camino. De este modo, si veía que alguien se acercaba podía escaparse por la ventana de la parte de atrás. El calor que irradiaba el fuego lo amodorraba, pero primero quería comer algo, un poco de sopa, quizás, eso era lo más sencillo. Luego se iría a dormir. Eran más de las cuatro de la mañana y pronto iba a ser completamente de día. Sólo necesitaba un poco de comida y tabaco. Sobre la chimenea había medio paquete de Marlboro. Le quitó el filtro a uno de los cigarrillos, lo encendió y le dio una profunda calada. No podía acostarse hasta que se apagara el fuego.
Sopa de tomate con macarrones. Bien.
Había agua en el grifo. Era una buena casa de campo. El siempre había querido tener una cabaña así, un sitio donde se pudiera estar completamente tranquilo. No como su piso de Rykkinn, donde los vecinos se enfadaban en cuanto algún sábado se te pasaba limpiar las escaleras. Aunque nunca dejaba entrar a nadie en el piso, siempre se sentía vigilado. En un sitio como éste todo sería muy distinto. Si seguía adelante, si se adentraba en el bosque, quizás encontraría una casa donde pasar todo el verano solo. En verano, la gente que tenía cabañas en el campo solía irse más bien al mar. Después podría escaparse a Suecia, en otoño. Su padre había escapado a Suecia durante la guerra y luego le habían dado un montón de medallas por todo lo que había hecho.
Lo que no iba a permitir es que la policía volviera a atraparlo.
El cigarrillo le supo a gloria. Era el mejor pitillo que se había fumado nunca, aromático y suave. Se encendió otro al acabar de comer. Luego vació el paquete y contó los cigarrillos. Once. Tenía que ahorrar.
La policía creía que era idiota. Cuando lo arrestaron, hablaban entre sí como si él estuviera sordo o algo así. La gente solía hacer eso. Creían que no oía.
El tipo que se había llevado a los niños era listo. Los mensajes eran ingeniosos. «Ahí tienes lo que te merecías.» Los dos policías habían estado hablando de eso delante de él, como si fuera un idiota sin orejas. Laffen se había aprendido inmediatamente el texto de memoria. «Ahí tienes lo que te merecías.» Muy bueno. Buenísimo. Le echaba la culpa a otro. No estaba seguro de quién había recibido lo que se merecía, pero era algún otro, no era él quien se merecía eso. El tipo que se había llevado a los niños tenía que ser muy listo.
A Laffen lo habían detenido en varias ocasiones.
Lo trataban como a una mierda, siempre.
Cuando los niños correteaban desnudos por la playa, no se podía esperar otra cosa. Se lucían, sobre todo las niñas. Se meneaban, se contoneaban, lo enseñaban todo. Pero era él quien cargaba con la culpa, siempre. En ese sentido Internet era mejor. Asuntos Sociales le había pagado el ordenador. Incluso le había pagado un curso para aprender a usarlo.
Los helicópteros eran peligrosos.
Todavía estaba demasiado cerca de Oslo y oía helicópteros todo el día. Como la luz duraba hasta muy tarde por la noche y comenzaba muy temprano por la mañana, sólo había unas pocas horas de oscuridad en las que podía moverse. Avanzaba demasiado despacio. Tenía que alejarse más, eso estaba claro. Tendría que robar un coche. Sabía cómo hacerle un puente al motor, era una de las primeras cosas que había aprendido. Aunque la policía creía que era idiota, era capaz de robar un coche en menos de tres minutos. No uno de los nuevos, claro, de esos que tenían algún tipo de cierre electrónico. Ésos tendría que dejarlos estar. Pero podía buscar un modelo más viejo y conducirlo un buen trecho, hacia el norte. Era fácil saber dónde estaba el norte: por el día no había más que mirar el sol, y por la noche sabía encontrar la estrella Polar.
La comida hacía que le entrara sueño. La chimenea despedía un calor muy agradable. No podía dormirse hasta que se hubiera apagado del todo. Le importaba una mierda el peligro de incendio, pero mientras pudiera aparecer alguien que hubiera visto el humo, tenía que mantenerse despierto. Alerta.
– Estate preparado -murmuró Laffen antes de dormirse.