Karsten Åsli llevaba durmiendo mal desde el lunes. Durante el día no le resultaba tan difícil convencerse de que no tenía motivos para preocuparse, al fin y al cabo Yngvar Stubø no había vuelto. Todo parecía normal en el pueblo. Nadie había estado por ahí haciendo preguntas.
Cuando llegaba la oscuridad era peor. Aunque corría mucho y a gran velocidad todas las noches para dejar agotado su cuerpo, se quedaba cavilando en la cama hasta el amanecer. Aquella mañana había llamado al trabajo para decir que estaba enfermo, pero se arrepentía de haberlo hecho. Era mucho peor vagar por casa sin nada que hacer. El plan para el 19 de junio estaba listo, no faltaba nada salvo ponerlo en ejecución.
Podía pintar la pared que daba al oeste. Pero no podía ir al pueblo a buscar pintura; alguien de la serrería podría verlo. Lo mejor sería ir hasta Elverum. Si, contra todo pronóstico, se encontraba allí con alguien, podría decir que venía del médico.
La verdad es que era una buena idea. Cuando se sentó en el coche estaba más tranquilo.
Laffen Sørnes encontró por fin un coche que llevarse. Un Mazda 323, modelo de 1987. Alguien lo había dejado en un camino del bosque, medio caído en el arcén. Incluso tenía las puertas abiertas. Laffen sonrió. Había gasolina en el depósito y aunque el motor petardeó un poco, finalmente arrancó. Afortunadamente no le costó subirlo al camino. Unos cientos de metros más adelante había un pequeño desvío que tendría que tomar.
Lo mejor sería huir a Suecia inmediatamente.
Había helicópteros por todas partes. Laffen había avanzado lentamente a pie, al abrigo de los árboles. En realidad sólo quería moverse en las horas de oscuridad, pero en ese tiempo no recorría la distancia suficiente, de manera tenía que caminar también durante parte del día. Había visto a gente en dos ocasiones, cuando había cometido la torpeza de andar por la carretera a lo largo de un trecho. Estaba cansado y era más fácil caminar sobre el asfalto. Después se internó otra vez en el bosque, y volvieron los helicópteros. Tenía que evitar los claros y, de vez en cuando, perdía la orientación y tenía que descansar durante un buen rato.
Resultaba más seguro ir en el coche, pero de todos modos era imprescindible que se alejara de allí.
Suecia estaba hacia el este. Como el sol brillaba en ese momento, era fácil saber hacia dónde iba.
En el radiocasete había puesta una cinta de Sputnik. Laffen iba cantando. No tardó en salir a una carretera más importante, lo que lo tranquilizó un poco. Le hacía bien sentarse a un volante. La última vez, hacerlo le había costado la fractura de un brazo; esta vez seguro que le costaría la vida. Si no conseguía llegar antes a Suecia. Pero lo iba a conseguir. No podía quedar muy lejos; a un par de horas, quizá, como máximo. La última vez que había estado en Suecia había probado aquel plato llamado «la tentación de Jansson» en un bar de carretera. Era una de las cosas más ricas que había comido nunca.
Además, allí el tabaco era barato. Más barato que en Noruega, por lo menos.
Aumentó la velocidad.
Karsten Åsli se concentraba en no conducir demasiado rápido. Era importante no despertar sospechas. Lo mejor era ir a cinco o seis kilómetros por hora por encima del límite permitido. Eso era lo más común.
Se arrepentía de haber hecho esta salida.
Probablemente Bobben lo había visto cuando había pasado por la gasolinera. Lo había saludado con la mano, a pesar de que Karsten había hecho como si no lo viera. Sería muy raro que Bobben le mencionara el asunto a alguien de la serrería, pero Karsten seguía inquieto. Ya lo habían acusado de intento de robo, así que no haría falta mucho más para que lo echaran del trabajo. Decir que estaba enfermo para irse de compras a Elverum no era exactamente una idea brillante. Evidentemente podía echarle la culpa al médico, pero el jefe era capaz de investigar el asunto más de cerca. El jefe era un gran gilipollas que estaría encantado de despedirlo.
El coche iba a ciento diez, y Karsten Åsli maldijo lentamente al levantar el pie del acelerador y frenar.
Quizá lo mejor sería que diera media vuelta.
– El sospechoso conduce un Mazda 323 azul marino -dijo alto y claro el piloto del helicóptero, con una voz un tanto teatral-. El número de matrícula sigue siendo ilegible. ¿Lo seguimos? Repito: ¿lo seguimos?
– A distancia -crepitó la respuesta en los auriculares-. Seguidlo a distancia. Tres coches están en camino.
– Recibido -dijo el piloto y describió un arco sobre las copas de los árboles antes de elevarse a setecientos metros de altura.
No quitaba ojo al coche.