Bienvenida a Miami

Me senté en el asiento delantero del coche, dejando a Lucas la tranquilidad necesaria en el asiento de atrás para que llamase al departamento de seguridad para que le pusieran al corriente de las últimas novedades.

La lluvia golpeaba levemente sobre el techo, lo suficiente para que el camino estuviera resbaladizo y brillante en la oscuridad. Nuestro parabrisas, no obstante, estaba seco, multiplicando por diez la visibilidad de Troy. Al verlo, comprendí por qué Troy conocía a Robert Vasic. Como Robert, Troy era un Tempestras, un demonio de tormentas. La denominación, como muchos sobrenombres de semidemonios, es un tanto melodramática y suena a falsedad publicitaria. Un Tempestras no puede provocar tormentas, pero sí controlar el tiempo dentro de su vecindad inmediata, produciendo viento, lluvia o, si es realmente bueno, rayos. Podría también, como Troy, hacer algo tan mínimo pero práctico como mantener la lluvia a cierta distancia del parabrisas. Pensé en comentarlo, pero una mirada al rostro contraído de Troy me dijo que no se hallaba en un estado de ánimo propicio a una conversación sobre sus poderes. Estaba tan concentrado en conducir el vehículo, que probablemente ni siquiera se había dado cuenta de que estaba alejando la lluvia del parabrisas.

– ¿Puedo preguntar algo? -dije quedamente-. ¿Sobre el hijo de Griffin?

– ¿Hummm? Ah, sí, claro.

– ¿Se habrá escapado de casa?

– ¿Jacob? Mierda, no. Están pasando una situación difícil. Griffin y sus chicos, quiero decir. Tiene tres. Su esposa murió hace un par de años. De cáncer de pecho.

– Oh.

– Sí. Griff es excelente con sus chicos. Los quiere y los cuida.

Troy se puso más cómodo en el asiento, como si estuviera contento ante la oportunidad de llenar el silencio con algo más que el golpeteo de la lluvia.

– Griffin parece tonto, pero es muy buen tipo. Sólo que se toma demasiado en serio el trabajo. Antes trabajaba para los St. Cloud, y ellos manejan las cosas de un modo diferente. Como los putos militares…, y disculpa mi vocabulario.

– Los St. Cloud son la Camarilla más pequeña de todas, ¿no?

– La segunda más pequeña. Más o menos la mitad de la de los Cortez. Cuando la mujer de Griffin se puso enferma, los St. Cloud le hicieron utilizar el tiempo que le correspondía de vacaciones por cada minuto que se ausentaba para llevarla a la quimioterapia y todas esas cosas. Cuando ella murió, les dio dos semanas de preaviso y aceptó un ofrecimiento del señor Cortez.

Al oír un clic que provenía del asiento trasero, Troy miró por el espejo retrovisor.

– ¿Hay noticias? -preguntó.

– Tienen dos equipos de búsqueda en acción. Dennis. -Lucas miró en mi dirección-. Dennis Malone. Lo conociste en la reunión de hoy. Lo han llamado para que coordine la operación desde la casa central. Aconseja que comencemos a buscar a varias manzanas de distancia del lugar desde el que llamó Jacob. Los equipos están buscando ahora en las manzanas que están a ambos lados de ese punto.

Me di la vuelta para mirar a Lucas.

– ¿Tenemos alguna idea de lo que le ocurrió a Jacob?

– Dennis me hizo escuchar su llamada telefónica…

– ¿Al nueve-uno-uno?

Lucas negó con la cabeza.

– A nuestra línea de emergencia personal. A todos los hijos de los empleados de la Camarilla se les da el número para que llamen a éste en lugar de al otro. Las camarillas prefieren evitar toda relación con la policía en asuntos que puedan ser de naturaleza sobrenatural. A las familias de los empleados se les dice que si llaman a ese número se aseguran una respuesta más rápida que si llaman al nueve-uno-uno, y así es, efectivamente. Las camarillas más grandes tienen equipos de seguridad y emergencia que están listos para responder las veinticuatro horas del día.

– ¿De modo que allí es donde llamó Jacob?

– A las once y veintisiete de la noche. La llamada es poco clara, tanto a causa de la lluvia como debido a la recepción defectuosa de una llamada de móvil. Parece decir que lo están siguiendo, después de haber salido de ver una película y haber dejado a sus amigos. La parte siguiente es menos clara. Dice algo sobre pedirle a su padre que lo disculpe. El operador le dice que conserve la calma. Y ahí se corta la llamada.

– ¡Mierda! -exclamó Troy.

– No necesariamente -dijo Lucas-. La señal del móvil pudo haberse cortado. O sencillamente pudo haber pensado que estaba dándole demasiada importancia al asunto. Pudo haberse sentido avergonzado y colgado.

– ¿Griffin lo habría dejado ir a ver una película a la última sesión con sus amigos? -pregunté a Troy.

– ¿En la noche de un día escolar? Nunca. Griff es muy estricto con respecto a esas cosas.

– Bueno, entonces eso es probablemente lo que ocurrió -concluyó Lucas-. Jacob se dio cuenta de que tendría problemas por haberse escapado y cortó. Probablemente irá a la casa de un amigo y llamará a su padre cuando se haya armado de valor para hacerlo.

Troy movió la cabeza afirmativamente, pero parecía tan poco convencido como yo.


* * *

– ¡Dios mío! -dijo Troy al meterse en el área en la que Dennis nos había aconsejado aparcar.

Se había introducido entre dos edificios y salido a un espacio de estacionamiento muy reducido, apenas un par de metros más ancho que la callejuela misma. Todos los edificios que estaban a la vista se hallaban llenos de ventanas entablonadas y los tablones llenos de agujeros de balas. Las luces de seguridad que pudieran haber existido habían sido destruidas con disparos tiempo atrás. La lluvia se tragaba la luz de la luna nueva. Cuando Troy aparcó, los faros delanteros iluminaron una pared de ladrillos cubierta de graffiti. Mi mirada se deslizó a lo largo de los símbolos y los nombres.

– ¿Eso son…?

– Pintadas de pandillas -respondió Troy-. Bienvenida a Miami.

– ¿Estaremos en el lugar correcto? -pregunté, tratando de ver en la oscuridad-. Jacob dijo que estaba en un cine, pero esto no parece…

– Hay uno unas pocas manzanas más allá -dijo Troy-. Un multiplex con pantallas de última generación situado en medio del infierno. Justo el lugar que uno elegiría para llevar a los chicos a la matiné un sábado. -Apagó el motor y luego bajó las luces-. Mierda. Vamos a necesitar linternas.

– ¿Qué tal nos viene esto? -Con un hechizo hice que un globo de luz del tamaño de una pelota de béisbol apareciera en mi mano.

Abrí la puerta del coche y desplacé lentamente la luz hacia fuera. Se detuvo a unos pocos metros y allí quedó suspendida, iluminando el solar.

– ¡Qué bueno! Esto no lo había visto nunca.

– Magia de bruja -dijo Lucas. También él lanzó el hechizo e hizo aparecer una pelota de luz más débil que dejó en la palma de la mano-. Tiene un efecto más práctico que la nuestra. No soy tan ducho con este hechizo como lo es Paige, todavía, de modo que dejaré la luz a mano, por así decir. Si la lanzo…, bueno, rara vez funciona.

– Se aplasta en la acera como un huevo -dije, dirigiéndole una rápida sonrisa-. Muy bien, entonces ya tenemos solucionado el tema de las linternas. Troy, supongo que tú puedes resolver el problema de los paraguas. Estamos listos.


* * *

Caminamos hasta el otro extremo del estacionamiento. Los restos esqueléticos de una construcción se elevaban en un terreno vacío que tenía por lo menos el tamaño de un bloque de edificios. Árboles pequeños y rodeados de malezas, paredes semidemolidas, montones de pedazos de hormigón, bolsas de basura abiertas, neumáticos viejos y muebles destruidos componían, en desorden, el paisaje. Me incliné para levantar una placa húmeda de conglomerado que cubría una protuberancia del terreno. Troy apartó de un puntapié una jeringuilla y me agarró la mano.

– No me parece una buena idea -dijo-. Es mejor usar un palo.

Observé el terreno, captando con una mirada veinte lugares donde Jacob podría estar oculto esperando ayuda.

– ¿Probamos a llamarlo? -pregunté.

Troy negó con la cabeza.

– Podría atraer la atención de quienes no queremos. Jacob me conoce, pero es un chico listo. Si se está ocultando por aquí, no va a responder hasta que me vea la cara.

Aunque ninguno de nosotros lo dijo, había otra razón para no contentarnos con llamarlo por su nombre y avanzar. Podría estar herido, incapaz de responder. O algo peor que eso.

– La lluvia está cediendo y la bola de Paige emite suficiente luz como para que busquemos todos -dijo Lucas-. Sugiero que nos separemos, tomando cada uno una franja de tres metros, y hagamos un barrido a fondo. -Se interrumpió-. A menos que…, ¿Paige? Tu hechizo de percepción sería perfecto para esto.

– ¿Un hechizo? -dijo Troy-. Estupendo.

– Bueno, de acuerdo. El único problema… -dije, mirando a Troy-. Es un hechizo de nivel cuatro. Técnicamente, soy todavía de nivel tres, de modo que yo no… -Dios, reconocerlo dolía-. No soy muy buena…

– Todavía está perfeccionando la precisión -aseguró Lucas. Eso sonaba mucho mejor que lo que yo iba a decir-. ¿Podrías intentarlo?

Dije que sí con la cabeza. Lucas le hizo a Troy una señal para que lo siguiera y comenzara a buscar, dejándome un espacio aparte. Cerré los ojos, me concentré y lancé el hechizo.

En el momento en que las palabras salieron de mi boca, supe que el hechizo había fallado. La mayoría de las brujas esperan hasta ver si se producen los resultados, pero mi madre me había enseñado a usar el instinto, a sentir el sutil clic de un lanzamiento exitoso. No era fácil. A mí, la intuición me había parecido siempre poco fiable, tipo New Age. Mi cerebro busca la lógica de las estructuras; busca resultados claros, decisivos. Sin embargo, al pasar a hechizos más difíciles me he forzado a desarrollar un sentido interno. De otra manera, con el hechizo de percepción, si yo no detectaba una presencia, no podría saber si ello se debía a que no había nadie allí, o a que había fallado el hechizo.

Volví a lanzarlo. Y entonces se produjo el clic, casi como un suspiro subconsciente de alivio. Ahora venía la parte más difícil. Con un hechizo como ése, yo no podía lanzarlo simplemente y dejar que operara como la bola de luz. Era preciso sostenerlo, y eso exigía concentración. Me quedé quieta y me concentré en el hechizo, midiendo su fuerza. Oscilaba, desaparecía casi, y luego se mantenía. Resistí el deseo de abrir los ojos. El hechizo funcionaría igualmente, pero yo dependería excesivamente de lo que estuviera viendo, en lugar de hacerlo de lo que sentía. Giré lentamente y percibí dos presencias, Troy y Lucas. Determiné su localización, y luego miré a hurtadillas para confirmarla. Allí estaban, exactamente donde los había percibido.

– Ya lo tengo -dije, y mi voz resonó a través del silencio.

– Muy bien -respondió Lucas, mirando hacia donde yo estaba.

– ¿Y cómo funciona esto? -preguntó Troy.

– Si camino lentamente, seré capaz de detectar a cualquiera que esté en un radio de seis metros.

– Excelente.

Respiré hondo.

– Muy bien, allá va.

Tenía dos alternativas. Que me condujeran con los ojos cerrados, como a un espiritista excéntrico, o abrir los ojos y mantener la mirada en el suelo. Naturalmente, elegí la segunda opción. Cualquier cosa con tal de no parecer una idiota.

Lucas y Troy me siguieron. A los pocos metros, sentí que el hechizo se debilitaba. Traté de no dejarme llevar por los nervios y de que no me entrara el pánico, puesto que no estábamos bajo presión. Estaba engañándome a mí misma, pero durante un rato mantuve la compostura. Me relajé, y el hechizo renovó toda su fuerza.

Había presencias débiles que se percibían en los límites de la conciencia. Cuando me concentré en ellos, permanecieron amorfos. Pequeños mamíferos, probablemente ratas. Una imagen pasó como un relámpago por mi mente: una novela que una amiga y yo habíamos «tomado prestada» de su hermano mayor cuando éramos niñas. Trataba de unas ratas que enloquecían y se comían a las personas. Había una escena en la que… Desplacé la imagen y mi mirada se deslizó por el terreno buscando excrementos de ratas.

El hechizo fluctuaba, pero seguí andando. Terminamos una franja de seis metros de ancho y comenzamos con la siguiente. Avancé sorteando obstáculos en un campo minado de latas de cerveza y eludiendo la negra cicatriz de lo que había sido una hoguera. Entonces capté una presencia dos veces más fuerte que las otras.

– He encontrado algo -dije.

Me apresuré hacia la fuente de mi percepción, trepé por los restos de un muro de un metro de altura, y espanté a un gato grande de rayas grises. El gato lanzó un chillido y salió corriendo por la explanada, llevándose consigo la presencia que yo había percibido. El hechizo cesó abruptamente.

– ¿Era eso? -preguntó Troy.

– No puedo… -Le lancé a Lucas una mirada irritada. Sabía que él no la merecía, pero no podía evitarlo. Salí corriendo hacia el otro extremo de la franja, cogí un palo y hurgué con él en un montón de harapos.

– ¿Paige? -dijo Lucas acercándoseme por detrás.

– No. Sé que es una reacción excesiva…

– No has fallado. El hechizo estaba funcionando. Encontraste al gato.

– Si no puedo establecer la diferencia entre un gato y un chico de dieciséis años, entonces no, no está funcionando. Dejémoslo, ¿vale? Debería estar buscando a Jacob, y no haciendo pruebas de campo con hechizos.

Lucas seguía detrás de mí, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo. Bajó el volumen de su voz al nivel de un murmullo.

– ¿A quién le importa que descubras uno o dos gatos mientras indagas? Troy ignora cómo se supone que debe funcionar el hechizo. Tenemos mucho terreno que explorar.

Demasiado terreno. Llevábamos allí por lo menos treinta minutos y apenas habíamos cubierto cien metros cuadrados. Pensé en Jacob oculto quién sabía dónde, esperando ser rescatado. ¿Y si se hubiera tratado de Savannah? ¿Me habría dedicado a pasear por el terreno, metiéndome con Lucas?

– ¿Podríais vosotros dos continuar con la búsqueda por vuestra cuenta? -susurré para que Troy no pudiera oírme-. No quiero…, no quiero que dependáis de mi hechizo.

– Está bien. Cubriremos el terreno con mayor rapidez de esa manera. Contamos con mi hechizo de luz, por débil que sea. Tú llévate el tuyo, ve al otro extremo del terreno y comienza allí.

Dije que sí con la cabeza, le toqué el brazo como disculpándome y me alejé con mi bola de luz, que me seguía.

Esta vez el hechizo de percepción funcionó desde el primer momento. O al menos creí que funcionaba, pero había algo que no iba bien. En el instante en que lancé el hechizo, sentí una presencia mucho más fuerte que la del gato. Interrumpí el hechizo y lo intenté de nuevo. Fracaso, y luego éxito. Pero la presencia aún estaba allí, por un pasillo entre dos edificios. ¿Sería conveniente que alertara, a Lucas y a Troy? ¿Y si les hacía venir y resultaba luego que sólo se trataba de una gata con sus gatitos? Eso podía verificarlo yo misma. Ningún chico de dieciséis años se asustaría al verme.

Puse fin al hechizo de percepción y dirigí mi bola de luz para que permaneciera en la esquina del edificio. Allí propagaría un resplandor leve, suficiente para poder ver, pero no tan fuerte como para espantar a un chico que probablemente sabría algo sobre lo sobrenatural.

Me deslicé por el pasillo. La presencia había provenido de unos metros más allá, del lado este de la construcción. A menos de tres metros de distancia vi un portal excavado en el muro. Allí estaría. Me abrí camino entre la basura, haciendo tan poco ruido como me era posible. Junto a la puerta, me apreté contra la pared. Salía de allí un cierto olor. ¿A humo de cigarrillo? Antes de que yo pudiera procesar el pensamiento, mi cuerpo siguió la trayectoria original, entrando por el pasillo. Allí, en la sombra, se encontraba un adolescente.

Sonreí. Vi entonces a otro muchacho junto al primero, y otro detrás de él. Oí algo a mis espaldas. Me di la vuelta y vi que la salida estaba bloqueada por otro adolescente que llevaba un pañuelo. Les dijo a sus amigos unas palabras disparadas en un rápido castellano. Se rieron. Algo me decía que ése no era Jacob.

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