Volvimos a la habitación de nuestro hotel. Jaime nos oyó llegar y vino inmediatamente para que la pusiéramos al día.
– Así que mi fantasma no estaba tratando de que conectarais con Cassandra -dijo Jaime, destapando una Pepsi light-. Lo que quería decirnos era que buscábamos a un vampiro.
– Probablemente -dije-. El misterio de Salem's Lot trata de vampiros, Cassandra es la mujer vampiro que mejor conozco. Así que eso encaja en la teoría. Pero es cierto que esto modifica la posible motivación. No se necesita mucho para que un vampiro se vea inspirado por una furia asesina. Ya son asesinos expertos: matar no significa mucho para ellos. Yo diría que ahora tenemos dos motivaciones más probables. Una, que un vampiro trató de incorporarse a una Camarilla, o de hacer con ella algún acuerdo, y fue rechazado, y entonces decidió mostrarles por qué no se juega con los no muertos. Dos, que un vampiro está resentido en general con la política de las camarillas de rechazo de todo trato con los vampiros, y lo está haciendo saber.
– ¿Un cruzado? -dijo Jaime-. Los únicos vampiros que he conocido no son precisamente altruistas. -Miró a Cassandra-. Prueba número uno.
Cassandra le dirigió una mirada fija y gélida.
– Ah, sí. ¿Y podrías recordarme otra vez cuál es el motivo por el que estás aquí? Tiene más que ver con un espíritu que te atormenta que con una conciencia que te atormenta, si no recuerdo mal.
Jaime se ruborizó.
– Bueno, ya he resuelto ese problema y sigo aquí, ¿no?
– ¿Así que tu fantasma está tranquilo? -pregunté.
– De momento, sí.
– Cassandra -dijo Lucas-. Si realmente se trata de un vampiro, tú eres experta en este campo. Dadas las dos posibles motivaciones que ha mencionado Paige, ¿te parece que deberíamos considerar ambas en pie de igualdad o concentrarnos en un guión montado en torno a la venganza?
– Los vampiros son capaces de ser cruzados de una causa -dijo, poniéndose cómoda en el sofá-. Aunque en los casos típicos, sólo de una causa que beneficie a los vampiros, como sería ésta. Lo que habría que buscar es a un vampiro joven. Como en todas las razas, los más jóvenes son los más idealistas, los que con mayor probabilidad podrían esforzarse por un cambio. Los mayores saben que sus energías están mejor empleadas cuando se persiguen causas más realistas, más individualistas. -Nos dirigió una mirada de soslayo a Lucas y a mí-. Vosotros lo aprenderéis muy pronto.
– No, si puedo evitarlo -murmuré.
– La búsqueda de la justicia es romántica, inmadura y, en última instancia, autodestructiva, Paige. Era de esperar que hubieras aprendido esa lección esta primavera, con Samantha.
– Savannah -dije-. Y lo único que aprendí fue que la forma más pura de maldad no es una Camarilla, sino la persona que está dispuesta a sacrificar a otro para salvarse ella.
Los ojos de Jaime seguían con interés nuestro intercambio. Antes de que pudiera introducir un comentario, habló Lucas.
– De modo que, habiendo decidido que ambos caminos son igualmente posibles, ¿puedo sugerir que sigamos los dos? El hecho de que lo más probable es que estemos ante un vampiro explica por qué ninguno de mis contactos había oído nada de una situación como la que nos interesa, ya que los vampiros tienen poca relación con otros sobrenaturales. Eso significa que tendré que ir directamente a las camarillas para obtener información o, para decirlo con mayor exactitud, a mi padre, que puede saber de casos concretos en los que un vampiro pudo haber tenido contacto con una Camarilla. Mientras tanto, quizás Cassandra podría ayudar a Paige a tomar contacto con la comunidad de los vampiros, evaluar el estado de ánimo de los mismos y cualquier rumor que esté relacionado con las camarillas.
– No creo haberme ofrecido a colaborar -dijo Cassandra-. El problema no me concierne.
– ¿No? -dijo Jaime-. ¿No es ésa la causa por la que prestas servicios en el Consejo Interracial? ¿Para que si un vampiro se convierte en un granuja, lo expulses? Todas las razas lo hacen, supervisan a los suyos. Tenemos que hacerlo.
– Esto no es lo mismo. Me estáis pidiendo que traicione a los míos. Que meta a Paige entre ellos para que reúna información que puede ser utilizada contra nosotros.
– No -dije-. Lo que te pedimos es que me ayudes a entrar para reunir información que puede utilizarse para ayudaros, a todos vosotros. Actualmente las camarillas no quieren a los vampiros. ¿Cómo crees que van a reaccionar cuando descubran que es un vampiro el que ha estado matando a sus hijos?
– A mí no me conciernen las venganzas.
– Bien. Entonces puedes volverte a casa, Cassandra. También puedo obtener lo que Lucas quiere sin ti.
Los labios de Cassandra se curvaron mientras se reclinaba contra los almohadones.
– Tendrás que esforzarte para mejorar tus baladronadas, Paige. Tu técnica es excesivamente obvia.
Cogí mi cartera y me encaminé hacia el dormitorio.
– No lo conseguirás, Paige -dijo Cassandra a mis espaldas-. Tu único otro contacto con los vampiros es Lawrence, y está en Europa desde hace dos años. Tendrás suerte si recuerda tu nombre. Y seguro que no va a apurarse para venir en tu ayuda.
Me detuve cuando mis dedos tocaron el picaporte de la puerta del dormitorio. Yo sabía que lo mejor era llamar a mi contacto y hacer caso omiso de sus provocaciones. Pero no podía, no con Cassandra. Abrí mi agenda electrónica, marqué mi libreta de teléfonos, encontré un ítem, volví sobre mis pasos, y se lo puse a Cassandra delante de la cara.
Leyó y parpadeó. Y, en esa pequeña reacción, encontré más placer del que me gustaría reconocer.
– ¿Aaron? -preguntó-. ¿Cuándo te dio…?
– Después de que lo rescatáramos del encierro. Nos dijo a Jeremy y a mí que en cualquier momento en que necesitásemos algo relacionado con los vampiros, lo llamáramos.
– Tal vez a Jeremy no le parezca bien que pidas un favor en común que no beneficie a los hombres y mujeres lobos.
– Motivo por el cual lo llamaré primeramente a él. Pero ambas sabemos que me dirá que siga adelante.
– ¿Hombres lobos rescatando a vampiros? -murmuró Jaime-. Algún día, tendrás que contarme esa historia. Bien, Cass, parece que Paige tiene las mejores cartas. Ha llegado el momento de que muestres las tuyas y te vuelvas a casa.
– ¿Hay alguna razón para que ella esté aquí? -preguntó Cassandra.
– No quiero discutir contigo, Cassandra -dije-. Aprecio lo que hiciste esta mañana, ayudarnos a buscar a Stephen, pero, por favor, vete a tu casa. Nosotros podemos manejar este asunto.
Al suavizarse mi tono, menguó el fuego de sus ojos. Suspiró y estiró la mano para tomar mi agenda electrónica.
– Deja que yo llame a Aaron -dijo-. Guárdate a tu intermediario para otra ocasión.
Vacilé.
– Tal vez no sea una buena idea. A menos que esté interpretando mal las cosas, Aaron parecía estar muy enfadado contigo cuando lo rescatamos.
– Fue un malentendido.
– La última vez que te vio, lo entregaste a una airada turba de rumanos y pusiste pies en polvorosa. Dirás que estoy loca, pero no creo que haya muchas posibilidades de malentendido en una situación así.
En el otro extremo de la habitación, Jaime contenía mal una risa. Cassandra la miró furiosa, y luego se volvió nuevamente a mí.
– No lo entregué a esa turba -replicó-. Simplemente lo dejé allí. Sabía que podría arreglárselas. De cualquier manera, nada de eso importa ahora. Hemos hecho las paces.
– ¿Y os lleváis tan bien que no tienes su número de teléfono?
Me arrebató la agenda, se fue al dormitorio y cerró la puerta.
Dos horas después, estaba subiendo a un avión con destino a Atlanta para encontrarme con Aaron. Desgraciadamente, no estaba sola, ya que no había podido convencer a Cassandra de que seguro que tenía cosas más importantes que hacer. Traté de ser amable con ella diciéndole que entendería que prefiriese volar en primera clase. Mi amabilidad, sin embargo, no hizo más que despertarle un brote de generosidad, y me invitó a compartir un asiento de primera clase a su lado.
Yo había llevado mi ordenador portátil y, en cuanto nos sentamos, me puse a trabajar para ponerme al día con mi correo electrónico comercial. Cassandra permaneció en silencio hasta que el avión despegó.
– Me ha dicho Kenneth que estás intentando iniciar un nuevo Aquelarre -empezó a decir.
– No es cierto -respondí entre dientes, y me puse a escribir más deprisa.
– Bueno, mejor así.
Me detuve, con los dedos sobre el teclado. Enseguida, con gran esfuerzo, me obligué a seguir tecleando. «No muerdas el anzuelo. No levantes…».
– Yo le respondí que no podía imaginar que fueras a hacer algo tan estúpido.
«Teclea más deprisa. Con más energía. No te detengas».
– Puedo entender por qué querrías hacerlo. Debe de ser algo muy duro para tu ego. Que te echen de tu propio Aquelarre. Y, encima, siendo Líder.
Traté de volver a poner los dedos en el teclado, pero, haciendo caso omiso de la orden que les daba mi cerebro, éstos se plegaron y me encontré con los puños cerrados.
– Supongo que fue algo muy satisfactorio para ti, esos pocos meses como Líder del Aquelarre. Es obvio que quieres volver a gozar de esa sensación de importancia.
– Para mí nunca se trató de ser importante. Lo único que quería…
Dejé de hablar y volví al teclado.
– ¿Qué era lo único que querías, Paige?
La azafata se detuvo a nuestro lado. Le pedí un café. Cassandra pidió vino.
– ¿Qué es lo que querías hacer, Paige? -repitió Cassandra cuando la azafata nos dejó.
Me volví para mirarla.
– No me pinches. Te encanta hacerlo. Eres como esas suegras de las comedias televisivas que mortifican y zahieren fingiendo interés, cuando lo único que hacen es buscar los puntos débiles, para dejar caer una insinuación o un insulto.
– ¿Y si mi interés no fuera fingido? ¿Y si realmente quisiera más de ti?
– Nunca te he interesado.
– Porque no habías despertado mi interés. Pero por fin estás creciendo, y no me refiero sólo a que estés acumulando años. A lo largo del último año, más o menos, has ido madurando hasta convertirte en un ser fascinante. No eres la persona a la que yo elegiría para perderme en una isla desierta, pero los conflictos de opinión pueden provocar relaciones más interesantes que los intereses comunes. Si discuto tus opiniones, es porque tengo curiosidad por ver cómo las defiendes.
– No quiero defenderlas -dije-. Ahora no. Tus preguntas me parecen insultos, Cassandra, y no me apetece responderlas. -Para mi sorpresa, no dijo nada más. Bebió el vino lentamente, reclinó su asiento y descansó durante el resto del viaje.