Para mí, el caso sólo terminó cabalmente cuando volvió a donde había comenzado: a una bruja adolescente llamada Dana MacArthur.
Mientras perseguíamos a Edward, Randy MacArthur había llegado finalmente a Miami para ver a su hija. Cuando la conmoción provocada por la ejecución de Edward cedió, admitimos ante Benicio que Dana había partido. Por supuesto, la Camarilla Cortez no iba a dar por definitivo el testimonio de Jaime, pero sus nigromantes trataron de tomar contacto con Dana y confirmaron que sin duda había muerto. De modo que dos días después, Lucas, Savannah y yo nos encontrábamos en un cementerio de la Camarilla, para despedirnos de una niña que nunca habíamos conocido con vida.
Dado que había visto ahora lo que había del otro lado, la muerte de Dana me dolió menos de lo que podría haberme dolido. Sin embargo, sentía todavía todo el peso de la tragedia que su muerte había ocasionado a su padre y a su hermana menor, y tal vez también a su madre. Incluso para Dana, aquello era trágico. Había pasado a un buen lugar, y yo estaba segura de que era feliz, pero eso no significaba que su vida no hubiese sido segada tan cerca del comienzo, no significaba que no se hubiese perdido tantas cosas. ¿Y para qué? ¿Para vengar la muerte de una mujer vampiro que había matado a tantos, ido tanto más allá de las necesidades de su naturaleza? Mientras me hallaba en ese cementerio, oyendo cómo el ministro trataba de hacer el elogio de una niña a la que nunca había conocido, miré las tumbas de los alrededores y pensé en todas las otras tumbas, nuevas, que llenaban los cementerios de otras camarillas. Miré a Savannah, y pensé en Joey Nast, el primo que ella no había conocido nunca. Del otro lado del grupo de concurrentes, podía ver a Holden Wyngaard, un chico pelirrojo y regordete, que era el único sobreviviente. Pensé en todos los otros: Jacob Sorenson, Stephen St. Cloud, Colby Washington, Sarah Dermack, Michael Shane, Mathew Tucker. Todos muertos. ¿Y cuántas lápidas harían falta para conmemorar las vidas de todos los otros que Edward y Natasha habían matado, las decenas de seres humanos a quienes habían asesinado tratando de convertirse en inmortales? Pensé en eso, en todas esas vidas, y no pude ni siquiera por un segundo ponerme en desacuerdo con lo que había hecho Benicio. Cualquiera que fuese el infierno en el que ahora se encontrara Edward, era nada menos que lo que merecía.
Miré hacia la pequeña multitud reunida en torno a la tumba abierta de Dana. Su madre no estaba allí. Todavía me preguntaba qué habría sido lo que se había dislocado en la vida de esa mujer para que abandonara a su hija, y no pude evitar preguntarme si tener un aquelarre habría ayudado. Estoy segura de que lo habría hecho, por lo menos para Dana. Si ella hubiese tenido otras brujas a quienes acudir, nunca habría terminado en las calles de Atlanta, y ahora aquí.
Sin embargo, por más que me sintiera tan mal respecto de Dana, tenía que aceptar que la responsabilidad de dar comienzo a un segundo aquelarre no descansaba solamente en mis hombros. Yo estaba dispuesta a iniciar uno. Siempre estaría dispuesta a hacerlo, y había hecho conocer esa disposición, pero ya no trataría de convencer activamente a las brujas de que necesitaban un aquelarre. Tendrían que llegar a verlo por sí mismas. Mientras tanto, no me faltaba trabajo, por cierto. Tenía que reformar un Consejo Interracial y tenía que emprender una nueva sociedad con Lucas. Sí, habría sido más cómodo volcar mi energía en un sueño que comenzaba conmigo, pero creo que una parte de hacerse mayor consiste en darse cuenta de que no todo necesita ser mío. Puede ser nuestro, y eso no era una muestra de debilidad ni de dependencia. Me gustaba lo que hacía Lucas. Creía en ello. Quería compartirlo. Y si también él deseaba compartirlo, bueno, eso era casi perfecto.
Cuando terminó la ceremonia, Benicio se inclinó sobre mí y me susurró una invitación para almorzar antes de que nos marcháramos para Portland. Aceptamos, y se alejó para ofrecer sus condolencias finales a Randy MacArthur.
Todos los demás se habían ido, cada uno por su lado. Los lobos habían abandonado Miami la mañana después del enfrentamiento con Edward. Cassandra y Aaron los habían seguido, más tarde ese mismo día, después de haberse reunido con Benicio y los otros CEOs para considerar con ellos las querellas que pudieran existir entre las camarillas y la comunidad de los vampiros. Jaime había hecho su función de Halloween en Memphis la noche antes, y regresado para asistir por la mañana al servicio religioso en memoria de Dana antes de volver a Tennessee para su próxima función.
Mientras los concurrentes se alejaban de la tumba, la contemplé por última vez. Lucas me tomó la mano y la apretó.
– Estará bien -dijo.
Logré esbozar una sonrisa.
– Sé que estará bien.
– ¿Señor Cortez? ¿Señorita Winterbourne? -Nos dimos la vuelta para ver que detrás de nosotros estaba Randy MacArthur, con apariencia de sentirse incómodo, vestido con un traje negro demasiado ajustado. Sus manos se apoyaban en los hombros de una niña que aparentaba sentirse igualmente incómoda y que lucía el mismo cabello rubio largo que había tenido Dana.
– Yo…, nosotros queríamos darles las gracias -dijo-. Por haber impedido que siguiera matando. Esto… nunca tendría que…, no sé cómo pudo ocurrir. Ignoraba que las cosas estuvieran tan mal…
– Está bien, papá -murmuró la niña con sus ojos enrojecidos fijos en el suelo-. Ha sido culpa de mamá. De ella y de ese tipo. Él no quería niños y ella le permitió que ahuyentara a Dana.
– Ésta es Gillian -dijo Randy-. La hermana de Dana. De ahora en adelante la cuidaré yo. El señor Cortez va a darme un trabajo aquí, en la ciudad, para que pueda estar con ella.
– Excelente -dije. Traté de captar la mirada de Gillian y sonreí-. Tú debes de tener, veamos, ¿trece años? ¿Catorce? Debes de estar comenzando tus hechizos de segundo nivel, supongo.
Gillian me miró por un momento, revelando incomprensión con su mirada, y luego se dio cuenta de lo que yo quería decirle.
– No hacemos hechizos. Mi madre, quiero decir. Ella nunca…, bueno, no mucho.
– Ésa era… la razón por la cual quería hablar con ustedes antes de que se fueran -dijo Randy-. Sé que la señorita Nast aquí presente tiene aproximadamente la edad de Gillian…
Hubo de pasar un momento antes de que me diese cuenta de que se refería a Savannah.
Randy continuó.
– Sé que usted le está enseñando, y que supo estar con el Aquelarre y que allí usted enseñaba, de modo que pensé que tal vez podría ayudar a Gillian. A distancia, por supuesto, por teléfono, o por email o como sea, tal vez pueda ella visitarla cuando usted se encuentre en la ciudad, o tal vez podríamos nosotros visitarlos allá. Yo le pagaría, por supuesto. Lamento resultar impertinente, pero no conozco a ninguna otra bruja. Mi ex esposa no mantenía relación con su hermana, y ni siquiera sabría yo dónde encontrarla, pero realmente quiero que Gillian sepa más, que pueda lanzar hechizos, para poder protegerse… -una rápida mirada a la tumba de su hija- contra cualquier cosa.
– Así debería ser -dije-. Me encantaría ayudarla, de todas las maneras como me sea posible.
– ¿Está segura? -preguntó Randy.
Gillian y yo cruzamos la mirada y respondí con una amplia sonrisa.
– Lo digo muy en serio.