Punto muerto

Cuando vi a Edward por última vez, corría hacia el portal, de modo que supusimos que había saltado y entrado en él inmediatamente después de nosotros. No lo había hecho. Menos de una hora después de nuestra desaparición, Edward llamó a John a Nueva Orleans pidiéndole que lo pusiera en contacto con Cassandra. John tuvo el buen sentido de pasarle el número de Aaron, en lugar de entrar él mismo en tratos con Edward. Cuando éste finalmente se puso en contacto con Cassandra, le pidió que ella, como vampiro delegado del Consejo, negociara en su nombre con la Camarilla Cortez.

Esto no tenía sentido para mí. Si Edward sabía que Natasha lo esperaba del otro lado, ¿por qué quería negociar que lo indultaran de una sentencia de muerte? Resultó que no era eso lo que quería. Tal como explicó Cassandra, Edward sabía que iba a ser ejecutado por sus crímenes, y lo aceptaba, siempre que su castigo terminara allí. En un tribunal de camarilla, hay una sentencia peor que la ejecución: la ejecución más una maldición con vigencia para después de la muerte, que envía el alma a un limbo. Para un vampiro, esta amenaza tenía poco valor, ya que la mayoría suponía que no tendría ninguna vida después de la muerte. No se puede maldecir a un alma que no existe. Pero ahora Edward estaba mejor informado. Natasha vivía todavía, en cierta forma, en algún lugar, y él quería estar con ella. Tal vez éste había sido el motivo por el cual Natasha había estado tratando de establecer contacto con Jaime, para negociar con nosotros de algún modo, o para transmitirle un mensaje a Edward, diciéndole que no continuara con sus asesinatos y aceptara la ejecución antes de ir demasiado lejos.

Pero ahora había ido demasiado lejos. Al matar a Lucas, se había asegurado de que su muerte estaría acompañada de todas las maldiciones que Benicio pudiera imaginar. Su única esperanza era la de negociar un arreglo absolutamente garantizado antes de que Benicio supiese que su hijo queridísimo había muerto.

El problema residía en que Cassandra no sabía nada sobre los portales y las maldiciones de las camarillas, y ni siquiera sabía con certeza que habíamos encontrado a Edward. Sabía solamente que habíamos desaparecido y que la culpa de esto podía ser de Edward. Por lo cual, hizo lo obvio: exigió saber dónde estábamos, tras lo cual Edward comprendió que todos sabían que habíamos desaparecido, lo cual significaba que había desaparecido también toda esperanza de negociar con las camarillas, lo cual significaba a su vez que no necesitaba que Cassandra mediara por él. De modo que colgó el teléfono.

No es de sorprender que desde entonces nadie hubiese oído una palabra de Edward. Mi primer pensamiento fue el de que el asunto estaba terminado. Edward se ocultaría, no morirían más chicos de las camarillas y el problema se resolvería, por más insatisfactoria que pudiese ser esa resolución. Una vez más, Jaime supo que las cosas no eran así. Cuando Edward estuvo tratando de persuadir a Cassandra de que negociara por él, sus términos habían sido que no continuaría con los asesinatos si la Camarilla volvía a abrirle un portal. Por supuesto, a Cassandra le pareció que eso no tenía sentido, y Edward colgó antes de que ella pudiera pedirle una explicación. No obstante, apenas le conté a Jaime lo que había ocurrido, ella supo exactamente lo que Edward había querido decir.

Cuando se abría un portal al mundo de los espíritus, permanecía caliente durante aproximadamente cuarenta y ocho horas. Eso significaba que, con los debidos materiales, era posible reactivarlo. En cuanto a los materiales que esa reapertura requería, Jaime sólo sabía que implicaban un sacrificio, un sacrificio humano. Pero sabía también que no era tan sencillo como seleccionar de la calle una víctima al azar. Tenía una idea sobre dónde encontrar los detalles del ritual, y prometió hacerlo inmediatamente. Mientras yo les explicaba la situación a Elena y a Clay, Lucas había llamado a su padre. Hablamos un par de minutos más, y luego nos dirigimos a nuestros coches de alquiler respectivos, que estaban estacionados en un aparcamiento próximo al hotel de Edward. Habíamos recorrido menos de una manzana cuando un automóvil negro ya bien conocido hizo que los neumáticos rechinaran efectuando un giro en U delante de nosotros.

– ¿Cómo demonios…? -pregunté.

– Rastreando el móvil, supongo -murmuró Lucas.

Mientras el coche se paraba junto al bordillo, me volví para decirle algo más a Lucas, y vi entonces el agujero de la bala, y la sangre que manchaba su camisa.

– ¡Mierda! -dije-. Tu camisa. Una chaqueta, ¿alguien tiene una…?

Nadie tenía, pero ya no importaba. Antes aun de que el automóvil se detuviera, la puerta trasera se abrió y Benicio saltó del vehículo. Y, por supuesto, lo primero que vio fue el agujero de la bala.

Benicio se detuvo en medio de un paso, con la mirada fija en ese agujero manchado de sangre de la camisa de Lucas. El rostro empalideció. Dio un paso inseguro hacia su hijo. Lucas vaciló durante una fracción de segundo y luego se fundió en un abrazo con su padre.

Mientras los dos permanecían abrazados, Elena se apartó, volvió luego, tomó a Clay por el brazo, y lo llevó con ella, indicándome con un movimiento que esperarían a la vuelta de la esquina para dejarnos más intimidad.

Lucas intentó restarle importancia al tema del agujero en la camisa, pero era demasiado tarde. Benicio ya había ido a ver a Faye y ella le había dicho que Lucas era el blanco siguiente de Edward. No había sabido que Lucas había recibido el disparo, pero en el momento en que Benicio vio esa camisa, lo comprendió todo, y ya no tuvo sentido obviar los hechos. Lo que sí hicimos, en cambio, fue resumir nuestra visita al más allá, diciendo solamente que habíamos caído a través del portal y nos habíamos vuelto a despertar aquí. Más tarde, sin duda, Benicio pediría detalles pero, por el momento, no le urgían. Lucas estaba a salvo. Eso era todo lo que importaba.

– De modo que ahora todavía tenemos que encontrar a Edward-dijo Lucas-. Probablemente estará escondido…

Benicio movió la cabeza de lado a lado.

– Querrá que volvamos a abrir el portal.

– Hemos tenido en cuenta… esa posibilidad -dijo Lucas-. Jaime se está ocupando de eso ahora.

– Y yo pondré a nuestros investigadores a trabajar inmediatamente. Por el momento, no obstante, mi primera prioridad eres tú. Lo he dispuesto todo para que a ti y Paige os lleven en avión a una casa segura, donde tú…

– No, papá -dijo Lucas con mucha tranquilidad.

Benicio lo miró a los ojos.

– No discutas conmigo sobre esto, Lucas. Vas a ir…

– Voy a ir a terminar lo que empecé. Mientras Edward esté libre, todavía tengo trabajo que hacer.

– Tu trabajo ya está hecho. Termina aquí, Lucas. Nunca he interferido antes…

Lucas le dirigió una mirada.

Benicio cerró la boca. Y luego continuó.

– No, en estas cosas no he interferido. Nunca he tratado de detener esas cruzadas tuyas ni de disuadirte de que las terminaras. -Dio un paso atrás-. ¿Crees que no sé con cuánta frecuencia tu vida está en peligro, Lucas? ¿Sabes cuántas noches he pasado pensando en eso? ¿Preguntándome en qué problemas te verías envuelto la próxima vez? Pero nunca he dicho una palabra. Hiciste un viaje a Boston para enfrentarte con Kristof Nast por una bruja, y no dije nada. Vuelas a California para hacerle frente a un posible asesino en serie, y no digo nada. Pero ahora, sí que lo digo. Esta vez, mi nombre no basta para protegerte, de modo que lo haré yo mismo. Así que vas a ir a esa…

– No, papá.

Se miraron en silencio durante un minuto, parados el uno frente al otro, con los ojos fijos en los del otro. Luego, Lucas movió lentamente la cabeza.

– No, papá. Ésta es mi lucha, al igual que todo lo demás que he hecho hasta ahora. Tienes razón. Todos los «riesgos» que he conocido no han sido tales riesgos gracias a ti. Eso ha hecho que siempre haya estado seguro. De modo que, cuando -posiblemente por primera vez- corro un peligro real, ¿esperas sinceramente que me oculte detrás de ti? ¿Qué clase de hombre sería si lo hiciera?

– Un hombre seguro.

Lucas afrontó la mirada seria de su padre con otra que no se apartaba de sus ojos. Tras un momento, Benicio miró hacia un lado. Viéndolo de perfil, pude advertir los movimientos de su mandíbula, que se esforzaba por contener la ira. Finalmente, se dirigió nuevamente a Lucas.

– Llevarás a Troy -dijo.

– No necesito un guardaespaldas, papá -dijo Lucas.

– Tú…

– Ya tiene uno -dijo lentamente una voz detrás de nosotros.

Nos volvimos para ver a Clay, que se dirigía hacia nosotros. Aunque Elena y él habían estado a seis metros de distancia, y en la otra esquina, no pudieron evitar oírnos, inconveniente que no pueden evitar los hombres lobos, dotados de una audición mucho más aguda que la nuestra.

– Yo lo protejo -dijo Clay-. Si necesita un guardaespaldas, me tiene a mí.

Benicio miró a Clay. Después su mirada se dirigió a Elena, que avanzaba detrás de Clay. Hizo un movimiento casi imperceptible, como si hubiera hecho una conexión mental.

– Clayton Danvers, supongo -dijo Benicio-. Su reputación lo precede.

– Entonces sabe que su hijo está en buenas manos.

Benicio vaciló sólo un momento, y luego miró a Lucas.

– ¿Mantendrás encendido tu teléfono móvil?

Lucas dijo que sí con la cabeza.

– Y te mantendré informado.

Con eso, Benicio nos dejó marchar. Una victoria relativamente fácil. Demasiado fácil. Cuando Benicio se hubo ido, Lucas nos dijo que debíamos contar con que nos siguiera hasta el hotel otro automóvil, en el que iría un equipo de seguridad de los Cortez. Y así ocurrió. De modo que Benicio nos había asignado guardaespaldas a larga distancia. Un inconveniente, pero mejor que tener a Troy supervisando cada uno de nuestros movimientos y transmitiéndole cada uno de nuestros movimientos a Benicio.


* * *

Llevamos la comida a Jeremy y Savannah, y los pusimos al tanto.

Una vez que terminamos de hacerlo, Jeremy se acercó a la ventana más próxima y separó las cortinas.

– Nos queda una hora de oscuridad. Elena…

– Vuelve al callejón y comienza a husmear -dijo Elena-. Decidme, ¿tenéis algo que pertenezca a Edward?

– Una camisa sacada de su cubo de la ropa sucia -dijo Lucas. Como Elena lo miraba extrañada, él se lo explicó-: Necesitábamos algún objeto de uso personal para una clarividente.

– ¿Clari…? ¿Quieres decir alguien que…? -Elena se interrumpió y sacudió la cabeza-. Mi mundo era bastante menos confuso cuando solamente había hombres y mujeres lobos. Una camisa usada es perfecta. -Le dirigió a Clay una sonrisa-. Hasta tú podrías seguir una pista con eso.

– ¿Sí? Bueno, en ese caso, no verás mal que te acompañe…, a menos que tengas miedo de que yo lo encuentre primero, y te ponga en evidencia.

La sonrisa de Elena se hizo más amplia.

– Jamás.

– Bueno. Entonces… -Clay se interrumpió y miró a Lucas-. Tal vez tengas que hacerlo tu sola, querida. Le prometí al padre de Lucas…

– Ve -dijo Lucas-. Hasta mi padre admitiría que aquí estoy seguro. Difícilmente podría Edward irrumpir y eliminarnos a todos.

Clay y Elena, ambos, miraron a Jeremy, aguardando su permiso. Todavía encuentro muy extraña la idea de que los hombres y mujeres lobos de una Manada no actúen sin la aprobación de su Alfa. Y aún más extraño, que no les moleste. Estoy segura de que contribuye el hecho de que Jeremy actúa con mucha discreción; nunca interrumpiría cuando se está planeando algo para decir en voz alta: «¡Eh, que yo no os he dado permiso para hacer eso!». En cambio, sí hace lo que ha hecho en esta ocasión, responder a sus miradas dubitativas con una inclinación de cabeza casi imperceptible.

Tras nuestra visita a Faye, habíamos dejado la camisa de Edward en nuestro coche alquilado. Lucas le dio a Clayton las llaves y le dijo dónde encontrar la camisa.

– ¿Paige? -dijo Elena mientras se dirigían hacia la puerta-. ¿Quieres venir?

Por supuesto que lo deseaba, pero sabía también que no iba a ganarme la simpatía de Clayton.

– Id vosotros dos -dije-. Yo tengo que quedarme aquí para esperar la llamada de Jaime.

– ¿Puedo ir? -dijo Savannah poniéndose de pie de un salto.

Un coro de «¡NOOS!» le respondió. Puso mala cara y se dejó caer violentamente otra vez en el sillón.

– ¿Has probado las arepas? -le preguntó Lucas-. Éstas están rellenas de pollo, y esas otras de ternera.

Ella suspiró, pero le permitió a Lucas que pusiera algunas arepas en su plato y le explicara cómo se hacen.


* * *

Después, Jeremy sugirió que invitáramos a Cassandra y a Aaron a reunirse con nosotros, para que pudiéramos discutir entre todos un plan de acción. Yo había tenido la intención de proponerlo, pero había estado esperando a que partieran Elena y Clay. Sospecho que Jeremy había estado esperando lo mismo, sabiendo que a ninguno de los dos les habría complacido la perspectiva de trabajar con Cassandra.

Jeremy sugirió también que Jaime se uniera a nosotros. Esta decisión era más difícil. Aaron y Cassandra conocían ya a los lobos; Jaime no. La Manada se había incorporado al Consejo Interracial el año anterior tras más de un siglo de mantenerse independientes del resto del mundo sobrenatural. Elena podía hacer bromas sobre que su mundo había sido más fácil cuando sólo había hombres y mujeres lobos, pero había gran parte de verdad en eso. Para la Manada, regresar al Consejo significaba una transacción entre ganar aliados por un lado y abandonar por el otro el nivel de protección que el aislamiento les proporcionaba.

Fuera del Consejo Interracial, había pocos sobrenaturales que pudieran nombrar a los miembros de la Manada y aún menos que pudiesen poner cara a los nombres. A Jeremy le parecía bien mantener las cosas de ese modo, y yo no se lo reprochaba. En ese caso, sin embargo, él había contrapesado el peligro de identificarse ante Jaime frente a la ayuda que ella podía proporcionar con respecto al portal, y había decidido que era mejor que trabajase con nosotros.


* * *

A las seis, Jaime llamó para decir que tenía algo y que venía a explicárnoslo. Aaron no había respondido a nuestros mensajes todavía, probablemente por haber apagado su móvil mientras cazaba, de modo que le dejamos otro mensaje, dándole la dirección del hotel y diciéndole que se reuniese allí con nosotros. Un momento después, llamó Elena. No habían encontrado nada, y volvían al hotel.

Mientras estuvimos esperando la llamada de Jaime, yo hablé con Jeremy sobre el caso, con la esperanza de que él advirtiera alguna pista que a mí se me hubiese pasado por alto. Tras unos veinte minutos, advertí que Lucas estaba silencioso, fui a verlo, y lo encontré dormido. Supongo que la muerte le exige mucho a una persona. He de reconocer, sin embargo, que con la excusa de quitarle las gafas, comprobé subrepticiamente que estaba respirando. Y lo más seguro es que siguiera haciendo lo mismo durante algún tiempo.

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