Lucas había alquilado un coche la mañana anterior, de modo que ya no necesitábamos el de Jaime. Ella se quedó en la habitación del hotel y prometió llamar si aparecía alguna otra persona. Según nuestra costumbre, si llevamos algún huésped en el coche, yo me siento atrás. Lo hago por cortesía. Pero Cassandra hace que me salga la grosería, de manera que me senté delante, al lado del conductor, y dejé que se le arrugara el vestido de Donna Karan en la parte de atrás, que estaba llena de cosas.
Nos llevó más de unos irritantes cuarenta minutos llegar al hotel de los Boyd. No sólo se encontraba en el otro extremo de la ciudad, sino que tropezamos con un embotellamiento en una zona en obras y habríamos llegado aún más tarde si Lucas no hubiese encontrado otro camino por calles laterales.
Mientras viajábamos, le procuré a Cassandra una visión de conjunto más amplia. Cuando entramos en el aparcamiento del hotel, seguía haciendo preguntas.
– Lamento interrumpir -dijo Lucas-. Aunque corra el riesgo de ofenderte, Cassandra, debo pedirte, nuevamente, que no reveles…
– No tengo la más mínima intención de dejarles saber quién soy.
– Gracias.
– Sería incluso mejor que Cassandra nos esperase aquí -sugerí-. Hasta que empecemos la búsqueda.
– Buena idea. Cassandra, si…
La puerta dio un golpe al cerrarse. Ella se dirigía ya a grandes zancadas hacia el edificio.
– Me parece que no -dije.
– Si no impedimos que se involucre, puede que satisfaga antes su curiosidad.
– ¿Y se vuelva antes a su casa?
Lucas sonrió levemente.
– Sería una buena idea.
Troy se reunió con nosotros en el aparcamiento, y nos escoltó después hasta el hotel, un complejo de lujo que no se parecía en nada a ninguno de los alojamientos que yo había visto.
Desde fuera de la suite de Tyler Boyd del segundo piso, nada hacía pensar que allí se había cometido un asesinato recientemente, o que un equipo de los expertos estaba examinando la habitación de arriba abajo. Sólo cuando se abrió la puerta se oyó el ruido que había dentro.
Dos hombres estaban trabajando en la zona de estar, uno tomando fotos y el otro pasando un aspirador de mano por el sofá. De una de las habitaciones de atrás apareció un tercer hombre, que llevaba lo que parecía un estuche de ordenador portátil. Intercambió un apresurado saludo con Lucas, y luego salió con prisa por la puerta que acabábamos de cruzar.
El guardia semidemonio asesinado yacía despatarrado sobre los restos de una mesa de centro, cubierto de trozos de vidrio y astillas de madera. Tenía la cabeza doblada hacia un lado, el rostro congelado en una mueca. Resistí el impulso de apartar la vista de esa mirada muerta. Junto a mí, Cassandra se inclinó sobre el cadáver, estudiándolo con frialdad. Traté de emularla, de ver ese cadáver no como una persona sino como una prueba.
En un principio pensé que al guardia le habían cortado la garganta. Luego vi un trozo de cable que tenía en el cuello y comprendí que lo habían estrangulado.
– Nuestro juez de instrucción cree que eso se lo hicieron después de muerto.
La voz de Benicio se dejó oír a nuestras espaldas. Miró a Cassandra. Su mirada pasó sobre ella con curiosidad, y tal vez con un cierto interés, pero como no se la presentamos, no preguntó nada. Quizás confiaba en el criterio de Lucas. O tal vez, sabiendo que su hijo tenía unas relaciones muy eclécticas, no quiso preguntar.
– Dennis ha hecho ya algunas observaciones preliminares. -Benicio llamó al jefe de segundad, que se hallaba en otra habitación-. ¿Dennis? ¿Querrías tener la amabilidad de contarles tus hallazgos a Lucas y Paige? ¿Y responder a las preguntas que quieran hacerte?
– Por supuesto, señor. -Dennis señaló al guardia muerto-. Creemos que se le acercaron por atrás y posiblemente le inyectaron algo. Eso podría explicar por qué no se resistió.
– ¿No se resistió? -Miré la mesa destruida-. Oh, ya veo, los desperfectos se produjeron cuando se cayó.
– Cayó con mucha fuerza. -Lucas se inclinó y retiró un trozo de algo negro que estaba junto a la mano del guardia.
Al arrodillarme percibí un olor familiar, que me recordó los campamentos de verano a los que iba de pequeña.
Leña quemada. Trozos de leña quemada rodeaban las manos cerradas del guardia.
– Un Aduro -dije-. Se aferró a la mesa y la quemó, lo cual significa que no estaba muerto cuando se desplomó.
Cassandra examinó el cable que estaba hundido en el cuello del guardia.
– No hay sangre.
– Lo que indica que se lo hicieron después de morir -dijo Dennis-. Más el hecho de que es improbable que alguien pueda haber estrangulado a un hombre de este tamaño, con los poderes que tenía.
– ¿Qué se sabe de Tyler? -pregunté-. ¿Escapó o se lo llevaron?
Dennis nos indicó con un gesto que nos dirigiéramos al baño. Entramos en él. Benicio permaneció en el umbral, mirándonos. En el otro extremo de la habitación, un hombre pelirrojo y delgado estaba examinando el alféizar de la ventana con algún tipo de escáner electrónico. Allí había algunos trozos de vidrio del lado interior, pero presumiblemente la mayor parte había caído hacia fuera.
Lucas dio media vuelta para observar el marco de la puerta, que estaba roto.
– De modo que o bien Tyler estaba aquí cuando llegó el asesino, o se las arregló para llegar hasta aquí antes de que lo atacaran. Entonces el asesino entró en el baño, pero… -Lucas volvió a la ventana-. Tyler ya se había ido, por esa ventana. ¿Simon? ¿Hay algún indicio de que el asesino fingiera la rotura de la ventana?
El pelirrojo negó con la cabeza.
– No, señor. Hay manchas de sangre en un fragmento de loza. Voy a necesitar una muestra del laboratorio de los Boyd para compararla, pero el ADN es definitivamente de su familia, de modo que supongo que es de Tyler. No hay signos de lucha ni de sangre en el baño. En el piso de abajo he encontrado huellas de zapatillas Nike, muy marcadas, lo que indica que alguien saltó desde esta ventana.
– De modo que suponemos que Tyler huyó -dijo Lucas-. Es lógico. Dudo que el asesino quisiera sacarlo del hotel. Demasiado arriesgado. Siempre ha matado in situ. No es probable que cambie ahora sus métodos.
El teléfono móvil de Benicio sonó. Tras decir algunas palabras sueltas, colgó.
– Han encontrado a Tyler. -Vio la expresión de mi cara y añadió-: Está vivo.
– ¿Lo han perseguido? -pregunté-. Si lo han perseguido, puede que el asesino esté todavía en la zona…
– No está en la zona -aseguró Cassandra-. Ha seguido su camino.
– ¿Qué?
Dirigió una breve mirada hacia el techo, como si su conclusión fuera tan simple que no requiriese ninguna explicación.
– Es un cazador. Golpea cuando encuentra blancos fáciles. Cuando dejan de serlos, busca otros.
– De modo que crees que acechó a Tyler… -empecé a decir.
– En el momento en que el chico escapó, tu asesino lo abandonó. Como dijo Lucas, mata in situ. Puede colgar a una chica de un árbol o dejar a un chico tirado encima de un coche, pero lo hace sólo para provocar. Es un cazador. Los mata donde los encuentra, y los mata con eficiencia. Cuando le interrumpieron, decidió dejar vivo al chico antes que arriesgarse a que lo descubrieran. No se ha puesto a perseguir a ese muchacho por las calles de Miami.
– Cuando dices que ha seguido su camino, quieres decir… -Miré a Lucas-. Que ha pasado a otro miembro de una familia importante. Eso es lo que dijo Esus. Con Joey Nast, llegó al nivel más alto, y va a seguir en ese nivel.
Cassandra movió afirmativamente la cabeza.
– Cualquier otra cosa sería un retroceso. Sin embargo, con cada paso que da, él mismo se lo pone todo más difícil. Tendrá que aprovecharse de cualquier momento en que la seguridad se debilite, como por ejemplo…
– Como por ejemplo cuando las camarillas crean que el asesino está persiguiendo a otra víctima. Cuando todos lo están buscando. ¿Lucas? ¿Quiénes son los otros adolescentes? ¿Hay alguien en tu familia? ¿Sobrinos…
– Tengo un nieto de once años y otro de doce -dijo Benicio-. Hijos de Héctor. Tripliqué su vigilancia cuando asesinaron al hijo de Griffin, y los he trasladado a un lugar seguro fuera de Miami. En cuanto a otros, Lionel St. Cloud tiene otro muchacho, Stephen. Tiene dieciocho años. Después, hay algunos adolescentes más, nietos de Nast, y Frank Boyd tiene varios sobrinos de aproximadamente la edad de Tyler.
– Stephen St. Cloud -dijo Lucas-. Ya ha golpeado a los Nast. Si no puede hacerlo con un Cortez, buscará un St. Cloud.
– Llamaré a Lionel…
– ¿Dónde están? -preguntó Lucas.
Benicio vaciló, con el dedo puesto en el teclado de su teléfono.
– En el Fairfield, en South Beach. Espera un momento mientras yo…
Estábamos saliendo ya por la puerta.
– ¿Por qué demonios no nos dijiste lo que pensabas? -pregunté, girando en mi asiento para mirar furiosa a Cassandra mientras Lucas salía del aparcamiento del hotel.
– Os lo dije.
– Desde el momento en que viste que Tyler había huido, supiste que el asesino había seguido su camino, pero no dijiste nada. Luego, cuando te dignaste a decírnoslo, hubo que insistir para que explicases lo que querías decir con eso. Esto no es un juego, Cassandra.
– ¿No lo es? -dijo-. Parece que tu asesino no piensa lo mismo.
– Sabes lo que quiero decir. Tendrías que habérnoslo dicho inmediatamente, nos tendrías que haber advertido…
– ¿Para qué pudierais marcharos unos minutos antes? Quise explicarme, Paige. Sencillamente no vi la necesidad de apresurarme.
– ¡Tú…
Lucas me miró, como diciéndome que no hiciera caso a Cassandra, pero no pude hacerlo.
– ¡Un chico podría haber muerto y no viste la necesidad de apresurarte!
Sus ojos verdes se clavaron en los míos, arqueando sus perfiladas cejas.
– Bueno, si está muerto, ciertamente no hay razón para apurarse, ¿no es cierto? Si quieres decir que podrías haberlo salvado si yo te lo hubiese dicho antes, me cuesta imaginar que sesenta segundos fueran a suponer una diferencia en un sentido o en otro. Sí, un muchacho está en peligro. Sí, podría morir. Es trágico, pero no es nada que no ocurra a todas horas, todos los días.
– Ah, bueno, eso lo hace normal.
– No he dicho eso, Paige. Sólo pretendo señalar que la muerte es una tragedia, pero, en última instancia, una tragedia inevitable. No puedes salvarlos a todos, por mucho que te cueste aceptarlo.
– No estoy… -Cerré con fuerza la boca, me tragué el resto de la frase, y me obligué a mirar nuevamente el parabrisas.
Sonó el teléfono móvil de Lucas. Me lo pasó.
– Paige Winterbourne -respondí.
Se produjo una breve pausa. Luego, Benicio preguntó:
– ¿Está Lucas ahí?
– Está conduciendo. ¿Se ha puesto en contacto con Lionel St. Cloud?
Otra pausa, como si estuviese considerando si insistir o no en que lo pasara con su hijo.
– Sí, lo he llamado, y él trató de llamar a Stephen, pero no ha habido respuesta. Los dos tíos de Stephen vinieron a buscar a Tyler, pero nosotros hemos encontrado a un primo que está todavía en el hotel. Dice que la habitación de Stephen está cerrada con llave y nadie responde cuando se llama a la puerta. Oye, Paige, he enviado mi equipo de búsqueda al Fairfield. Puede que lleguen unos minutos después que vosotros, pero estarán allí muy pronto. Yo… -Hizo una pausa-. El asesino puede estar todavía en ese hotel. No quiero que Lucas entre.
– Entiendo -dije-. Puedo pedirle que se quede fuera mientras entro yo, pero…
– Quiero decir que los dos debéis quedaros fuera, por lo menos hasta que os acompañe mi equipo de rastreo. Un minuto o dos no va a ser mucha diferencia.
– Eso he oído -dije-. Pero no quiero correr ese riesgo. Diga a su equipo que se apresure y nos busque dentro.
Apreté la tecla de desconexión. Mientras le pasaba el teléfono a Lucas, volvió a sonar. Lucas lo cogió y lo apagó.
Un minuto después, nos desplazábamos por el carril central.
A nuestra izquierda se veía una gran villa de estilo español. Un discreto letrero cerca de la entrada flanqueada de palmeras anunciaba que habíamos llegado al Fairfield.