Yo estaba saltando en una cama, saltando todo lo alto que podía, encogiéndome cada vez que mis pies tocaban el colchón. Alguien cantaba. ¿Mi madre? No, una voz más joven, que se esforzaba por cantar sin reír.
Cinco monitos saltan en la cama.
Uno cae fuera y se da en la cabeza.
Mamá llamó al médico, y el médico dijo:
«¡No más monitos que salten en la cama!».
– ¡Otra vez! -grité-. ¡Otra vez!
– ¿Otra vez? -la voz reía-. Si rompes la cama de tu madre, nos arrancará a las dos el pellejo.
Yo agitaba en el aire mis puños regordetes mientras saltaba, después perdía pie y caía sobre las almohadas con la cara por delante. Unas manos bajaban a recogerme, pero yo las rechazaba, me levantaba sola y daba vueltas, saltando.
– ¡Otra vez! ¡Otra vez!
Un suspiro muy teatral.
– Una vez más, Paige. Te lo digo en serio. Ésta es la última vez.
Yo reía, sabiendo que distaba mucho de ser la última vez.
Cinco monitos…
Gemí y el sueño desapareció, pero todavía podía oír la canción, y a la misma persona cantándola. La voz me trajo un recuerdo, que se evaporó antes de que pudiera asirlo.
Abrí los ojos, pero no podía ver nada. Me envolvía una oscuridad fría y húmeda, y temblé. Parpadeé y traté de aclarar mi cerebro nublado. Estaba echada de costado. Alargué la mano y toqué algo frío pero liso y compacto. Cuando desplacé la mano sobre lo que había tocado, sentí protuberancias y algunos bordes agudos. Roca. Estaba acostada sobre roca.
Cuatro monitos saltan en la cama…
Apreté los ojos, pero la canción seguía sonando en mi cabeza. ¿Qué era esa canción? Ahora que la había oído, recordaba de memoria cada una de las palabras, que brotaban de mi subconsciente. Me vino una imagen a la cabeza. Yo, con no más de dos años, saltando en la cama de mi madre mientras alguien cantaba.
– ¡No más monitos que salten en la cama!
Tres monitos…
– ¡Oh, Dios mío, vale ya! -dije aferrándome mi dolorida cabeza.
La canción se interrumpió.
Una voz suspiró, el mismo suspiro teatral que había oído en mi sueño.
– Bueno, era eso o gritar hasta que te despertases. Alégrate de que me haya decantado por el enfoque musical.
Gateando me levanté y miré a mi alrededor. Mis ojos se habían adaptado lo suficiente como para que pudiese distinguir algunas formas imprecisas que me rodeaban, pero ninguna parecía ni remotamente humana. Abrí y cerré los ojos insistentemente y traté de ver aquellas formas con claridad. A mi alrededor y en desorden había grandes rocas, que se levantaban desde el lecho de piedra en el que yo me hallaba.
– Roca -dije-. Todo es roca.
– Raro, ¿no es cierto? Tenemos aquí algunos lugares muy extraños. Parece que has venido a parar a uno de ellos. Esperemos por lo menos que no aparezca nada feo.
Moví la cabeza de un lado a otro, buscando la fuente de la voz que me hablaba; pero sólo veía rocas.
Dos monitos…
– Déjalo ya -dije.
– Bueno, estoy tratando de sacudir tu memoria. Adorabas esa canción. También Savannah. Las dos estabais locas por ella, aunque pienso que lo que realmente os gustaba era la excusa para saltar en la cama.
¿Savannah? ¿Cómo sabía la voz…? Tragué saliva, haciendo la única asociación que me era posible.
– ¿Eve? -dije.
– ¿Quién, si no? No me digas que te has olvidado.
Como no contestaba, dijo:
– Oh, vamos. Seguro que recuerdas a tu niñera favorita. Te cuidé todas las noches de los miércoles durante casi dos años. Si yo tenía algún impedimento, no permitías que tu madre llevase a ninguna otra. Llorabas tanto que tenía que cancelar las reuniones de los Elders y quedarse en casa.
Eve hizo una pausa. Como yo seguía sin decir nada, suspiró.
– Verdaderamente no te acuerdas, ¿verdad? Caramba. Por lo general, dejo impresiones más profundas.
– ¿Dónde estás? -dije.
– Aguarda. Estoy trabajando en eso. Dame sólo un… -Percibí el vislumbre de un movimiento hacia mi izquierda. La forma se esfumó, y luego empezó a verse con nitidez-. Ya casi estoy allí. Esto no es fácil, te lo juro.
Pude oír un ¡pop! Y allí, delante de mí, se hallaba una versión adulta de Savannah, una mujer alta, de una hermosura exótica, con una boca grande, una nariz fuerte, una barbilla acusada, y cabello negro, largo y liso. Sólo sus ojos eran diferentes, oscuros en lugar de los azules brillantes que Savannah había heredado de Kristof Nast.
Se acurrucó ante mí, luego tocó el suelo y se estremeció.
– Muy frío. ¡Mira la clase de lugar que tuviste que elegir para aparecer! Si lo hubiera sabido, habría traído ropa de abrigo. -La miraba fijamente, porque su sonrisa amplia era un espejo de la de Savannah-. Humor de espíritu. -Contempló su ropa: vaqueros, zapatillas de goma y una blusa bordada de color verde oscuro-. ¿Sabes?, esta blusa me gustaba mucho, pero después de usarla durante todo un año… ya es hora de empezar en pensar en cambiarme de ropa. -Contempló mi conjunto-. No está mal, podría haber sido peor.
– No soy…, no soy un espíritu. No he…
– ¿Muerto? El jurado todavía no ha emitido su veredicto sobre ese punto. Todo lo que sé es que estás aquí. Y si estás aquí, deberías estar muerta. -Eve movió la cabeza a un lado y a otro-. Nunca esperé que fueras a representar ante mí Romeo y Julieta, Paige. Ya sé que una vez que te comprometes con alguien, llegas hasta el fin, como hiciste con Savannah, pero, de verdad… -Señaló lo que nos rodeaba-. Esto es ir demasiado lejos.
– Lucas -dije poniéndome rápidamente de pie.
– Tranquila, muchacha. Está por aquí… -Eve se puso de pie-. ¿Pero dónde…? Ah, allí.
Me apresuré, adelantándome a ella. Cuando esquivaba una roca que se proyectaba en el camino, vi los zapatos de Lucas. Corrí rodeando una roca enorme y lo hallé acostado boca arriba, con los ojos cerrados. Me dejé caer junto a él, y acerqué los dedos a su garganta, para buscarle el pulso.
– No, no vas a encontrarlo, Paige -dijo Eve a mis espaldas-. Tampoco en ti misma. Es parte de lo que viene con el pasaje. Puedes correr todo lo que quieras y nunca quedarte sin aliento. Apuesto a que es la primera vez que en una semana no te ha dolido el estómago.
Toqué a Lucas en la mejilla. Su piel estaba tibia. Me agaché, poniendo mi cara junto a la suya, y sacudí suavemente sus hombros mientras lo llamaba por su nombre.
– Podrías intentarlo besándolo -dijo Eve-. Pero no creo que eso funcione en la vida real… ni en la otra vida.
La miré con enojo. Levantó ambas manos.
– Disculpa, tienes razón. No es el momento de hacer bromas. -Caminó alrededor de Lucas y se arrodilló del otro lado-. Está muy bien, nena. Eso es normal. Es el shock de la muerte. Se requieren uno o dos días para recuperarse. Lo normal es que se llegue a través de una de las áreas de espera, donde hay personas que pueden atender, pero vosotros entrasteis por la puerta trasera.
– ¿El… shock de la muerte?
Miré el pecho de Lucas. Su camisa estaba entera. Deslicé la mano debajo de la misma, pero no encontré ningún agujero de bala.
– No, está bien -dije-. No le dispararon. Sencillamente cayó por la grieta, igual que yo.
Eve no dijo nada. Me volví para mirarla de frente.
– No le han disparado, mira, no hay agujero.
Movió la cabeza de arriba abajo, pero evitando mi mirada. Tragué saliva, y luego me levanté la blusa. En mi estómago, donde Weber me había apuñalado, la piel era ahora suave y sin marca alguna.
Eve se inclinó sobre Lucas y le colocó correctamente las gafas, que se le habían movido con la caída.
– Aquí no hacen falta estos adminículos, pero pasaron. Extraño, ¿no? -Se inclinó hacia atrás para ver mejor, y luego volvió a poner derechas las gafas y quitó a Lucas de la frente algunos cabellos que estaban fuera de lugar-. Pobre chico. Todos estos años lo único que lo protegió fue ser el hijo de Ben, y ahora es lo que ha hecho que lo mataran. -Sacudió la cabeza-. ¿Te ha dicho Lucas alguna vez que nos conocíamos?
Hice un esfuerzo por recordar, y luego afirmé con la cabeza. El recuerdo llegó como un relámpago y una pequeña sonrisa me estiró los labios.
– Él dijo que la palabra «encuentro» era más adecuada que «conocimiento»
Eve rió.
– Muy propio de Lucas, ¿verdad? Él siempre tan preciso. -Se balanceó hacia atrás sobre los talones-. ¿Cuánto hace que ocurrió? Qué barbaridad, debe de hacer cuatro o cinco años. No tenía más de veinte años. Trató de llevarse algunos de mis grimorios. Pero lo pillé. Y lo zurré también.
– Eso me dijo.
Eve arqueó la ceja izquierda.
– ¿Lo reconoció? Bueno, eso es ser fuerte, ¿verdad? No poder derribar de un golpe a un enemigo, pero ser capaz de reconocer cuándo ha sido uno el que ha mordido el polvo. Es un buen muchacho. Bueno para Savannah, también. Los dos, vosotros, lo sois. -Pasó la mirada de mí a Lucas, y luego se sentó en el suelo y se recogió las rodillas con las manos-. Ay, ay, mierda, ¿qué es lo que vamos a hacer?
– Tenemos que volver.
– Vaya, estoy contigo en eso, pero es más fácil decirlo que hacerlo. Normalmente es un billete de ida, pero vosotros no tomasteis ese tren, de modo que tal vez podamos encontrar una manera… -Su cabeza se echó bruscamente hacia atrás y observó con enojo algo que estaba por encima de mi cabeza-. Maldición, eres peor que un sabueso. Me encuentras no importa dónde me oculte. -Sacudió las manos-. Fuera, estoy ocupada. Vete.
Giré el cuello para ver lo que ocurría detrás de mí, pero allí no había nadie.
– Por supuesto que la estoy ayudando a que salga de aquí -dijo Eve-. ¿Qué?, ¿quieres que a nuestra hija la críen los lobos?
Vacilé.
– ¿Kristof?
– Sí, ¿lo oyes?
Negué con la cabeza.
Eve rió.
– ¡Ja, ja! ¿Ha oído eso, poderoso señor hechicero de camarilla? Usted no puede siquiera proyectarse lo suficiente en esta dimensión como para que ella pueda oírlo. Yo, en cambio, entré directamente. Y a todo color.
– ¿Dimensión?
– Dimensión, nivel, estrato -dijo-, es complicado.
– ¿De modo que los verdaderos espíritus están todos en tu estrato? ¿El estrato en que está Kristof ahora?
– Noo, están repartidos por todas partes. Eso es lo malo, realmente. Uno pasa al otro lado pensando que va ver a todos los que se fueron antes, y no es así, porque no están todos en tu dimensión. Algunos de nosotros, las razas mágicas, podemos atenuar un poco los límites que separan uno o dos estratos, ver a través de ellos lo que ocurre del otro lado, como está haciendo Kristof ahora. Pero atravesar esos límites… -Sonrió, dirigiendo la mirada hacia donde estaba Kristof-. Eso sólo lo puede hacer un verdadero lanzador de hechizos.
– Entonces mi…, mi madre. ¿Está aquí?
Eve negó con la cabeza.
– Lo lamento, niña. No está en este estrato ni en el mío. Pero hay otros, por supuesto. Todavía no he podido encontrar el modo de ver a través de esos otros estratos.
Otra vez su mirada se dirigió hacia arriba.
– Sí, sí, graciosillo. Vete a buscar a otro a quien molestar. Tengo que hablar con Paige.
Una pausa.
– ¿Se va? -pregunté.
– Qué va, sigue ahí sentado. Aunque está en silencio, que es lo más que puedo desear. Ahora, veamos lo que tenemos aquí. Esa perra mujer vampiro, Natasha, se las arregló de algún modo para abrir un agujero en su estrato. No tengo idea de cómo lo hizo. Vaya, ni siquiera sabía que los vampiros tuvieran un estrato. Todo es muy extraño. Casi me hace preguntarme si las Parcas le permitirían abrirlo, para que pudiera chupar a su maníaco socio y llevarlo con ella al infierno.
– Ajá.
– Bonita teoría, pero no te ayuda, ¿verdad? La cuestión está en que vosotros caísteis en el agujero por accidente, y tenemos que hacer que regreséis. Ahora bien, puesto que vosotros irrumpisteis, este lugar debe de ser importante. Un portal, si te parece.
Miré a mi alrededor.
– Horrible lugar para quedarse, ¿verdad? -continuó-. Y ésa es probablemente la cuestión. Nadie viene aquí a hacer turismo.
– Entonces, ¿puedes abrirte camino?
Eve lanzó una mirada furiosa hacia algún punto detrás de mí.
– Acaba esa frase por tu cuenta y riesgo, Kris. -Ella hizo una pausa-. Eso es lo que pensaba. -Se volvió hacia mí-. De ninguna manera. Todavía no. Necesitamos un nigromante.
– Muy bien, sé precisamente dónde encontrar uno.
– ¿Jaime Vegas? -Eve hizo una mueca-. No es a quien yo escogería, pero supongo que cualquier nigromante nos servirá. Entre ella y yo, podríamos ser capaces de hacer un agujero en esta cosa, lo suficiente para que puedas pasar.
– Podamos pasar, Lucas y yo.
– Hummm, claro. Ahora bien, no puedo asegurarte que funcione, porque sé que no hay manera de que yo regrese permanentemente. Créeme que lo he intentado.
Miró a Kristof de repente y, por una milésima de segundo, capté en aquellos ojos un atisbo de algo que me produjo un escalofrío, y me recordó quién y qué era Eve. Lanzó una mirada furibunda a algo que había detrás de mí.
Sospeché que lo que había dicho Kristof, sea lo que fuere, tenía algo que ver con los intentos de Eve de regresar al mundo de los vivos. Por cómo lo dijo, sospeché que había estado tratando con enorme esfuerzo de volver a la vida y, por un momento, me pregunté por qué. Parecía suficientemente feliz y a gusto. No daba la impresión de que estuviera en ninguna clase de dimensión infernal. De modo que ¿por qué luchar por volver a la vida?
Mientras la pregunta revoloteaba todavía en mi mente, pensé en mi propia situación. Allí estaba, en la vida después de la muerte, y no me planteaba la posibilidad de quedarme ni por un segundo. ¿Por qué? Porque mi vida estaba en el otro lado, e independientemente de lo placentero que pudiera ser vivir en un mundo libre de dolor y malestar, quería terminar mi verdadera vida antes de embarcarme en esta otra. Pero esa vida real incluía a Lucas. Tenía que incluirlo.
– ¿Crees entonces que aunque tú no puedas volver… -dije-, crees que tal vez nosotros…?
– No lo sé, pero no te quepa duda de que lo intentaré. Eres un caso especial, así que tiene que haber una manera.
– Muy bien, hagámoslo entonces. Eres un espíritu, de modo que puedes entrar en contacto con Jaime…
– No es tan fácil. Primeramente tenemos que encontrarla.
– ¿Encontrarla? Está en Miami.
– Obstáculo número uno, aunque no es tan malo como parece. Miami existe aquí, también, sólo que no es verdaderamente… Bueno, es diferente. La distancia no es el problema. Todo es muy… relativo.
– Ajá.
Eve movió la cabeza.
– No puedo explicártelo. Ni siquiera yo lo entiendo del todo todavía. Pero está el obstáculo número dos… -Miró hacia abajo, hacia Lucas-. No podemos llevarlo.
– No pienso dejarlo aquí.
– Bueno, entonces tenemos un verdadero problema. Se despertará en uno o dos días, pero para entonces los Exploradores nos habrán encontrado, y una vez que lo hacen, los que son descubiertos adquieren residencia permanente. Ahora bien, podemos… -Se interrumpió y miró hacia arriba, a Kristof, y después afirmó con la cabeza-. Kristof se ofrece para quedarse aquí con Lucas.
Cuando vio que yo dudaba, volvió a mirar hacia Kristof.
– Le destruiste la vida a la pobre muchacha. Eso, Kris, no ayuda para que te tenga confianza. -Me miró a mí-. Está bien, Paige. Si Kristof dice que cuidará de Lucas, lo hará. No tiene nada que ganar si tú y Lucas no lográis volver con Savannah. Sabe que esto es lo que quiero, lo que quise desde el comienzo, que Savannah estuviese contigo. No volverá a interferir.
Eve se puso de pie. Apreté la mano de Lucas, le eché una última mirada, y después seguí a Eve a través de la llanura rocosa.