Golpe de gracia

Cuando llegué al callejón que estaba detrás del café, Lucas había desaparecido. Edward estaba en acción. Ya lo creo que lo estaba. Sabía quién lo perseguía. No estaba huyendo de Lucas, lo estaba conduciendo a una trampa.

Corrí por el callejón en el cual había visto por última vez a Edward. No me preocupé por el ruido que estaba haciendo. Si Lucas me oía, vendría corriendo, se alejaría de Edward, que era exactamente lo que yo quería.

Cuando llegué al primer cruce, vi a Lucas. Estaba caminando con mucho cuidado, mirando a un lado y a otro, dándome la espalda. Abrí la boca para llamarlo, pero no lo hice. Si Edward estaba esperando a la vuelta de la siguiente esquina, cualquier perturbación podía asustarlo. No era bueno asustar a un vampiro que llevaba un arma de fuego.

Corrí por el callejón. Ya a pocos metros de Lucas, cuando pasaba bajo una escalera de incendios, percibí que sobre mí se movía una sombra. Di media vuelta y miré hacia arriba, y vi a Edward, agachado en la escalera.

– ¡Lucas! -grité.

Mientras corría hacia Lucas, me di cuenta de que estábamos en un callejón sin salida, a cuyo término no había más que un hueco. Di media vuelta precisamente en el momento en que Edward saltaba al suelo. Levantó su pistola. Me abalancé eludiendo la dirección de su arma, y comencé a lanzar un hechizo de inmovilización. Edward apuntó el arma contra mi pecho.

– Dispararé antes de que termines -dijo. Ya no tenía puestas las gafas de sol, y sus ojos tenían una mirada tan vacía y carente de emoción como su voz. Por encima de mi hombro miró a Lucas, que también se había quedado inmóvil a mitad del encantamiento-. Y tú, lanza el hechizo y disparo a la chica.

– Paige -dijo Lucas-. Hazte a un lado. Por favor.

– ¿Para que pueda dispararte? Es a ti a quien busca. Ése fue el mensaje que Faye estaba tratando de darnos. Tú eres el blanco.

– ¿Crees realmente que no voy a disparar sólo porque tú estás en la línea de fuego? -dijo Edward.

Pero no disparó. Levantó el arma, como considerando la posibilidad de disparar a Lucas por encima de mi hombro, y luego la bajó dirigiéndola contra mi pecho, manifiestamente insatisfecho con su puntería si se trataba de cualquier alternativa que no fuera un disparo al pecho. Puede que no le importara añadir otro cadáver a su lista, pero no correría el riesgo de que, durante el tiempo que le llevara dispararme, Lucas pudiera lanzar un hechizo y escapar.

– ¿Sabes lo que Benicio te hará si matas a Lucas? -le pregunté.

– Exactamente lo mismo que quieren hacer los demás. Cazarme y matarme. ¿Te crees que me importa? Dejé de preocuparme el día en que volví a mi hotel y me encontré con que esos asesinos de la Camarilla habían terminado su trabajo.

– Nosotros…

– Entré en la habitación ¿y sabes lo que vi? -Me taladró con la mirada-. Su cabeza encajada en el poste de la cama. ¡La cabeza de mi esposa en el poste de la cama!

Traté de sentir lástima, pero en lo único que pude pensar fue en la multitud de cadáveres que estaban enterrados detrás de aquella cabaña.

Una brisa suave flotó por el callejón, una brisa que venía de detrás de nosotros. Aunque no me atrevía a mirar por encima del hombro, sabía que detrás de Lucas había una pared de tres pisos de alto. De allí no podía venir ninguna brisa. ¿Estaba acaso lanzando un hechizo sin advertirlo? Lo había hecho una vez en el pasado, en una situación de tensión. ¿Podría haberlo hecho otra vez? Pero no, no podía confiar en la magia en esas condiciones. Y menos en aquel momento. Avancé lentamente.

– De modo que los privaste de lo que les era más querido -dije-. Pero cuando Benicio descubra…

– ¿Pero es que no me escuchas? ¿No has escuchado una sola palabra de lo que te he dicho? ¡No me importa!

– Pero tú querías la inmortalidad…

– Yo quería la vida eterna con mi esposa. Sin ella, no me interesa.

Volvió a correr por el callejón una racha de viento, dándonos a todos un escalofrío. Y sopló otra vez, no tanto ya un viento sino un temblor, como si el aire mismo estuviese jadeando, batiéndose.

Edward dio un paso rápido hacia un lado y levantó el arma apuntando a Lucas. Yo pegué un salto, poniéndome otra vez en su línea de fuego, pero el aire que nos rodeaba vibró con tanta violencia que perdí el equilibrio y caí sobre una rodilla. Al retorcerme, las heridas de cuchillo que todavía estaban curándose me produjeron un dolor ardiente y exhalé un quejido.

– No te muevas, Paige -dijo Lucas con la voz tensa-. Por favor, no te muevas.

Miré en otra dirección, esforzándome en ver a Edward. Seguía apuntándome al pecho con la pistola.

– No lo hagas -dijo Lucas-. A ti no te ha hecho nada. Si la dejas ir, te prometo…

Edward dirigió ahora el arma hacia Lucas.

– Cierra la boca.

– Oye lo que te dice, Edward -dije-. Si te detienes ahora, puedes estar con Natasha.

– ¡Natasha ya se ha ido!

– No, no se ha ido. Es un espíritu.

Se le contrajeron los labios.

– Zorra mentirosa. Dirías cualquier cosa para salvarlo, ¿verdad?

Me apuntó. Y entonces el aire que nos rodeaba crepitó y resonó, y él dirigió el arma hacia Lucas.

– Te lo advertí, usa la magia y…

Detrás de Lucas, el aire se oscureció y luego el fondo saltó en pedazos, como si se quebrara un espejo. A través del agujero irrumpió la luz. En medio de ella, apareció la figura de una mujer. Edward la miró y parpadeó.

– ¿Na…? ¿Natasha?

Ella alargó los brazos hacia él. Edward dio un paso lento y cauteloso hacia delante. Entonces, repentinamente, el cuerpo de Natasha se sacudió y quedó rígido. El agujero se iluminó en torno a ella. Abrió aún más los ojos, su boca se abrió en un grito silencioso, y volvió a caer en el agujero abierto, con los brazos todavía estirados hacia Edward.

– ¡No! -gritó Edward.

La pistola se sacudió, y cayó después de sus manos mientras corría hacia el portal. Vi caer el arma. Juro que ésa fue la primera cosa que vi, y en ese momento supe que Lucas estaba a salvo. Luego Lucas cayó hacia atrás con un agujero oscuro en el bolsillo del pecho. Después, sólo después, oí el disparo que resonaba en el callejón.

Di media vuelta. Lucas estaba cayendo todavía al agujero. La luz tragó su cabeza, luego su pecho y finalmente sus pies.

Me sumergí tras él.

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