Para volver a Miami tomamos el jet de la Camarilla Cortez. Del mismo modo que internarse en su hospital, utilizar su avión era una cuestión de seguridad contra, bueno, seguridad. ¿Corría yo mayor peligro en su avión o en un vuelo comercial? No me habría importado arriesgarme y viajar en un avión normal. Y no porque esperara que me atacasen durante el vuelo los sicarios de los Cortez, sino porque no iba con mi carácter hacer alardes cuando se trataba de mi salud. Lucas no coincidió conmigo y, considerando que aún no podía permanecer bien sentada durante más de unos minutos, probablemente tenía razón.
De vuelta en Miami, Benicio se afanaba por hacer las paces con Lucas del único modo que le era posible: organizando las cosas para que pudiésemos ver a Weber. Aunque su custodia estaba a cargo de los Cortez, cada camarilla le había asignado un guardia. Este grado de cooperación podría resultar satisfactorio si no fuera porque lo hacían sólo para salvaguardar su propio interés en el prisionero. Nadie, ni siquiera el hijo de un CEO, podía acercarse a Weber sin contar con la aprobación de todas las camarillas.
Pensé que nuestra solicitud era muy simple. Habíamos prometido someternos a todas las precauciones de seguridad. Estábamos del mismo lado. Además, si no hubiera sido por nosotros, Weber no estaría detenido. No obstante, y ello pronto se hizo obvio, eso más que una ventaja fue probablemente más bien un inconveniente. La Camarilla Cortez marcó un buen tanto cuando encontramos a Weber, y las otras camarillas parecían rechazar nuestra solicitud por puro despecho.
Pasamos el día siguiente en la clínica, trabajando sobre los detalles del caso, mientras Benicio ejercía su influencia sobre las camarillas en beneficio nuestro. Lucas se las había arreglado para conseguir los ingredientes de un emplasto curativo y un té reparador. Yo misma los preparé, y él no se opuso -ambas cosas eran magia brujeril, requerían encantamientos efectuados por una bruja, y aunque él conocía los procedimientos, mi habilidad era mayor. Y no se trata de una declaración egoísta: las brujas son mejores cuando se trata de magia brujeril, del mismo modo que los hechiceros son mejores cuando se trata de magia hechiceril. Ésa era también mi primera prueba de campo de un hechizo curativo más poderoso que yo había aprendido del grimorio de tercer nivel que yo había conocido esa primavera. Lo lancé sobre el emplasto, donde se suponía que no sólo aceleraría la curación, sino que también actuaría como un analgésico tópico de fuerza moderada. Para mi deleite, funcionó aún mejor de lo que yo esperaba. Hacia el final del segundo día, yo ya había dejado la cama, vestía mi ropa normal y, más que un paciente, me sentía una persona bajo arresto domiciliario.
El padre de Dana no había llegado todavía. Hablar con Randy MacArthur parecía ser casi imposible. En cuanto a la madre de Dana, bueno, cuanto menos pensara en ella, tanto mejor, porque en caso contrario corría yo el peligro de perder la estabilidad. Mientras estuve en la clínica, adopté el papel de visitante sustituto de Dana. Ella estaba lejos de tener conocimiento de mis visitas o interés, pero yo las hacía igualmente.
Esa noche convencí a Lucas de que me encontraba lo suficientemente bien como para salir a cenar. Para que la salida durara cuanto fuera posible, pedí postre. Después, dejamos correr el tiempo mientras tomábamos café.
– Tu padre realmente parece estar tratando de ayudarnos en este tema -dije-. Tú ya no crees que tuviera algo que ver con el operativo, ¿verdad?
Lucas tomó un sorbo de su café.
– Digamos simplemente que si bien no descarto la posibilidad de que haya tenido algo que ver, admito que reaccioné en exceso. Estabas herida, yo asustado, y me lancé contra el blanco más oportuno. Lo que pasa es que… tengo con mi padre algunos graves problemas de confianza.
Le contesté con una sonrisa irónica.
– ¿En serio? Nadie lo diría.
Antes de que Lucas pudiese continuar, sonó su teléfono móvil. Después de dos «no», un «gracias» y un «allí estaremos», cortó.
– ¿Hablando del diablo? -pregunté.
Asintió con la cabeza.
– La respuesta todavía es no. Aún peor, parece probable que el no sea permanente. Han adelantado el juicio, y se realizará mañana.
¿Qué?
– Dicen que han cambiado la fecha porque ambas partes están listas antes de lo esperado, pero tengo la sospecha de que nuestros esfuerzos sostenidos por obtener una audiencia han ayudado para que tomaran esa decisión.
– Así que nos impiden que lo veamos adelantando el juicio. -Me moví hacia atrás y me apoyé en la silla, ocultando una mueca porque el movimiento tiró de mis desgarrados músculos de la zona estomacal-. De modo que así son las cosas. Nos han jodido.
– Aún no. Como apuntó mi padre, si a Weber lo encuentran culpable, siempre queda la posibilidad de una apelación. La presente situación nos permitirá oír todo el caso. Si la parte acusadora presenta pruebas concretas que vinculen a Weber con los ataques, podremos considerar innecesaria una apelación.
– Y evitar a todos, incluso a nosotros mismos, muchos inconvenientes.
– Exactamente. Del mismo modo, si no han encontrado nada nuevo y no determinan otras posibilidades, que Weber trabajaba con el verdadero asesino, o involuntariamente obtenía la información que éste necesitaba, entonces tendremos fundamentos para una apelación. -Lucas terminó su café-. ¿Cómo te sientes?
– Lo suficientemente bien como para ir al juicio, si es a eso a lo que te refieres.
La sesión había sido fijada para las ocho de la mañana. Lucas me aseguró que eso era normal cuando se trataba de un juicio de Camarilla. A diferencia de los juicios humanos por asesinato, las sesiones de las camarillas nunca se alargaban durante semanas o meses. Los horarios de sus tribunales iban desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la tarde, y se hacían todos los esfuerzos necesarios para que se terminaran en uno o dos días.
Llegamos en taxi pasadas las siete. El tribunal y las celdas de aprisionamiento eran casi exactamente lo que yo esperaba que fueran las oficinas de las corporaciones, un almacén renovado y bien escondido en un barrio industrial. Lucas pidió al conductor que nos dejara en la acera, en la parte posterior de uno de los edificios en peor estado.
En cualquier otra circunstancia, yo habría insistido en pagar al taxista, pero ese día dejé que lo hiciera Lucas. Lo último que él necesitaba era una discusión sobre quién pagaba el viaje. Tenía todas las tensiones de los últimos días marcadas en la cara. Cuando se volvió tras pagar al conductor, advertí que su corbata estaba torcida. Tuve que mirar por segunda vez, segura de que había visto mal.
– ¿Qué ocurre? -preguntó, percibiendo mi mirada.
– Que tienes la corbata torcida.
Rápidamente alzó las manos para arreglársela.
– Déjame hacerlo a mí. -Me puse de puntillas para hacerlo-. Necesitas dormir un poco esta noche. En una verdadera cama. Nos mudaremos a un hotel.
– No hasta que estés mejor.
– Estoy mejor -dije-. ¿Acaso no tengo mejor aspecto?
Una breve sonrisa.
– Mejor que mejor.
– Bueno, entonces…
– ¡Oh, miren! -dijo una voz detrás de mí-. ¡Vaya si no es el cruzado grotesco!
Lucas se puso tenso. Yo contuve el impulso de lanzar una bola de fuego por encima del hombro. Lucas no merecía esto. Una bola de fuego estaría justificada. Fuera de lugar, pero justificada.
Me di la vuelta y vi a un hombre delgado y bien formado de unos treinta y tantos años con su rostro de modelo afeado por una mueca. Tras él estaba William Cortez, lo que me llevó a adivinar la identidad del más joven: Carlos.
– Debe de haber alguna marcha de protesta por algún lado -dijo William-. Estoy seguro de que ellos apreciarán más tus talentos, Lucas. Deja que el trabajo serio lo hagan los mayores.
Apreté los dientes para no recordarle quiénes habían hecho el «trabajo serio» de capturar al asesino, arriesgando de paso sus vidas en el intento.
– Paige, ya conoces a William -dijo Lucas-. Y éste es Carlos. Carlos, Paige. Ahora, si nos disculpáis…
– No está mal, hermanito -dijo Carlos mientras me observaba de arriba abajo-. Tengo que reconocértelo, mejor de lo que yo esperaba. Después de todo debes de tener algunos méritos ocultos.
– Oh, Lucas tiene sin duda méritos ocultos -dijo William-. Unos cinco millones de ellos, y eso no es más que la garantía. Prepárate para jugar más fuerte, y tiene unos quinientos millones más.
Carlos se rió.
– Nada despreciable. Con esa pasta, cualquier inútil puede llevarse a alguien a la cama, ¿no es cierto? Unas cuantas mamadas son un pequeño precio por hacerse con el dinero de los Cortez.
– No necesariamente -dije-. Por lo que sé, puede llegar a ser un precio demasiado alto. -Respondí con una sonrisa a la mirada de Carlos-. Al menos con alguno de los Cortez.
Se le endureció la mirada. Sin duda.
– Si usted lo dice…
Dejé que Lucas me guiara. Habíamos dado unos cinco pasos cuando se inclinó sobre mí.
– ¿Puedo preguntar algo? -susurró.
– Jaime.
Comenzó a reír, pero se contuvo.
– ¿Jaime y Carlos?
– No -dije-. Jaime y nada de Carlos. Decidió que cinco millones no bastaban.
Entonces se le escapó la risa, una carcajada que me hizo sonreír y apretarle la mano. Miré hacia atrás y vi que Carlos nos dirigía una mirada furiosa. Creo que no había conseguido hacer nuevas amistades. Qué pena.
– Para serte sincero, me parece que actualmente es bastante menos de cinco millones -dijo Lucas mientras caminábamos-. Al ritmo con que gasta el dinero, yo diría que Carlos debe de andar por los cinco dólares. Va a tener que esperar a la herencia.
– Yo pensaba que cinco millones eran la herencia.
– No, es el fondo fiduciario. -Sus labios se curvaron en una sonrisa-. Cae el silencio, mientras ella se abstiene de decir lo obvio, a saber, que su novio pobre no es tan pobre como ella creía. Recuérdalo la próxima vez que insistas en pagar el taxi.
Lucas abrió de un tirón la puerta trasera del almacén y entramos en una antecámara que sería la envidia de cualquier tribunal de una ciudad mediana. Había algunas personas allí, pero Lucas no miró ni a derecha ni a izquierda, sólo me condujo hacia unas puertas dobles que daban al interior.
– En cierta manera sospecho que no estás en mejores condiciones de pagar el taxi ahora que hace diez minutos -dije-. Con este Cortez nada se pierde del fondo fiduciario. Aunque te secuestraran unos guerrilleros demonios, seguirías negándote a utilizar parte de ese dinero para el rescate.
– Es verdad. -Me sonrió-. Pero si alguna vez te secuestran a ti, haré una excepción.
Un hombre joven y moreno, vestido con traje y gorra, apareció junto a Lucas.
– ¿El señor Cortez?
– Sí -respondió Lucas.
– Trabajo para los St. Cloud. Soy el chófer del señor St. Cloud.
– Rick, ¿no es cierto?
El hombre sonrió.
– Sí, gracias, señor. Sólo quería decirle que apreciamos mucho lo que ha hecho, agarrando a ese tipo. Griffin está dentro. Él hablará con usted personalmente, pero yo quería expresarle mi agradecimiento. Y… -Clavó la mirada en las puertas dobles-. Quería decirle que hay una puerta trasera para entrar allí, si usted lo prefiere.
– ¿Una puerta trasera? -pregunté yo.
– Echh…, sí, señorita. Pasando las otras. Los Nast y algunos de los St. Cloud están en la sala de espera. Hay otro camino para entrar en la sala del tribunal. Usted y el señor Cortez podrían sentirse más cómodos usando esa entrada.
– Gracias -contestó Lucas-, pero estaremos bien por aquí.
– Sí, señor.
El hombre se apartó y se dirigió a una habitación lateral. Me quedé mirando el rostro tenso de Lucas. Toda la tensión que había perdido mientras caminábamos para entrar al edificio había regresado con fuerza duplicada. Y una vez que atravesáramos esas puertas que estaban ante nosotros, iba a ser peor aún.
Lucas necesitaba una distracción. Al mirar los dos recintos laterales, tuve una idea. Sumamente incorrecta, pero a veces una pequeña incorrección es precisamente lo que se necesita.
– Nos quedan cuarenta y cinco minutos -dije-. Estaremos sentados todo el día. No hace falta que nos apresuremos a entrar.
– ¿Te sientes lo suficientemente bien como para hacer una breve caminata?
– No era eso lo que tenía en mente.
Lo llevé hacia el recinto lateral más próximo. Levantó las cejas, pero como no le contesté, me siguió. Giré en el primer pasillo, caminé hacia la tercera puerta y la abrí. Una oficina. Lo intenté con la cuarta. Cerrada. Un rápido hechizo de apertura y la puerta se abrió para mostrar un gabinete.
Encendí la luz.
– Perfecto.
– ¿Puedo preguntar?
– Si tienes que preguntar, verdaderamente estás cansado esta mañana.
El vaciló, y luego sonrió.
– ¿Y bien? -dije, retrocediendo hacia el interior del gabinete.
Entró, cerró la puerta con el pie y echó un hechizo de cerrojo. Yo retrocedí, pero él me tomó de ambos brazos y me atrajo hacia él con un profundo beso.
– ¡Vaya! -dije, suspirando mientras me apartaba-. Lo he estado echando mucho de menos, Cortez. Anoche me preguntaba cuánto peso podría soportar mi cama del hospital. Tendríamos que haber hecho una prueba.
– Quizás esta noche.
– Ajá. Esta noche nos vamos a un hotel y a una cama para dos.
– ¿Estás segura de que te sientes en condiciones?
Le mostré cuan en condiciones me encontraba. Tras unos minutos de besos, deslicé la mano entre los dos, le desabotoné la camisa y le pasé las manos por su pecho desnudo.
– ¿Sabes?, Carlos me dejó pensando -dije-. Si he de convertirme en la esposa de un CEO…
– ¿No era CO-CEO?
– Perdón. CO-CEO. Me costará muchas mamadas, ¿no es cierto?
Lucas rió.
– Me temo que sí, un montón.
– Entonces, estos días que pasé en el hospital me han dejado muy por debajo de mi cuota. Tengo mucho que recuperar. Moví un dedo hacia abajo por su pecho y lo deslicé por debajo de su cinturón-. El médico dijo que no me inclinara, pero no mencionó nada con respecto a arrodillarse.
Lucas contuvo el aliento.
Yo le sonreí.
– ¿Y bien?
– Por más que me cueste negarme, aún estás recuperándote. -Bajó los brazos y me levantó la falda hasta las caderas, mientras sus labios me besaban la oreja-. ¿Puedo sugerir por ahora algo que sea menos exigente?
Me bajé la falda.
– No, no. Una mamada, o nada. -Retrocedí hacia la puerta-. Pero si no estás interesado…
Me atrajo hacia él y luego me empujó la mano hasta su sexo.
– ¿Suficientemente interesado?
– No estoy segura -dije deslizando las yemas de mis dedos a lo largo del bulto de sus pantalones-. Está un poco dura…
– ¿Un poco?
– …un poco difícil de distinguir. -Le desabroché el cinturón, luego los pantalones, y deslicé la mano dentro-. ¡Hummm!, veamos. Sí, yo diría que estás suficientemente interesado.
Me puse de rodillas y empecé a distraerlo.
Después, hablamos con calma, posponiendo nuestra salida de la habitación. A las 7:45, me aparté.
– Quince minutos -dije-. Tendríamos que entrar.
– Un momento. -Me besó-. Te quiero.
– Por supuesto que me quieres. Tienes que hacerlo. Es la ley.
Sonrió y preguntó:
– ¿La ley?
– Cualquier chica que le hace una mamada a alguien en un gabinete de limpieza merece por lo menos un «te quiero». Lo sientas o no estás moral y legalmente obligado a decirlo.
Se rió y me besó la cabeza.
– Bueno, realmente lo siento, y tú lo sabes.
– Lo sé. También sé que si no entramos en ese tribunal antes de que comience la sesión, tendrán una excusa para no dejarnos entrar de ningún modo.