Alguien comenzó a vociferar órdenes, pero yo estaba doblada, tratando de dilatar los pulmones, incapaz de oír otra cosa que mi propia tos. Me levanté la camisa y me cubrí la nariz, pero no me sirvió de nada. Tenía los ojos anegados en lágrimas a causa del gas; entre eso y el fuego, no veía nada. Unos dedos me agarraron del brazo y me arrastraron hacia delante. Confiaba en que Lucas mantuviera la calma, cualquiera que fuese la situación.
Caminaba tambaleándome tras la silueta oscura de Lucas. Se percibía ante nosotros un pasillo. A medida que avanzamos por él, el humo disminuyó, pero yo seguía con los ojos llenos de lágrimas. Con el brazo libre me las sequé. Lucas continuaba tirando de mí, presumiblemente hacia la puerta del fondo y el aire puro.
– ¡Paige! -dijo la voz de Adam. A través del humo pude reconocer su contorno y ver que corría hacia nosotros.
– Trata de salir -dije con dificultad-. Es…
Avanzó corriendo hacia nosotros. La mano que me agarraba el brazo me empujó hacia atrás. Tropecé y pataleé a la vez que me daba cuenta de que no era Lucas quien me sujetaba. Era Weber.
Le di un golpe a Weber, pero mi puño resbaló sobre su hombro. Él deslizó hacia abajo su otra mano. Sentí que algo me golpeaba entre las costillas. Escuché el alarido de furia de Adam. Lucas se lanzó por la puerta y detuvo a Adam en medio de su carrera. El hedor del sulfuro y la carne quemada era más fuerte que el olor del gas, que iba disminuyendo. Lucas jadeaba de dolor. Traté de librarme de las manos de Weber, pero me sostuvo firmemente.
– ¡Que nadie se mueva! -gritó Weber, con la voz agudizada por el pánico-. Tengo a la chica.
Un claro pensamiento, si bien un poco histérico, se me pasó por la cabeza. Por supuesto que tenía a la chica. Siempre cogen a la chica. ¿Pero por qué tenía que ser yo la chica?
Entonces noté un frío acero en la garganta, y dejé de pensar. La hoja me presionaba la garganta, y la sangre empezó a descenderme por el cuello. En aquel momento me pareció que hasta respirar podía serme fatal, y que con el menor movimiento alguna arteria vital se vería cortada. Mientras contenía la respiración, tomé conciencia de otro dolor, más agudo y más abajo. En mi caja torácica. Presioné sobre ese punto. La sangre se filtró entre mis dedos. Me habían dado una puñalada. Ese pensamiento me golpeó con tanta fuerza que me sacudí, y al hacerlo sentí que el cuchillo me mellaba nuevamente la garganta. Cerré los ojos y comencé a contar, luchando contra el pánico.
– Aparte el cuchillo de su garganta -dijo Lucas, con voz firme pero tensa.
– Ella…, ella es mi rehén.
– Sí, ya lo sé -respondió Lucas lentamente-. Pero si usted quiere que siga siendo un rehén viable, no puede correr el riesgo de herirla accidentalmente, de modo que por favor baje esa…
Un forcejeo lo interrumpió, al tiempo que los hombres que estaban en la otra habitación entraron violentamente en la cocina. No me atreví a mirar para confirmarlo, pues sólo podía mantener la mirada fija en el espacio vacío que tenía delante. Weber se puso más tenso, y la hoja volvió a rasgarme la garganta.
– ¡Quédense ahí! -gritó Lucas por encima de todo el alboroto-. Tiene una rehén. ¡Bajen sus armas!
– Todos contra la pared -vociferó un hombre.
– No finjan que no saben quién soy -respondió Lucas del mismo modo-. Les he dado una orden. ¡Bajen sus armas!
– Yo recibo órdenes de los Nast…
– ¡Recibirá sus malditas órdenes de mí o lo lamentará hasta en la otra vida! Ahora bajen las armas.
Hubo un momento de silencio, y luego la presión que se ejercía sobre mi garganta disminuyó.
– Quiero un helicóptero -dijo Weber-. Quiero…
– Lo que usted quiere es salir de aquí con vida -dijo Lucas con voz que había vuelto a su tono habitual, suave y razonable-. La casa está rodeada de tiradores profesionales. En el momento en que lo tengan a la vista, dispararán.
– Yo…, yo tengo una rehén.
– Y están entrenados para manejar esa situación. Usted habrá muerto antes de que le dé tiempo de hacerle daño.
Weber vaciló mientras el cuchillo temblaba contra mi garganta. Adam se puso tenso, pero Lucas lo contuvo poniéndole una mano en la camisa. Los labios de Lucas se movieron formulando un encantamiento. Luego se detuvo cuando Weber bajó el cuchillo.
– Bien -dijo Lucas-. Ahora es preciso que…
– ¡Esus, Dios del gran don del agua! -gritó Weber, haciendo correr los dedos a lo largo de la hoja del cuchillo y haciendo gotear mi sangre en el suelo-. ¡Esus, óyeme!
– No es necesario que haga eso -dijo Lucas.
Los ojos de Weber se desplazaron hacia atrás en sus órbitas y comenzó a hablar en otro idioma. Conté hasta tres, y luego me lancé hacia delante. Él me sujetó, agarrándome por el cuello. Mis pies se quedaron en el aire mientras Weber me tiraba hacia atrás. Adam se lanzó hacia él. Weber volvió a ponerme el cuchillo en la garganta y gritó una advertencia, pero Adam siguió avanzando. El cuchillo me atravesó la piel. En ese momento, Adam tropezó, perdido el equilibrio por culpa de Lucas, que esta vez tuvo la presencia de ánimo como para usar un hechizo de choque en lugar de tocarlo.
– ¡Atrás todos! -chilló Weber.
– Así lo haremos -dijo Lucas, mientras le indicaba a Adam con un movimiento que se colocara detrás de él-. Ahora, baje ese cuchillo…
– ¡Esus! -gritó Weber. Enjugó la sangre que goteaba de mi cuello y la lanzó contra el suelo de la cocina-. Recoge esta ofrenda y libera a tu fiel sirviente.
Weber se detuvo, pero nada ocurrió. Miré a Lucas. Su mirada se encontró con la mía y pude ver su miedo, pero me indicó con un movimiento que permaneciera tranquila y esperara. Weber repitió dos veces su súplica. Luego, esperó. Todos esperamos, mientras se oía solamente el zumbido del frigorífico.
– No responde -dijo Lucas con voz calmada-. No quiere interferir. Ahora bien, si usted quiere negociar, tiene que bajar ese cuchillo. No hablaré con usted mientras mantenga un cuchillo en su garganta.
Weber miró por última vez hacia el techo, y luego bajó su mirada hasta encarar la de Lucas.
– Si bajo el cuchillo, me dispararán.
– No, no lo harán. Tienen bajadas las armas, y van a correr el riesgo de que usted vuelva a ponerle el cuchillo en la garganta antes de que puedan apuntar y disparar. Baje el cuchillo…
Mientras Lucas continuaba razonando con Weber, la hoja del cuchillo temblaba contra mi garganta. Un lapsus, un apretón demasiado fuerte contra la piel y… oh, Dios, cómo dolía respirar. La sangre empapaba ahora el frente de mi camisa, húmeda y pegajosa contra mi piel. ¿Dónde me habían apuñalado? Debajo del corazón, sí, lo sabía, ¿pero qué es lo que había allí?, ¿qué órganos?
Y entonces pensé: «Maldita sea, aquí estás parada gimoteando y esperando que tu novio te salve antes de que te desangres. Una bruja típica».
Cerré los ojos y susurré un hechizo. Aunque las palabras de los dos hombres tapaban las mías, cada una de las sílabas se apretaba en mi garganta contra la hoja del cuchillo. Ignoré los apretones del dolor y seguí echando el hechizo. En el momento en que las últimas palabras salieron mi boca, el cuchillo quedó quieto. Tragué saliva y recé para que no fuese una coincidencia. Conté hasta cinco, esperando que el cuchillo volviese a temblar. Pero no lo hizo. Volví a tragar, y concentré entonces todo mi ser en mantener el hechizo de inmovilización y muy lentamente me aparté hacia un lado, alejándome del cuchillo.
– No… -empezó a decir Weber, y luego se dio cuenta de que no podía mover la mano-. ¿Qué diablos…?
La otra mano de Weber se movió bruscamente hacia delante para agarrarme mientras yo me hacía a un lado para quedar fuera de su alcance. El hechizo cesó. Vi que la hoja del cuchillo se movía velozmente hacia abajo. Mientras giraba y me lanzaba al suelo, el cuchillo alcanzó a cortarme en el estómago. En ese momento Lucas me sostuvo, golpeando el cuchillo y apartándolo con el golpe mientras Adam se lanzaba contra Weber. Weber gritó. El hedor de la carne quemada llenó la pequeña cocina. El grupo de captura de la Camarilla entró en acción. Y todo terminó.