El plan de un cobarde

– Tenemos que hablar -dijo Héctor, acercándose.

De todos los momentos que Héctor Cortez podía haber elegido para volver a entrar en mi vida, éste era posiblemente el peor. Una voz en mi mente me dijo que saliese corriendo, que me olvidara de lo mal que eso me dejaría, que me olvidara de lo vergonzoso que sería, que huyera de él y continuara buscando a Lucas. Pero mis pies no me habrían obedecido. Tras una vida de negarme a huir de los enfrentamientos, no iba a comenzar a hacerlo ahora.

– No creo que hayamos sido debidamente presentados -dije-. Bueno, nos han presentado pero en una situación en la que estaba atada y amordazada, y como no creo que tú esperaras volver a verme alguna vez con vida, no atendiste a las formalidades. Soy Paige Winterbourne. Tú eres Héctor Cortez. Diría «Encantada de conocerte», pero ambos sabemos que estaría mintiendo. ¿De modo que tu reunión no duró tanto como Benicio esperaba? Lamento oírlo. Ahora, si me permites…

Me di la vuelta para irme. Héctor se me puso delante.

– ¿Una reunión imprevista? ¿Es ésa es la excusa que dio? No tenía ninguna reunión. He estado exiliado en Nueva York durante las dos últimas semanas por orden de mi padre. ¿Tienes alguna idea de por qué habrá hecho eso?

– ¿Aparte de para impedirte que mataras a Lucas? No, no puedo imaginarme por qué. -Me detuve, viendo el brillo duro en sus ojos, el relumbre de un halcón que se hallaba frente al gorrión que lo había espantado de su territorio-. ¿Piensas que yo hice que te expulsaran? ¿Qué le dije a Benicio que habías tratado de matarme en Boston? Bueno, desearía que, en caso de haberte denunciado, cayera sobre ti algo peor que unas vacaciones más largas en Nueva York. Pero no, no le dije nada a tu padre. Ahora, si me disculpas…

Héctor se puso en mi camino otra vez.

– Nunca he dicho que se lo dijeras a mi padre.

– ¿Qué? Ah, ¿así que piensas que se lo dije a Lucas y que él le pidió a tu padre que te mantuviese lejos? -Encaré la mirada furiosa de Héctor con una mía que llevaba la misma carga-. No, no lo hice. Ni lo haré. Lo que ocurrió en esa casa fue entre tú y yo, y queda entre tú y yo. Ahora, quítate de mi camino.

– ¿Así que, entonces, ése es tu plan, bruja? ¿Mantenerlo sobre mi cabeza? -Se acercó más, mirándome desde arriba-. Puedo cometer un error una vez, pero nunca dos veces. No voy a quitarme de tu camino, tú vas te vas a quitar del mío. Quédate con Lucas y la única pregunta es cuándo decidiré apartarte… permanentemente.

– ¿Por qué no lo intentas ahora? -dijo una voz cansina a sus espaldas-. Sólo que, antes, tendrás que apartarme a mí del camino.

Héctor giró la cabeza y vio a Clayton detrás de él. Lo miró de arriba abajo, con un gesto despectivo en los labios. Levantó sus dedos para apartar a Clay con un hechizo de repulsión, pero Clay le tomó la mano antes de que las primeras palabras salieran de su boca.

– ¿Tú crees que vas a matar a Paige para hacerle daño a Lucas? -dijo inclinándose y poniendo su cara frente a la de Héctor-. ¿Tú crees que es un plan inteligente? A mí me parece el plan de un cobarde.

Héctor trató de soltarse la mano, pero Clay se la apretaba con tal fuerza que ni siquiera podía moverla.

– ¿Quién eres tú? -preguntó Héctor.

– La pregunta no es realmente quién, sino qué -dijo Clay-. ¿Quieres averiguarlo? Pon una mano encima de Paige o de Lucas y lo sabrás.

Clay aferró con su mano libre la boca de Héctor, y luego cerró con más firmeza su otra mano sobre los dedos de Héctor. Se produjo entonces un horrible crujir de huesos mientras los ojos de Héctor parecían salirse de sus órbitas, atenuado su grito por la mano de Clay.

– ¿Piensas que eso te ha dolido? -dijo Clay-. Imagínate lo que haría si estuviese realmente cabreado.

Dio un empujón a Héctor y se volvió hacia mí.

– Vamos.


* * *

Seguí a Clay durante un buen rato antes de que disminuyera el paso lo suficiente como para que pudiera alcanzarlo.

– ¿Trató de matarte en Boston? -preguntó Clay.

– ¿Oíste lo que hablábamos?

– Estaba esperando a la vuelta de la esquina. Me pareció que no iba a gustarte que interviniera demasiado pronto. ¿Así que Lucas no lo sabe?

– No, no lo sabe, y, por favor, no se lo digas. Tal vez puede parecer que tiene derecho a saberlo, pero…

– No debería saberlo. Ya se preocupa bastante con el hecho de que te pone en peligro. Si quieres aceptar el riesgo, entonces es decisión tuya, no de él. Pero toma tus precauciones, y si ese fulano…

– Héctor. Es el hermano mayor de Lucas.

– ¡Qué familia! -dijo Clay moviendo la cabeza-. Si ese Héctor vuelve a molestarte, dímelo. Sí, ya lo sé, no es la forma en que te gusta manejar las cosas, pero con algo así, no se va a ningún lado forcejeando. Hay que darle un buen empellón y terminar con el asunto.

Miró a ambos lados al llegar a la intersección con otro pasillo, inclinó la cabeza mientras husmeaba rápidamente, hizo una seña hacia la izquierda con la barbilla, y tomó ese rumbo.

– Supongo que estamos siguiendo a Lucas -dije.

– Sí, bueno, no. Elena está siguiendo a Lucas. Yo estoy siguiendo a Elena. Creemos que Lucas está siguiendo a Edward.

– Ajá.

– Vimos que Lucas se alejaba rápidamente, de modo que Elena me envió para que te buscara mientras ella iba tras él.

Dobló otra esquina, caminó unos cuatro metros, volvió sobre sus talones y se dirigió hacia una puerta de salida. Abrió la puerta, introdujo la cabeza, y me hizo una seña para que lo siguiera.

– Espera -le dije-. Benicio. ¿Hay alguien que vigile…?

– Aaron.

Estaba a punto de salir también cuando Cassandra nos llamó desde dentro.

– Sal y cierra la puerta -dijo Clay-. Tal vez comprenda la indirecta.

– Espera. Puede ser importante.

– ¿Qué es lo que ocurre, Paige? -dijo Cassandra cuando nos alcanzó-. ¿Por qué no estás en el salón de baile? -Miró del otro lado de la puerta-. ¿Clayton? ¿A quién buscas aquí?

– A Elena.

Cassandra levantó la vista.

– Qué sorpresa. La pobre mujer se aleja tres metros de tu persona y sales corriendo como un relámpago…

– Está siguiendo a Lucas, quien a su vez está siguiendo a Edward -dijo.

– Ahh.

Clay avanzaba ya entre las sombras.

Miré a Cassandra.

– Aaron está vigilando a Benicio. ¿Te importaría ayudarlo? Por si Edward vuelve al salón de baile.

Esperaba que me lo discutiera, pero hizo una señal afirmativa con la cabeza.

– Dile a Elena que telefonee a Aaron si nos necesitáis.

Me apresuré a alcanzar a Clayton. Bueno, lo intenté, no se puede correr con tacones de cinco centímetros. Fui dando traspiés hasta que me acerqué lo suficiente para verlo apoyado en la pared, con los brazos cruzados, y moviendo la cabeza de un lado a otro. Cuando llegué a donde estaba él, me detuve, me quité los zapatos, y entonces sí que me puse a correr hasta donde me lo permitía el vestido.

– Buena idea -dijo señalando los zapatos que tenía en la mano-. Pero ten cuidado, fíjate por dónde pisas. El suelo es irregular.

– ¿Crees que podemos lanzar un hechizo de iluminación? -Afirmó con la cabeza. Una vez que hube lanzado el hechizo, reanudamos nuestro avance. No habíamos recorrido ni veinte metros cuando aparecieron Lucas y Elena, caminando por un sendero que conducía al aparcamiento.

– ¿Lo habéis perdido? -pregunté.

– No era él -contestó Elena. Se acercó más antes de continuar-. Cuando alcancé a Lucas, él ya tenía sus dudas, de modo que hice una prueba olfativa. El tipo no dio positivo, pero decidimos ir tras él un poco más, para asegurarnos. Lo seguimos hasta el aparcamiento, donde subió a la parte de atrás de un coche y se encontró con una mujer que dudo que fuera su esposa. Nos alejamos antes de que empezara el show.

Mientras ella hablaba, Lucas no podía dejar de lanzar miradas preocupadas en dirección al edifico principal.

– Aaron y Cassandra están vigilando a tu padre -dije-. Pero deberíamos volver a entrar.


* * *

Encontramos a Benicio enseñando el salón principal a la esposa de un asociado. Tras unos cuarenta y cinco minutos durante los que no pasó nada, nos reunimos con los otros en una habitación lateral, desde la cual podíamos ver a Benicio.

Quedaba menos de una hora para que terminara el evento, y disminuían considerablemente las posibilidades de que Edward se dejara ver. Podía tratar de apoderarse de Benicio en la confusión del final, cuando todos se precipitaran hacia los automóviles. Pero no tenía manera alguna de saber si Benicio se proponía quedarse hasta los últimos momentos, de modo que debía de estar todavía en algún lugar, observando, por si acaso Benicio se iba más temprano. Podía tratar de secuestrar a Benicio entre aquel lugar y su casa, pero eso significaría atacar un automóvil blindado cargado de guardaespaldas. Y obviamente la casa de Benicio estaría por lo menos tan bien vigilada como su coche. Lo que más sentido tenía era atraparlo aquí. De modo que ¿dónde estaba Edward?

Antes de regresar a la fiesta, decidí comprobar la situación de Jaime. La explicación más probable de que Edward no hubiese aparecido en la fiesta era que había encontrado una manera más fácil de abrir el portal. Si Jaime había descubierto un segundo ritual, estaba segura de que ella habría llamado, pero nada se perdía con confirmarlo.

El teléfono móvil de Jaime sonó cuatro veces y entonces saltó el contestador. Eso significaba probablemente que estaba telefoneando a sus contactos nigromantes. De modo que llamé a la habitación del hotel de Jeremy. Respondió a la segunda llamada.

– Soy Paige -dije-. Supongo que no tienes nada que informar, pero confiábamos en que Jaime tuviera algo. ¿Puedo hablar con ella?

– ¿Jaime?

– Sí, con ella. ¿Una pelirroja? ¿Nigromante? ¿Haciendo tiempo en tu habitación en este mismo instante? Y ojalá sin que Savannah la moleste demasiado…

– Sí. Sé a quién te refieres, Paige, pero Jaime no está aquí.

– Ah, ¿ya se fue? Maldición, ¿intentó llamarnos? Hemos estado de un lado para otro…

– Tranquilízate, Paige. Jaime no ha estado aquí. Desde que se fue con vosotros. ¿Tenía que venir?

– Hace dos horas. Sé que iba a detenerse en su hotel primero, ¿pero… dos horas?

– ¿Has llamado a la habitación de su hotel?

– No, voy a hacerlo ahora.

– Si no está allí, compruébalo en el mostrador de la planta baja más próximo a la puerta, pregunta si alguien la vio entrar.

Hice lo que me había sugerido. No hubo respuesta en la habitación del hotel. Tampoco la hubo en su móvil. El empleado del mostrador dijo que no la había visto entrar. Cuando sugerí que tal vez había pasado inadvertida, juró que se habría dado cuenta, y a juzgar por su tartamudeo, supuse que habría estado muy atento a esa clienta semifamosa y sumamente atractiva. Se ofreció a correr hasta su habitación, y me dejó con el teléfono en la mano antes de que pudiera responderle. Cinco minutos después volvió, diciéndome que no había rastro de Jaime. Hasta había mirado dentro de la habitación, cosa que era sin duda contraria a las normas del hotel, pero no iba yo a plantearle la cuestión. Le agradecí su ayuda, y se lo conté a los otros.

– Oh, Dios -dijo Cassandra-. Esa mujer tiene el nivel de atención de un mosquito. Probablemente se fue con su coche y a mitad de camino vio una liquidación de zapatos y se olvidó totalmente de nosotros.

Lucas negó con la cabeza.

– Si bien Jaime cultiva una imagen de frivolidad, es una mujer seria y dedicada. Ha estado hasta ahora junto a nosotros en todo a pesar de los malos tratos que ha sufrido.

– Lucas tiene razón -dije-. Jaime realmente ha querido ayudarnos, y haría falta algo bastante más serio que una liquidación de zapatos para distraerla de este asunto.

– ¿«Noche de las mujeres» en el club de striptease, quizás? -sugirió Cassandra.

– ¡Ayy! -dijo Aaron-. Guarda esas garras, Cass, antes de que te lastimes tú misma. Estoy con Lucas y con Paige en ese punto.

– Resuelto, entonces -dijo Clay-. Jaime ha desaparecido, de modo que es preciso que alguien la busque, y Elena y yo somos los mejores rastreadores. Aaron y Cassandra pueden permanecer aquí y estar atentos por si aparece el compañero vampiro. Su compañero vampiro. ¿Lucas y Paige? Volved a vuestro objetivo.

Miré hacia Benicio, a quien veía en la pista de baile.

– Mejor nos quedamos.

– No -dijo Lucas-. Iremos también. Mi padre está bien protegido por sus guardias, y Aaron y Cassandra pueden entendérselas con Edward si aparece, cosa que empiezo a dudar muy seriamente. Tenemos un portal que es preciso reabrir utilizando un ritual nigromántico, y ahora tenemos también una nigromante desaparecida. Sospecho que estas dos cosas no carecen de relación.

– Maldición.

– Eso mismo pienso yo.

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