Extraño lugar para bañarse

Llevé a Lucas y a Aaron hasta la habitación secreta.

Cuando miré en torno, mi primer pensamiento fue: «Eso tiene sentido, y eso otro tiene sentido, y… eso, ¿para qué demonios es?».

La habitación era poco más grande que el gélido falso sótano, tal vez de dos cincuenta por dos cincuenta. A lo largo de una de las paredes había un armario biblioteca, lleno de antiguos libros de referencia y de cuadernos con registros diarios de investigación. Los estantes de la pared opuesta contenían redomas, cubetas, tarros y otros elementos aptos para investigaciones científicas. Todo esto era exactamente lo que yo esperaba ver en el laboratorio de un perseguidor de la inmortalidad. Pero lo que no podía entender era la bañera, de esas que tienen cuatro patas que imitan garras, y que ocupaba una cuarta parte del espacio del suelo.

– A mí también me gusta leer en la bañera -dije-. Pero parece demasiado grande.

– En particular cuando no hay agua corriente -dijo Aaron.

– Yo supongo que se usa como recipiente para hacer mezclas -dijo Lucas-. Aunque parece excesivamente grande para ese propósito y es probable que hayan tenido que quitar parte del suelo de la cabaña para traerla hasta aquí. Quizá tenga un significado más importante, y sea una especie de reliquia.

Cassandra nos dirigió la mirada, levantándola del cuaderno que estaba leyendo.

– Ambos tenéis razón. Debe de haberse usado para mezclar un compuesto y luego bañarse en él. La ingestión es la forma más común de incorporar pociones de inmortalidad, pero la inmersión es muy conocida también.

– ¿Encuentras algo? -preguntó Aaron, mirando por encima del hombro de Cassandra-. Al menos no está en clave.

– Sería mejor que lo estuviera -respondió ella-. Las claves se pueden descifrar y comprenderse todo lo que está escrito en ellas. En cambio, lo que han hecho es registrar solamente ciertos detalles que les permitan recordar lo que hicieron.

– ¿Cómo?

Ella levantó el cuaderno para acercarlo a mi bola de luz.

– «Diecisiete de marzo de 2001. Se intenta nuevamente la variación B con nuevo material de tipo Hf. No se registran cambios. Doce de abril de 2001. Variación A, ampliada para incluir material de origen tipo Hm, subtipo E. Sin cambios.»

– Mierda -murmuró Aaron-. ¿Está todo así?

Cassandra asintió.

– ¿Qué fecha tiene el último registro?

– Junio de este año.

– Uno o dos meses antes de que Natasha lo dejara -dije-. ¿Tienes idea de lo que hacían por esas fechas? ¿Tal vez algún cambio que se hubiera producido, algo por lo que ella hubiera decidido abandonarlo?

Cassandra me pasó el cuaderno.

– Es exactamente como las otras referencias. Habla de «materiales» y «variaciones» y «subtipos», pero nada en concreto.

Me coloqué junto a Lucas y sostuve el cuaderno entre los dos mientras leíamos la última media docena de páginas. Luego comprobé el comienzo del cuaderno, que databa de 1996, y lo hojeé hasta el presente.

– El único cambio que veo es un incremento gradual de los ingredientes Hf y Hm. Aparece de vez en cuando en los primeros registros, y luego se va convirtiendo en un ingrediente regular en el último año. Por lo demás, los registros son muy similares: variaciones que van de la A a la E y metodologías que van desde la A a la K.

– Veamos qué otras cosas tenemos, entonces -dijo Aaron. Revisó el estante del equipamiento. Una enorme cantidad de botellas sin etiquetas y medio llenas. Tomó una, quitó el tapón, la olió, y le dio una arcada.

– Puede que sea invulnerable, pero, por favor, no me pidáis que pruebe nada de esto.

Le cogí la botella que tenía en la mano y olí. Sulfuro. Me pasó otra. Romero. Eché una mirada al estante y sólo con mirar los recipientes nombré otros tres.

– Son todos ingredientes de pociones bastante comunes. Lo mismo ocurre con los materiales secos. La mitad de estas cosas podrían comprarse en una tienda New Age.

– Lo que podría indicar que esto es todo lo que usan -dijo Cassandra-. O bien que han ocultado los ingredientes más dañinos.

– Es hora de que empecemos a buscar en otros escondrijos -dijo Aaron-. Yo buscaré en los estantes más altos.

Pasó la mano por el estante más alto, que parecía vacío. Al hacerlo, desplazó una botella que cayó en la bañera y se rompió. Cassandra se acercó a la bañera y tocó el fondo, junto a los trozos de la botella rota.

– Seco -dijo-. Estaba vacía.

Empezó a levantarse, entonces se paró y pasó un dedo por la parte interior de la bañera con el entrecejo fruncido; se agachó un poco más, pero luego movió la cabeza a un lado y a otro y se puso de pie.

– ¿Has visto algo? -le pregunté.

Negó con la cabeza.

– La han limpiado a fondo.

– Creo que aquí he encontrado algo -dijo Lucas.

Estaba agachado frente al estante del equipamiento. Yo esperaba ver otra puerta detrás del estante. En cambio, señaló el estante mismo, que había limpiado de botellas. Cuando miré, vi no ya un estante de madera, sino un cajón. Parecía muy poco profundo como para contener algo. Entonces Lucas retiró la tela de terciopelo que cubría el contenido, y vimos una serie de instrumentos quirúrgicos.

– Bueno, podrían ser instrumentos de veterinaria -dijo Aaron-. Algunos buscadores usan sacrificios animales. Se intenta desalentar la práctica, pero ocurre.

Capté la mirada de Lucas.

– Hm y Hf -dije.

Asintió con un lento movimiento de la cabeza.

– Humano masculino y humano femenino.

Cassandra no dijo nada. Cuando la miramos, estaba agachada sobre un agujero del suelo, en un lugar en el que había retirado una parte del entablado.

– ¿Qué es eso? -pregunté.

Volvió a colocar el tablón en su lugar, bruscamente.

– Más ingredientes. Son humanos.

Aaron se agachó a su lado y trató de asir el tablón suelto, pero ella lo retuvo con firmeza contra el suelo.

– Tampoco hace falta que lo veas tú -dijo.

– Conozco bien las hazañas de Jack el Destripador, Charles Manson y Jeffrey Dahmer. Nada de lo que haya debajo de ese tablón puede impresionarme -respondió Aaron.

– Tampoco te va a ayudar a dormir mejor. -Ella nos miró-. Si queréis, puedo hacer un inventario de lo que hay aquí dentro y embalarlo. De momento, os diré que usaban partes del cuerpo de múltiples humanos, y no los sacaban de los cementerios.

Dirigió la mirada hacia la bañera, mientras hacía un movimiento como de un escalofrío. Después, parpadeó con fuerza y miró para otro lado.

– Huele a sangre, ¿verdad? -dijo Lucas.

– Capté fugazmente un olor, y pensé que podía ser de sangre, pero no logro volver a captarlo.

Aaron hundió la cabeza en el interior de la bañera. Inhaló, y después negó con la cabeza.

– Nada. Ese es un olor que siempre podemos reconocer, pero no estoy… -Se detuvo-. Borrad lo que acabo de decir. Lo percibo. Muy tenue, pero definitivamente es sangre humana.

– De modo que para eso es la bañera -dije-. Los ponían allí para… coger lo que necesitaban sin ensuciar demasiado.

– Podría ser -dijo Lucas.

Nuestras miradas se cruzaron.

– Pero no lo crees.

Cogió el cuaderno y buscó una página del final.

– Hay varias referencias este año a la inmersión en material de fuente Hm y Hf.

– Elizabeth Báthory -murmuró Cassandra.

Se me revolvieron las tripas en cuanto entendí lo que querían decir.

Elizabeth Báthory fue una condesa húngara que vivió en el siglo xvi. Según la leyenda mató a seiscientas cincuenta mujeres jóvenes, la mayoría de ellas campesinas, y se bañaba en su sangre porque creía que le otorgaría la eterna juventud. Tras varias décadas de asesinatos, Báthory fue arrestada, juzgada, condenada, y encerrada en una habitación. Luego tapiaron la puerta.

Se ha dicho que Bram Stoker se inspiró parcialmente en Elizabeth Báthory para escribir su Drácula, más que, quizá, en el igualmente sádico y famoso Vlad Dracul, de quien Stoker tomó el nombre de su personaje. En la sociedad de los vampiros, existe la creencia de que Elizabeth Báthory fue una mujer vampiro, y que no es que buscara la eterna juventud, sino ser joven para toda la eternidad, en otras palabras, que ansiaba la inmortalidad.

También se rumoreaba que su experimento había sido un éxito, que había encontrado la vida eterna y que la historia de su muerte había sido urdida no por funcionarios humanos, sino por elementos poderosos de la comunidad de los vampiros. Cuando descubrieron sus crímenes -y, sí, matar a seiscientos seres humanos era un crimen incluso según los criterios de los vampiros- fueron ellos quienes organizaron su arresto y su enjuiciamiento. Luego, los vampiros mismos la emparedaron en el lugar donde todavía se encuentra, sobreviviendo a todos los vampiros que sabían dónde se hallaba aprisionada.

Al ocultar el éxito de sus experimentos sobre la inmortalidad, sus captores trataron de asegurar que tales crímenes no volvieran a repetirse. Sea como fuere, la historia, verdadera o no, ha pasado de generación en generación entre los buscadores de la inmortalidad. La mayor parte de ellos no se han atrevido a reproducir los trabajos de Báthory, pero, cada cien años, más o menos, alguien lo intenta.

– Pero, bañarse en sangre -dije-. Para eso…, cada vez que se hiciera, ¿a cuánta gente habría que matar? ¿Dónde podrían haber enterrado a todos esos…? -Me interrumpí, recordando el extraño mosaico que presentaba el terreno de la parte de atrás. Tragué saliva con dificultad-. Creo que ya lo sé.

Tras desenterrar el cuarto cadáver, dejamos de cavar. Los cuatro habían sido totalmente despojados de su sangre, y todos llevaban enterrados al menos un año, lo cual significaba que no eran el resultado del asesinato anual que Edward y Natasha necesitaban para vivir. Cuando nos fijamos en los diferentes tipos de vegetación, supimos que si seguíamos cavando encontraríamos muchos más.

Tras asegurarnos de que el artista se hallaba todavía inconsciente, volvimos a la cabaña y nos llevamos lo que pudimos para examinarlo después con más cuidado. Fuimos a la casa de Edward y Natasha en la ciudad e hicimos una nueva pesquisa, buscando ahora habitaciones ocultas y escondites. No encontramos nada, lo que no nos sorprendió: era improbable que se hubieran molestado tanto en ocultar con tanto secreto sus materiales en la cabaña, para dejar una parte de ellos en su casa.


* * *

Durante las búsquedas, todos habíamos estado bastante callados, conmovidos todavía por lo que habíamos hallado en la cabaña. Pero cuando Lucas nos conducía al aeropuerto, mi cerebro aturdido comenzó finalmente a repasar los hechos… y encontró un punto débil en la lógica de los mismos.

– Todos estos hallazgos, ¿no entran en seria contradicción con nuestra teoría sobre los motivos de Edward para asesinar a los chicos de las camarillas?

Lucas me miró de soslayo, indicándome que continuara.

– Muy bien, si los experimentos de Edward con seres humanos fallaron, puedo entonces entender que quisiera ponerlos a prueba utilizando sobrenaturales. Pero ¿qué es lo que obtiene? Sangre no, eso es seguro. O, por lo menos, no la suficiente para bañarse en ella. Si lo que se lleva es otra cosa, como lo que encontró Cassandra… -Miré hacia donde estaba ella en el asiento de atrás-. ¿No sería un… material que se habría echado en falta?

Cassandra negó con la cabeza.

– Una parte es externa, otra interna, pero todo habría sido echado en falta, si no mediante un examen visual, sí en la autopsia más superficial. Tal vez les sacaba alguna otra cosa, algo lo suficientemente pequeño como para que no fuese advertido.

– Lo dudo -dijo Lucas-. Joey Nast aún estaba vivo cuando lo encontramos. No puedo imaginar que el asesino haya tenido tiempo de sacarle nada del cuerpo.

– Pero todo lo demás encaja -dije-. Estamos buscando a un asesino vampiro, posiblemente del área de Cincinnati. Edward es un vampiro de Cincinnati, con experiencia en matar que va mucho más allá de sus necesidades alimenticias. Según los vecinos, no ha estado en su casa desde hace más de una semana. Su amante de muchos años lo ha abandonado, algo que pudo trastornarlo, desesperarlo por encontrar la clave de la inmortalidad y ganarse así de nuevo su favor. Hasta su descripción física coincide con lo poco que Esus pudo ver de él. Todo encaja.

– Todo, salvo esa pieza -dijo Lucas-. Edward parece ser nuestro hombre, de modo que más vale que nos planteemos otra teoría sobre sus motivaciones.

– ¿Como por ejemplo? -preguntó Aaron.

– No tengo ni idea -respondió Lucas-. Pero estoy abierto a cualquier sugerencia.

Todos nos miramos…, pero no dijimos nada.

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