El blanco

Corrimos a lo largo del pasaje, y después espiamos el callejón que lo cruzaba y que Edward había tomado. Desembocaba en una calle. Edward subió a la vereda y giró a la derecha. Nos apresuramos para llegar al final de la callejuela y nos asomamos. Edward estaba parado en el bordillo de una calle con mucho tráfico, como si estuviese considerando la posibilidad de cruzarla corriendo entre los vehículos. Lucas me indicó que me colocara en una posición en la que pudiera ver mejor y lanzara un hechizo de ocultamiento. Lo hice. Tras permanecer un momento de pie en el bordillo de la acera, Edward dio media vuelta y se dirigió hacia la izquierda siguiendo por la acera. En el primer semáforo, se unió a un grupo de gente y esperó, balanceándose sobre los talones. Cuando cambiaron las luces, cruzó deslizándose entre los otros peatones, y enseguida entró corriendo en la primera puerta que había del otro lado de la calle.

Rompí el ocultamiento.

– Ha entrado en una cafetería -dije-. ¿Esperando mejor ocasión?

– Tal vez. Voy a echar un vistazo. Una vez que compruebe que está allí, llamaré para pedir apoyo. Es mejor que no tratemos de capturarlo nosotros solos, y menos si tiene un arma.

– Pero está en un lugar público. No se atrevería a disparar…

– ¿Estás segura?

– Tienes razón. Pero en ese caso, tampoco estoy segura de querer que tú mires por la ventana. Necesitamos un hechizo. ¿Qué te parece el hechizo de fascinación? El que utilizaste con Savannah, para que pareciera que yo era Eve.

– Sólo funciona si el que está mirando quiere ver, o espera ver, a otra persona. No sé cuánta información le habrá dado a Edward ese empleado de la recepción, pero sospecho que sabe de quiénes tiene que cuidarse. Me parece que no nos queda más que la elección más obvia y menos satisfactoria. Que me arme de un buen hechizo, me introduzca allí y espere lo mejor.

– Que nos armemos. Yo te cubriré.


* * *

Edward no estaba en el café. Lucas buscó hasta en el baño de hombres para asegurarse, pero salió moviendo la cabeza a ambos lados. Yo hice una inspección visual de la habitación. Junto a los baños había un reducido vestíbulo con tres puertas. Dos de ellas tenían un letrero que decía Sólo para el personal. La tercera se abría empujando una barra: era una salida trasera.

Escudriñamos desde la puerta trasera, y salimos después al callejón. El callejón, vacío, se extendía media manzana a la derecha y otro tanto hacia la izquierda.

– Maldición -musité.

Lucas inspeccionó el suelo. Caía agua de una canaleta agujereada. A lo largo de la fría noche se había formado un charco, pero ahora, con el calor de la mañana, estaba secándose con rapidez. Había varias huellas de calzado en el barro que iba endureciéndose, pero había solamente una que todavía tenía agua acumulada entre las marcas de la pisada. Lucas me hizo un gesto para que nos dirigiéramos en la dirección que apuntaba la huella.

A unos diez metros el callejón se abría, apartándose más aún de la calle. Lucas me indicó que esperara, y después echó un vistazo desde donde terminaba la pared. Un segundo después, retrocedió, con las cejas fruncidas, y me hizo un movimiento para que me acercara y mirase.

Miré lo que se veía del otro lado de la esquina. Allí estaba Edward, a menos de diez metros de distancia. Empecé a retroceder con rapidez y entonces advertí que se había detenido, dándonos la espalda. Su mochila estaba a sus pies y estaba sacando un mapa. Lucas me atrajo hacia atrás, y luego se me acercó al oído.

– Vete a la tienda -susurró-. Llama a mi padre.

Me acerqué a su oreja.

– ¿Y si se va?

– Lo seguiré y te llamaré.


* * *

Habíamos dejado que la puerta trasera del café se cerrara detrás de nosotros, de modo que tenía que hacer todo el camino que rodeaba el edificio. Estaba todavía en el callejón cuando mi teléfono vibró. Miré por encima del hombro, pero Lucas no se había movido. Avancé más rápidamente para llegar a la acera lateral, donde podía responder sin temor de que mi voz llegara hasta Edward. Antes de que lograra alcanzar mi objetivo, el teléfono dejó de vibrar. Acababa de llegar a la acera cuando el teléfono volvió a vibrar. Me fijé en el número, pero no lo reconocí.

– ¿Hola?

– ¿Dónde estás? -Era la voz de Jaime, y las palabras le salían con apuro.

– Estamos…

– Venid para aquí de inmediato. Dejad todo lo que estéis haciendo, busca a Lucas, y veníos para aquí.

– No podemos. Estamos siguiendo a Edward. Está huyendo y estamos muy cerca…

– ¡Mierda! No, dejadlo ir. Volved para atrás y dejadlo. ¿Dónde estáis? Me pondré en contacto con la Camarilla para que envíe a alguien. Volved aquí…, no, mejor id a algún lugar…

– Tranquilízate, Jaime. ¿Qué…?

La línea hizo un ruido seco, y luego oí la voz de Cassandra.

– ¿Paige? Óyeme. Estamos con Faye. Sabe quién es el siguiente blanco de Edward. Es… -Supe lo que iba a decir aun antes de que el nombre llegara a sus labios. Desconecté de un golpe y me esforcé torpemente por guardar de nuevo el teléfono en mi bolsillo, pero se me resbaló y cayó a la acera. Lo dejé allí tirado y volví corriendo al callejón.

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