Llegamos a la esquina justo en el momento en que Edward acababa de decirle a un Benicio ahora consciente que era necesario que hiciera una llamada telefónica. Mientras esperábamos a Jeremy, me desprendí de mis tacones, en caso de que tuviésemos que correr por el callejón.
– ¿Y si me niego? -dijo Benicio.
Una bofetada resonó en el silencio. Benicio ni siquiera suspiró.
– Éste no es uno de esos tratos comerciales que puedes negociar en tu beneficio -dijo Edward con voz cortante-. ¿Qué es lo que crees que te ocurrirá si te niegas?
– Que me matarás -dijo Benicio con calma-. Y si como tú dices llamo a Lucas, y viene, lo matarás a él. ¿Crees sinceramente que cambiaría mi vida por la de mi hijo?
Edward dejó escapar una corta risa.
– Así que estás ofreciéndote en sacrificio para salvarlo a él. Muy noble de tu parte, pero no va a funcionar. Lo encontraré de todas formas y lo mataré.
– Pero no tendrías necesidad de hacerlo. Mátame a mí, usa mi sangre en ese portal y se reabrirá.
Los ojos de Lucas se abrieron y sus labios formaron un silencioso «No». Me aferré a su brazo y miré ansiosamente por el callejón buscando a Jeremy, pero sabiendo que era demasiado pronto, que no podía estar listo todavía.
– No -dijo Jaime-. No va a funcionar. No lo escuches. Necesitas la sangre de Lucas…
– Intenta con la mía -dijo Benicio con la voz todavía tan calma como si estuviese regateando el precio de su almuerzo-. Si miento, no habrás perdido nada. Como dices, aún podrías capturar a Lucas sin mi ayuda, con la que jamás contarás. Mátame, entonces, y te garantizo que tu portal volverá a abrirse.
Lucas se lanzó hacia delante, librándose de mis manos. En ese momento, Jeremy apareció en la otra esquina. Lucas se detuvo. Nuestros ojos se encontraron y supe qué estaba pensando. ¿Nos atreveríamos todavía a seguir el plan de Jeremy? Los dos habríamos estado más que contentos irrumpiendo en el lugar y lanzando nuestros hechizos. ¿Pero era ésa la medida más inteligente? ¿La más segura? Savannah nos miraba. Lucas tragó saliva, y luego le indicó, con un movimiento, que procediera. Cuando ella avanzó, él me agarró la mano y la apretó con tanta fuerza que oí que me crujían los nudillos. Yo apreté la suya.
Mientras veía avanzar a Savannah, mil nuevas dudas se me vinieron a la cabeza. Era tan joven… ¿Qué pasaría si no podía hacerlo? ¿Qué si se quedaba paralizada? ¿Qué si eso ocurría y no podíamos lanzar nuestros hechizos antes de que Edward cayera sobre ella? ¿Qué pasaría si Jeremy no podía detenerlo a tiempo? Respiré profundamente y cerré los ojos. Jeremy había pensado que esto funcionaría, y yo confiaba en que él no pondría nunca en peligro a Savannah.
Savannah entró en el callejón. Edward tenía la espalda vuelta hacia ella, y hablaba todavía con Benicio. Pero Jaime y Benicio la vieron. Los ojos de Jaime se abrieron de par en par. Me incliné apartándome de mi lugar de ocultamiento tanto como me atreví a hacerlo, y al verme, Jaime ocultó su mirada de sorpresa. Benicio vaciló, hizo después un mínimo gesto de aprobación, y le dijo algo a Edward, para mantener su atención.
Lancé un hechizo de ocultamiento, y preparé una bola de fuego. Durante los pocos segundos que me llevó preparar el hechizo, fui visible, pero la capa de invisibilidad volvió a caer sobre mí en el momento en que dejé de hacerlo. Detrás de mí, Lucas tenía listo un hechizo de repulsión, que distaba mucho de ser letal, pero que, en cambio, sabíamos que sería eficaz contra un vampiro.
Savannah avanzó silenciosamente por el callejón. Edward estaba demasiado interesado en Benicio como para darse cuenta. Cuando llegó al punto que habíamos convenido, se detuvo.
– ¡Ehh! -dijo-. ¡Qué altar más bonito!
Edward se dio la vuelta y la miró fijamente, enmudecido momentáneamente al ver a una niña de trece años sola en medio de un callejón a medianoche.
Savannah dio otro paso.
– ¿Es como un altar satánico? ¿Van a invocar al demonio, o algo así? -Se acercó más a Jaime y fingió que advertía por primera vez las ataduras de Jaime y de Benicio-. ¿Un sacrificio? Fantástico. Nunca he visto sacrificar a nadie. ¿Puedo mirar?
A Edward se le abrió la boca, y luego se le cerró, como si estuviera aturdido con todo aquello. Miré a Jeremy, pero él ya estaba en camino, avanzando casi imperceptible a lo largo de la pared más alejada, fuera de la vista de Edward. Se movía tan silenciosamente como un vampiro. En pocos segundos estuvo a menos de un metro de Edward.
Los ojos de Savannah se agrandaron como platos, y su boca se abrió formando una O de deleitada sorpresa.
– ¡Oh! -dijo-. ¿Ese perro es suyo, señor?
Edward siguió su mirada, y luego se echó atrás rápidamente. A sus espaldas había un lobo negro azabache del tamaño de un gran danés. Cuando Jeremy miró a Edward, sus ojos negros se confundieron a la perfección con su pelaje, de modo que el efecto era el de una negrura pavorosamente uniforme, más parecida a la sombra de un lobo que al animal mismo. En el caso de Elena, yo podía confundirla con un perro de gran tamaño. En el de Jeremy, nadie que se acercara lo suficiente podía cometer ese error. Al ver la cara de Edward supe que él sabía que no se trataba de una mascota perdida.
Savannah avanzó y pasó sus dedos por el pelaje del cuello de Jeremy. Edward tomó aire, como si esperara ver cómo la niña perdía la mano, pero Jeremy no se movió.
– Es hermoso -dijo Savannah-. ¿Cómo se llama?
Mantuvo la mano en el cuello de Jeremy, cerca de su lomo. Jeremy levantó la mirada, y sus ojos se encontraron con los de Edward. Retiró los labios y gruñó tan bajo que el sonido pareció más percibido por el tacto que por el oído al vibrar por el callejón.
– Ay -dijo Savannah-. Me parece que su perro no lo quiere mucho, señor.
Arrugó el gesto como si estuviese pensando mientras examinaba la cara de Jeremy.
– ¿Sabe? Me parece que tiene hambre. -Miró a Edward y sonrió-. Tal vez debería darle de comer.
Jeremy saltó.
Golpeó a Edward en el estómago y el golpe lo llevó a cierta distancia por el callejón, alejándolo de Jaime y de Savannah. Lucas y yo saltamos de nuestros escondites y corrimos también por el callejón. Para cuando llegamos, Jeremy estaba sobre Edward y tenía los dientes enterrados en su hombro. Edward pateaba y golpeaba con sus puños, pero sin efecto alguno. Desgraciadamente, tampoco la mordedura de Jeremy surtió efecto. Ni una sola gota de sangre fluía de la herida y en el momento en el que Jeremy aflojaba su mordedura, los desgarros producidos en la carne de Edward se cerraban.
La cabeza de Edward se irguió, con los dientes desnudos, tratando de alcanzar una de las patas delanteras de Jeremy.
– ¡Jeremy! -grité.
Jeremy retiró su pata de la dirección del mordisco. No sabíamos si el sedante que introducía el mordisco de Edward podía dejar inconsciente a un hombre lobo, pero no era éste el momento de averiguarlo. Jeremy puso sus patas delanteras en los hombros de Edward para sujetarlo, y enseguida le mordió la garganta, arrancándole la carne con un mordisco que habría sido letal para cualquier mortal. Edward gruñó dolorido, pero en el instante en que Jeremy levantó la cabeza dejando de morderlo, el cuello de Edward apareció sano otra vez.
Me volví para decir algo a Lucas, pero él se dirigía ya hacia el altar. Tomó el trozo de soga que había quedado abandonado después de que Jaime hubiese sido atada, y corrió hacia Edward y Jeremy. Por muy fuerte que fuera Jeremy, a menos que lograse decapitar a Edward, esta lucha requería un par de manos humanas.
Cuando Lucas se aproximó, Jeremy levantó la cabeza y buscó su mirada. Luego hundió sus dientes en el costado de Edward y lo levantó, para colocarlo de espaldas de modo que Lucas pudiera atarlo. Edward golpeó con su puño la parte de atrás de la articulación de la pata delantera de Jeremy. La pata de Jeremy se contrajo y no pudo seguir sujetando a Edward con la misma fuerza. Junto a mí, Savannah comenzó a lanzar un hechizo. Yo preparé un hechizo de repulsión, pero entonces oí el encantamiento que lanzaba Savannah, y me di la vuelta.
– ¡No! -grité-. ¡No…!
Las últimas palabras de su hechizo salieron de sus labios en el momento en que Jeremy se rehacía y arrojaba a Edward lejos de sí. Al hacerlo, Jeremy entró en la trayectoria del hechizo de inmovilización de Savannah y quedó inmóvil. Edward cayó sobre Jeremy. Savannah rompió el conjuro, pero Edward ya había aferrado una de las patas traseras de Jeremy. La mordió. Jeremy se recuperó y giró sobre sí mismo, pero Edward mantuvo sus dientes firmemente introducidos en la pata de Jeremy, provocando la salida de sangre e inyectándole su sedante. Lucas se lanzó hacia los dos. Impactó contra el costado de Edward y lo apartó de Jeremy. Mientras se perseguían por el callejón, Jeremy quedó en el lugar donde se encontraba, mirando en torno como si estuviese confundido. Enseguida respiró con fuerza, y cayó al suelo.
Lucas y Edward cayeron al suelo esforzándose ambos por sujetar al otro. Preparé un hechizo de inmovilización. Sabía que no podría usarlo mientras se movieran de un lado a otro, agarrados, pero no podía arriesgarme a utilizar nada peligroso. Me sentía inútil, allí parada, mirando. Por lo menos el hechizo me hacía sentir que podría detener a Edward si las cosas iban por mal camino.
Los dos hombres eran iguales en materia de tamaño y fuerza. Lucas tenía un antebrazo colocado bajo la garganta de Edward, para que no pudiera morder, pero cada vez que Lucas levantaba la mano libre para lanzar su hechizo, Edward le pegaba y se lo impedía.
Edward logró librarse de Lucas y ponerse casi en pie, pero Lucas volvió a derribarlo. Rodaron juntos. Cuando chocaron con la pared, Edward se levantó y dio media vuelta. La cabeza de Lucas golpeó contra el ladrillo.
El golpe dejó a Lucas confuso por un momento, que Edward aprovechó. Viendo una oportunidad, echó hacia atrás la cabeza abriendo la boca. Lancé mi hechizo de inmovilización, demasiado rápido, de tal manera que supe, antes de haber terminado, que no había funcionado. Savannah y yo corrimos las dos hacia ellos, pero estábamos a tres metros, demasiado lejos para llegar a tiempo. Mientras Edward bajaba la cabeza para morder, Lucas se recuperó y logró esquivarlo. Los colmillos de Edward lograron sin embargo rozar la piel del cuello, de modo que cuando Lucas se apartó, una fina llovizna de sangre se esparció por el callejón. El aire que rodeaba a Lucas comenzó a brillar. Él se alejó, eludiéndola. Yo agarré a Savannah de un brazo y la aparté.
Edward quedó quieto, de pie. Vio los primeros destellos del portal y sus labios se curvaron con una sonrisa lenta.
– Natasha -susurró.
Lucas se abalanzó contra Edward, tratando de apartarlo del portal. Edward dejó que lo hiciera. Sabía que el portal no iba a abrirse todavía. No había logrado sacar suficiente sangre de Lucas. Lo sujetó por el pelo y echó la cabeza hacia atrás con los dientes listos para morderle el cuello. Lucas abrió desmesuradamente los ojos al darse cuenta de su error.
– ¡Hechizo de inmovilización! -le grité a Savannah.
Mientras ella lanzaba el hechizo, me lancé contra Edward. Le agarré de la camisa, por la espalda, y lo aparté hacia un lado. Logré alejarlo de Lucas, pero no antes de que sus colmillos hiciesen contacto. Saltó otro poco de sangre. El suelo comenzó a vibrar.
Edward se soltó de mí. En el momento en que se me escapaba su camisa de las manos, Savannah lanzó su hechizo de inmovilización. Edward quedó congelado. Lucas se dio la vuelta para sujetarla.
– ¡No! -grité-. ¡Aléjate!
Vaciló.
– ¡Aléjate del portal!
La mirada de Lucas pasó de mí a su padre y de él al portal, que rielaba detrás de mí. Entonces se dio la vuelta y corrió hacia el otro extremo del callejón.
– Sigue sujetándolo -le dije a Savannah-. Voy a atarlo.
Algo se movió detrás de Savannah. Era Jeremy, que se despertaba y se esforzaba por erguirse sobre sus patas, pero el movimiento repentino la alarmó, y se desactivó el conjuro. Edward se libró de mis manos. Lucas dio media vuelta, vio a Edward, y levantó sus manos para lanzar su hechizo.
– ¡No! -grité-. ¡Sigue corriendo!
Lucas vaciló sólo un segundo antes de seguir corriendo por el callejón. Edward se lanzó tras él, y yo los seguí pasando ante Jeremy, que trataba de librarse del sedante, gruñendo en voz baja.
Delante de mí, los dos hombres desaparecieron detrás de la esquina. Hubo un momento de silencio. Luego, el ruido de los contenedores de basura que sonaban como címbalos y el sonido de un quejido de dolor. Me levanté la falda y corrí por el callejón.
Al dar la vuelta a la esquina, Edward se ponía de pie, recuperándose del hechizo que seguramente le había lanzado Lucas. Con un rugido Edward se lanzó contra Lucas. Éste retrocedió y levantó las manos para volver a lanzar un hechizo. En ese momento, Jeremy pasó, rozándome, y se arrojó contra Edward. Cuando éste cayó, Jeremy le plantó las mandíbulas en la parte de atrás del cuello. Lo arrojó entonces contra el pavimento, con las patas delanteras sobre sus hombros, y la boca todavía aferrada al cuello. Corrí con la soga. Lucas agarró las manos de Edward, se las cruzó tras la espalda, y yo se las até con los mejores nudos que conocía, dejando después que Lucas agregara los suyos, para mayor seguridad.
Cuando terminamos, me volví hacia Savannah, y moví afirmativamente la cabeza. Lanzó contra Edward un hechizo de inmovilización. Y todo terminó.
Mientras Jeremy realizaba el Cambio a su condición humana, me ocupé de Lucas, lanzando un hechizo para contener los hilillos de la sangre que fluía, y envolviéndole después el cuello con tiras de tela que arranqué de mi vestido. Luego, dejando a Savannah a cargo del hechizo de inmovilización, nos apresuramos a volver al callejón donde se encontraban Jaime y Benicio, para liberarlos. Lucas se dirigió directamente hacia su padre.
Jaime descansaba con la cabeza en el suelo, pero al oírme, la levantó y me dirigió una amplia sonrisa.
– ¡Eh! -dijo-. ¿Está todo bajo control?
– Sí -le contesté, arrodillándome junto a ella-. Te lo agradezco tanto… Estuviste admirable.
Oí a mis espaldas una manifestación de asentimiento. Jaime levantó los ojos en esa dirección, y por el modo en que se le iluminó la cara supe quién era. Jeremy estaba de pie a mis espaldas. Lo miré y le señale, con un gesto, las sogas.
– ¿No te importa? -dije-. Tengo los dedos húmedos. De tanto sudor, supongo.
Movió la cabeza diciendo que sí y dio la vuelta alrededor de Jaime.
– Empezaré por tus manos. Si tiro demasiado fuerte, dímelo.
– Hmm, todavía no, ¿sí? Espérate un minuto. Todavía estoy tratando de imaginar cómo liberarme.
– No necesitas liberarte, Jaime -dijo él con amabilidad-. Ya ha terminado todo. Puedo desatarte ya.
– Oh, no sé, podrás hacerlo en cuanto yo me dé cuenta de cómo podría haberlo hecho. Ya es suficientemente humillante que a una la secuestren, la aten y tenga que ser rescatada. Por lo menos he de ser capaz de decir: «Gracias por haberme liberado, pero estaba justo a punto de hacerlo yo sola».
Se lo oyó reír en voz baja.
– Ya entiendo.
– ¿Qué te parece el lápiz de labios?
– ¿En general? ¿O como instrumento para escapar?
– Para escapar. Lo tengo en mi bolsillo y casi puedo alcanzarlo. ¿Qué habría ocurrido si hubiese desparramado lápiz de labios sobre las sogas? ¿Habría podido hacerlas resbalar?
Mientras Jeremy respondía, sentí una mano en mi hombro. Miré hacia arriba y vi que era Benicio. Cuando me puse de pie, me abrazó.
– Bien hecho -me susurró en el oído.
– Acabo de llamar a la Camarilla, papá -dijo Lucas-. Van a mandar un equipo de extracción.
– Oh, no creo que sea necesario.
Benicio se apartó de mí. Mientras Lucas y yo intercambiábamos una mirada, Benicio se dirigió hacia el extremo del callejón.
– Está bien asegurado, papá -dijo Lucas mientras Benicio se alejaba-. Tal vez…
Benicio levantó un dedo, y siguió caminando. Su voz flotaba y nos llegaba como apenas un murmullo. Lucas frunció las cejas y avanzó tras él. Yo lo seguí, tratando de oír lo que Benicio iba diciendo. Capté algunas palabras en latín y supe que estaba lanzando un hechizo. Lucas se dio cuenta en el mismo momento y entró a correr tras él. Cuando llegamos a la esquina, Benicio había interrumpido el encantamiento. Estaba inclinándose sobre Edward, que estaba acostado boca arriba, con una mirada fría y desafiante. Los labios de Benicio se contrajeron en una pequeña sonrisa.
– Los vampiros son sin duda la raza de la arrogancia, ¿no es verdad? -dijo con tono agradable, casi simpático-. Y tal vez no sin razón. Te las arreglaste para matar a mi hijo una vez. Casi te las arreglaste para hacerlo dos veces. ¿Pensaste realmente que lograrías hacerlo y salirte con la tuya? Si así hubiera ocurrido, te habría perseguido por todos los niveles del infierno para descargar mi venganza. Pero, tal como están ahora las cosas, me resulta un poco -su sonrisa se amplió, dejando ver sus dientes- más fácil.
Benicio levantó las manos y dijo las tres últimas palabras del encantamiento. Cuando las bajó, un rayo separó de su cuello la cabeza de Edward.
Nadie se movió. Todos permanecimos en estado de shock, viendo cómo la cabeza de Edward rodaba por el callejón.
Benicio levantó las manos nuevamente. Esta vez, su voz resonó por el callejón, mientras maldecía el alma de Edward para toda la eternidad.