Dos atroces horas más tarde, volvimos al vehículo. Los del equipo médico de emergencia habían llevado el cuerpo de Jacob a la morgue de la Camarilla para que se examinara y se le efectuara una autopsia. Un equipo forense estaba estudiando el lugar del crimen. Varios investigadores peinaban el área en busca de testigos y pistas. Un procedimiento estándar para la investigación de un asesinato. Sin embargo, todos y cada uno de esos profesionales, desde el fiscal hasta el fotógrafo, eran sobrenaturales, y empleados de la Camarilla Cortez.
Ninguno de los hechos vinculados con el crimen llegaría al noticiero de las seis. Las camarillas tenían una ley propia, en el más puro sentido de la expresión. Tenían su propio código legal. Hacían cumplir ese código. Ellas mismas castigaban a los transgresores. Y en el mundo humano, nadie se enteraba.
– ¿Quieres quedarte con Griffin? -pregunté a Troy mientras nos seguía hasta el coche-. Estoy segura de que podríamos conseguir otro guardaespaldas del equipo de seguridad.
Troy movió la cabeza.
– Van a llevar a Griffin con sus hijos. Allí no me necesitan.
Cuando nos acercábamos al coche, Troy alzó la radio. Detrás de nosotros se oyeron fuertes pisadas. Era Griffin.
– Quiero hablar contigo -dijo, acercándose a Lucas.
Troy levantó una mano para detenerlo, pero Lucas le dijo que no con un movimiento de cabeza. Yo preparé de nuevo el hechizo de paralización. Griffin se detuvo a unos centímetros de Lucas, bien sobrepasada la zona en la que la proximidad de otro resulta incómoda. Tanto Troy como yo nos pusimos visiblemente tensos. Lucas no hizo más que levantar los ojos para mirar a Griffin.
– Quiero contratarte -dijo Griffin-. Quiero que encuentres a la persona que ha hecho esto, quienquiera que haya sido.
– La Camarilla va a investigarlo. Mi padre se ocupará de eso.
– A la mierda con la Camarilla.
– Griff -le advirtió Troy.
– Sé lo que digo -respondió Griffin-. A la mierda con la Camarilla. No van a hacer nada hasta que le toque al hijo de algún hechicero. Quiero que tú encuentres a ese hijo de puta y me lo traigas. Lo único que quiero es que me lo traigas.
– Yo…
– Te pagaré. Sea cual fuere el precio de una investigación policial, te pagaré el doble. O el triple. -Levantó el puño para dar énfasis a sus palabras, luego se miró la mano, la metió en el bolsillo y bajó la voz-. Tú dime lo que quieres, que yo te lo conseguiré.
– No es preciso que lo hagas, Griffin. Mi padre ordenará que se abra una investigación, y tiene recursos con los que yo ni siquiera podría soñar.
– Yo soy de clase C. No tengo derecho a una investigación.
– Pero te la proporcionará de todas las maneras.
– ¿Y si no es así?
– Entonces yo me encargaré de ella -dije con voz tranquila.
Griffin miró hacia donde yo estaba, como si antes no hubiera advertido mi presencia. Durante un largo minuto, no hizo más que mirarme. Luego, asintió con la cabeza.
– Bien -dijo-. Gracias.
Dio media vuelta y se alejó caminando en medio de la oscuridad.
– Oh, Dios mío, ¿qué acabo de decir? -murmuré, dándome con la cabeza en el respaldo de cuero del asiento trasero. Miré a Lucas, que estaba a mi lado, abrochándose el cinturón-. Lo lamento mucho.
– No lo lamentes. Si no lo hubieses dicho tú, lo habría dicho yo. Conseguiste tranquilizarlo. Eso era lo que necesitaba. En cuanto a hacer la investigación, no será necesario. Mi padre pedirá una investigación, aunque sólo sea para darles a sus empleados la seguridad de que la Camarilla actúa.
Esta vez, cuando Troy examinó nuestra habitación, encontró a alguien allí. Era Benicio. Lucas echó una mirada a la habitación y se hundió en un sillón, como si la tensión de la noche se le hubiera venido encima de repente.
– ¿Minibar? -pregunté en voz baja.
– Por favor.
Benicio y yo intercambiamos saludos con la cabeza y pasé a su lado camino del minibar. Saqué dos vasos, me detuve y me volví hacia Benicio.
– ¿Quiere tomar algo?
– Agua estaría bien -respondió-. Gracias, Paige.
Me puse a preparar las bebidas mientras los dos hombres hablaban detrás de mí.
– Quiero agradeceros que os unierais a la búsqueda -dijo Benicio-. Significó mucho para todos que hubiera alguien de la familia prestando ayuda.
– Sí, bueno, muchas gracias. Ha sido una noche muy larga. Quizás…
– Tus hermanos no acudieron ni con una orden directa, menos aún voluntariamente. Piensan que el liderazgo se ejerce estando en la oficina todos los días, emitiendo órdenes y firmando papeles. No tienen ninguna idea de lo que esperan los empleados, de lo que necesitan.
Observé con disimulo a Lucas. Allí estaba, con la expresión dolorida de un niño forzado a sentarse y escuchar por enésima vez el discurso favorito de su padre.
– Estoy seguro de que Héctor habría ido.
Benicio resopló.
– Por supuesto que Héctor habría ido. Lo habría hecho porque sabe que yo lo habría querido. Él mismo habría matado al chico, si hubiera pensado que con ello se ganaría mi favor.
Lucas hizo un gesto de disgusto. Le alcancé un whisky solo. Me dio las gracias. Le di a Benicio su agua antes de continuar.
– Hemos tenido más pruebas de que hay un patrón en todo lo que está sucediendo. A un vicepresidente de la St. Cloud le llegaron noticias de nuestro problema, cosa que provocó una llamada de Lionel. Una de las hijas de su nigromante, que vivía con unos parientes tras cierto problema familiar, fue atacada el sábado pasado, la noche anterior a que agredieran a Dana.
– ¿Se encuentra bien? -pregunté.
Benicio negó con la cabeza.
– Como Jacob, se las arregló para llamar a su línea de emergencia diciendo que la estaban siguiendo, pero cuando la encontraron estaba muerta. He llamado a Thomas Nast y a Guy Boyd para preguntarles si saben de algún ataque a los hijos de sus empleados. Thomas respondió vacilante que han tenido dos incidentes, pero no quiso dar detalles por teléfono. Las camarillas se reúnen mañana en Miami para intercambiar información.
– Supongo que van a realizar una investigación conjunta -dijo Lucas.
– Sí, y ésa es la razón por la cual te pido que reconsideres tu decisión.
– ¿Reconsiderar? -pregunté yo-. Si las camarillas están investigando, usted no nos necesita.
– No. Si las camarillas están investigando conjuntamente, necesito vuestra ayuda más que nunca. Como Lucas puede explicarte, una operación intracamarilla…
Lucas levantó una mano.
– Estamos cansados, papá -dijo con tono conciliador-. Ha sido una noche muy larga. Comprendo tu preocupación y coincido en que, efectivamente, es una preocupación. ¿Puedo pedirte, no obstante, que me dejes explicarle la situación a Paige esta noche, tratemos de dormir un poco y luego lo discutamos contigo durante el desayuno?
– Sí, por supuesto -contestó Benicio-. ¿A qué hora tienes que estar en el tribunal mañana?
– A mediodía.
– Entonces, desayunemos a las ocho, en lugar de a las siete, para que podáis dormir un poco más. Dispondré que os lleven a Chicago en jet inmediatamente después.
Lucas vaciló, y luego asintió.
– Gracias.
Después se dirigió hacia la puerta.
– Una última cosa -dijo Benicio.
Lucas se detuvo, mirando todavía la puerta, con una mano en el picaporte y los labios separados en un suspiro silencioso.
– ¿Sí, papá?
– A la vista de esta última tragedia, pienso que debemos suponer que el propósito del asesino es el de dañar a las camarillas donde menos lo esperan y donde más les duela. Siendo así, debemos suponer que su mayor trofeo sería tener en el punto de mira a un miembro de la familia de un CEO.
– Sí, por supuesto, pero podemos discutir esto…
– No estoy hablando por hablar, Lucas. Saco esto a colación porque es obvio que os afecta tanto a ti como a Paige, y debes tenerlo en cuenta.
– Va a por adolescentes. Yo no soy ningún adolesc…
– No me refiero a ti. Este asesino es lo suficientemente inteligente como para atacar en los márgenes, para arrancar del rebaño a los más vulnerables, a esos chicos que están más alejados de la protección de la camarilla. Si quisiera un adolescente de la familia inmediata del CEO, sólo hay uno que no vive con una camarilla y que no está bajo protección las veinticuatro horas del día.
– ¡Oh, Dios mío! -exclamé-. Savannah.