Unos meses antes, cuando Kristof Nast reclamó legalmente la custodia de Savannah, lo hizo sosteniendo que era su padre. Al principio, no le creí. Savannah, hija de una mujer de reconocido poder que era bruja y semidemonio a un tiempo, ya daba muestras de igualar o sobrepasar los poderes de su madre, y como tal habría sido una magnífica adquisición para cualquier camarilla.
En cuanto a que Kristof fuera su padre, era absurdo, ninguna bruja se habría involucrado nunca con un hechicero, y mucho menos con uno de alto rango en una camarilla. Después, conocí a Kristof en persona, y al ver en él los ojos de Savannah que miraban a los míos, supe que no había dudas respecto a su paternidad.
Si a pesar de todo yo hubiese seguido con mis dudas, sus actos probaban que no estaba tratando de reclutar a una posible empleada. Kristof había hecho algo más que intentar secuestrar a Savannah. Había puesto todos sus esfuerzos en conseguir la custodia, y había muerto tratando de evitar que Savannah se hiciese daño a sí misma. Un hechicero como Kristof Nast nunca habría hecho eso por una bruja que no fuese su hija.
Esta historia había sido la comidilla de los chismosos de las camarillas durante los últimos meses. Cualquiera que estuviese detrás de los hijos de las camarillas conocería a Savannah. Sabrían también que, a diferencia de cualquier otro hijo o nieto de un CEO de una camarilla, no era conducida a una escuela privada y traída de vuelta en un automóvil blindado lleno de guardaespaldas semidemonios. Ella nos tenía sólo a Lucas y a mí y, en este momento, ni siquiera nos tenía a nosotros.
He de decir, con cierto orgullo, que no me entró el pánico. Cierto es que pasé por unos breves momentos de palpitaciones cardíacas y respiración acelerada, pero me las arreglé para recuperarme antes de llegar a la fase de ansiedad clínica.
Lucas y su padre emplearon tan sólo unos minutos para elaborar un plan que me impidió salir corriendo por la puerta y coger el siguiente vuelo a casa. Benicio ya había enviado a Portland el jet de la Corporación. En el momento en que mencionó el peligro que Savannah podía correr, unos guardias de la Camarilla iban ya de camino para recogerla. Reconoceré que por un instante pensé con ansiedad: «¿Y qué ocurriría si todo esto no fuese más que un montaje para quedarse con Savannah?», pero logré tranquilizarme antes de que salieran de mi boca acusaciones descomedidas. Lucas confiaba en que su padre traería a Savannah a Miami, de modo que yo confié en Lucas.
Lucas llamó a los padres de Michelle, se disculpó por despertarlos, y les expuso enseguida una historia plausible para explicar por qué varios hombres grandotes llegarían a su puerta para llevarse a Savannah. O, mejor dicho, supuse que les contó una historia plausible. No oí una palabra. Pero conocía lo suficiente a Lucas para saber que era capaz de elaborar las mentiras más convincentes en unos minutos, otra habilidad que había heredado de su padre.
A petición mía, Lucas habló también con Savannah. ¿Qué le contó? La verdad. No me cabe duda. Si yo hubiera estado con ese teléfono en la mano, le habría dado una versión edulcorada de las cosas. No podía evitarlo. El ansia de hacerle la vida más fácil era demasiado grande. De modo que le habría dado una versión aligerada del asunto, ella me habría escuchado y luego me habría pedido que la dejara hablar con Lucas para saber la verdad.
Cuando Benicio se hubo marchado, Lucas caminó hasta el sofá, se sentó junto a mí y me cogió la mano.
– ¿Te encuentras bien?
Le apreté la mano y logré esbozar una lánguida sonrisa.
– Me encontraré mejor cuando ella esté aquí.
– A propósito de este caso -dijo-. ¿Me equivoco al creer que lo quieres?
– Lo quiero, sí, pero…
– Después de lo que ha ocurrido esta noche, ya no podemos permitirnos el lujo de preocuparnos por conflictos de intereses. Alguien tiene que investigar esto.
– ¿No piensas que las camarillas pueden manejar el caso?
– Individualmente, diría que las camarillas son perfectamente capaces de manejar la situación. ¿Pero juntas? Juntas trabajarían a una mínima parte de su capacidad.
– ¿Luchas intestinas?
Dijo que sí con la cabeza.
– Exactamente. Ocurre como cuando varios países que se hallan en guerra se unen para enfrentarse a un enemigo común. Todos querrán dirigir el ataque. Ninguno querrá compartir información por temor a divulgar sus contactos y sus técnicas. Todos querrán que los demás arriesguen a sus hombres. Cuando se trate de un plan de acción, más que decidir sobre el mismo, lo negociarán.
– Y mientras tanto, más chicos saldrán lastimados.
– Daños colaterales. No voy a decir que a las camarillas no les importe; no son monstruos. Pero están estructuradas en torno a la acumulación de ganancias y a la auto conservación. Esas prioridades ocuparán siempre el primer plano, intencionadamente o no.
– Pero obviamente tu padre prevé todo eso, porque en caso contrario no estaría pidiéndote que aceptes. ¿Por qué no dice a las otras camarillas: «gracias por el ofrecimiento, pero nosotros solos nos encargaremos del asunto?».
Lucas se recostó contra el respaldo del sofá.
– Política. A este nivel, hasta mi padre tiene las manos atadas. Si se niega a cooperar, no sólo afectará a la posición que detenta respecto de las otras camarillas, sino que también provocará desacuerdos internos. Sería comprensible que sus empleados cuestionaran el hecho de que se niegue a recibir ayuda externa.
– De modo que nos toca a nosotros. En ese caso, entonces, definitivamente quiero… -Me detuve-. ¡Un momento! ¿Y Savannah? Es evidente que no puedo dejar que se pegue a nosotros y…
– He pensado en eso. En alguien que pueda cuidarla.
Sacudí la cabeza.
– Ya sabes cómo soy. O la cuido yo misma, o me muero de preocupación. No confío en nadie…
Me dijo en quién estaba pensando.
– Oh -respondí yo-. Eso podría funcionar.
Benicio llamó para decir que Savannah estaba ya en el jet y que llegaría a Miami poco después de las seis. Lucas le informó de nuestra decisión, que yo aceptaría el caso y que empezaría de inmediato. En cuanto al papel que asumiría Lucas, nos habíamos decidido por la honestidad antes que por el subterfugio. Por supuesto, él me ayudaría. Sí, es verdad que esto significaba trabajar juntamente con las camarillas, pero la causa era justa y él no iba a degradarla ocultando su participación. Si Benicio sentía que había conseguido una victoria, teníamos que dejar que se diera esa satisfacción. Nuestra única defensa era que no aceptaríamos un cheque de pago de la Camarilla por el trabajo que íbamos a realizar. Lo hacíamos solos, y por nuestras propias razones.
Dado que procurar la seguridad de Savannah se había convertido ahora en nuestra primera prioridad, Lucas le pidió a su padre, durante el desayuno, un aplazamiento para ocuparse de ese aspecto. Mientras tanto, Benicio me traería, a última hora de la mañana, una copia de los archivos del caso, después de que Lucas se hubiese ido y yo hubiese tenido tiempo de instalar a Savannah en el hotel. Benicio le prometió a Lucas que colaboraría con los arreglos para la protección de Savannah, y Lucas, prudentemente, se abstuvo de decirle que ya habíamos tomado nuestras propias medidas. Si bien apreciábamos la ayuda de Benicio, ninguno de nosotros dos quería que Savannah permaneciese bajo su custodia durante largo tiempo, no fuera a ser que Benicio desease aprovechar esa oportunidad para inducirla a convertirse en una empleada suya en el futuro.
Recibimos a Savannah en el aeropuerto. Cuando digo «recibimos», me refiero a Lucas, a mí y a Troy. Sí, Troy seguía estando con nosotros, aunque mi intención era que volviese con su patrón después del almuerzo. No es que yo tuviera nada contra Troy, pero me resultaba inquietante tener a un inmenso semidemonio pegado a los talones. Savannah, en cambio, se adaptó de inmediato a nuestra nueva sombra, como si tener un guardaespaldas/chófer fuese algo completamente natural: una prueba más de que por sus venas corría sangre real de las camarillas.
Después del desayuno, respondimos a las preguntas de Savannah sobre los ataques. Escuchó con más curiosidad que preocupación. El altruismo no es uno de los puntos fuertes de Savannah. Me digo que es algo que no tienen los adolescentes, pero sospecho que hay algo más en ella.
– Estupendo, siempre y cuando no vuelvan a secuestrarme -dijo-. Dos veces en un año es suficiente para cualquiera. Desde luego, debo de ser la chica que más peligro corre en el mundo.
– Eres especial.
– Sí, bueno -replicó-, ser especial no parece traer más que problemas. Ahora comprendo por qué mi madre cambiaba de casa con tanta frecuencia. -Nos miró alarmada-. No tendremos que volver a mudarnos, ¿verdad?
– No se trata de esa clase de problemas. Todo lo que tenemos que hacer es encontrarte un lugar seguro para que estés allí mientras yo busco a ese tipo.
– ¿Qué? -Pasó de mirarme a mí a mirar a Lucas-. De ninguna manera. Me estáis gastando una broma, ¿no es así?
– Paige no puede investigar si está preocupada por ti, Savannah.
Sus ojos se clavaron en los míos.
– Tú no lo harías. No me mandarías lejos.
Abrí la boca, pero la culpa me agarrotó la garganta.
– Savannah… -le advirtió Lucas.
Savannah clavó los ojos en mí.
– ¿Te acuerdas de la última vez? Dijiste que no me dejarías. Nunca.
– Savannah… -La voz de Lucas se hizo más severa.
– Podemos trabajar juntas en el caso. Tienes todos esos nuevos hechizos. Puedes protegerme mejor que nadie. Yo confío en ti, Paige.
Un golpe bajo. Con dificultad, pude musitar:
– Yo…, nosotros…
Entonces Lucas le dijo quién iba a cuidar de ella.
Savannah pestañeó y enseguida se acomodó en la silla.
– Bueno, ¿y por qué no me lo habéis dicho antes? -Tomó un sorbo de zumo de naranja-. Ah, ¿y eso significa que no voy a ir al colegio?
Después del desayuno, volvimos al aeropuerto a despedir a Lucas. Mientras Savannah charlaba con Troy, Lucas y yo considerábamos cuáles serían mis próximos pasos en el caso.
– El chico al que atacaron primero, Holden -dije-. También él llamó a la línea de emergencia. ¿No te parece que es extraño? ¿Que casi todas las víctimas tuviesen tiempo de pedir ayuda antes de ser atacadas? En el caso de Jacob, me lo explico, porque tenía un teléfono móvil. ¿Pero los otros?
– Considero seriamente la posibilidad de que se les permitiera hacer la llamada, puede que prolongando la cacería de manera que pudiesen llegar a un teléfono.
– ¿Pero porqué?
– Ya era demasiado tarde para que llegara la ayuda, de modo que probablemente el asesino se estaba asegurando de que el caso permaneciera bajo la jurisdicción de una camarilla, y de que los humanos no fuesen los primeros en encontrar a las víctimas. No obstante, tenemos que centrarnos en los hechos, más que en las interpretaciones. Es muy pronto para eso.
– Hablando de hechos, ojalá Holden haya visto a su agresor. -Me asaltó un pensamiento-. Lo que necesitamos es el informe presencial de alguien que se suponía que no iba a escapar. Necesitamos a un nigromante.
Lucas movió la cabeza de un lado a otro.
– Es una buena idea, pero con las víctimas de asesinato es muy difícil comunicarse poco después de haber muerto, y en las raras ocasiones en que un nigromante logra establecer contacto, los espíritus están casi siempre demasiado traumatizados para recordar los detalles que rodearon sus muertes.
– No me refiero a Jacob. Me refiero a Dana. Un buen nigromante puede establecer contacto con alguien que está en coma.
– Tienes razón, me había olvidado de eso. Excelente idea. Conozco a varios nigromantes, uno de los cuales me debe importantes favores. Durante el vuelo, haré algunas llamadas y veré cuál de ellos puede llegar antes a Miami.