La situación de los vampiros de Nueva Orleans

Me pasé el móvil al otro oído y me fui hacia un rincón más tranquilo del aeropuerto.

– Tenemos un vuelo para Nueva Orleans que sale dentro de una hora, de modo que pasaré la noche allí.

– Tal vez tendría que haberte acompañado -dijo Lucas-. Aquí no he hecho gran cosa. Mi padre convocó esta tarde una reunión de la Camarilla, y dice que nadie recuerda que haya habido ningún trato con vampiros. Eso es ridículo, por supuesto. Aun en el caso de que no se les haya acercado ningún vampiro, deben de haberse encontrado con uno o dos en el transcurso de algún negocio. O bien creen que soy idiota o sencillamente no se molestan en mentir de modo más creativo.

Dejé escapar un improperio.

– Soy de la misma opinión. Ahora bien, mi padre sí ha admitido un contacto de la Camarilla Cortez con un vampiro. Al parecer hubo uno que trató de mantener una reunión privada con él en julio. Por supuesto, la petición fue rechazada, y el asunto terminó ahí.

– ¿De qué quería hablar ese vampiro con tu padre?

– Nadie se preocupó de preguntárselo. En cuanto se enteraron de que era un vampiro, no quisieron saber nada más. Ni una razón, ni un nombre, nada. Y por más predispuesto que esté a pensar que mi padre retiene información, debo admitir que así es exactamente como se instruye a los empleados de la Camarilla respecto de su trato con vampiros.

– ¿Puedo decir «¡Aajj!»? Cuando todo esto se haya terminado no tendremos que volver a trabajar nunca más con esa gente tan encantadora, ¿verdad?

– Te doy mi palabra. Y, quizás, de todo esto salga algo bueno. Podría convencerte para que te incorpores a mis futuros trabajos anticamarillas.

– ¡Bueno!, no hace falta que nadie me convenza. Siempre he estado dispuesta a ayudarte. Sólo tendrías que habérmelo pedido.

El silencio fue audible en el otro extremo de la línea. A mi lado apareció Cassandra para decir que ya habían llamado para subir al avión. Con un gesto le contesté que ya iba.

– Tengo que irme -le dije a Lucas.

– Ya he oído. En cuanto a lo de trabajar juntos, siempre he tenido la impresión de que…, quiero decir… -se interrumpió-. Ahora no tienes tiempo, pero me gustaría discutir el asunto después. Y no te olvides de llamarme cuando llegues a Nueva Orleans.

– No me olvidaré.


* * *

Cassandra había hablado muy poco desde que nos separamos de Aaron. Por segunda vez, adquirió para mí un pasaje en primera clase. Yo sabía que Cassandra tenía dinero, mucho dinero, y dudaba que alguna vez hubiese viajado en clase turista, pero de cualquier modo, era un bonito gesto. También me ofreció su comida de a bordo, que rechacé, aunque sí acepté la bolsita de frutos secos. Para cuando terminé de cenar, ella tomaba ya su segunda copa de vino, lo cual me indicó que algo no marchaba bien. Nunca había visto a Cassandra beber más de media copa en una misma ocasión.

Cuando la azafata llegó con el postre, miré la gelatinosa cajita a la que llamaban tarta de merengue de limón, y me decidí por un té. Cassandra hizo un gesto para pedir que volviera a llenarle la copa.

– ¿Cuánto hace que asistes a las reuniones del Consejo, Paige? -preguntó Cassandra cuando la azafata se retiró-. ¿Cinco, seis años?

– Casi doce.

– Vale, doce años. -Pasaba los dedos por el pie de la copa-. Siempre has tenido buena memoria, de modo que lo recordarás mejor que yo. ¿Cuándo fue la última vez que investigamos un asunto relacionado con los vampiros?

– En 1998. Dallas, Texas. Nos informaron de que había un asesino que desangraba a sus víctimas. Pero finalmente resultó que se trataba de un asesino humano, de modo que supongo que no cuenta realmente como un asunto relacionado con vampiros. -Hice una pausa-. Veamos, antes de eso fue en 1996. Un vampiro ruso que estaba aquí de vacaciones provocó un buen follón…

– Sí, sí, lo recuerdo. Pero lo que quiero saber es ¿cuándo fue la última vez que yo llevé una propuesta ante el Consejo?

– ¿Te refieres a lo que decía Aaron? ¿Una cuestión que preocupe a los vampiros en general?

– Exactamente.

Cogí el té que me ofrecía la azafata y saqué la bolsita.

– Nunca lo has hecho.

– Vamos, vamos, Paige. Por supuesto que lo he hecho. -Se recostó en su asiento-. No importa. No eras más que una niña y siempre estabas distrayéndote con Adam…

– Un momento, nunca me distraía durante las reuniones. ¿No te acuerdas de todas esas veces en las que Robert se metía con Adam porque no prestaba atención, como hacía yo? Adam se enfurecía. Y después me lo echaba en cara, diciéndome que era una pelota… -Me detuve, al advertir que la atención de Cassandra se había concentrado en su copa de vino-. La cuestión es que yo prestaba atención, tomaba notas, ponme a prueba si quieres. Fechas, lugares, lo que quieras. En el transcurso de doce años nunca presentaste al Consejo ningún asunto relacionado con vampiros.

– ¿No te parece raro?

Me encogí de hombros.

– En materia de números, los vampiros son extraños y tú eres bastante autosuficiente, de modo que me imaginé que no tenías nada que proponer. El tema nunca preocupó a nadie, así que tampoco me preocupaba a mí. Y Lawrence nunca presentó ningún asunto cuando era tu co-delegado.

– Eso se debe a que Lawrence era tan viejo que sólo se preocupaba de sí mismo. -Movió las manos rozando su mesa-. Se fue a Europa y ni siquiera se molestó en hacernos saber que no volvería. Puede que yo sea una egocéntrica, pero jamás haría eso.

Yo me bebí el té.

Cassandra me miró cargada de intención.

– Bueno, no lo haría.

– Vale, de acuerdo. Ahora dime, ¿qué hay de ese bar, el Rampart…?

– Tengo que haber presentado algún asunto al Consejo durante los últimos doce años. ¿Qué pasó con los refuerzos en la Guerra del Golfo? Muchos vampiros habían adoptado la identidad de ciudadanos estadounidenses y estaban preocupados ante la posibilidad de que los llamaran…

– No hubo refuerzos para la Guerra del Golfo. Eso debió de ser en Vietnam.

Contrajo el entrecejo.

– ¿Cuándo fue lo de Vietnam?

– Antes de que yo naciera.

Cassandra cogió su servilleta y la dobló con cuidado

– Bueno, tiene que haber habido algo más. Solo recuerdo esa ocasión porque fue significativa desde el punto de vista histórico.

– Probablemente.


* * *

Cuando llegamos a Nueva Orleans, aún no eran las once, muy pronto para la ronda de los bares. Mientras yo telefoneaba a Elena para saber, como todas las noches, cómo estaba Savannah, Cassandra indicó al taxista que nos llevara al Hotel Empire, que era su favorito en Nueva Orleans. Después de registrarnos, llamé a Lucas, para hacerle saber que había llegado bien; luego tomé una ducha y me preparé para salir.

Cuando bajamos, Cassandra pidió al portero que nos llamara un taxi.

– Ese bar -dije-. El Rampart. ¿Aaron tiene algún problema con él?

Cassandra suspiró.

– Así es Aaron. Aunque no dé esa impresión, Aaron se pasa la vida pensando. Pensando y preocupándose. ¡Menuda madre sería!

– ¿Así que su reacción es excesiva con respecto al Rampart? ¿Sobre que no es un lugar seguro para mí?

– El Rampart es tan seguro como cualquier otro bar hoy día. Es el lugar preferido por los vampiros de aquí, nada más.

– No te ofendas, pero si a los vampiros les agrada estar allí, no parece que sea el lugar más seguro del mundo para cualquiera que tenga pulso.

– No seas ridícula, Paige. Los perros no ensucian su caseta y los vampiros no cazan donde viven.

Cassandra caminó a grandes pasos hacia un taxi que se acercaba al bordillo. Me apresuré tras ella.


* * *

Durante el recorrido, Cassandra me contó más cosas sobre el Rampart. Esto podría parecer peligroso, mantener conversaciones de este género al alcance de algunos humanos, pero desde el siglo diecinueve los sobrenaturales no se han visto obligados a controlar sus conversaciones de manera obsesiva. Actualmente, hablamos en voz baja y prestamos atención a lo que decimos, pero si se nos escapa en algún momento la palabra demonio o vampiro, la gente saca inmediatamente una de tres conclusiones lógicas. Primera, han oído mal. Segunda, estamos conversando sobre una película o el argumento de un libro. Tercera, estamos locos. Si el conductor de nuestro taxi hubiera oído algo de nuestra conversación, el mayor peligro que podríamos haber corrido habría sido que preguntara dónde estaba ese bar de vampiros, no para alertar a las autoridades pertinentes sobre la existencia de un nido de asesinos chupasangres, sino para tener otro destino que añadir a su lista de recomendaciones para los visitantes entusiastas de lo gótico y de Anne Rice. Después de todo, estábamos en Nueva Orleans.

Hablando de Anne Rice, independientemente de que estoy segura de que es una excelente mujer, hay muchos en el mundo sobrenatural que le echan la culpa por la situación de los vampiros de Nueva Orleans. Coincidiendo, más o menos, con la popularidad de las novelas de la señora Rice, la afluencia de vampiros en la ciudad se elevó astronómicamente. A finales de los ochenta había en Nueva Orleans nueve vampiros…, eso en un país que históricamente ha tenido una media nacional de menos de dos docenas. Algunos han emigrado de Europa para establecerse en Nueva Orleans. Afortunadamente, desde entonces tres o cuatro se han ido, y durante la última década la población ha sido de unos cinco o seis.

El problema con los vampiros de Nueva Orleans no es la superpoblación. Es que todos comparten una actitud mental parecida, la misma que los trajo inicialmente a la ciudad. Para estos vampiros, ver que su popularidad cultural subía como la espuma con los libros de la señora Rice fue como para un cantante de rock ver su foto en la portada de Rolling Stone, el momento culminante de la autoafirmación, cuando pudieron decir: «¿Ven? A que soy verdaderamente extraordinario». Y para los vampiros de Nueva Orleans, desde entonces la vida nunca ha sido igual.


* * *

El Rampart no era precisamente un bar de vampiros en el sentido de que atraía a los vampiros. Sus dueños eran vampiros. Como explicó Cassandra: John/Hans y otros dos habían comprado el lugar hacía ya unos cuantos años. Lo conservaban pequeño y exclusivo, un lugar que podían manejar como si fuera su casa y entretenerse jugando a ser los dueños del bar.

El conductor del taxi detuvo su automóvil en un distrito industrial. Todos los edificios estaban provistos de luces de seguridad, excepto el que estaba junto a nosotros, bañado en una negrura que parecía casi artificial. Cuando abrí la puerta del coche, vi que efectivamente era artificial. Los muros de ladrillos y las ventanas habían sido pintados de negro. Hasta la solitaria farola de la calle había sido envuelta en papel crepé negro y la lamparita la habían roto o retirado.

– Pesadilla gótico temprano. Qué original -dijo Cassandra cuando salía del automóvil-. La última vez que estuve aquí tenía el aspecto de un bar completamente normal. No me extraña que a Aaron se le revuelvan las tripas. No puede tolerar este tipo de cosas.

– Bueno, su gusto en materia de decoración puede ser criminal, pero desgraciadamente no están violando ninguna disposición municipal. Por lo menos son discretos. No veo un letrero siquiera.

– Yo ni siquiera veo una puerta -dijo Cassandra en voz baja y con desagrado-. Probablemente la han pintado de negro como todo lo demás. A ver, ¿dónde estaba la última vez…?

Mientras paseaba la mirada por el edificio, llegó una limusina de la que se apearon tres mujeres jóvenes incapaces de controlar sus risas tontas. Dos vestían minifaldas de cuero negro. La tercera estaba vestida con un largo vestido blanco que parecía más adecuado para una boda que para salir por la noche. Un guardaespaldas corpulento agarró del codo a la novia para que lograra equilibrarse y condujo al trío al edificio. Cuando la limusina retrocedió, sus luces delanteras iluminaron las cuatro figuras. La novia miró las luces y entrecerró los ojos.

– ¡Ehh! -dije-. ¿Ésa no es…? ¿Cómo se llama? ¿No es una cantante?

El cuarteto acababa de desaparecer al doblar una esquina cuando un automóvil deportivo frenó y vomitó a dos jóvenes vestidos con trajes de sepulturero. Siguieron el mismo camino que el grupo de la novia.

– Así que eran discretos -musitó Cassandra.

– Por lo menos ahora sabemos por dónde está la puerta -dije.

Cassandra movió la cabeza a un lado y a otro y dimos la vuelta a la esquina en busca de la entrada.

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